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150 AÑOS DE LA COMUNA DE PARÍS QUE ABRIÓ EL CAMINO DE LA REVOLUCIÓN OBRERA Y POPULAR

150 AÑOS COMUNA DE PARÍS



CUANDO LOS OBREROS TOMARON EL CIELO POR ASALTO

A 150 años de la Comuna de París

Horacio Tarcus

El 18 de marzo de 1871, los artesanos y los obreros tomaron el poder en la ciudad de París; mantuvieron el control durante 71 días. Aunque no respondió a un plan premeditado, la Comuna de París quedó asociada a la Internacional y la raíz común de «comuna» y «comunismo» favoreció el deslizamiento de sentidos. Aunque finalmente fue derrotada a sangre y fuego y muchos de sus participantes fueron fusilados, su difusión global capturó la atención tanto de las clases dominantes como de los sectores populares. Muchos de los símbolos de la izquierda surgieron de ella. Y los communards exiliados alimentarían a las corrientes socialistas en diversos países, incluso en América Latina.


El 18 de marzo de 1871, los trabajadores y los sectores populares de la ciudad de París tomaban el cielo por asalto. La metáfora homérica, que alude a los titanes que tuvieron la osadía de irrumpir en el Olimpo reservado a los dioses, quedó estampada en una carta que ese mismo año Karl Marx le enviaba a su amigo, el médico socialista Ludwig Kugelmann.

A partir del día siguiente, la prensa oficial francesa denunció ante el mundo la temeridad del «populacho» que había formado su propio ejército y convocaba a elegir su gobierno comunal. En pocos días, la prensa de todo el globo se hacía eco de las imputaciones de su par francesa: la Comuna de París era obra de la Internacional, la temible Asociación Internacional de los Trabajadores. Y tras la internacional obrera se escondía un sabio maléfico, empeñado en destruir la obra de la civilización: el «prusiano» Karl Marx, aquel Prometeo que había robado el moderno saber burgués –la Economía Política– para volverlo contra la propia burguesía y entregarlo al proletariado.

Aunque la investigación histórica pudo demostrar sobradamente que en modo alguno la Comuna había sido obra de la Internacional, nunca como entonces la historia de esta asociación obrera alcanzaba semejante difusión global. La prensa del mundo, en Occidente y en Oriente, informaba a sus lectores sobre los fines de la Internacional, de sus congresos sucesivos, de sus líderes. Algunos diarios transcribían incluso sus proclamas. «Gracias a la Comuna, la Internacional se ha convertido en una potencia moral en Europa», señalaba Friedrich Engels tres años más tarde en una carta a Friedrich A. Sorge fechada el 12 de septiembre de 1874.

Al mismo tiempo, el nombre de Marx aparecía por primera vez en la primera plana de la gran prensa internacional, acompañado por grabados que revelaban al mundo su melena leonina y su rostro barbado. El mundo burgués comprendía que el comunismo no era una amenaza potencial, el producto febril de oscuros conspiradores o la lucubración racionalista de los constructores de utopías, sino un peligro real que de pronto podía acontecer en la ciudad que era el símbolo mismo de la civilización moderna. La Comuna abrigaba el fantasma del comunismo. Y aunque la Comuna de París lejos estuvo de adoptar un programa comunista, la presencia fantasmática de la Internacional era para sus detractores la prueba evidente de su estrategia final. «Commune» en francés quiere decir comuna, ayuntamiento. La Comuna de París no es más, literalmente hablando, que el ayuntamiento de la Ciudad Luz. Pero la palabra «commune» compartía la misma raíz que «communisme», lo que favoreció el deslizamiento de sentido. El término «comunismo», si bien formaba parte del vocabulario político de las vanguardias desde la década de 1830, no se difundió a escala internacional sino con los hechos de la Comuna.


El acontecimiento

La Comuna de París no respondió en modo alguno a un plan premeditado. Antes bien, fue hija de un encadenamiento de circunstancias imprevisibles: la Guerra Franco-prusiana, la derrota del ejército imperial francés, el sitio de París, el advenimiento de la Tercera República francesa al mismo tiempo que la unificación alemana bajo el Imperio de Guillermo I.

La catástrofe de los ejércitos de Luis Bonaparte en Sedán, en septiembre de 1870, había significado el derrumbe del Segundo Imperio francés y la simultánea proclamación de la República. El proletariado así como los sectores más avanzados del pueblo manifestaban una abierta desconfianza hacia la nueva Asamblea Nacional –dominada por monárquicos y republicanos moderados– y hacia el Gabinete que presidía Adolphe Thiers, a cuyos integrantes consideraban no solo dispuestos a aceptar las más humillantes y onerosas condiciones de paz impuestas por Alemania, sino también a traicionar la recién fundada Tercera República en pro de una nueva monarquía borbónica.

París había resistido un sitio de cuatro meses que culminó en enero de 1871 con la victoria del ejército prusiano y la proclamación de Guillermo I como emperador de Alemania, nada menos que en Versalles, en territorio francés. Pero como los ejércitos alemanes solo tuvieron cercada la ciudad capital sin atreverse a tomarla, el combativo y organizado pueblo parisino pudo rechazar la rendición, desafiando así a su propio gobierno. Tanto fue así que el Ejecutivo que presidía Thiers y la Asamblea Nacional decidieron instalarse en Versalles, intentando doblegar desde allí a la ciudad rebelde. El proletariado parisino no solo aquilataba una extensa tradición de luchas sociales y políticas sino que, además, contaba ahora con pertrechos y experiencia militar: las circunstancias históricas lo habían convertido en un proletariado armado, mientras el enemigo alemán o los republicanos burgueses no lograran desarmarlo.

En una inédita situación de doble poder, París se vio obligada a darse una forma de organización y de gestión, no solo para sostener su resistencia al gobierno de Versalles, sino incluso para asegurar su funcionamiento y su abastecimiento. La estructura política aquí creada tomó por base la Guardia Nacional, que había sido movilizada en septiembre de 1870 para asegurar la defensa de la capital y cuya tradición revolucionaria se remontaba a 1789. No era otra cosa que una milicia ciudadana, compuesta por todos los varones mayores de 18 años, con amplia mayoría de proletarios y artesanos. En febrero de 1871, la Guardia parisina creó una estructura electiva y piramidal, la Federación de la Guardia Nacional (de allí que se designase a los comuneros como «federados»), compuesta por los delegados de las compañías y los batallones de la milicia parisina; su cúspide la ocupaba un Comité Central.

La Comuna nació en París el 18 de marzo de 1871, cuando los artesanos y los obreros tomaron el poder en la ciudad. El pueblo parisino se había levantado al descubrir que el gobierno provisional intentaba arrebatarle por sorpresa las baterías de cañones que habían comprado por suscripción popular para defender la ciudad. Las fuerzas del ejército terminaron confraternizando con la población sublevada. Cuando el general Lecomte ordenó disparar contra la muchedumbre inerme, los soldados lo hicieron bajar de su caballo y lo fusilaron. Otro tanto hicieron con el general Thomas, veterano comandante responsable de la represión durante la rebelión popular de junio de 1848. En ese momento Thiers ordenó a los empleados de la administración nacional evacuar la capital. Ante el vacío de poder, la Guardia Nacional convocó de inmediato a elecciones comunales sobre la base del sufragio universal (masculino). Su Comité Central entregó entonces el poder provisional al consejo municipal elegido democráticamente, con predominio de republicanos radicales y blanquistas.

Sitiada París, primero por los prusianos y luego por los versalleses, los comuneros debieron gobernar una ciudad asediada. Promulgaron una serie de decretos (sobre educación popular, separación de la Iglesia del Estado, indulgencia con los alquileres impagos o abolición de los intereses por deudas) dictados por la urgencia y la necesidad antes que por la definición de un orden social cuyos trazos ni siquiera alcanzaron a definir durante sus dramáticos 71 días de vida.

