El destino colectivo en manos de lxs jóvenes
Si no somos capaces de promover otra economía, que produzca abundancia, alegría, y belleza contra el capitalismo, generador de escasez, tristeza, y espanto… solo nos asiste el digno gesto de callarnos. Nos están diciendo algo importante. Quizás, que no los libremos a su suerte como lo ha hecho la clase dirigente. Merecen un diálogo más horizontal, en el que nunca más se invoque “la voz de la experiencia”, en vez de ofrecer ejemplos convincentes. Lo están esperando. Y el tiempo apremia. –
Jorge Falcone
“Yo he preferido hablar de cosas imposibles,
porque de lo posible se sabe demasiado”.
Silvio Rodríguez
En cada conmemoración de la Noche de los Lápices he insistido en que aquellxs pibxs que tanto reivindica la juventud en general y el movimiento estudiantil en particular no fueron ni mejores ni peores que lxs jóvenes de ahora, sino tan solo idénticxs a la época que les tocó vivir: Ni más ni menos que una ofensiva popular desencadenada por casi 18 años de proscripción de las mayorías nacionales durante sucesivos gobiernos de facto.
Sabemos que la memoria histórica es un capital en disputa. Corresponde pues tomar nota de que el Siglo XX nos enfrentó a un mundo bipolar de grandes confrontaciones, en el que la guerra fue la expresión más radical de la política. Por ende, puede que algún día lleguemos a ejercer lo que la derecha denomina “memoria completa”, pero por ahora cualquier gil que se interese por la historia de la humanidad y/o del país, si pone un sano empeño, no tardará en enterarse de la violencia a la que fueron capaces de apelar los poderosos para someter a los desposeídos, tanto como de las múltiples e ingeniosas estrategias que estos desplegaron para resistirla.
En todo caso, a la hora de rescatar esas memorias, lxs protagonistas de aquellas gestas debemos asumir que para sembrar conciencia no basta con reivindicar un pasado que las nuevas generaciones no vivieron.
Cierto es que hay libros y documentos que las reseñan… pero cada vez se lee menos; también hay fotos que prueban que no mentimos… pero da paja que te manden a googlearlas; a su vez hay pelis… pero generalmente aburre ver documentales.
Recordemos que nosotrxs, a sus edades, mucho aprendimos de las Violeta Parras y los Vigliettis, que hoy son sus Wos, y sus Nathy Pelusos.
La generación que hoy asoma indignada a la vida política del país no fue testigo del 17 de octubre de 1945, ni del Cordobazo de 1969, ni del Argentinazo de 2001.
Seguramente muchxs de sus integrantes supongan que la estación de trenes de Avellaneda toda la vida se llamó Kosteki y Santillán.
Quien escribe estas líneas, el 17 de noviembre de 1972, en plena represión policial desatada en adyacencias de la Avenida Riccieri, fue testigo de cómo en medio de la desbandada popular una viejita se lastimó sujetando a mano pelada un alambre de púa para que los jóvenes de entonces sorteáramos ese obstáculo sin riesgo, y continuáramos la larga marcha destinada a recibir de su exilio al portador de la esperanza colectiva. Azarosamente, en aquella escena se jugaba cierto trasvasamiento generacional de hecho, como si la anciana intuyera que a continuación nos tocaba a nosotrxs entrar en la historia por la puerta grande. Puede que para muchxs milennials esa sea la imagen en blanco y negro de un pasado remoto del que incluso corresponda desconfiar. Por la sencilla razón de que no han conocido aún al pueblo argentino desplegando todo su potencial de lucha al unísono. Esa gesta apenas puede compararse en número con los festejos por nuestro triunfo en el Mundial de Qatar, pero nunca en calidad transformadora.
No obstante, quien viaja en el tren de la vida con las ventanas abiertas nunca carecerá totalmente de experiencia. A quienes toca ser jóvenes ahora, por ejemplo, en 2017 les tocó ser testigos privilegiadxs de cómo un aluvión de compatriotas se opuso al beneficio de que cada año de prisión para los verdugos de la dictadura valiera por dos; o se enteraron de que a fines del mismo año muchxs jóvenes se pararon de manos para bancar a sus abuelxs contra la Reforma Previsional de Macri, haciendo recular a la yuta a cascotazos, y fueron lxs últimxs en retirarse de Plaza Congreso a pesar de los gases; o al año siguiente vieron cuajar la Revolución de las Hijas, que frente al femicidio como mecanismo de disciplinamiento social, instaló en forma indeleble la consigna “Ni una menos”. Puede que por ahora se trate de luchas de carácter defensivo, pero aún así demuestran que el nuestro no es un pueblo de corderos.
