Es posible en espacios comunes, lograr que los límites actuales estallen para dar tiempo y espacio a la construcción de sujetos-grupos soberanos, que se contrapongan en la praxis al sujeto-subhumano que produce hoy el sistema-mundo-capitalista, racista, colonial y patriarcal.
La aceleración extrema que la digitalización de la vida está produciendo en los tiempos sociales comienza a pisarle los talones a la instantaneidad, hasta casi confundirse con ella
Lucas Aguilera
“En la sociedad capitalista se produce tiempo libre para una clase mediante la transformación de todo el tiempo vital de las masas en tiempo de trabajo”. Karl Marx
Para nadie resulta sorprendente ni novedoso que estemos atravesando vertiginosamente una nueva fase de desarrollo del sistema capitalista financiero transnacional. Esta fase se caracteriza por la digitalización de la economía y el cambio en la forma de mediación, que ahora es digital y virtual, en todas nuestras relaciones sociales. Estas profundas transformaciones están desencadenando un cambio de época, una ruptura irreversible en la estructura y la dinámica social que conocíamos hasta el pasado Siglo XX. Tanto la producción de objetos como la formación de individuos no serán como solían ser; de hecho, nada de lo que solíamos conocer se mantendrá como antes.
La certidumbre de estos cambios late en lo profundo de nosotros, provoca un torbellino en nuestro ser-en-el-mundo. El espectro de la novedad capitalista decreta que todo lo que es merece perecer, y su apetito alcanza los más recónditos escondites de nuestra existencia. Este torbellino, que muchas noches no nos permite conciliar el sueño, que durante tantas prolongadas vigilias nos pone cara a cara con un sinsentido que nos atraviesa, que nos enfrenta a un campo de imposibles que nos aterroriza, cumple su cometido al reducirnos a la mínima expresión de nuestra humanidad.
La aceleración extrema que la digitalización de la vida está produciendo en los tiempos sociales comienza a pisarle los talones a la instantaneidad, hasta casi confundirse con ella. Esta sociedad del instante nos deja cautivos en su efímera inmediatez, provocando una especie de «nihilización» del devenir. Esto convierte la reflexión en una praxis no solo urgente, sino necesaria, para navegar las complejidades de un porvenir que parece desconcertarnos y paralizarnos. En otras palabras, pareciera que la saturación o sobreabundancia de información diera como resultado el no-devenir o devenir caótico. El futuro pensado, se acerca más a la inmediatez del presente, a un futuro no pensado, a un casi-aquí-y-casi-ahora.
Las hiperconexiones de los flujos informáticos no son el problema, en realidad el problema radica en una des-potencia creativa, des-potencia imaginaria, des-potencia inventiva, tanto individual, como colectiva-social, potenciando, como contracara, los resultados algorítmicos, programáticos, de inteligencias artificiales.
La virtualidad funciona entonces como la materialidad que nos une en la dispersión, como el campo práctico-inerte que desvía e invierte la dialéctica de nuestra praxis. Esta materialidad inorgánica se cierra sobre nuestra multiplicidad humana, realizando su unificación en tanto que seres-en-el-mundo-fuera-de-si. Las plataformas crean nuevas individualidades, imponiendo la soledad como el estatuto social de los individuos, y nuevos colectivos-tribus, en apariencia autogestivos y pretendidamente colaborativos, pero que se mantienen en la serialidad de las reuniones y los colectivos alienados, en una fragmentación como totalidad parcializada.
La hipervelocidad de los cambios, entonces, daría como resultado el no-cambio, la monotonía aplastante, paralizante. Somos entes en permanente lucha con nuestra existencia alienada -sin conciencia de nuestro rol productor del mundo y de la Historia-, mediados por redes digitales que juegan un papel central en tanto medios para la producción cotidiana de una ausencia existencial. Esta existencia heterónoma, que se nos impone desde afuera, desde una exterioridad dominante e inquisitiva, es inoculada -no sin resistencias, ni exenta de padecimientos- mediante una tecnología del poder que penetra en nuestros aspectos más íntimos, que moldea nuestras experiencias más propias, y lo más terrible: que coloniza nuestros tiempos y espacios más reservados. El capital los coloniza en su necesidad de autoevaluarse, convierte todo el tiempo y espacio vital en trabajo, al trabajo en plusvalía y la plusvalía en la existencia del capital mismo.
La nueva aristocracia financiera y tecnológica que es la fracción que está conquistando estos tiempos y espacios, lo hace produciendo muerte de forma permanente y creando sujetos inanimados, sin vida. Esta existencia aplastada, enjaulada, quizás guarde una relación con las angustias que nos asfixian cotidianamente y que nos impiden el ejercicio de nuestra libertad plena (y siempre situada).