Cercada en parte todavía por las tropas prusianas, hostigada por la prensa de Versalles con calumnias que a su vez replicaba la prensa internacional, empobrecida, incomunicada, aislada del resto de las fuerzas progresistas de la nación, la Comuna de París soportó con heroísmo durante más de dos meses el bombardeo y el asedio del gobierno provisional. Finalmente, el 21 de mayo el ejército de Versalles logró franquear la Porte de Saint-Cloud, y a lo largo de una semana conquistó militarmente una ciudad que le ofreció una dramática resistencia. Los encarnizados combates se sucedieron barrio a barrio, calle a calle. Los últimos 147 resistentes se parapetaron detrás de un muro del Cementerio de Père-Lachaise, donde fueron fusilados y enterrados en una fosa común.

El 28 de mayo –una vez concluida la llamada «Semana Sangrienta» y con ella la experiencia comunalista–, el saldo era de unos 30.000 comuneros muertos y 43.000 prisioneros, de los cuales 10.000 fueron condenados, unos a la cárcel y otros al exilio en Nueva Caledonia. París se mantuvo bajo la ley marcial durante cinco años.

Las interpretaciones

La experiencia de la Comuna fue leída de los modos más diversos, incluso durante su mismo decurso. Sus enemigos más encarnizados –aristócratas y clericales, monárquicos legitimistas y orleanistas, republicanos conservadores y moderados– coincidieron en denostarla, pero con argumentos diversos. Para los ultramontanos era abominable por el simple hecho de ser una revolución, y la leyeron como una consecuencia de la secularización de las costumbres que había impulsado la burguesía liberal. Los republicanos, que no podían condenar a la tradición revolucionaria de la que habían surgido, la vieron como el producto de la liberación de los «bajos instintos» de una plebe incontrolada compuesta por turbas frenéticas libradas a su propia suerte.

En la vereda opuesta, todo el arco de la izquierda revolucionaria de su tiempo la reivindicó como un hito inaugural. Las lecturas que hicieron las izquierdas eran de algún modo proyecciones de las múltiples tendencias políticas que convivieron en su seno, desde republicanos radicales a mutualistas, pasando por socialistas de las más diversas escuelas (incluso de la positivista); desde adeptos de la centralización política a ultranza (como los blanquistas, los seguidores del revolucionario Auguste Blanqui) hasta partidarios de las diversas corrientes federalistas, unas más radicales, otras más moderadas.

Como ya ha sido señalado, la Comuna no fue un producto de la Internacional. De acuerdo con lo que Engels expresaba en una carta a Adolph Sorge, fechada el 12 de septiembre de 1874, la Internacional «no había movido un dedo para darle vida». Y, a pesar de ello, la Comuna era «hija espiritual de la Internacional». Solo un tercio de los delegados y de los integrantes del Comité Central de la Guardia Nacional pertenecía a las secciones francesas de la Internacional. Y apenas 13 sobre los 90 fueron elegidos para la Asamblea comunal del 26 de marzo, en la que había emergido una «elite oscura» de ilustres desconocidos. Pero tampoco estos 13 revolucionarios llevaban adelante una estrategia común. Marx exhortaba desde Consejo General de la Internacional con sede en Londres a la clase obrera europea en general (y a la británica en particular) a la solidaridad con la Comuna, mientras que en la correspondencia que mantenía con algunos de los comuneros de París, como Auguste Serraillier, Léo Fränkel y Eugène Dupont, aconsejaba prudencia, señalando los inconvenientes que acarrearía el ataque abierto al gobierno republicano mientras durase la ocupación alemana así como el creciente aislamiento político de París. Marx consideraba imposible una victoria militar y aconsejaba a los comuneros negociar con Versalles una paz honrosa.

Pero no todos los dirigentes políticos franceses participaban del realismo de Marx; en especial, discrepaban los republicanos radicales y los blanquistas, los exponentes de la tradición jacobina. A esta vertiente insurreccionalista a ultranza se sumarían muy pronto los bakuninistas, con el propio Mijaíl Bakunin que había viajado a Francia apenas comenzada la guerra.

El 30 de mayo de 1871, apenas dos días después de concluida la Semana Sangrienta, Marx leía en el Consejo General londinense su célebre alocución, La guerra civil en Francia, una pieza magistral de equilibrio político. Había concebido un texto que, sin renunciar a sus ideas ni a su estilo, pudiera conformar a las distintas tendencias que convivían, no sin tensiones, en el Consejo. Antes que optar por una estrategia de debate público sobre las diferencias que separaban las diversas escuelas socialistas, Marx ensayó una lírica defensa de la experiencia comunera, en la que solo entre líneas es posible leer, por ejemplo, la crítica a los exponentes del insurreccionalismo neojacobino –«supervivientes y devotos de revoluciones pasadas»–, al exceso de escrúpulos democráticos de los republicanos moderados –que llevaron al Comité Central de los federados a delegar rápidamente el poder–, o a los herederos de Proudhon –que no se atrevieron a tocar la sacrosanta propiedad de la banca–. Estos y otros inevitables errores –como la demora de las milicias en marchar sobre Versalles– no podían oscurecer su mérito histórico, que no consistía en otra cosa que en su propia existencia. Ahora que había sido derrotada, que los hombres y las mujeres que la sostuvieron eran fusilados o detenidos, que la prensa burguesa derramaba por el mundo las calumnias más inicuas, la Comuna debía ser saludada por los trabajadores de todo el mundo como un primer ensayo, fallido pero heroico, de gobierno obrero, como «la forma política al fin descubierta que permitía realizar la emancipación económica del trabajo».

En un primer momento, el Consejo General aceptó sin discusión la alocución de Marx y decidió su publicación en diversos idiomas. El comunero Charles Longuet, futuro yerno de Marx, tradujo al francés el texto original de Marx redactado en inglés, y más tarde Engels editaría la versión alemana. Pero en los días que siguieron, los dirigentes sindicales ingleses George Odger y Benjamin Lucraft retiraron su firma objetando los pasajes más duros sobre el gobierno republicano de Versalles. Marx se dio a conocer entonces como el autor intelectual de la alocución, pero su decisión no pudo evitar, junto con la renuncia de sus dirigentes, la salida de las trade unions británicas, uno de los dos pilares sobre los cuales se había fundado la Internacional en 1864. Esta defección, sumada al hostigamiento que las diversas secciones sufrieron después de la Comuna por parte de los gobiernos europeos y a la lucha de fracciones que comenzaba a desatarse abiertamente entre marxistas y bakuninistas, marcó el declive de la Primera Internacional.

Como señaló el historiador alemán Arthur Rosenberg, «el escrito de Marx sobre la Guerra Civil de 1871 tiene una importancia histórica excepcional». En desacuerdo con muchos de los métodos de la Comuna –en primer término, la insurrección misma–, le habría resultado tanto más sencillo deslindar cualquier responsabilidad sobre el curso que tomaron los acontecimientos. Sin embargo, no le importó mostrarse ante la opinión pública como quien tenía la razón, sino que, al contrario, «hizo suya audazmente la Comuna y desde entonces el marxismo tiene una tradición revolucionaria ante los ojos de la humanidad». Esta apropiación marxiana de la Comuna fue tan resistida por los anarquistas (para Bakunin no fue sino la expresión de un «travestismo verdaderamente grotesco») como canonizada por los comunistas de todo el mundo, desde los rusos que en 1917 hicieron de la forma comuna el precedente del sóviet, hasta los chinos de la Comuna de Cantón primero y de la Comuna de Shanghái después.

El folleto de Marx circuló en cientos (sino miles) de ediciones; usualmente, con un prólogo escrito por Engels para la edición alemana de 1891 que (en franco contraste con el análisis de Marx) presentaba la experiencia comunera como un ejercicio de «dictadura del proletariado». Muchas ediciones añadían también artículos de Lenin, en los que la Comuna francesa era asimilada al sovietismo ruso.

