LA CRISIS DE LA HEGEMONÍA ESTADOUNIDENSE
La crisis de hegemonía, que representa la fractura entre gobernados y gobernantes también a nivel internacional, como afirma Gramsci, se puede rastrear a dos razones principales: el fracaso de una empresa política sobre la cual la clase dominante ha pedido consenso y/o la entrada en el escenario político de nuevas fuerzas...
Por Michele Berti
El Viejo Topo, Geopolítica 11 abril, 2025
En los últimos meses, con la llegada de Trump, el concepto de imperialismo ha reaparecido con fuerza en el discurso público como término medio para interpretar la fase internacional actual. Se colocan al final de adjetivos como agresivo, cruel, despiadado. En realidad, ninguno de los adjetivos utilizados es capaz de precisar y definir correctamente el concepto de imperialismo, que por definición siempre ha tenido tales características. Pero ¿qué se entiende por imperialismo en el sentido histórico y político? La génesis del término hay que atribuirla a Hilferding aunque su uso extendido se debe a la obra de Lenin que lo definió como la fase monopolística del capitalismo, que corresponde a una formación social y económica caracterizada por una enorme concentración de la producción y del capital de manera monopolística, la fusión del capital bancario con el capital industrial en un capital financiero gestionado por una pequeña oligarquía financiera, una amplia utilización de las exportaciones de capital y el reparto del mundo entre trusts internacionales.
El imperialismo estadounidense es pues esto, una formación económica y social que no puede ser pegada como una etiqueta a un presidente, sino que es una configuración predispuesta a la dominación del espacio ajeno con métodos convencionales y no convencionales, asumiendo el papel de líder con los súbditos aliados y dominante con los adversarios. No existe pues un imperialismo con la marca Trump o Biden, sino un imperialismo estadounidense que, según la fase, adquiere determinadas características en la gestión de la relación entre gobernados y gobernantes en las relaciones internacionales.
La dinámica a la que remiten los adjetivos combinados con el término imperialismo, resultante de la discontinuidad presentada por la elección de Trump, puede en cambio interpretarse de manera efectiva y coherente con algunas categorías Gramscianas como el concepto de hegemonía, crisis de hegemonía y crisis orgánica.
En los Cuadernos de la cárcel, Gramsci hace uso de sus estudios sobre la dialéctica y la interacción entre distintos grupos, logrando desarrollar algunos razonamientos útiles para descodificar los acontecimientos de esta confusa fase histórica.
Comencemos por definir la crisis de hegemonía como la dimensión político-ideológica de una crisis orgánica, o más bien de una fase de transición en la que la distancia entre los aparatos ideológicos y las narrativas funcionales a una estructura económica particular (superestructuras) se vuelve tan grande con respecto a la estructura económica misma que esta no puede sostenerse. Las superestructuras deben pues, en un determinado momento, volver a adherirse a las estructuras económicas, precisamente a través de una crisis orgánica.
La crisis orgánica de Estados Unidos tiene diferentes orígenes y está entrelazada con varios niveles, podemos enumerar algunos de ellos sin pretender ser exhaustivos.
En el ámbito económico y financiero se observa sin duda un retroceso de los EE.UU., que en los últimos años han sacrificado la economía real en favor de los ingresos y beneficios financieros. La desdolarización, o el proceso que comenzó hace años para reemplazar al dólar estadounidense como moneda de reserva en muchas transacciones comerciales, y la explosión de la deuda estadounidense. La división internacional del trabajo que ha llevado a China a superar la condición de manufactura global y asumir un papel central desde el punto de vista económico y como punto de referencia para el Sur del mundo. La crisis de identidad de una superpotencia sin alter ego y el fracaso del proyecto universal y unipolar de un “sheriff global”. La actual crisis social en Estados Unidos con la división entre costas ricas y zonas continentales desindustrializadas y empobrecidas, una dinámica que se evidencia claramente en el análisis geográfico de los resultados de las elecciones de noviembre.
Todos estos elementos conducen a la fractura entre la narrativa del sueño americano y el “mejor de los mundos”, libre y democrático pero rigurosamente unipolar y supremacista, y la realidad de una creciente dificultad para sostener el esfuerzo económico a escala global en términos de herramientas de proyección de poder y de presencia militar generalizada.
Todo esto se ha transformado, desde el punto de vista político-ideológico, en una profunda crisis de hegemonía, es decir, una crisis de consenso a nivel internacional, que mina la credibilidad y la autoridad de Estados Unidos y lo obliga a utilizar cada vez más la coerción para perseguir sus propios intereses nacionales.
Esta tendencia ha existido durante años, pero se ha acelerado con el inicio de la operación militar especial de Rusia en Ucrania en febrero de 2022, y ahora estamos presenciando lo que cada vez parece más un realineamiento estratégico global a la luz del desafío con China en los próximos años.
Surge la necesidad de una recalibración de las esferas de influencia de Estados Unidos, con el posible repliegue hacia un área imperial continental, el continente americano, con una nueva y actualizada doctrina Monroe en una escala geográfica adecuada desde el punto de vista de recursos y materias primas, que incluya a los países de Canadá, Groenlandia, Cuba y Venezuela.
