DOSSIER:
1. Perú, en profunda crisis // Golpismo estadunidense //
Injerencismo mexicano
Para nadie es un secreto que a lo largo de su historia el gobierno estadunidense ha estado involucrado (planeación, financiamiento, armamento, logística, inteligencia y lo demás) en todos los golpes de Estado e invasiones habidos y por haber en América Latina... siempre con la misma retórica: proteger a la democracia y defender la legalidad del país intervenido. ¿Cuántos latinoamericanos han sido asesinados, torturados, desaparecidos, encarcelados y masacrados por tales prácticas democráticas?
Carlos Fernández-Vega
▲ Partidarios del depuesto presidente Pedro Castillo protestan con la que de un falso ataúd de la nueva mandataria peruana, Dina Boluarte, el martes pasado en Cusco.Foto Afp
Tras el golpe de Estado contra Pedro Castillo, el pasado 7 de diciembre, la Casa Blanca, a la velocidad de la luz, fue la primera en hacer público su reconocimiento y apoyo al gobierno espurio de Dina Boluarte, y la primera visita oficial que ella, como tal, recibió fue la de Lisa Kenna, embajadora estadunidense en Lima, ligada a los halcones del Departamento de Estado y nominada por Donald Trump al puesto que hoy ejerce. Así, como si fuera necesario, los gringos se quitaron la máscara y salieron de las cañerías intervencionistas en la vida política de la nación andina, sólo para promoverse, como siempre, como paladines de la democracia. Pero, a lo largo de su historia contemporánea, ¿cuántos golpes de Estado financió y promovió Washington contra ese país sudamericano?
Sin embargo, para los golpistas peruanos lo anterior no es injerencismo, sino muestra de solidaridad y afecto. En cambio, sí lo es que el gobierno mexicano haga pública su defensa de la legalidad, su abierto llamado a proteger los derechos humanos en Perú y evitar la represión contra el pueblo que se manifiesta. Eso, para los espurios, amerita expulsar al embajador mexicano en Lima, Pablo Monroy, y condenar al gobierno nacional por otorgar asilo a la familia de presidente defenestrado. ¡Qué injerencista!
En la mañanera de ayer, el presidente López Obrador abordó el tema: La mayoría del Congreso estaba en contra del presidente que está detenido. No hay pruebas de que haya cometido un delito, no existe ningún dictamen que demuestre que tiene incapacidad moral, entonces se lleva a cabo una imposición, la gente se inconforma porque no respetan la voluntad popular. Y, la verdad, lamento mucho que el gobierno de Estados Unidos, que siempre habla de democracia, en este caso en vez de pedir que se respetara la voluntad del pueblo, que se respetara al presidente electo de manera democrática, lo que hace es que avalar toda la maniobra truculenta para destituir al presidente.
Para nadie es un secreto que a lo largo de su historia el gobierno estadunidense ha estado involucrado (planeación, financiamiento, armamento, logística, inteligencia y lo demás) en todos los golpes de Estado e invasiones habidos y por haber en América Latina (y en el resto del mundo, desde luego), siempre con la misma retórica: proteger a la democracia y defender la legalidad del país intervenido. ¿Cuántos latinoamericanos han sido asesinados, torturados, desaparecidos, encarcelados y masacrados por tales prácticas democráticas?
López Obrador lamentó la decisión que tomó el gobierno de Perú, muy cuestionado en su conjunto, por su proceder, sobre todo por optar por la represión y no buscar una salida mediante el diálogo y con el método democrático de convocar a elecciones lo más pronto posible para evitar que haya una situación de inestabilidad política que, como hemos dicho muchas veces, afecta fundamentalmente al hermano pueblo de esa nación. Sabemos distinguir muy bien lo que es el pueblo hermano de Perú, y la actitud de la llamada clase política, de los grupos de poder económico y político, que son quienes han mantenido esta crisis en ese país, por sus ambiciones personales, por sus intereses económicos.