Sin embargo, ocurre que después del último resultado electoral, gran parte de lxs adultxs estamos interpelando a esxs jóvenes que votaron por primera vez, porque no lo hicieron como esperábamos.
Y preferimos creer que procedieron así por panchxs, por hedonistas, o porque sólo les importa el presente. No solemos detenernos a considerar que disponen de derechos que conquistaron otrxs, que hace por lo menos tres generaciones que desconocen el pleno empleo, y que no encuentran motivo alguno para celebrar 40 años ininterrumpidos de una democracia re careta, que no los alimenta ni los sana ni los educa. Es más, que parece indiferente a la disolución de sus propias familias.
Ahí están nomás, a merced del exhibicionismo narcisista que propone Tik Tok, corriendo el riesgo de pegarse un palo yugando en un rapi sin seguro de salud, o al arbitrio de una falopa que – administrada por izquierda desde el mismo Estado que debiera protegerlos – les va comiendo el coco para que no la pudran de una.
Muchxs de ellxs están convencidos de que así ha sido y será siempre el orden de las cosas, y a los penales que les patea la vida ya no los atajan ni padres ni maestros ni mucho menos candidatxs. Por eso mismo muy a menudo repiten una frase tan falta de esperanza como “es lo que hay” (aunque – como machaca mi amigo el “Cabrito” – “la resignación no hace historia”)
Lo cierto es que los centinelas de la Justicia Social amenazada venimos cuestionando a una generación a la que espera un desafío muy superior al nuestro: Ya no lidiar apenas con lxs negacionistas del genocidio, sino con lxs negacionistas del ecocidio. Con los contribuyentes – por su angurria desmedida de riqueza – a que haya nevadas en verano, revienten las heladerías en invierno, o nuestras costas amanezcan tapizadas de peces intoxicados por la basura con que se viene aniquilando al mar, esa fuente de vida…
¿Por qué suponer que este nuevo “que se vayan todxs” brotado de su justa – pero aún errática – indignación no involucra a una militancia oficialista que refugiada en sus despachos no fue capaz de frenar el endeudamiento centenario que padecemos, o a esa otra rebelde que se enredó en dar “la vuelta del perro” desde Puente Pueyrredón a Plaza de Mayo sin mover el amperímetro?
Esta encrucijada supone un titánico desafío para lxs adultxs que conservamos cierto pensamiento crítico. Porque estamos empeñadxs en cuestionar a una generación que supuestamente “no sabe votar”, pero nos cuesta asumir que carecemos de un discurso capaz de conmover a ese piberío cuya misión histórica ya no consiste solo en revolucionar viejas estructuras y valores, sino ni más ni menos que en salvar la continuidad de la vida en el planeta.
En ello reside el máximo riesgo de que no nos entendamos. Sería fatal, porque ha querido el destino que les asista hacerse cargo de una causa que no puede esperar más. La de garantizar la supervivencia de la especie a la que pertenecemos. Ellxs y nosotrxs.
Y cuesta creer que semejante rol les resulte indiferente.
Más atención entonces, mayor capacidad de escucha, y menos bajada de línea.
Si no somos capaces de promover otra economía, que produzca abundancia, alegría, y belleza contra el capitalismo, generador de escasez, tristeza, y espanto… solo nos asiste el digno gesto de callarnos.
Nos están diciendo algo importante. Quizás, que no los libremos a su suerte como lo ha hecho la clase dirigente.
Merecen un diálogo más horizontal, en el que nunca más se invoque “la voz de la experiencia”, en vez de ofrecer ejemplos convincentes. Lo están esperando. Y el tiempo apremia. –
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Jorge Falcone para La Pluma
La Gomera de David, 11 de septiembre de 2023
Editado por María Piedad Ossaba
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