El caso del Canal de Panamá es también interesante, pues se inscribe en esa dinámica y demuestra, para quienes aún tienen algunas dudas, que las multinacionales como BlackRock son ante todo instrumentos del poder norteamericano y que el mito del 1% de las multinacionales contra el 99% del mundo es sólo un velo para ocultar el rumbo del imperialismo norteamericano. La única excepción a este razonamiento, una novedad de esta fase, es el papel de Musk quien, habiendo obtenido una superioridad indiscutible en el juego espacial, dispone de grados de libertad sin precedentes en comparación con el pasado.
En este contexto, es necesario conocer y comprender plenamente los instrumentos de poder de los intereses nacionales de Estados Unidos, codificados en numerosas publicaciones de doctrina militar. Son los DIMEFIL o brazos del sistema de dominación estadounidense: Diplomacia, Información, Militar, Económico, Financiero, Inteligencia y Aplicación de la Ley. Cada una de estas herramientas tiene una estructura organizativa correspondiente y referencias precisas y todas están coordinadas eficazmente entre sí para alcanzar los objetivos e intereses nacionales de los Estados Unidos.
Al profundizar en los detalles del instrumento económico (definido en los manuales como «guerra económica» o «armas económicas»), los recortes a agencias como USAID o fundaciones como la NED (Fondo Nacional para la Democracia) indican la necesidad de una reorganización continua y están reduciendo claramente la capacidad de poder blando estadounidense. Los elevados presupuestos asignados a estos instrumentos financiaron ONG, periodistas extranjeros, activistas e incluso, al parecer, algunos grupos terroristas utilizados como «representantes» o «sustitutos». El ataque a USAID ciertamente tiene un componente vinculado a la presencia en estas estructuras de elementos del Estado Profundo democrático, pero también está vinculado a la necesidad de reducir los costos de estas actividades vinculadas a la creación de consenso, porque ya no son sostenibles.
Al trasladar la atención a Europa, el viejo continente se verá obligado a lidiar con esta dinámica inventando una autonomía y un “imperialismo europeo” después de setenta y cinco años de la OTAN liderada por Estados Unidos y su brazo económico, la UE. Podemos definir este deseo de imperialismo europeo como un imperialismo de castillos en el aire , retórico y pasional, pero sin base económica y financiera, como Gramsci definió con Crispi al imperialismo italiano. En Europa es evidente que los “clérigos” de la pasada fase histórica, empleados en la máquina del consenso, arriesgan sus carreras y esto puede conducir a dinámicas muy peligrosas, ligadas a la supervivencia de una clase dirigente política y mediática y a su reacción belicista y guerrera.
La crisis de hegemonía, que representa la fractura entre gobernados y gobernantes también a nivel internacional, como afirma Gramsci, se puede rastrear a dos razones principales: el fracaso de una empresa política sobre la cual la clase dominante ha pedido consenso y/o la entrada en el escenario político de nuevas fuerzas.
Sin duda, el fracaso del mundo unipolar y de la construcción europea cae en la primera categoría; el nacimiento de los BRICS, al que todo el Sur del mundo mira con esperanza, cae en la segunda causa posible.
La solución a una crisis de hegemonía podría ser precisamente la llegada del “hombre de la providencia”, un Trump que sin embargo en este razonamiento se convierte en la consecuencia y el producto de un proceso, no en un elemento extraño y exógeno al que se puede atribuir todo el mal. Es el monstruo que nace cuando “el viejo mundo está muriendo y el nuevo tarda en aparecer”.
El efecto más visible de una crisis de hegemonía, elemento de la actualidad, es la emergencia en todo contexto de verdaderas relaciones de poder, en pureza, no mediadas por la superestructura y el retorno a la naturaleza puramente económica de los procesos sin narrativas que los sustenten.
Estas relaciones de poder se pueden percibir bien yendo más allá de la actividad del testaferro Trump y estudiando las actividades políticas del Secretario del Departamento de Defensa Pete Hegseth, del Departamento de Estado Marco Rubio y las declaraciones del vicepresidente JDVance, quienes están construyendo una red de acuerdos bilaterales, reconstruyendo la fuerza perdida, a partir de la necesidad de distanciar a Rusia de China.
En el fondo, de hecho, queda lo que John Pilger definió, en su maravilloso y oportuno documental, como “la guerra que viene”, una nueva fase en la que los objetivos estadounidenses estarán vinculados a la contención a toda costa de la globalización win-win china, con la concentración relativa de los recursos de poder en el cuadrante Indo-Pacífico.
Esta fase de crisis profunda podría ser una excelente oportunidad para repensar la construcción ordoliberal europea y su papel internacional. Es una lástima que unas clases dirigentes imprudentes, diplomáticamente incapaces y desconectadas de las necesidades de la población, hayan caído en un callejón sin salida que condena a Europa a la irrelevancia en las relaciones internacionales y del que parece que la única salida -nos dicen- es con armas y una guerra contra el invasor ruso. Mientras tanto, sin embargo, los militares en nuestro territorio son estadounidenses, no rusos, lo que nos recuerda el viejo dicho: «La oveja pasa toda su vida temiendo al lobo. Al final, el pastor se la come». En resumen, el antiguo y artificial miedo a ver a los cosacos bebiendo de la Fontana de Trevi parece destinado a volver a ponerse de moda.
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Fuente:
la fionda en: