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EL MOMENTO FEMINISTA COLOMBIANO

La osadía de convocar la danza, el baile, la marcha, el color, la alegría, la risa, la juntanza alrededor de la digna rabia como parte del cambio que queremos ver y acuerpar, en la calle, en la casa, en el aula, en el trabajo, en la cama, resulta altamente subversivo, amenazante y revolucionario.


sara.fernandez@udea.edu.co

En este escrito pretendo mostrar diferentes aristas de las implicaciones del trabajo de quienes nos llamamos feministas y de la amenaza neoconservadora con tintes fascistas que enfrentamos diariamente en nuestro trabajo en Colombia, que bien sabemos, es una situación que se expande globalmente y que estamos registrando en otras latitudes.

Celebro la conjunción generacional que hoy se expande en el país de mujeres de todas las edades, condiciones y características que abierta y públicamente se llaman y se nombran feministas. Pensarse y nombrarse feminista es un proceso personal, ético y político, que se realiza todos los días, se dice, se nombra y se hace.

Soy muy consciente que nombrarse feminista es también un reto, un desafío y un atrevimiento que estamos pagando caro quienes lo hacemos. Hay reacciones, no dialógicas, de parte de quienes desde el privilegio y la titularidad de derechos no cuestionada, normalizada, naturalizada han desplegado un repertorio represivo de opiniones, descalificaciones, amenazas, demandas, tutelas, cancelaciones, en los que se cuentan tanto hombres y mujeres que no dudan en señalar al feminismo como el culpable de todos los males y el origen de la crítica situación que atraviesa el país.

Momento de cambios, de tensiones, de contradicciones, y de muy necesarias reflexiones, profundizadas además por la osadía de tener hoy a una mujer negra, activista, defensora del medio ambiente como vicepresidenta de la República y a un gabinete paritario, situación nunca antes registrada y nunca antes tan cuestionada, criticada y comentada por los medios de comunicación1.

Con los años he reconocido que muchas mujeres sin decirlo son feministas, sin nombrarse como tal lo son. También debo decir, encuentro contradicciones en quienes se nombran sin serlo, sin saber exactamente de qué se trata. Hay quienes asimilan que se trata de un asunto de mujeres, exclusivamente, es un tema de ellas… También he entendido que no todos los movimientos de mujeres son feministas, eligen no serlo, como también he comprendido que enfrentar al sistema social y cultural que configura las bases de poder y dominación entre las personas sobre la idea de la blanquitud, lo urbano, masculino, clase media, heteronormado, obligatoriamente binario y que se llama patriarcado, es un tema que atañe e importa tanto a hombres como a mujeres de todas las orientaciones e identidades sexuales, porque ese sistema sigue siendo defendido inclusive por quienes lo padecen, muy especialmente por mujeres. La internalización del orden que naturaliza las desigualdades y normaliza las inequidades invisibiliza las formas violentas en la cotidianidad donde justamente ese sistema se constituye, se afianza y opera.

Reconozco que me sorprendo gratamente de ver jóvenes que se nombran feministas desde edades cada vez más tempranas, también que encuentro tanto a mujeres como a hombres interpelando de manera interesada la denominación. El no se es mujer, se llega a serlo, se llena de contenido, se lucha, se nombra, se reivindica; ser mujer es hoy una permanente provocación, baste leer la prensa, las redes y los medios para ver la manera voraz como las personas opinan sobre el deber ser de las mujeres que son parte de la noticia: si son mujeres en cargos públicos, en posiciones de poder como ya lo mencioné, si son víctimas, si son “buenas víctimas” en no pocas oportunidades las opiniones se refieren al modo, la apariencia, el comportamiento, la actitud, la postura, el deber ser que se espera asuma a quien se nombra como tal: víctima, para tener la atención, la indignación, la sanción o la aprobación colectiva.

Supero los cincuenta años, me hice feminista y me nombré feminista hace treinta, cuando no se veía bien hacerlo, cuando el medio académico que me formó tímidamente inauguraba las primeras cátedras de género que se dieron en el país, porque era mejor recibido hablar de género que hablar de feminismo, como un afán de asepsia casi urgente para evitar tropiezos, para ser aceptadas en el uso de una categoría vigente que se mostraba neutra y a la que se le leía como objetiva, remarcar las diferencias entre hombres y mujeres, ubicarla en la dimensión social y cultural como puerta de entrada a otras inequidades, era la forma aceptable de introducir los elementos claves del feminismo en las universidades. Por eso también hay género sin feminismo y hay categorías, trazadores y mediciones científicas y objetivas que hablan de género, pero evaden el cuestionamiento a la estructura patriarcal sobre las cuales esas diferencias operan, negando la dimensión, la profundidad, la complejidad, las intersecciones y la riqueza del feminismo. También hay feminismos populares, comunitarios, barriales que reivindican los saberes cotidianos y las prácticas comprometidas con la transformación del sistema patriarcal desde la construcción colectiva, los territorios, la defensa de la salud, las semillas, el agua, los sabores, la educación, la vivienda, el trabajo y las formas de vida y de conocimiento propios.