La difusión internacional

Los días de la Comuna mantuvieron en vilo al mundo entero, tanto al orden burgués como a los sectores populares. Los medios de prensa transcribían en primera plana los bandos de una y otra parte, los modernos magazines ilustrados reproducían escenas de los combates o de la vida comunera bajo la forma de grabados y litografías. Mientras la gran prensa burguesa reproducía las noticias más fantásticas sobre hechos de violencia y destrucción atribuidos a la plebe de París, los medios de prensa minoritarios de los republicanos radicales, de los federalistas españoles y de los socialistas de todo el mundo se empeñaban chequear la información y en publicar fuentes fidedignas. La Comuna impactó fuertemente en la prensa española así como en toda la América Latina.

Los exiliados de la Comuna refugiados en Londres, en Bruselas o en Ginebra comenzaron a publicar sus testimonios y sus balances en el mismo año de 1871. Una intensa folletería popular de celebración de la experiencia comunera y de denuncia a los procesos judiciales nutrió la cultura de izquierdas de las últimas tres décadas del siglo XIX, tanto anarquista como socialista, proyectándose incluso a comienzos del siglo XX. El republicano federalista español Manuel de Cala publicó entre 1871 y 1872 dos volúmenes titulados Los comuneros de París, con prólogo de Pi y Margall, que todavía se reeditaban en Buenos Aires en 1929. La vibrante Historia de la Comuna de 1871 del periodista socialista Lissagaray, publicada en Bruselas en 1876 durante el exilio de su autor, fue un verdadero best-seller de su tiempo. Eleanor, la hija menor de Marx y por aquel tiempo pareja de Lissagaray, la tradujo al inglés.

Del lado anarquista, la obra más popular fue la de Louise Michel, una educadora que había encabezado la manifestación de mujeres que impidió que los cañones parisinos pasaran a mano de los versalleses. La Commune. Histoire et souvenirs (La Comuna. Historia y recuerdos), publicado en París en 1898 cuando hacía ya varios años que su autora había retornado de su deportación en Nueva Caledonia, se tradujo enseguida al español en Barcelona, conociendo a comienzos del siglo XX sucesivas ediciones populares que se leían en todo el mundo de habla hispana. También alcanzó enorme popularidad La Commune (1904), una historia novelada de los hermanos Paul y Victor Margueritte, que fue traducida al español en Barcelona en 1932, en los albores de la Segunda República.

Los exiliados de la Comuna se esparcieron por Europa y América llevando sus relatos heroicos, sus programas políticos y sus rencillas internas. Allí donde se afincaban, lanzaban periódicos en francés, publicaban folletos y fundaban secciones de la Internacional. Fueron comuneros franceses quienes crearon la primera sección francesa de la Internacional en la Buenos Aires de 1872. Otros ex-communards se instalaron en Chile, Uruguay y Brasil, según las pistas que siguió Marcelo Segall.

Alicia Moreau, una de las figuras señeras del socialismo argentino, era hija del comunero Armand Moreau, que se había exiliado en Londres con su familia antes de instalarse en Buenos Aires. El movimiento socialista internacional celebró el 18 de marzo como una jornada popular, al menos durante tres décadas. Jóvenes intelectuales socialistas como Leopoldo Lugones y José Ingenieros lanzaron en la Buenos Aires de 1987 el periódico La Montaña, fechándolo el 12 Vendimiario del año XXVI de la Comuna, conforme el calendario revolucionario adoptado en 1871. Todavía a comienzos del siglo XX la portada del semanario socialista argentino La Vanguardia correspondiente al 18 de marzo estaba dedicada a homenajear a la Comuna. En el México de 1874 aparece un periódico bisemanal, La Comuna, que poco después nacionaliza la experiencia parisina y pasa a titularse La Comuna Mexicana. Dos años después, el periódico mexicano El Hijo del Trabajo daba a conocer las biografías de los principales líderes de la experiencia comunera.

La memoria de la Comuna se mantuvo viva en América Latina más allá del exilio francés. El socialista chileno Luis Emilio Recabarren y el anarquista peruano González Prada, entre muchísimos otros, le consagraron artículos en la prensa obrera de su tiempo. El Centenario de la Comuna fue celebrado en 1971 con reediciones de aquellas obras clásicas, con suplementos especiales que le consagraron periódicos y revistas, y con un Coloquio internacional realizado en París. El Berliner Ensable presentó entonces en París Los días de la Comuna, la pieza teatral de Bertold Brecht.

Todavía resonaban los ecos de Mayo de 1968, cuando los estudiantes de la nouvelle gauche le disputaron a la tradición comunista la herencia de la Comuna. Tan constantes fueron las referencias de los enragès a los episodios de la Comuna de 1871 que la compilación de Alain Schnapp y Pierre Vidal-Naquet sobre Mayo del 68 llevó por título Journal de la Commune étudiante.

Los herederos de la tradición leninista –los comunistas, los trotskistas y los maoístas–, venían celebrando en la experiencia comunera la dimensión insurreccional y los atisbos de una «dictadura del proletariado», remarcando siempre la «gran lección» de 1871: la clase obrera no puede triunfar sin un partido revolucionario. En un camino abierto por el movimiento situacionista, el filósofo francés Henri Lefebvre ofrecía en 1965 a sus alumnos de la Universidad de Nanterre una lectura alternativa, en la que el final trágico de la experiencia comunera no debía opacar su decurso como un acontecimiento lúdico y festivo.

Para Lefebvre, la Comuna habría sido una fiesta inmensa que el pueblo de París se habría regalado a sí mismo y al mundo, una fiesta «de los desheredados y de los proletarios, fiesta revolucionaria y de la revolución, fiesta total, la más grande de los tiempos modernos». Y a contrapelo de las lecturas hasta entonces dominantes, entendió que las notas que definían la experiencia comunera eran una espontaneidad incontenible, una gran pluralidad, su carácter internacionalista, su genio colectivo (desprovisto de grandes jefes), la ausencia de un partido que por detrás pudiera controlar todo lo que sucedía, así como un antibelicismo y anticolonialismo ejemplificados en el derribo de la Columna Vendôme, símbolo de las victorias napoléonicas. Lefebvre abrió el camino a aquellas lecturas contemporáneas que repusieron la historicidad de la Comuna, al extraerla de la genealogía que la inscribía como un prolegómeno de la Revolución Rusa de 1917. Esto no significa, ni mucho menos, que se trate simplemente de devolverla a Francia, porque la Comuna tampoco encuentra su lugar en la historia del republicanismo nacional francés.

En el mundo globalizado del siglo XXI, las apelaciones a las formas comunales son cada vez más frecuentes en las más diversas experiencias políticas de resistencia al poder, en las que no faltan siquiera las referencias expresas a la experiencia de 1871. «La referencia a la Comuna –escribe Deluermoz, el último gran historiador de este acontecimiento– parece alimentar las demandas cada vez más presentes de un poder más horizontal así como el principio de un ‘movimiento sin líderes’ que caracterizan a muchas de estas protestas contemporáneas».

Estas demandas sociales alimentan nuevos significados y recuperan otras imágenes, más próximas a la subjetividad política contemporánea. Es el caso de la Comuna de Louise Michel y la de tantas mujeres que a pesar de quedar excluidas del sufragio «universal», jugaron un rol crucial en la defensa de París. O de la Comuna de los artistas y de los poetas, la de Gustave Courbet y Honoré Daumier, la de Rimbaud y Verlaine. También es la Comuna del poeta Eugéne Pottier, autor de aquellos versos de «La Internacional» que, años después, con música del belga Pierre Degeyter, iban a convertirse en el himno de los trabajadores de todo el globo. O la Comuna de los laicistas y de los educadores. Está también la Comuna del general Jarosław Dąbrowski y la de tantos polacos e italianos que se batieron en París por una causa que consideraban universal. Está la Comuna de los clubes políticos, de los periódicos revolucionarios que libraban una lucha desigual con los grandes medios de prensa, la Comuna de los pasquines pegados en la pared, la Comuna que adoptó la bandera roja convirtiéndola, 150 años atrás, en emblema universal del socialismo y estandarte internacional de la liberación de los trabajadores.

