Validamos ingenuamente la invasión galopante de lo digital
Serge Halimi
Adriana Gómez, En balde, de la serie “Algo pendiente” (Cortesía de la autora)
¡Bienvenidos a China occidental! La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda a los Estados que se esfuercen por convencer de la utilidad –indiscutible– de la vacuna contra el Covid-19 antes que recurrir a la coerción. Pero Emmanuel Macron tomó la decisión contraria. Este Presidente que se la pasa combatiendo el “iliberalismo” sólo concibe las libertades públicas como una variable de ajuste. Insignificante, por otra parte, y condenada a desdibujarse ante todas las urgencias del momento –médicas, securitarias, bélicas–. Prohibir a millones de personas tomar el tren, pedir un plato de comida en una terraza, ver una película en salas sin haber demostrado que no estaban infectadas presentando llegado el caso, diez veces por día, un documento de identidad que el comerciante deberá a veces verificar por su cuenta, nos lleva a otro mundo. Que ya existe. En China, precisamente. Los agentes de policía disponen allí de anteojos de realidad aumentada que, vinculados a cámaras térmicas instaladas en sus cascos, les permiten identificar una persona afiebrada en una multitud**. ¿Es eso lo que nosotros también queremos?
En todo caso, validamos ingenuamente la invasión galopante de lo digital y de la trazabilidad de nuestras vidas íntimas, profesionales, de nuestros intercambios, de nuestras elecciones políticas. Interrogado acerca de las maneras de evitar que nuestros datos, una vez pirateados nuestros teléfonos móviles, se conviertan en armas apuntadas hacia nosotros, Edward Snowden declaró: ¿Qué pueden hacer las personas para protegerse de las armas nucleares? ¿De las armas químicas o biológicas? Hay industrias, sectores, contra los cuales no existe protección alguna, y es por esa razón que se intenta limitar su proliferación.
“Territorios perdidos de la República”
Todo lo contrario de lo que alienta Macron al precipitar el reemplazo de las interacciones humanas por un embrollo de sitios administrativos, robots, buzones de voz, códigos QR, aplicaciones a descargar. De ahora en más, reservar un pasaje, comprar en línea, exige tanto una tarjeta de crédito como la comunicación de su número de teléfono móvil, o incluso su estado civil. Hubo un tiempo, que no fue la Edad Media, en el que se podía tomar el tren conservando el anonimato, cruzar una ciudad sin ser filmado, sentirse tanto más libre cuanto que no se dejaba ningún rastro al paso. Y, sin embargo, ya había secuestros de niños, atentados terroristas, epidemias... e incluso guerras.
El principio de precaución ya no tendrá límite alguno. ¿Acaso es prudente, por ejemplo, codearse en un restaurante con una persona que habría un día viajado a Medio Oriente, sufrido delirios, participado en una manifestación prohibida, frecuentado una librería anarquista? El riesgo de no terminar su almuerzo por culpa de una bomba, de una ráfaga de Kalashnikov o de un puñetazo en la cara no es enorme, pero tampoco es inexistente... Será entonces necesario pronto que todos los pasantes presenten un “pase cívico” que garantice su ficha judicial virgen y el aval de la policía. Luego no les quedaría más que vagar tranquilos en un museo de las libertades públicas, devenidas en “territorios perdidos de la República”.
Serge Halimi
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** Véase Félix Tréguer, “La sofisticación totalitaria”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, mayo de 2020.
*Director de Le Monde diplomatique.
Traducción: Micaela Houston
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Fuente:
Periódico Le Monde diplomatique, edición Colombia Nº213, agosto 2021