Un esfuerzo, constante, en infinidad de territorios, pese a lo cual constantemente estamos declarando la alerta humanitaria por la salud y la vida de las mujeres y las niñas, por el derecho a ser y a existir sin la amenaza de la violencia y sin embargo, terminamos el año con 612 feminicidios en el país2 (Ver en los medios alternativos y las redes sociales el llamado a la Alerta por feminicidios en Colombia). Nunca hubo más leyes, nunca hubo más clases de derechos humanos para los cuerpos de seguridad, sensibilización, formación en perspectiva de género, sensibilización a las y los funcionarios públicos, nunca hubo más literatura circulando sobre los derechos de las mujeres, nunca ha habido más premios y reconocimientos por acciones en este campo y ¿Qué tenemos? que las mujeres y los cuerpos feminizados continuamos muriendo, nuestra vulnerabilidad a la agresión letal y a la tortura hasta la muerte nunca ha existido de tal forma como hoy en las guerras informales contemporáneas que son las cotidianas, noticias que espectacularizan la violencia, la banalizan, al mostrar la degradación y la cosificación del cuerpo3.

Realidad de negaciones y violencia con otros pendientes. De los 111.548 nacimientos en niñas y adolescentes entre los 10 y 19 años que se registraron en 2021 en el país, 4.732 fueron de niñas menores de 15 años, un incremento del 10 por ciento en relación con 2020, cuando el DANE registró 4.301 nacimientos4. La raíz de esta situación, se encuentra en la estructura institucional y en el sistema mismo que lo sostiene, la violencia contra las mujeres que no es individual, es del Estado, es policial, es represiva, se ve en la militarización de la vida, pero, sobre todo, es del patriarcado y del capital. El ataque a las mujeres es el ataque a la cohesión de la comunidad y a la reproducción social, cotidiana, biológica y generacional de la sociedad.

Una violencia y la lucha que depara, con su contraparte. La historia oficial les ha dicho a los varones que desde siempre son titulares de derecho; por el sólo hecho de ser varón, nunca van a tener que pelear un derecho porque la sociedad y la cultura se presta y se dispone para reconocerlo como titular del mismo, en tanto en la historia no contada, no oficial, las mujeres venimos peleando, luchando, demostrando, permanentemente, que somos titulares de derecho; también por eso necesitamos de otras historias, las historias negadas, vetadas, ocultas, las historias que visibilizan esos otros mundos no reconocidos por la historia oficial5. Ni la abolición de la esclavitud ocultó la diferencia entre ser hombre negro y ser mujer negra frente a la titularidad de los derechos y la posibilidad de hacerlos efectivos, como tampoco la repartición de tierras que en entornos rurales no ha sido reconocida en el país a las mujeres, tan sólo ahora, luego de los Acuerdos de Paz de La Habana trataron el tema de la titularidad de derecho sobre la tierra para las mujeres, sobrevivientes de la guerra y del conflicto armado interno del país, tema que aún está pendiente de ser desarrollado y que se espera avance significativamente en este gobierno que plantea de hecho la Paz Total.

¿Cómo entonces explicar la violencia sexual contra las niñas y niños del país? De los 17.106 casos registrados el año pasado, 1.800 menores tenían entre 0 y 4 años de edad; 4.292 tenían entre 5 y 9 años, y 11.014 entre 10 y 14 años de edad. Sabemos que se trata solamente de los casos denunciados, es de esperar, lamentablemente que la cifra sea considerablemente mayor6.

Estudios sobre violencias sexuales en medio del conflicto pusieron además en evidencia la violencia sexual contra hombres de todas las edades en medio del conflicto armado, violencias acalladas, hechos de guerra sobre personas desarmadas, civiles, campesinos, trabajadores, obreros, con secuelas aun insospechadas4, ¿Cómo esperar mejor futuro con tales heridas?, ¿Cómo esperar futuro si la niñez toda está también amenazada, si no por violencia, por hambre y por olvido?.

Como feministas que permanentemente estamos denunciando esta situación, enfrentamos múltiples amenazas, ataques de muchas partes frente a nuestras exigencias y reclamos por la recuperación de los más elementales sentidos de lo humano: la empatía, la solidaridad, la conmiseración, la colectividad, el cuidado, el vínculo social y colectivo, el intercambio con preservación, cuidado, protección y atención a seres sintientes, al agua, al planeta y a toda forma de vida. Por eso, insisto, no deja de llamar mi atención la constante necesidad de la prensa, las redes y los medios en general de opinar, calificar, descalificar, cuestionar a quienes nos nombramos feministas de la corriente que seamos, del sector del que hagamos parte.

Este y más retos. Nos urge la visibilización de la agenda de la equidad y en particular continúa siendo urgente el reconocimiento de la igualdad no sólo jurídica de las niñas y las mujeres, los niños, las personas mayores, no binarias, disidentes, en condición de discapacidad, indígenas, negras, campesinas, raizales, porque todas y cada una de esas condiciones deben ser nombradas y reconocidas para poder caminar como sociedad hacia otras formas de convivencia posibles, en pleno reconocimiento y dignidad de cada una de las personas que hacemos parte de este país. Ni más ni menos, por eso es urgente afirmar e impulsar iniciativas como el Ministerio de la Equidad con la vigilancia y el acompañamiento de todo el movimiento de mujeres, el movimiento feminista desde sus diferentes corrientes y los diferentes sectores representados en la agenda de la inclusión y del reconocimiento.

Las contradicciones entre las feministas están presentes y lo estarán siempre, no espero que haya homogeneidad en caminos que han sido recorridos por rutas tan particulares como historias han sido vividas, deconstruirse, nombrarse y reconocerse es un proceso diario, una apuesta diaria de transformación, personal, individual y por supuesto, colectiva; la transformación del pensamiento y de la práctica es la que hace posible un cambio sentipensado permanente, uno corazonado, que revierta las estructuras de poder y dominación para recuperar otros sentidos de lo humano.

Los consensos feministas también se celebran, la coincidencia de la importancia de la autonomía sobre nuestros cuerpos, la titularidad plena sobre la opción no materna, la posibilidad efectiva de interrumpir un embarazo no deseado, el reconocimiento del cuidado y el autocuidado en ese acto responsable de ser, existir y estar acompañaron muchas de nuestras conversaciones cotidianas, especialmente después de la pandemia, porque fueron casi dos años donde revalorizamos el tema de la atención a las personas de todas las edades en un mismo espacio, a la importancia del tiempo y de la responsabilidad necesariamente colectiva y compartida para poder sobrevivir. La potencia del cuidado, de la salud, de la vida, del agua, del planeta se hizo evidente y nos recordó lo altamente dependientes y vulnerables que somos. Por esa razón el hacer feminista sigue siendo necesario, sigue siendo indispensable y por la misma razón, peligroso y amenazante para algunos; criticable para otras y otros, ansiosos de mostrarnos formas y maneras que consideran apropiadas, mejor vistas, aceptadas, ¡Por eso decidimos incomodar!

No es casual que así sea. La osadía de convocar la danza, el baile, la marcha, el color, la alegría, la risa, la juntanza alrededor de la digna rabia como parte del cambio que queremos ver y acuerpar, en la calle, en la casa, en el aula, en el trabajo, en la cama, resulta altamente subversivo, amenazante y revolucionario.


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1 Medios directamente ligados al gran capital y a la concentración de poder en la élite empresarial hacendataria y terrateniente del país, aliados del extractivismo, de la explotación de mano de obra intensiva, la ampliación de la frontera agrícola, la contaminación del agua, del aire y de la tierra, la minería, la ganadería intensiva, empresas prestadoras de servicios de salud, aseguradoras, bancos, constructoras entre otras.
2 Los hombres no. Por Sara Jaramillo Kinklert https://www.elcolombiano.com/opinion/columnistas/los-hombres-no-CF20255698
3 Baste solamente ver la prensa alrededor del feminicidio e la DJ colombiana Valentina Trespalacios. Ver el artículo de Mónica Godoy al respecto en https://razonpublica.com/cuantos-los-asesinos-valentina-trespalacios/
4 “Valientes” por la prevención del embarazo adolescente. Laura Alejandra Moreno Urriaga, El Espectador, enero 28 de 2023: https://www.elespectador.com/impacto-mujer/valientes-por-la-prevencion-del-embarazo-adolescente/
5 Otros datos en el artículo de Angélica Bernal Olarte en https://razonpublica.com/la-violencia-genero-no-da-tregua-colombia/
6 7106. Claudia Morales, El Espectador, enero 27 de 2023: https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/claudia-morales/una-cifra-17106/
7 Gallego Montes, G. (2022) ‘Robar el alma: masculinidades y violencia sexual contra hombre en el marco del conflicto armado colombiano’ Universidad de Caldas, ManizalesAcadémica, activista y feminista colombiana en el exilio involuntario

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Profesora titular de la Universidad de Antioquia sara.fernandez@udea.edu.co

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