La Comuna fue fecunda forjadora de imágenes y de símbolos que, a pesar del tiempo transcurrido, todavía le dicen algo a nuestro presente. La historiografía del siglo XXI vuelve a los archivos y elabora nuevos relatos del acontecimiento de 1871. La literatura y el arte de nuestro presente vuelven a ponerla en escena, tal como lo ensayó a comienzos de nuestro siglo el director británico Peter Watkins con su docudrama monumental La Comuna de París, apelando a actores no profesionales. Una actualidad que disgustaba a François Furet. El historiador liberal francés había sostenido que «ningún acontecimiento de nuestra historia moderna, y acaso de toda nuestra historia, ha sido objeto de tal sobreinversión de interés en relación con su brevedad». Eric Hobsbawm coincidía en cierto modo al señalar que la Comuna «no fue tan importante por lo que consiguió como por lo que presagiaba; fue más formidable como símbolo que como hecho». Justamente por eso, señalaba, los historiadores deberían «resistirse a la tentación de despreciarla retrospectivamente».
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Referencias bibliográficas

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Mijaíl Bakunin: «Lettre au journal La Liberté de Bruxelles», Zúrich, octubre de 1872, en Œuvres, Stock, París, 1910, t. IV.
Quentin Deluermoz: Commune(s), 1870-1871. Une traversée des mondes au XIXe siècle, Seuil, París, 2020.
Diógenes de Giorgi: La Comuna de París en la prensa montevideana de la época, Biblioteca de Marcha, Montevideo, 1971.
François Furet: La Révolution. 1770-1880, Hachette, París, 1988.
Gastón García Cantú: El socialismo en México (siglo XIX), ERA, Ciudad de México, 1969.
Georges Haupt: «La Comuna como símbolo y como ejemplo» en El historiador y el movimiento social, Siglo Veintiuno, Madrid, 1986.
Heinrich Koechlin: Ideologías y tendencias en la Comuna de París, Proyección, Buenos Aires, 1965.
Eric J. Hobsbawm: La era del capitalismo, Guadarrama, Barcelona, 1981.
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Henri Lefebvre: La proclamation de la Commune, Gallimard, París, 1965.
Karl Marx: «La guerra civil en Francia», en Karl Marx: Antología, Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 2015.
Miklós Molnár: El declive de la Primera Internacional, Cuadernos para el Diálogo, Madrid, 1974.
Boris Nicolaïevski y Otto Maenchen-Helfen: La vida de Carlos Marx, Ayuso, Madrid, 1973.
H. Prosper-Olivier Lissagaray: Historia de la Comuna, Estela, Barcelona, 1971 (2 vols.).
Michèle Riot-Sarcey: Le procès de la liberté. Une histoire souterraine du XIXe siècle en France, La Découverte, París, 2016.
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Marcelo Segall: «La Comuna y los excommunards en un siglo de América Latina» en Boletín de la Universidad de Chile Nº 109-110, 4-5/1971.
Edgar Straehle Porras: «Mayo del 68, la Comuna de parís y la tradición revolucionaria. Una aproximación desde Henri Lefebvre» en Oxímora. Revista Internacional de Ética y Política Nº 13, 7-12/2018.
Horacio Tarcus: Marx en la Argentina. Sus primeros lectores obreros, intelectuales y científicos, Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 2007.
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Fuente:

PROCLAMACIÓN DE LA COMUNA DE PARÍS


El 28 de marzo de 1871 se proclamó el primer gobierno obrero, del cual se cumplen 150 años este 2021. La Comuna de París duró tres meses, pero ella dejó unas lecciones trascendentales para el movimiento obrero mundial, que no podían se más que perfectas ahora, cuando Colombia vive un momento de ascenso del movimiento de masas en el que existe la posibilidad de avanzar hacia el establecimiento de un gobierno de obreros y campesinos.

En ese sentido reproduciremos en esta semana, en la que la Comuna atravesó por días muy difíciles, pues la burguesía cobró a sangre y fuego la osadía de los obreros de atreverse a tomar el cielo por asalto, unos apartes de la historia publicado hace algunos años en una sección del periódico llamada Memorias del Movimiento Obrero Mundial. Allí se expresa de forma concisa como se desarrolló y las lecciones que dejó, en especial recomendamos la entrega que hace referencia al tipo de Estado adoptado por los obreros para ejercer el poder, pues es la forma que puede y debe adoptar el nuevo Estado, después de derrocar el Estado burgués.

El 18 de marzo estalló en París una revolución espontánea, sin la preparación consciente del partido político proletario, siendo su aparición causada principalmente por: la guerra franco-alemana (el ejército prusiano sitia a París, la amenaza y la somete al hambre); la indignación de los obreros (ante la tradición de la burguesía republicana y la composición reaccionaria de la Asamblea Nacional); el desarrollo de las ideas socialistas en general (por influencia de la Internacional) unido a la situación de desempleo del proletariado y ruina de la pequeña burguesía (víctimas de la política del Segundo Imperio). Ese día París amaneció tomada por los obreros armados, alzados en revolución contra el gobierno de Thiers que pretendía adueñarse de los cañones de la Guardia Nacional ubicados en Montmartre. Y si bien, de inmediato los obreros de otras ciudades se solidarizaron con la lucha de los obreros parisinos, proclamando del 22 al 25 de marzo Comunas en Lyon, Saint-Etienne, Le Creusot, Marsella, Narbona y Toulouse, éstas no perduraron a causa de su propia desorganización. En París, muy apresuradamente el Comité Central convocó a elecciones, expresando en su proclama de despedida: “No perder de vista que los hombres que mejor os servirán serán los que escojáis de entre vosotros mismos. Los que vivan vuestra propia vida, los que sufran vuestros propios dolores. Desconfiad igualmente de los ambiciosos tanto como de los recién llegados. Desconfiad igualmente de los charlatanes. Evitad a aquellos a quienes ha favorecido la fortuna, porque el que ha sido favorecido por la fortuna es difícil que esté dispuesto a mirar al trabajador como a un hermano”.

Dicen los historiadores que la Comuna de París fue elegida el domingo 26 de marzo, cuando 227.000 personas asistieron a las elecciones, y fue proclamada el 28 de marzo con ochenta concejales de los cuales sesenta y seis eran revolucionarios, siendo obreros veinticinco de ellos, en su mayoría jóvenes de no más de veinticinco años. Al respecto, la afirmación de Engels “los miembros de la Comuna eran todos, casi sin excepción, obreros o representantes reconocidos por los obreros” trasluce la diferente apreciación del estadístico según sean sus intereses de clase. El 29 de marzo se organiza el gobierno de la Comuna conformado por nueve Comisiones de trabajo, de cinco miembros cada una (Finanzas, Guerra, Justicia, Seguridad Nacional, Subsistencias, Cambio y Trabajo, Relaciones Exteriores, Servicios Públicos y Enseñanza) cuyos delegados forman una Comisión Ejecutiva. Y si bien, de los miembros revolucionarios de la Comuna sólo una minoría eran influidos por la Asociación Internacional de los Trabajadores, éstos desempeñaron un decisivo papel en el gobierno: Varlin pasa de las finanzas a los abastecimientos y de éstos a la intendencia enfrentando la atención alimenticia de 300.000 desempleados; el joven contador Jourde se encarga de las finanzas; Theisz organizador de la Federación de Sociedades Obreras, con el apoyo de los trabajadores del correo, en 48 horas lo reorganiza, pues estaba abandonado y con avisos ordenando a sus empleados trasladarse a Versalles bajo amenaza de despido; Avrial, delegado del cuartel de artillería, aprueba el reglamento que fija la jornada laboral en diez horas para los talleres del Louvre; Léo Frankel, al frente de la Comisión de Cambio y Trabajo, se apoya en una comisión de iniciativas compuesta por trabajadores, en la cual Elizabeth Dimitrief se encarga de la organización de las mujeres obreras.

