Varios científicos y especialistas consideran que es la única forma de que el cuerpo humano tolere las condiciones extremas de la vida extraterrestre. Una idea bastante controvertida y peligrosa.
En 2016, George Church, genetista de Harvard, identificó más de 40 genes que servirían para hacer el cuerpo más resistente al entorno espacial.cokada/Getty Images
La exploración y colonización de otros planetas, quizá incluso fuera del Sistema Solar, es uno de los tópicos más antiguos de la ciencia ficción. En Historia verdadera de Luciano de Samósata, una obra del siglo II, aparece, por ejemplo, un relato sobre un viaje imaginario a la Luna y la colonización de Venus.
Desde la segunda mitad del siglo pasado, es decir, desde que empezamos a explorar el espacio de verdad, el concepto de ser solo una fantasía ha empezado a desvanecerse poco a poco: hoy, los científicos de renombre piensan de verdad que debemos prepararnos para colonizar el espacio, y que podría llevarse a cabo dentro de pocas décadas.
“Necesitamos un plan B para nuestra especie”, declaró Stephen Hawking hace diez años. “Si seguimos así, dentro de cien años tendremos que estar listos para colonizar el espacio y llegar a nuevos mundos. En primer lugar a la Luna, pero a finales de siglo algunos de nosotros ya deberíamos estar en Marte”, aseveró el astrofísico.
Y en 2021, por poner otro ejemplo, un grupo de investigadores y un estudio de diseño arquitectónico participaron en un concurso de la Mars Society, el organismo que pretende promover el futuro de la humanidad en Marte, diseñando una ciudad futurista, llamda “Nüwa”, idealmente autosuficiente y sostenible, construida por completo con recursos extraídos directamente del planeta rojo.
Científicos de China exploran la resistencia de Syntrichia caninervis, una clase de musgo del desierto abundante en la Tierra, para usarlo en la tarea de colonizar Marte.
La complejidad de vivir en otros planetas
Soñar no cuesta nada, por supuesto, pero lo cierto es que por el momento aún estamos muy lejos de tan ambicioso objetivo que, como es fácil imaginar, implica retos tecnológicos y científicos extremadamente complejos. Pero no solo eso: además de los problemas, digamos, logísticos (como: ¿de dónde extraer los recursos? ¿Cómo producir alimentos y agua? ¿Cómo transportar materiales y energía?), hay otros de índole médica igualmente complicados. Por el momento, no sabemos casi nada sobre los efectos a largo plazo de la estancia del cuerpo humano en entornos no terrestres, y lo poco que conocemos dista mucho de ser alentador.
Un estudio publicado hace un par de meses en Nature Communications mostraba que una expedición a Marte de un año y medio de duración comprometería gravemente la salud renal de los astronautas, obligándoles a someterse a diálisis una vez que regresaran a la Tierra. Otras investigaciones han revelado que permanecer en la Estación Espacial Internacional incrementa el riesgo de anemia, problemas oculares, cambios en la presión arterial, disminución del tono muscular y disfunción inmunológica. Por otro lado, un trabajo de 2022 sugería que los viajes espaciales están relacionados con la disfunción eréctil. En tanto, otro estudio, de hace unas semanas, resaltaba la cuestión de los medicamentos, que caducarían mucho antes del final de una misión de larga duración.
En resumen, una larguísima lista de problemas y un vasto preámbulo para introducir y justificar una propuesta bastante estrafalaria (e inquietante): hay quien está convencido de que para concretar la posibilidad de colonizar otros mundos deberíamos necesariamente actuar sobre nuestro genoma, modificándolo para volvernos más resistentes y aptos para la supervivencia en entornos tan hostiles y extremos.
Aprender de los tardígrados
Veamos en qué podría consistir el plan. En 2016, George Church, un genetista de la Facultad de Medicina de Harvard reconocido, entre otras cuestiones, por sus trabajos sobre la posibilidad de ralentizar o incluso revertir el envejecimiento mediante técnicas de ingeniería genética, identificó más de 40 genes que serían potenciales dianas de una intervención destinada a hacer el cuerpo más resistente al entorno espacial: entre ellos, algunos relacionados con la calidad del sueño, la adaptación a la altitud, con el transporte de oxígeno y con la resistencia a patógenos.
La Facultad de Medicina de Harvard incluso puso en marcha el Consortium for Space Genetics (Consorcio de Genética Espacial), un centro de investigación dentro del departamento de genética que “encarna tres misiones: la protección de la salud humana en el espacio y en la Tierra, el sustento de nuestro planeta y de las formas de vida que alberga, y la promoción de la exploración espacial”.
Pero eso no es todo: otros científicos intentan transferir los superpoderes de los tardígrados, que son pequeñas criaturas básicamente indestructibles y capaces de sobrevivir en entornos extremos, a cultivos de células humanas, con la esperanza de hacerlas igual de resistentes.
De acuerdo con Christopher Mason, genetista de la Universidad Cornell que trabajó estrechamente con Scott y Mark Kelly, los astronautas que participaron en el Estudio de los Gemelos de la NASA, “en los próximos años descubriremos una serie de genes en el genoma humano y en otros que servirán para regular nuestra salud, diseñar nuevas terapias o crear organismos capaces de sobrevivir a una larga misión espacial a otro planeta. Todo esto no solo se aplica a las células humanas. Las células microbianas, por supuesto, podrían diseñarse para elaborar medicamentos. Dispondremos de un conjunto de herramientas genéticas que nos permitirán contrarrestar los efectos negativos de los viajes espaciales de larga duración y producir lo que necesitemos, como alimentos y combustible. Y, por supuesto, cuantos más genomas tengamos en nuestro kit, más herramientas podremos fabricar”.
(Respecto al Estudio de los Gemelos de la NASA: Scott pasó un año en el espacio, mientras que Mark, su copia genética, permaneció en la Tierra; después, ambos compararon a los hermanos y evaluaron las diferencias surgidas durante los doce meses que duró el experimento).
Volvamos a poner los pies en la Tierra
Conviene recordar, antes de dejarse llevar por el entusiasmo, que estamos hablando de escenarios aún muy lejanos. Las técnicas de edición del genoma son muy recientes y distan mucho de ser perfectas; pero, sobre todo, aún sabemos poco sobre cuáles serían los efectos de las intervenciones en el genoma a corto, medio y largo plazo, y cómo se transmitirían de una generación a otra.
Hasta entonces, debemos concentrarnos en mantener esta Tierra lo más habitable y ordenada posible, un reto que es aún más difícil.
Artículo publicado originalmente en WIRED Italia. Adaptado por Andrei Osornio.
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