La controversia es un auténtico motor del progreso científico y el mejor acicate para obtener nuevos conocimientos.
Puesto que el método científico busca, incansablemente, la verificación de las hipótesis y de las teorías mediante la observación y la experimentación sistemáticas, no es de extrañar que el debate esté en el corazón de la Ciencia. No hay duda de que la controversia es un auténtico motor del progreso científico y el mejor acicate para obtener nuevos conocimientos, de hecho, ha tenido un peso fundamental en el desarrollo del método científico a lo largo de la historia.
La controversia es el auténtico motor del progreso científico. Designer.
La teoría heliocéntrica enunciada por Nicolás Copérnico (1473-1543) fue una de las primeras de estas batallas científicas. El astrónomo polaco-prusiano formuló la teoría heliocéntrica del sistema solar, concebida en primera instancia por Aristarco de Samos. Su libro De revolutionibus orbium coelestium (Sobre las revoluciones de las esferas celestes), publicado póstumamente en 1543, es considerado como el punto inicial de la astronomía moderna, además de ser una pieza clave en lo que en el Renacimiento se llamó la Revolución científica. Copérnico pasó cerca de veinticinco años trabajando en el desarrollo de su modelo heliocéntrico del universo, pero resultó difícil que los científicos de su época lo aceptaran, ya que suponía una auténtica revolución. Y no podemos olvidar el papel clave que desempeñó la Iglesia católica, que participó muy activamente en esta polémica. Precisamente, ser partidario de esta nueva teoría, le costó muchos sinsabores a Galileo Galilei (1564-1642). El astrónomo italiano fue procesado y condenado por la Inquisición romana por su apoyo determinante a la «Revolución de Copérnico». Su trabajo, basado en la observación y la experiencia, supuso una ruptura con las teorías de la física aristotélica (los partidarios de las teorías geocéntricas se apoyaban en el prestigio de griego) y su enfrentamiento con la Iglesia es ejemplo de conflicto entre religión y ciencia.
Copérnico
Y no abandonamos este debate científico, pues el astrónomo y teólogo italiano Giordano Bruno (1548-1600) fue quemado en la hoguera tras enunciar unas ideas visionarias (hoy certificadas como correctas) de que el universo podía contener innumerables estrellas similares al Sol que podían estar acompañadas de muchísimos mundos habitables semejantes a la Tierra. Como Copérnico y Galileo, Bruno aportó datos concluyentes, observaciones astronómicas que demostraron la validez de las nuevas ideas.
Damos el salto al siglo XVII
Fue entonces cuando el debate científico se recrudeció con el encarnizado enfrentamiento de Newton y Leibniz a cuenta del invento del cálculo infinitesimal. Fue Gottfried Leibniz (1646-1716), matemático, lógico, teólogo y político alemán, quien desveló primero, en 1684, sus trabajos sobre lo que denominó cálculo diferencial. Lo curioso es que el físico y matemático inglés Isaac Newton (1642-1727) había desarrollado diez años antes lo que él denominaba método de fluxiones, pero no lo había publicado y, de hecho, no lo publicaría hasta tres años después, en 1687, en sus famosos Principia. En la primera edición de este libro (lo suprimió en las posteriores), Newton se refería de forma amable a los intercambios intelectuales previos que había mantenido con Leibniz durante una década. Entonces ¿por qué surgió el conflicto? Pues por un tal John Wallis, matemático británico que enrareció el ambiente al acusar al alemán de haber copiado el método de Newton. Y para terminar de arreglarlo, se unió a la polémica el gran matemático de Basilea Johann Bernoulli poniéndose de parte de Leibniz. Enseguida aquello se convirtió en un intercambio de ataques directos entre Newton y Leibniz, que se propagó a instituciones como la Royal Society (que se posicionó a favor de Newton) y a pensadores de otros campos como Voltaire, que escribió apasionadas páginas en favor del inglés. Hoy se reconoce que Leibniz había desarrollo de manera independiente al trabajo de Newton el cálculo infinitesimal y su notación (la que se emplea desde entonces), es decir, que fue desarrollado de manera simultánea e independiente por ambos científicos que utilizaron formalismos diferentes, pero equivalentes entre sí. Fin del conflicto.