Así, sencillo, barato, compuesto de trabajadores, sin charlatanería parlamentaria, el gobierno de la Comuna legisla y ejecuta al mismo tiempo, medidas revolucionarias como las descritas por Engels en la Introducción al clásico documento de Marx sobre la Comuna, La Guerra Civil en Francia: “El 30, la Comuna abolió la conscripción y el ejército permanente y declaró única fuerza armada a la Guardia Nacional, en la que debían enrolarse todos los ciudadanos capaces de empuñar las armas. Condonó los pagos de alquiler de viviendas desde octubre de 1870 hasta abril de 1871, incluyendo en cuenta para futuros pagos de alquileres las cantidades ya abonadas, y suspendió la venta de objetos empeñados en el monte de piedad de la ciudad. El mismo día 30 fueron confirmados en sus cargos los extranjeros elegidos para la Comuna, pues «la bandera de la Comuna es la bandera de la República mundial». El 1 de abril se acordó que el sueldo máximo que podría percibir un funcionario de la Comuna, y por tanto los mismos miembros de ésta, no podría exceder de 6.000 francos (4.800 marcos). Al día siguiente, la Comuna decretó la separación de la Iglesia del Estado y la supresión de todas las partidas consignadas en el presupuesto del Estado para fines religiosos, declarando propiedad nacional todos los bienes de la Iglesia; como consecuencia de esto, el 8 de abril se ordenó que se eliminase de las escuelas todos los símbolos religiosos, imágenes, dogmas, oraciones, en una palabra, «todo lo que cae dentro de la órbita de la conciencia individual», orden que fue aplicándose gradualmente. El día 5, en vista de que las tropas de Versalles fusilaban diariamente a los combatientes de la Comuna capturados por ellas, se dictó un decreto ordenando la detención de rehenes, pero esta disposición nunca se llevó a la práctica. El día 6, el 137 Batallón de la Guardia Nacional sacó a la calle la guillotina y la quemó públicamente, entre el entusiasmo popular. El 12, la Comuna acordó que la Columna Triunfal de la plaza Vendôme, fundida con el bronce de los cañones tomados por Napoleón después de la guerra de 1809, se demoliese, como símbolo de chovinismo e incitación a los odios entre naciones. Esta disposición fue cumplida el 16 de mayo. El 16 de abril, la Comuna ordenó que se abriese un registro estadístico de todas las fábricas clausuradas por los patronos y se preparasen los planes para reanudar su explotación con los obreros que antes trabajaban en ellas, organizándoles en sociedades cooperativas, y que se planease también la agrupación de todas estas cooperativas en una gran Unión. El 20, la Comuna declaró abolido el trabajo nocturno de los panaderos y suprimió también las oficinas de colocación, que durante el Segundo Imperio eran un monopolio de ciertos sujetos designados por la policía, explotadores de primera fila de los obreros. Las oficinas fueron transferidas a las alcaldías de los veinte distritos de París. El 30 de abril, la Comuna ordenó la clausura de las casas de empeño, basándose en que eran una forma de explotación privada de los obreros, en pugna con el derecho de éstos a disponer de sus instrumentos de trabajo y de crédito. El 5 de mayo, dispuso la demolición de la Capilla Expiatoria, que se había erigido para expiar la ejecución de Luis XVI”.

Como se puede ver, las medidas de la Comuna, tienen un rasgo especialmente revolucionario, muy distinto de las medidas revolucionarias que en su tiempo adoptaban las revoluciones burguesas, y muy distante de las medidas “revolucionarias” típicas de las revoluciones pequeñoburguesas. Dice Engels, que en la Comuna sus medidas tuvieron un carácter marcadamente proletario debido al componente obrero de sus miembros, y distingue tres categorías en sus decretos: unos, fueron reformas que la burguesía republicana no se atrevía implantar por vil cobardía, pues servían de cimientos indispensables para la libre acción de la clase obrera (caso de la implantación del principio de que, con respecto al Estado, la religión es un asunto de incumbencia puramente privada); otros, salvaguardaban directamente los intereses inmediatos de la clase obrera (caso del empleo, salario, jornada, etc.), y otros tenían ya un tinte socialista que rompían con el viejo orden social (caso del funcionamiento de la Comuna como un nuevo tipo de Estado y la abolición de ciertas formas de explotación capitalista). Sobre ésta última categoría, Lenin explica “…en la sociedad moderna, el proletariado, avasallado en lo económico por el capital, no puede dominar políticamente si no rompe las cadenas que lo atan al capital. De ahí que el movimiento de la Comuna debiera adquirir inevitablemente un tinte socialista, es decir, debiera tender al derrocamiento del dominio de la burguesía, de la dominación del capital, a la destrucción de las bases mismas del régimen social contemporáneo”.

Por su contenido la Comuna de París representa un acontecimiento sin precedentes en la historia del movimiento obrero, donde por vez primera el proletariado se convierte en clase gobernante en alianza con la pequeña burguesía que se unió a su lucha. Por su forma, la Comuna de París, se convirtió en el ejemplo y camino a seguir por la clase obrera mundial porque en tan solo 72 días de existencia descubrió y le enseñó cómo se debe resolver el problema crucial de su revolución política: el problema de la destrucción del Estado burgués y la instauración de la dictadura del proletariado.

EL ESTADO TIPO COMUNA



La derrota de los ejércitos del Emperador Napoleón III significó la caída del Segundo Imperio dando paso a la República en la forma de un Gobierno de la Defensa Nacional en manos de la burguesía republicana. El proletariado había aceptado esta forma de república sólo y a condición de llevar a cabo la defensa nacional. Pero cuando la burguesía alemana transformó su guerra defensiva en guerra de agresión contra la nación francesa, la burguesía republicana capituló humillándose como un gobierno de la traición nacional. Con los ejércitos prusianos a las puertas de París sólo era posible defender la ciudad armando a la población, y armar a la población parisina era armar a la clase obrera, lo cual significaba armar la revolución del proletariado. La Guardia Nacional fue la forma que tomó el armamento general del pueblo, lo cual desvelaba más a la burguesía francesa que el asedio del ejército alemán. Tanto así que, Julio Favre, ministro de Negocios Extranjeros en el gobierno burgués, en alguna de sus cartas confesó que de lo que se «defendían» no era de los soldados prusianos sino de los obreros de París. Y buena razón tenían los burgueses, pues sabían que si el proletariado armado derrotaba la agresión de la burguesía alemana, de hecho quedaba derrotada también la burguesía francesa cuyo gobierno y ejército habían huido de París, por lo cual para la burguesía la defensa del poder del capital estaba por encima de la defensa de la nación.

La preocupación principal de la burguesía francesa era ¡desarmar a los obreros! y pretendió hacerlo el 18 de marzo, precipitando una espontánea revolución obrera, quedando dueña del poder estatal, ante la huída a Versalles de Thiers y sus ejércitos. Así lo expresó el Comité Central de la Guardia Nacional en su Manifiesto del 18 de marzo: «Los proletarios de París en medio de los fracasos y las traiciones de las clases dominantes, se han dado cuenta de que ha llegado la hora de salvar la situación tomando en sus manos la dirección de los asuntos públicos… Han comprendido que es su deber imperioso y su derecho indiscutible hacerse dueños de sus propios destinos, tomando el poder». Fue éste el inmortal aporte de la Comuna de París a la experiencia y lucha del movimiento obrero internacional: resolver con la iniciativa de las masas el problema del cómo debe ser un Estado en manos del proletariado.

Para aquel entonces el socialismo ya se había configurado como ciencia, a lo largo de una permanente lucha contra tendencias y doctrinas adversas, y al calor de la práctica en la lucha de clase del proletariado. Ya desde los años 40 del siglo XIX el marxismo venía descubriendo, como parte del materialismo histórico, que el Estado no ha existido ni existirá siempre, sino que es un producto social propio de las sociedades divididas en clases; un órgano de opresión e instrumento de explotación no situado por encima o al margen de las clases, sino al servicio de la clase o clases dominantes que por lo general son las clases económicamente dominantes.

