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PASAJEROS EN UNA MISMA TIERRA

El Día Mundial de la Tierra impone reconocer que todos somos pasajeros de un mismo planeta. Estamos interconectados unos con otros, por lo cual no solo se debe reclamar, sino también exigir, las responsabilidades y lealtades propias de quienes comparten esta Tierra.

Eduardo Gudynas


La comprensión de que todos nosotros, humanos, compartimos un mismo planeta, es más o menos reciente. Esa idea fue inicialmente una abstracción, y es por ello que en más de una ocasión se han sostenido las primeras fotos que mostraban desde el espacio a toda la Tierra, y que lograron cimentar esa percepción. Las más conocidas fueron aquellas tomadas desde la Luna, en la década de 1960, mostrando que nuestro planeta era una bola azul y blanca que se recortaba en la negrura del espacio.

El Día Mundial de la Tierra, que se celebra el 22 de abril, sirve para insistir en esa particularidad. Todos nosotros somos pasajeros de la misma nave, y lo que ocurre en un rincón del globo puede repercutir en el otro extremo. Las interconexiones no son eventos raros sino frecuentes.

La imagen de ser pasajeros en un mismo barco ya había surgido en el siglo XIX. Henry George, un estadounidense que en 1879 escribió el libro “Progreso y Pobreza” la empleó posiblemente por primera vez. En ese texto, que fue muy popular en su tiempo, explicaba: “Navegamos por el espacio como en un barco bien equipado. Si la comida sobre cubierta parece escasear, simplemente abrimos una compuerta, y hay nuevos suministros. Y un gran comando sobre otros recae en aquellos que, mientras las escotillas están abiertas, se permiten decir ‘¡Esto es mío!’” (1).

La frase de George está repleta de implicancias. No sólo hacía referencia a un mismo espacio compartido sino que ya advertía, a su manera, sobre la problemática de los que controlaban la propiedad y acceso a los recursos.

No debe olvidarse que George fue un temprano defensor del “progresismo” en la política norteamericana, inspirando a los promotores de un movimiento que se diseminó a finales del siglo XIX y principios del siglo XX en Estados Unidos; incluso existió un Partido Progresista en las décadas de 1910 y 1920. En ello hay una cierta ironía, ya que los progresismos del siglo XXI no supieron aprovechar aquella temprana advertencia, y ellos como sus contrarios conservadores, cada uno a su modo, abrieron las “escotillas” para vender todos los recursos naturales posibles.

En 1966, el mismo año en que desde la Luna se tomaron las primeras fotos de la Tierra, aunque en blanco y negro, Kenneth Boulding, un economista británico, publicó un artículo breve. Su título sigue siendo impactante: La economía de la futura nave espacial Tierra (2). Su posición era opuesta a casi todas las corrientes de pensamiento dominantes al entender que no existían economías abiertas ni los recursos disponibles eran ilimitados.

Boulding calificaba a la economía convencional, esa que entiende que es un sistema abierto que permitiría un crecimiento continuo, como una concepción propia de “vaqueros”. La describe como un modo de pensar que imaginaba llanuras ilimitadas, asociado a la explotación y derroche, violento y romántico. Considera que, muy por el contrario, se necesita una “economía del astronauta”, ya que todos estamos dentro de una “única nave espacial, sin reservas ilimitadas de nada”, enmarcados por la extracción y contaminación sobre un mismo sistema que es cerrado –el planeta. Agrega Boulding: “Los economistas en particular, al menos la mayor parte, han fracasado a la hora de asumir las consecuencias últimas de esta transición de la Tierra abierta a la Tierra cerrada”. Su sentencia mantiene toda su validez.

Esa imagen del planeta dejaba en claro que existían límites y que si bien todos compartían el mismo navío, como ha sido dicho muchas veces, unos pocos viajan en primera clase, otros en segunda, y enormes mayorías están una tercera clase dominada por la pobreza y la contaminación. En ese orden mundial, América Latina desde hace siglos es la proveedora de recursos naturales en especial para aquellos que tienen los tickets de primera clase.