Isaac Newton. iStock
Un universo sin Dios
Y ¿cómo no iba a haber polémica sobre la revolucionaria teoría sobre el origen de las especies? Imposible. Cuentan los testimonios de la época que el 1 de julio de 1858, en la sede de la Sociedad Linneana de Londres, un abrumador silencio siguió a la exposición de la teoría de los británicos Charles Darwin y Alfred Russell Wallace, en la que venían a concluir que las especies tenían un origen común y era la selección natural la que permitía la supervivencia de los más fuertes. Aquellas ideas darían un vuelco a la historia de la vida sobre el planeta, dando a la Ciencia el papel protagonista que hasta entonces había tenido la Iglesia. Su teoría no solo dio lugar a una nueva forma de entender la evolución, sino que aún hoy genera controversia y rechazo entre los defensores del creacionismo o el llamado diseño inteligente, que continúa defendiendo la mano de un ser superior. Si bien, el darwinismo expulsó a Dios de la biología en el siglo XIX, en la física persistió la incertidumbre. Al menos hasta que Stephen Hawking, el famoso y reputado astrofísico británico que revlucionó nuestra manera de entender el universo le asestó el golpe de gracia con su teoría del todo en la que eliminó, en su opinión, toda necesidad de un dios. Hawking puso su granito de arena a las numerosas controversias de la historia de la ciencia afirmando cosas como que «si llegáramos a descubrir una teoría completa, sería la mayor victoria de la razón humana, pues llegaríamos a entender la mente de Dios» o que «no es necesario invocar a Dios para encender la mecha y darle inicio al universo». Descartar a Dios como creador del universo le enfrentó, obviamente, a líderes religiosos de todo el mundo.
Volvemos al siglo XIX porque fue entonces cuando la edad de la Tierra enfrentó al físico y matemático británico Lord Kelvin (1824-1907) con los seguidores de Darwin. El primero había calculado en 1860 una edad planetaria de menos de 100 millones de años y los darwinianos argumentaban que la Tierra debía ser mucho más vieja. El descubrimiento de la radioactividad en 1896 resolvió el debate, pues permitió estimar la edad de nuestro planeta en 4500 millones de años.
Y medio siglo de controversia vivió el sabio y explorador Alfred Wegener (1880-1930) por culpa de su teoría de la deriva de los continentes. Hacia 1911, este visionario alemán, intrigado por las similitudes y coincidencias entre fósiles, de animales y de plantas, hallados a ambos lados del Atlántico y al ver que el perímetro de la plataforma continental del oeste de África encajaba con el del este de Sudamérica, al igual que los de la Antártida, Australia, la India, Madagascar y Sudáfrica, entre sí, concibió la idea de que los continentes habían estado agrupados en un supercontinente al que llamó Pangea. Pero la ciencia de su tiempo sostenía que las grandes masas terrestres habían estado conectadas por puentes de tierra que se habían hundido después y no acogió bien las ideas de Wegener. No sería hasta 1950, con la exploración de los fondos oceánicos, cuando la teoría de la deriva continental se viera refrendada científicamente.
Alfred Wegener es el padre de la tectónica de placas.
No podía faltar Einstein
Y no podemos dejar de mencionar el debate sobre la naturaleza de la realidad y los fundamentos de la teoría cuántica que se inició en 1927 en el Congreso Solvay de Bruselas y que perdura hasta nuestros días. La teoría cuántica puso nuevamente bajo la mirada de la comunidad científica una serie de problemas metodológicos y metafísicos que se tenían por superados. Los dos grandes protagonistas fueron Albert Einstein (1879-1955) y el físico danés Niels Bohr (1885-1962), aunque no fueron los únicos (tanto a los antirrealistas de Bohr como a los realistas de Einstein, se unieron diversos científicos). Buena parte de la importancia que el debate Einstein-Bohr, sobre los fundamentos ontológicos de la teoría cuántica, ha tenido para la historia de la ciencia reside en ser testimonio de la vastedad y profundidad de las discusiones filosóficas que, de forma abierta o enmascaradas en cuestiones técnicas, acompañaron los revolucionarios desarrollos de la teoría cuántica.
La teoría cuántica rompió con la física conocida hasta entonces. Foto: Istock
Muchos debates científicos históricos quedan en el tintero, pero el debate científico continúa existiendo y dando capítulos memorables a la historia de la ciencia, si bien es cierto que actualmente muchos encendidos debates se desarrollan en ámbitos alejados del mundo de la ciencia (empresas, sociedad, organizaciones...).
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