Sin embargo, la experiencia de la lucha política de la clase obrera todavía no aportaba el conocimiento directo para pulimentar esa teoría, de tal forma que en 1848 cuando se publica el Manifiesto del Partido Comunista redactado por Carlos Marx y Federico Engels, la idea se plantea muy en general: la necesidad de la «organización del proletariado como clase dominante«. Es la práctica de las insurrecciones obreras de 1848 en Europa, la que permite a Marx desarrollar y concretar la conclusión de «La dictadura de clase del proletariado como punto necesario de transición para la supresión de las diferencias de clase en general», expuesta en su obra Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, y complementada con una ingeniosa observación: «Todas las revoluciones perfeccionaban esta máquina [el Estado] en vez de destruirla» hecha en El dieciocho brumario de Luis Bonaparte escrito a finales de 1851 y principios de 1852.

Fue la experiencia de la Comuna de París la que reveló la forma de esa organización del proletariado como clase dominante, la forma del Estado de dictadura del proletariado, a instaurarse en lugar del Estado burgués, al que se debe destruir hasta los cimientos. Así lo expresó Marx en el Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores, titulado La guerra civil en Francia: «La Comuna era, esencialmente, un gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma política al fin descubierta para llevar a cabo dentro de ella la emancipación económica del trabajo«.

Aun cuando la experiencia, desarrollo y organización de la lucha del proletariado como clase independiente, no le otorgaban todavía la suficiente preparación para convertirse en clase gobernante, el gran desarrollo capitalista de la sociedad francesa permitía que la clase obrera tomase la vanguardia de la revolución, como en efecto lo hizo, y por primera vez en la historia del movimiento obrero, el proletariado mantuvo la iniciativa hasta tomar el poder. A pesar de las limitaciones fue asombrosa la actuación, el avance y las medidas dictadas por la Comuna, entre las cuales destella su actuación frente al poder del Estado, impulsada por la guerra civil, y en altísimo porcentaje fruto de la iniciativa creadora de las masas obreras.

Contra el monopolio de las armas en manos de una fuerza especial de represión al servicio de la clase dominante, fuerza que constituye el pilar central del Estado burgués, la Comuna de París en su primer decreto colocó las armas directamente en manos del proletariado como la nueva clase dominante, suprimiendo el ejército permanente y sustituyéndolo por el pueblo en armas, al declarar a la Guardia Nacional única fuerza armada en la cual debían alistarse todos los ciudadanos capaces de empuñar las armas.

Contra la transformación del Estado y de sus órganos en señores parásitos de la sociedad, en burocracia del Estado, la Comuna de París los convirtió en servidores de la sociedad: «En primer lugar, -dice Engels- cubrió todos los cargos administrativos, judiciales y de enseñanza por elección, mediante sufragio universal, concediendo a los electores el derecho a revocar en todo momento a sus elegidos. En segundo lugar, todos los funcionarios altos y bajos, estaban retribuidos como los demás trabajadores«.

Así, formada por consejeros municipales elegidos por sufragio universal, la Comuna de París no era una institución parlamentaria, sino una corporación de trabajo, ejecutiva y legislativa al mismo tiempo.

Sencillas medidas que significaron tan profundas y radicales transformaciones en el Estado, que en realidad, la Comuna de París es la negación dialéctica del viejo Estado burgués en un nuevo tipo de Estado con un gobierno barato de la clase obrera.
En cuanto a tal nuevo tipo de Estado, la esencia de la Comuna puede resumirse así:

• La fuente de su poder está en la iniciativa directa de las masas populares desde abajo.

• Sustitución de la policía y del ejército como instituciones apartadas del pueblo y contrapuestas a él, por el armamento general del pueblo.

• Sustitución de la burocracia del Estado por funcionarios asalariados elegibles y removibles por las masas en cualquier momento.

“La Comuna tuvo que reconocer desde el primer momento que la clase obrera, al llegar al poder, no podía seguir gobernando con la vieja máquina del Estado; que, para no perder de nuevo su dominación recién conquistada, la clase obrera tenía, de una parte, que barrer toda la vieja máquina represiva utilizada hasta entonces contra ella, y de otra parte, precaverse contra sus propios diputados y funcionarios, declarándolos a todos, sin excepción revocables en cualquier momento”. Federico Engels

MÁS SOBRE EL ESTADO TIPO COMUNA

La Comuna de París, como nuevo tipo de Estado, fue la negación del Estado burgués; y al mismo tiempo, el comienzo de la negación de todo Estado.

Desde el momento en que la sociedad se dividió en clases, es decir, entre unos que trabajan y otros que viven del trabajo ajeno, se hizo necesario un poder especial que impidiera la destrucción de la sociedad a cuenta de los antagonismos irreconciliables entre sus clases. Ese poder especial es el Estado cuya función consiste en refrenar el antagonismo entre las clases, amortiguando sus choques, lo cual no significa conciliar los intereses de las clases antagónicas (como lo interpretan y desean los oportunistas), sino todo lo contrario, garantizar el dominio de una clase sobre otras, para lo cual, el Estado priva a las clases oprimidas de ciertos medios y procedimientos de lucha. De ahí que el instrumento principal, o el pilar central de la fuerza del Estado, lo constituyen los destacamentos armados de carácter profesional (las fuerzas armadas del ejército y la policía) quienes tienen el monopolio de las armas y junto con sus cárceles, convierten al Estado en una máquina para la opresión de una clase por otra.

Particularmente, en la sociedad capitalista, la burguesía pregona que esa máquina del Estado es “una institución democrática al servicio de toda la sociedad” y por tanto, “situada por encima de toda la sociedad”. Pero eso no es más que una falsa apariencia, pues el Estado es un producto social que tiene un definido carácter de clase; en el capitalismo es un Estado burgués cuya fuente de poder está en el capital y sirve exclusivamente a los intereses de una minoría de la sociedad, los capitalistas (burgueses, terratenientes e imperialistas), siendo, además de máquina de represión, uninstrumento de explotación en manos de los dueños del capital, que funciona con un gigantesco y costoso aparato burocrático de jueces y diputados parlanchines, quienes junto con las fuerzas armadas, viven como parásitos a cuenta de los impuestos arrancados al pueblo.

El Estado tipo Comuna, sigue siendo Estado de clase porque sirve al proletariado como clase dominante para ejercer su dictadura sobre los antiguos opresores y explotadores; pero es un nuevo Estado que niega al viejo Estado burgués, primero porque su fuente de poder está en la iniciativa directa de las masas populares desde abajo, sirviendo y defendiendo por vez primera en la historia de la sociedad, los intereses de la inmensa mayoría (las masas trabajadoras), ya no con destacamentos especiales armados, sino con el armamento general del pueblo en sustitución del ejército y la policía (instituciones apartadas de las masas y contrapuestas a ellas); y segundo, porque sustituye el gigantesco aparato burocrático del Estado, por funcionarios elegibles y removibles por las masas en cualquier momento, y todos, absolutamente todos, remunerados con salarios de obrero. Respecto a estas sencillas pero profundas transformaciones, concluye Marx: “La Comuna convirtió en una realidad ese tópico de todas las revoluciones burguesas, que es ‘un gobierno barato’, al destruir las dos grandes fuentes de gastos: el ejército permanente y la burocracia del Estado”.

Y en la medida en que las funciones del Estado (que antes eran privilegio y ocupación de cuerpos o destacamentos especiales apartados del pueblo), fueron colocadas por la Comuna en manos de las masas trabajadoras, en esa misma medida se inicia la negación del Estado en general como institución especial de la sociedad, pues sus funciones empiezan a ser cumplidas por toda la sociedad.