Desde hace tiempo se estudia en las carreras relacionadas a la salud mental la prevalencia de cuadros de ansiedad, depresión y los consumos problemáticos como un problema de epidemiología. Según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud, unas 800 mil personas se suicidan cada año, las muertes por “propia voluntad” representan la segunda causa de fallecimientos entre los jóvenes de entre 15 a 29 años, después de los accidentes de tránsito. En los últimos 45 años, las tasas de suicidio aumentaron en un 60% a nivel mundial.
Tan solo para el año 2023, en los países de América Latina y el Caribe la tasa de mortalidad por suicidio presenta una tendencia en aumento respecto de los otros continentes y los problemas de salud mental más acuciantes son la depresión, los trastornos de ansiedad y el consumo problemático de sustancias, que constituye una de las principales causas de mortalidad prematura y discapacidad en el continente. Y la lista sigue.
En un sistema cuyas mediaciones proponen el hiperconsumismo vacuo como matriz de proyecto personal y social, el ser tiende a desaparecer en una espiral de fachadas, de “como si”, que a poco de rascar develan sus fallas. Las «historias» contadas en las plataformas, más que historias son un presente sin pasado y sin futuro, que muere en una instantaneidad calculada. Este proceso potencia la desculturización y reifica a los individuos, es decir, expropia su capacidad cultural, volviéndola ajena al ser realmente existente, como producto a ser consumido y desechado. Al decir de Weber la «jaula de hierro» actualmente una jaula «soft», es el mundo de la digitalización y la virtualización de lo social.
El sujeto, sus herramientas y su técnica, definen el momento del proceso histórico, el ser-social aprehende desde ellas y potencia su praxis produciendo un sujeto-objeto que se siente soberano, pero en realidad es una mercancía-técnica, en tanto relación hombre/producción. ¿Cuánta es la soberanía de un ser humano en su relación con TikTok o Instagram? Pareciera que en su actividad en las plataformas -hipócritamente denominadas Redes Sociales- el sujeto-objeto es insignificante y la potencia de la herramienta es tan inmensa que genera al interior un «super-hombre» nietzscheano, mientras al exterior totalizado, parece un sub-humano.
¿Es posible tomar conciencia de esta negatividad que se describe con aproximaciones? ¿Qué implica esa operación? ¿Cuáles serían los medios privilegiados para comprender la situación opresora y tomar decisiones dirigidas a liberarnos? Creemos importante partir de este punto, para no caer en las tantas formas de idealismo que moldean nuestras primeras respuestas. Volver la mirada hacia nosotros mismos como un acto de valentía, necesario y urgente. Si ponemos en el centro de nuestra reflexión al hombre y la mujer concretos, en tanto seres históricos, nos encontraremos, tal y como afirma Jean Paul Sartre, con que “el acto humano es irreductible al conocimiento, que tiene que vivirse y producirse” y por ello, que para superar los condicionamientos materiales de su existencia el ser humano está empujado al “trabajo material y la praxis revolucionaria” en el espacio de sus relaciones sociales, signadas siempre por múltiples contradicciones en movimiento, como la Historia misma.
Así, la negatividad des-humanizante, que existe a costa de la colonización de todos los tiempos y espacios vitales, tiene que ser enfrentada con poderosos elementos de resistencia. Nos preguntamos una vez más ¿cuáles son las acciones emancipadoras con la capacidad de fortalecer los coeficientes de adversidad social contra el sistema que pretende reducirnos a objetos, una y otra vez? Porque sartreanamente “decir lo que ´es´ de un hombre, es decir al mismo tiempo lo que puede” como posibilidad de superación. No tenemos más que una alternativa, actuar como siervos o ensayar la soberanía, un movimiento de insubordinación.
Son necesarios millones de espacios oxigenados de acción-reflexión donde la sobreabundancia de información abone a un proyecto de futuro probable y que esa probabilidad de lo posible sirva a la acción-reacción de nuestro presente. Hay que construir los nuevos contenidos de ideas fuerzas que invadan las redes (las actuales), para llenarlas de negatividad frente a esta exterioridad des-subjetivante, pero con una positividad posible: la de servir como medio para la reciprocidad vivida, como instrumento sobre el cual es factible definir una praxis común y emancipadora.
Es posible en espacios comunes, lograr que los límites actuales estallen para dar tiempo y espacio a la construcción de sujetos-grupos soberanos, que se contrapongan en la praxis al sujeto-subhumano que produce hoy el sistema-mundo-capitalista, racista, colonial y patriarcal. La idea-tarea es superar la inercia pura del ser-sentido-común desde una dialéctica constituyente, que constituya otra realidad, que constituya sujeto, que constituya un ser-humano libre. Afirmamos con Sartre que “el arma de un combatiente es su humanidad”.
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*Magíster en Políticas Públicas y Desarrollo (FLACSO). Analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE), autor del libro Nueva Fase: Trabajo, Valor y tiempo disponible en el capitalismo del siglo XXI
Imágenes del ilustrador iraní Alireza Karimi Moghaddam
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Fuentes: