Bajo el sistema capitalista y, particularmente, en este capitalismo tardío y decadente que nos ha tocado soportar...
Esos, a quienes absurdamente la maquinaria estatal ha pretendido ganar como obsecuentes e incondicionales partidarios, o como simples delatores y soplones, son jóvenes que se niegan, como lo fijara Cruz Medina en su agonía, a ser utilizados o manoseados por los agentes del poder. Jóvenes que hoy, gracias a las propuestas de cambio establecidas por el gobierno de Gustavo Petro y Francia Márquez, esperanzados, buscan ganar espacios de intervención ciudadana y contribuir a la construcción de una auténtica democracia participativa.
Julio César Carrión Castro
Politólogo Universidad del Tolima
¿Dónde estará (repito) el malevaje que
fundó en polvorientos callejones
de tierra o en perdidas poblaciones
la secta del cuchillo y el coraje?
J.L. Borges
Una observación referida a “las primeras líneas”
Bajo el sistema capitalista y, particularmente, en este capitalismo tardío y decadente que nos ha tocado soportar, todas las acciones policivas, represivas, judiciales, y hasta culturales, se presentan publicitariamente como mecanismos indispensables en la lucha contra el vicio, la inmoralidad, las conductas consideradas desviadas y en general a favor de la regulación y la normalización social...
Encontrarle sentido a la vida –y a la muerte–, renunciando a las prerrogativas y ventajas ofrecidas por las autoridades y los organismos de poder, desde siempre, ha sido parte del pensamiento libertario, de esa corriente vitalista que asume la permanente confrontación a todo poder, a toda confesión y a toda bandería. Ideario popular que miran con desprecio y burla, los burgueses, las llamadas “gentes de bien” y las inmensas huestes de los sumisos y los “adaptados”, señalando a quienes desprecian la subalternidad como vándalos y terroristas, es decir, como personas peligrosas, ordinarias y vulgares, simples “arrabaleros”, carentes de las “virtudes” que ellos dicen representar y defender desde la institucionalidad.
Muchos de los viejos tangos nos narran casi que una nueva concepción del honor y la moralidad; toda una contracorriente ética basada en una especie de mitología de la inconformidad y la desobediencia, escondida en las sórdidas noticias policiales, en el lumpenesco laberinto de las páginas rojas de una prensa, tan insensible como escandalosa y, por supuesto, en esas ya casi olvidadas letras de los viejos tangos, como es el caso de “Sangre maleva” y su temerario personaje, Cruz Medina.
Esta rebeldía que se expresa en la sustitución de los “valores” establecidos por las élites hegemónicas, es la tesis central que establece este tango de comienzos del siglo XX (Música de Dante Tortonese y letra de Pedro Platas y Juan Velich).
Se trata de una filosofía, de una ética de los suburbios, que nos informa y aclara acerca de la tragedia de un “delincuente honesto”, que, en un mundo plagado de múltiples paradojas e inconsistencias lógicas, no cree ya en la “culpa”, ni en el poder de la venganza, y mucho menos busca quedar bien con las autoridades. Por el contrario, propone un fundamento ético de vida que se exprese en la rectitud y la lealtad, incluso en el quebrantamiento de las reglas socialmente establecidas.
El zurdo Cruz Medina es un delincuente, que es ejemplo de “virtud”, de sensibilidad y de consistencia conceptual, pues, era –nos lo cuenta el tango–, un buen amigo, valiente, solidario, “sin grupo, servicial”, quien a pesar de haberse formado en la miseria del arrabal y entre taitas y matones, “vivió tejiendo sueños allá en el callejón”.
“Era un malevo sin trampas”, distinto a esos sujetos enajenados, subalternos, sometidos a los estereotipos fijados por las normas sociales, conductuales y morales que dogmáticamente imponen las leyes, los preceptos cívicos, “la urbanidad” y las religiones, que han hecho de la doble moral, un patrón generalizado de comportamiento ciudadano.
En Cruz Medina se descubre ese poder que tienen los desheredados, los sectores marginales que carecen de poder, como nos lo muestra el disidente checo Václav Havel en su obra “El poder de los sin poder”, que indica cómo estos sectores van conformando con sus negaciones y confrontaciones cotidianas, una especie de “estructuras paralelas” que, de manera consciente e inconsciente, van implementando nuevos modelos políticos y culturales capaces de llegar a subvertir el sistema establecido.
Poner en cuestión todo el andamiaje social y cultural, todos los “valores” instaurados y hasta la salud mental de los individuos moldeados y condicionados por la familia, por las costumbres, por las tradiciones y la escuela, es el asunto central de esta filosofía de arrabal, que se expresa en la letra de este tango, en que se siente –como nos lo señala Borges, recordando la letra del poema “Tango” de Fernán Silva Valdés– que “a través del tango se siente la dureza viva del arrabal, como a través de una vaina de seda la hoja del puñal”... y Borges, luego, concluye que “el tango es un estado del alma de la multitud”... Cruz Medina, herido mortalmente, se niega ante los agentes del “orden” que lo increpan a señalar a su agresor. Dice:
“No me pregunten agentes, el hombre que me ha herido, que será tiempo perdido porque no soy delator. Déjenme, no más, que muera, y esto a nadie asombre, que el varón para ser hombre, no debe ser batidor”.
La sociedad capitalista, pacata y farisea, se basa en una serie de disposiciones y rituales que desestimulan y coartan la solidaridad y el compañerismo, mientras alientan y premian la competitividad, el egoísmo, la sumisión, la obediencia, la subalternidad y, por supuesto la delación. Muchedumbres, aparentemente adaptadas y satisfechas, dispuestas permanentemente a “colaborar” con las autoridades e incluso a actuar a modo de “policías de sí mismos” (como lo denuncia Pedro García Olivo), conforman, estimulados por los organismos y agentes del Estado, redes de sapos, delatores, soplones y traidores.
Por otra parte, las acciones policivas y culturales se presentan como mecanismos indispensables en la lucha contra el vicio, contra las conductas consideradas desviadas y en general a favor de la regulación y la normalización social, lo que por supuesto, según el establecimiento jurídico y legal, compete a la familia, a la Iglesia, a la policía y a las instituciones educativas. Esa defensa de la “normalidad”, de la salud y la moral ha sido un elemento clave para el mantenimiento del statu quo y el sostenimiento de los grupos hegemónicos. El apóstata, el renegado, el remiso, el desertor, el bohemio, el libertino, el lujurioso, el contagiado, el iletrado, el drogadicto, el menesteroso y el loco, hacen parte de esa innumerable horda de los llamados anormales; aquellos sujetos que han de ser aún más sujetados… o eliminados… o, en todo caso, apartados de la sociedad. Su vida o su muerte carecen de importancia, pero, siempre se espera que “colaboren” con el poder; por ello se premia la delación y el colaboracionismo con las élites gobernantes y se estimula a “las personas de bien” e incluso a los delincuentes para que sean chivatos, soplones o “sapos”. De conformidad con estas conductas, auspiciadas y ensalzadas en estas simuladas democracias, existe todo un ordenamiento jurídico que premia al criminal delator, con rebaja de penas. Así, muchos criminales y corruptos incrustados en las estructuras y organismos gubernamentales, como funcionarios o como contratistas, delinquen sabiendo que tendrán la oportunidad (sentido de oportunidad lo llaman legalmente) de esquivar el supuesto “peso de la ley”...
Estas situaciones que, como lo hemos dicho, son constantes en la estructura de estas sociedades marcadas por la decadencia y por la corrupción; estructura que, en buena hora está siendo socavada por la irrupción, en todos los rincones del entramado social, de grupos de protesta, si se quiere espontáneos y desorganizados, pero que, han venido tratando de ensayar, novedosas formas de agrupamiento y disposición política, económica, social y cultural, alejados ya de las viejas formas organizativas, partidistas y militantes tradicionales, como se ha podido notar en las últimas expresiones y levantamientos populares –“La Primera Línea” se autodenominan los jóvenes que han logrado enfrentar a las fuerzas represivas durante las recientes manifestaciones populares–. Se trata de la insurgencia de nuevos “sujetos revolucionarios”, no sólo obreros o proletarios sino, mujeres, estudiantes, indígenas, negritudes, desempleados, emigrados, desplazados, ambientalistas, animalistas, refugiados, campesinos, mendigos, alcohólicos, discapacitados, farmacodependientes, colonos, enfermos, seropositivos, homosexuales, prostitutas, y muchos otros grupos marginados que, sociológica y despectivamente, se les suele denominar vándalos, malevaje, hampa o lumpen.
Si miramos con detenimiento esta población, que constituye el objetivo perverso de todas las organizaciones o empresas de vigilancia, represión, direccionamiento, normalización, control y confinamiento, como las describiera Michael Foucault, encontramos que los considerados “anormales” y desarraigados, no están necesariamente subordinados o manipulados por los grupos de poder y, por el contrario, constituyen una nueva opción política en medio de esta crisis general de las llamadas “vanguardias”.
Esos, a quienes absurdamente la maquinaria estatal ha pretendido ganar como obsecuentes e incondicionales partidarios, o como simples delatores y soplones, son jóvenes que se niegan, como lo fijara Cruz Medina en su agonía, a ser utilizados o manoseados por los agentes del poder. Jóvenes que hoy, gracias a las propuestas de cambio establecidas por el gobierno de Gustavo Petro y Francia Márquez, esperanzados, buscan ganar espacios de intervención ciudadana y contribuir a la construcción de una auténtica democracia participativa.
Anexo
Sangre maleva
Por Boca, Avellaneda, Barracas, Puente Alsina,
Belgrano, Mataderos y en todo el arrabal
paseó sus gallardías el zurdo Cruz Medina,
que fuera un buen amigo, sin grupo servicial.
Templado en el suburbio, fue taita entre matones,
vivió tejiendo sueños allá en el callejón,
en donde por las noches rondaban los botones
y en el café del barrio gemía el bandoneón.
Era un malevo sin trampas, sin padrinos y sin gloria;
sin miga de tanta historia, pero buen mozo y de acción.
Caseros lo vio jugarse sin aflojar ni un chiquito,
y en la nueve queda inscripto su coraje de varón.
Pero una noche oscura, guapeó en Avellaneda,
y en una rinconada del trágico arrabal
sonaron tres balazos y sobre la vereda
caía un hombre herido blandiendo su puñal.
Se oyeron los auxilios, corrió la policía,
y en un charcal de sangre, sonriendo al taita halló,
que herido mortalmente, rebelde en su agonía,
con voz de macho entero, sin pestañear habló;
“No me pregunten agentes, el hombre que me ha herido,
que será tiempo perdido porque no soy delator.
Déjenme, no más, que muera, y esto a nadie asombre,
que el varón para ser hombre no debe ser batidor”.
___________
Fuente:
Edición 791 – Semana del 20 al 26 de agosto de 2022