Negar el Estado burgués no es remodelarlo, sino destruirlo mediante la violencia revolucionaria; destruir su pilar central, sus aparatos e instituciones burocráticas. Esta es la característica esencial de la revolución del proletariado, y de hecho la abismal diferencia con las revoluciones de la pequeña burguesía que en lugar de destruir el Estado burgués, lo preservan con el argumento de ejercer a través de él una verdadera democracia, con lo cual lo único que hacen es maquillar la dictadura burguesa, gobernando en beneficio de la burguesía pues el carácter de clase de tal Estado sigue siendo burgués, donde la democracia es para los explotadores y la dictadura para los explotados. En cambio, la democracia proletaria significa dictadura abierta sobre la burguesía, los terratenientes y los imperialistas, y democracia real para las masas trabajadoras de obreros y campesinos. Mientras la democracia burguesa no va más allá de la proclamación formal de los derechos y libertades del pueblo, la democracia proletaria consiste en la participación real de las masas trabajadoras en la administración del Estado, y en el usufructo de los bienes expropiados a los expropiadores. Mientras para la burguesía igualdad es un concepto jurídico que disfraza la desigualdad de las clases, para el proletariado igualdad significa acabar con las diferencias de clase en la posesión de los medios de producción.

De ahí, que como dijera Marx refiriéndose al régimen de la Comuna de París “la dominación política de los productores es incompatible con la perpetuación de su esclavitud social”, por tanto, el poder de la Comuna como nuevo tipo de Estado“había de servir de palanca para extirpar los cimientos económicos sobre que descansa la existencia de las clases y, por consiguiente, la dominación de clase. Emancipando el trabajo, todo hombre se convierte en trabajador, y el trabajo productivo deja de ser atributo de una clase”.

Por eso la Comuna no convirtió el poder político en un fin en sí mismo, sino en un medio para expropiar a los expropiadores, como lo demuestra su actuación práctica a pesar de su corta existencia de dos meses: abolió el trabajo nocturno para los obreros panaderos, suprimió las oficinas de empleo, prohibió con penas la práctica frecuente de los patronos de rebajar los salarios mediante multas a los obreros, entregó a las asociaciones obreras todos los talleres y fábricas que habían sido clausurados por sus dueños, condonó los pagos de arrendamiento desde octubre de 1870 hasta abril de 1871, prohibió la venta de objetos empeñados y clausuró las casas de empeño, dispuso la asociación cooperativa de los obreros de la gran industria y la manufactura, y la organización de todas las cooperativas en una gran Unión, liberó a los campesinos de las costas derivadas de la guerra adjudicándoselas a sus verdaderos causantes, dictó medidas para destruir la fuerza espiritual de represión de la iglesia separándola del Estado y expropiando a todas las iglesias como corporaciones poseedoras, abrió gratuitamente al pueblo todas las instituciones de enseñanza eliminando de ellas todos los símbolos religiosos, imágenes, dogmas, oraciones, constriñéndolos a la órbita de la conciencia individual. La Comuna de París cuyo poder había sido inspirado en el sentimiento de la defensa de la nación contra la agresión prusiana, por su carácter de clase proletario, se convirtió en un nuevo tipo de Estado con un gobierno obrero auténticamente internacional.

"La clase obrera no esperaba de la Comuna ningún milagro. Los obreros no tienen ninguna utopía lista para implantarla par récret du peuple [por decreto del pueblo]. Saben que para conseguir su propia emancipación, y con ella esa forma superior de vida hacia la que tiende irresistiblemente la sociedad actual por su propio desarrollo económico, tendrán que pasar por largas luchas, por toda una serie de procesos históricos, que transformarán completamente las circunstancias y los hombres. Ellos no tienen que realizar ningunos ideales, sino simplemente dar suelta a los elementos de la nueva sociedad que la vieja sociedad burguesa agonizante lleva en su seno”.
Carlos Marx

LAS MUJERES EN LA COMUNA DE PARÍS, 1871


Tomado de La Cause du Peuple, publicado el 18 de marzo de 2021 – Traducción de Revolución Obrera

El 18 de marzo de 1871 marca la fecha del estallido de la Comuna de París. Cientos de miles de trabajadores y artesanos se levantaron, tomaron el control de la ciudad y establecieron la primera dictadura proletaria de la historia. Durante más de dos meses, hasta el 28 de mayo -que marcó el final de la sangrienta semana en la que las tropas contrarrevolucionarias de Versalles masacraron a decenas de miles de comuneros- se produjeron inmensos avances en París. Las mujeres, que representan la mitad del proletariado y que en aquella época casi no tenían derechos, tuvieron un papel importante a lo largo de la experiencia revolucionaria de la Comuna.

La Comuna de París se produjo en un momento difícil para toda la clase obrera francesa, y en particular para las mujeres. Pocos meses después del final de la guerra franco-prusiana, gran parte del Estado francés fue ocupado por las tropas alemanas. En París, todavía asediada unos meses antes, la ira retumba en todo el proletariado, especialmente entre las mujeres. Sus salarios eran dos veces más bajos que los de los hombres, y a menudo tenían que trabajar directamente desde casa (especialmente en la industria textil) para cuidar de sus hijos. Algunas trabajan gratis, otras se veían obligadas a prostituirse para mantener a sus familias.

En este contexto, las mujeres de la clase obrera tenían todas las razones para rebelarse. Sin embargo, el movimiento feminista de la época las hizo a un lado, prefiriendo los debates intelectuales de salón a la lucha concreta. Así, ya en su momento, el movimiento feminista burgués que decía representar a “todas las mujeres”, en realidad sólo representaba los intereses de las mujeres burguesas.

Para las mujeres obreras, fue durante la guerra franco-prusiana cuando todo se aceleró: ellas exigieron armas para defenderse de la invasión alemana, pero también el derecho a ir al frente para atender a los heridos de guerra, el cual se les había negado hasta entonces. Entre estas mujeres, encontramos dos importantes figuras de la Comuna de París: Sophie Poirier y Louise Michel.

Así que, al final de la guerra, cuando el gobierno decidió quitarles las armas a los parisinos, el pueblo se negó. El 18 de marzo, el ejército francés llegó a París de madrugada para desarmar al pueblo. Las mujeres, despertadas antes que los hombres, se dieron cuenta y se opusieron frontalmente al ejército. Es este mismo acontecimiento, protagonizado por las mujeres, el que desencadena la insurrección del 18 de marzo y el establecimiento de la Comuna de París. A partir de entonces, toda la clase obrera parisina quedó fuera, junto con decenas de miles de artesanos. Todos ellos se opusieron al desarme. En todo París se levantaron barricadas. Muchos soldados, en su mayoría obreros o campesinos reclutados a la fuerza en el ejército, confraternizaron con los revolucionarios y se negaron a disparar contra la multitud, a pesar de las órdenes del gobierno burgués; que fue obligado a reconocer la derrota y a evacuar los hermosos barrios de París. En el acaudalado cuarto distrito, la multitud tomó el puesto militar de la Rue des Rosiers donde estaban atrincherados dos generales del ejército, que fueron inmediatamente ejecutados por los revolucionarios. Unas horas más tarde, la Guardia Nacional, que se puso del lado de los revolucionarios, tomó el Hôtel de Ville. A partir de entonces, todo París quedó en manos de los revolucionarios y las fuerzas reaccionarias se vieron obligadas a retirarse a Versalles.

Fue una gran victoria para toda la clase obrera parisina, y especialmente para las mujeres. A partir de entonces, se estableció una importante lucha directamente en el seno de la Comuna de París. En efecto, mientras que las mujeres contribuyeron activamente a la insurrección; mientras que representan la mitad del proletariado; mientras que participan en el buen funcionamiento de la sociedad; la mayoría de los hombres que ejercían cargos de responsabilidad dentro de la Comuna rechazaron categóricamente que las mujeres pudieran acceder a puestos de poder. No obstante, se produjeron importantes avances en sus derechos: se reconocieron las uniones libres, las viudas de los soldados muertos en la guerra recibieron una pensión, hubieran estado casadas o no; se prohibió la prostitución, se puso en marcha la igualdad salarial, se facilitó el divorcio y se reconoció el derecho a la educación de las mujeres.