Todas esas preocupaciones se repitieron cuando tuvo lugar la primera conferencia mundial sobre ambiente, en 1972 en Estocolmo. El reporte encargado por su secretario general se titulaba “Una sola Tierra”. Ese informe, a cargo de Barbara Ward y René Dubos, siguiendo otros caminos, llega a conclusiones similares (3). En sus páginas se puede leer: “sabemos que existen límites para las cargas que el sistema natural y sus componentes pueden soportar; límites para los niveles de sustancias tóxicas que el cuerpo humano puede tolerar; límites para lo que el hombre puede hacer con los equilibrios naturales, sin dar lugar a una ruptura en el sistema; límites para la conmoción psíquica que los hombres y las sociedades pueden sufrir a consecuencia de la implacable aceleración de los cambios o la degradación social”. Los autores agregaban, hace medio siglo atrás, que donde miraran estaban presentes las “señales de peligro”.

Como puede verse todos estos mensajes son claros y contundentes. Sin embargo, buena parte de la academia, de la política partidaria, e incluso del resto de la sociedad, los ignora, ensimismados en sueños de crecimientos económicos perpetuos y dulce consumismo. Asumen que no hay límites, viven como si los recursos naturales no se agotaran ni los ecosistemas colapsaran. Sufren el cambio climático, pero quieren más chimeneas y automóviles.

Se estima que mil millones de personas participarán en este año en la celebración del Día de la Tierra. En ese sentido es un éxito. Pero si somos sinceros, al día siguiente seguirán sin entenderse aquellos mensajes de alerta y se repetirán las denuncias de los incumplimientos en los compromisos para frenar esta debacle ecológica. Se sigue sin asumir que todos somos pasajeros de un mismo navío que tiene recursos limitados, y que es inaceptable que hubiesen distintas clases.

Los modos de pensar predominantes en la economía persisten en esquivar o ignorar la existencia de esos límites ecológicos, sea en la disponibilidad de recursos como los minerales, sea en las capacidades de los ecosistemas de remontar impactos como la contaminación. Por el contrario, la economía convencional sigue ensimismada en modelos matemáticos y evaluaciones del costo y beneficios cada vez más alejadas de esas realidades.

Es así que en América Latina, los extractivismos una y otra vez son buenos negocios porque esas evaluaciones económicas ni siquiera restan los costos en dinero de los impactos en el ambiente y las personas. En Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú se insiste en las viejas estrategias petroleras aunque saben que están a las puertas de agotarse esos recursos; en Argentina, Brasil o Uruguay, se glorifican los monocultivos y los agroquímicos, a pesar de que contaminan suelos y agua, y desde allí afectan la salud pública; en Chile, defienden la privatización del agua aunque buena parte de su país se está desertificando. Se rechaza la evidencia científica, predominan los mitos de riquezas perpetuas, y la política se hunde en la estupidez (4).

Esas posiciones son funcionales a quienes depredan el planeta en beneficio de los pasajeros que están en la primera clase. Es por esa razón que esos privilegiados promueven, difunden y felicitan esos modos de pensar, negando las alertas o denunciándolas como trabas para el progreso. Eso les permiten asegurar sus privilegios económicos, sociales y ecológicos.

Ante esta situación, desnudar esas ventajas y saberes es tan importante como defender la Naturaleza, porque en esas posturas están las raíces de los problemas actuales. Aún más: en un Día de la Tierra no solo se debe reclamar, sino también exigir, las responsabilidades y lealtades propias de quienes comparten un mismo planeta.

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Notas

1. Progress and poverty, H. George, R. Schalkenbach Foundation, Nueva York, 2006.

2. En español: La economía de la futura nave espacial Tierra, K.E. Boulding, Revista Economía Crítica 14: 327-338, 2012.

3. Una sola Tierra. B. Ward y R. Dubos, Fondo Cultura Económica, México, 1972.

4. La estupidez social y ambiental condena a toda la vida, E. Gudynas, Ambiental.net, CLAES, 26 diciembre 2018, https://ambiental.net/2018/12/la-estupidez-social-y-ambiental-condena-a-toda-la-vida/

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Eduardo Gudynas es analista en ambiente y desarrollo en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES).

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Fuente:

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