Aunque se les negaron puestos de responsabilidad, muchas mujeres se organizaron y participaron activamente en la Comuna, está el caso por ejemplo de Louise Michel, militante anarquista que estuvo en primera línea durante toda la experiencia revolucionaria. Ya el 18 de marzo, mantuvo una línea correcta al afirmar que la ofensiva revolucionaria debía proseguir hasta Versalles. Incluso se ofreció a matar a Adolphe Thiers, jefe del gobierno burgués atrincherado en Versalles. Con la ventaja de la retrospectiva histórica, hoy sabemos que si los comuneros hubieran atacado Versalles como deseaba Louise Michel, sin duda habrían podido ampliar la zona de influencia de la revolución. Así, poco después de la Comuna de París, Friedrich Engels, teórico revolucionario y camarada de Karl Marx, escribió: «¿La Comuna de París habría durado acaso un solo día, de no haber empleado esta autoridad de pueblo armado frente a los burgueses? ¿No podemos, por el contrario, reprocharle el no haberse servido lo bastante de ella?». 1 Friedrich Engels, De la autoridad, 1873. [Nota de la traducción].

La Communarde Louise Michel.

Gracias a su participación en una lucha dentro de la Comuna de París por sus derechos, las mujeres obtuvieron el 10 de mayo de 1871 el derecho a crear sindicatos femeninos para la organización del trabajo de las mujeres. Un mes antes, se creó la Unión de Mujeres para la Defensa de París y el Cuidado de los Heridos, que posteriormente pasó a llamarse Unión de Mujeres. Esta organización, una de las primeras en reivindicarse abiertamente como “feminista de masas”, luchó principalmente por la igualdad salarial y el derecho a organizarse en el trabajo. Con estas reivindicaciones, las mujeres atacaban directamente el sometimiento que sufrían a manos de los hombres. Las mujeres también participaron masivamente en los clubes políticos, que se convirtieron en organizaciones de barrio. Consciente de que la lucha por la emancipación de la mujer también implicaba la educación, la Unión de Mujeres formó a maestras para que sustituyeran a las monjas en la labor de educar a los niños. Así, la religión fue atacada, y si antes de la Comuna la Iglesia era uno de los principales lugares de sociabilidad para las mujeres, éstas, por su inversión en la vida política a través de los clubes y la Unión de Mujeres, cambiaron este estado de cosas y crearon una nueva sociabilidad que no dependía de las instituciones religiosas.

Hasta el último día de la Comuna, el 28 de mayo de 1871, las mujeres participaron activamente en la vida política, en la organización de la sociedad, en la producción y en la defensa de París, a pesar de que la mayoría de estos papeles les eran negados. De hecho, antes de la Semana Sangrienta, sólo una legión de mujeres fue autorizada por el gobierno de la Comuna, pero su función no era luchar. Así, aunque las mujeres podrían haber proporcionado a la Comuna una fuerza militar considerable para repeler al enemigo de Versalles, los viejos reflejos sexistas, heredados del sistema que la Comuna deseaba barrer, llevaron a muchos hombres a rechazar la participación militar de las mujeres. Sin embargo, las mujeres no cedieron, se organizaron y acudieron a las barricadas para defender París durante toda la Semana Sangrienta junto a los hombres proletarios. Más de 4000 de ellas fueron masacradas por las tropas de Versalles del 21 al 28 de mayo de 1871.

Una Communarde defendiendo una barricada. París, 1871.

Si las mujeres participaron tanto en la Comuna es porque tenían todo el interés en hacerlo. De hecho, incluso hoy en día, las mujeres proletarias son doblemente explotadas: el patriarcado les asigna las tareas domésticas. En la mayoría de los hogares, son las mujeres las que se ocupan de las tareas del hogar: cocinan, cuidan de los niños, etc. Normalmente, las mujeres combinan estas tareas con sus trabajos y, por tanto, trabajan una doble jornada. Por supuesto, esto no concierne a las mujeres burguesas que, por pertenecer a la burguesía, no sólo no sufren la explotación capitalista, sino que pueden pagar a las mujeres proletarias para que hagan las tareas del hogar, cuiden de los niños, etc.

Así que, hoy, como hace 150 años, las mujeres tienen todo por ganar si se rebelan, si participan activamente en los movimientos revolucionarios. Lo vimos durante la Comuna de París: si la clase obrera se rebela, las mujeres ganan derechos, obtienen una mejora concreta de sus condiciones. Pero también hemos visto que esto no es suficiente, para conseguir su plena emancipación, las mujeres deben poder participar en la dirección de la sociedad para barrer todas las viejas ideas reaccionarias y sexistas heredadas del viejo sistema capitalista. Durante la Comuna de París, las tareas de dirección les fueron negadas a las mujeres, pero lucharon durante toda la experiencia revolucionaria para obtener los mismos derechos que los hombres.

Hoy en día, las mujeres siguen teniendo que luchar, sin embargo, la situación ha cambiado gracias a décadas de movilizaciones de las mujeres proletarias. Así, en todo el mundo, las mujeres, gracias a su incesante lucha, han podido acceder a puestos de dirección dentro de los principales movimientos revolucionarios. Este fue el caso, por ejemplo, de Augusta la Torre, número 2 del Partido Comunista de Perú hasta su muerte en 1988, o de Anuradha Ghandy, líder revolucionaria india fallecida en 2008.

Actualmente, en Filipinas, las mujeres están al frente de la lucha revolucionaria, especialmente en el New People’s Army (Nuevo Ejército Popular).

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Fuentes:
https://www.revolucionobrera.com/150-anos-comuna-de-paris/comuna/
https://www.revolucionobrera.com/secciones/150-anos-comuna-de-paris/
https://www.revolucionobrera.com/150-anos-comuna-de-paris/comuna-de-paris-4/
https://www.revolucionobrera.com/150-anos-comuna-de-paris/comuna-de-paris-2/

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El Modelo de Atención, se cimenta en la política de atención integral en salud, basada en “La atención primaria como estrategia básica” y la salud familiar “Cambiar para mejorar el servicio de salud de los y las docentes” Por JOSÉ ARNULFO BAYONA* El modelo de salud de los maestros está a cargo de tres grandes actores: el Fomag, la Fiduprevisora y los operadores. / EFE  Foto: EFE - Carlos Ortega El Consejo Directivo del FOMAG adoptó un nuevo modelo de salud para el magisterio oficial mediante el Acuerdo 03 de abril/01/2024. En el cual, se consignan los puntos convenidos por el equipo estructurador del nuevo modelo de salud, conformado por FECODE, los ministerios de Educación Nacional, del Trabajo, de Hacienda y Crédito Público y de la Fiduprevisora; así como, con la asistencia técnica del Ministerio de Salud. El nuevo acuerdo, puso fin a cerca de 35 años del lucro de prestadores privados del servicio de salud y a la pésima calidad del mismo, consentida por el Consejo Directivo del FOMAG

ACUERDO ENTRE EPS Y GOBIERNO: UNA NUEVA ERA PARA LA SALUD EN COLOMBIA

Las EPS renuncian a conformar sus propias redes, una medida que el Gobierno ha considerado esencial desde el inicio del debate sobre la reforma del sistema de salud...  ...Además de la transformación de las EPS, el acuerdo también contempla la presentación de un proyecto de reforma a la salud más corto y conciso, centrado en aspectos clave como el fortalecimiento de la atención primaria, la conformación de redes prestadoras, la implementación de un sistema digital y la formalización del talento humano en salud... Por: Katerin Erazo, Periodista En un hito sin precedentes para el sistema de salud colombiano, el Gobierno Nacional y las Entidades Promotoras de Salud (EPS) han cerrado un acuerdo trascendental que promete transformar radicalmente la atención médica en el país. Después de intensas negociaciones que se han desarrollado durante varios días, finalmente se ha alcanzado un consenso que representa un punto de inflexión en la búsqueda de soluciones para los desafíos persistentes qu

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1° DE MAYO, EL FUEGO SUBTERRÁNEO QUE VUELVE A RENACER

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ÍNDICE Introducción La Internacional La Historia del Primero de Mayo de 1886 El 3 de Mayo trágico …

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