El desbarajuste es total: “¿para qué estar diciendo ‘vamos a hacer elecciones’? Primero, la señora que nombran dice: ‘voy a gobernar hasta 2026, en plena crisis; ahora empieza el regateo de que ‘convocamos a elecciones en 2024. ¿Por qué no llaman a elecciones generales de inmediato para elegir al Congreso, al nuevo presidente y que en tanto debe contemplar la Constitución el que haya autoridades que convoquen a elecciones, un presidente interino, con ese propósito? De esa manera, la gente va a esperar y de forma racional, democrática, se enfrenta el conflicto. Pero querer por la fuerza imponer autoridades, utilizando al ejército, eso lamentablemente va a generar es más sufrimiento, inestabilidad”.
Lo más preocupante, puntualizó, es sacar al ejército a reprimir al pueblo que está defendiendo sus derechos. Ojalá y entren en razón los de la cúpula, los que hicieron sus enjuagues arriba, movidos por la ambición al poder, no pensando en el bienestar del pueblo. Que busquen una salida a esa tremenda crisis política que viene de lejos: presidentes presos, presidentes fugados, un presidente que se suicidó. Entonces, no entienden que hay una profunda crisis.
Las rebanadas del pastel
Algunos mafiosos creen que la libertad de expresión sólo es para un lado, porque si el otro la ejerce es represión.
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2. La rebelión popular peruana
La historia de Perú es la historia de la frustración democrática. Traiciones, mentiras, fraudes electorales y corrupción
Marcos Roitman Rosenmann
Se han levantado contra el mal gobierno. Es una rebelión popular. Manuel Chávez Nogales en A sangre y fuego (1937), relatos de la guerra civil española, señaló: El hecho importa poco o nada importa. A la historia lo que le interesa es su sentido, la significación histórica que pueda tener, y esa no se la dan nunca los mismos protagonistas, sino los que inmediatamente después de ellos nos afanamos por interpretarlos. Hoy en Perú, entender los hechos, conlleva explicar los motivos que ha desencadenado una rebelión popular. Las etiquetas no ayudan. Debatir sobre si fue un golpe de Estado del Ejecutivo resulta estéril. Ahí no radica el problema. José Carlos Agüero, escritor peruano y premio nacional de literatura, publicó un texto de opinión, situando el origen de la crisis en un punto alejado de los tópicos, lo hace recaer en el desprecio. “Hacer política desde el desprecio trae consecuencias graves. Frivolidad, cinismo, el descaro de los grupos de interés, acostumbrados a operar con impunidad, ha terminado por hacer estallar –una vez más– a la gente en todo Perú […] ¿Esperas ofender a alguien y que se quede tranquilo en casa llorando la humillación? ¿Esa es tu propuesta política, reírte del que menosprecias y ofrecerle como lugar el de espectador, testigo de las decisiones arrogantes que tomas en su nombre? ¿Qué mates y encima lo expliques como que mataste a un vulgar azuzador?
La destitución del presidente Pedro Castillo es transitar por camino recurrente. Terratenientes, oligarcas, militares, caciques y narcopolíticos, la plutocracia que gobierna Perú, desprecia el ejercicio democrático. Toda propuesta de justicia social, ciudadanía política y de dignidad, ha sido boicoteada. Caudillos, autócratas, dictadores y tiranos se han aupado a la presidencia de Perú, profundizando el desprecio hacia su pueblo. Incluso la llamada revolución peruana, producto de un golpe de Estado cívico-militar, antioligárquico, reformista, nacional y antimperialista, encabezado por el general Velasco Alvarado en 1968, ha sido el intento modernizador más serio en dos siglos de vida independiente. El anticomunista general Francisco Morales Bermúdez, en 1975 dirigió el contragolpe. Durante cinco años, gobernó bajo la bandera de la represión. Para mayor inri, en 1980, devolvió el poder a Fernando Belaúnde Terry, el corrupto presidente destituido en 1968.
La experiencia velasquista, aumento del odio de la plutocracia hacia su pueblo. De esa guisa, el ultraje de las clases dominantes tomó cuerpo con el advenimiento de figuras grotescas, sostenidas por Estados Unidos y partidos políticos sin principios, adoctrinados en el anticomunismo. Sin excepción, los presidentes peruanos, del último medio siglo, han sido condenados por corrupción, abuso de poder, enriquecimiento ilícito, violación de los derechos humanos y crímenes de lesa humanidad. Para evitar un juicio por corrupción, Alan García prefirió suicidarse. Ninguno se salva y menos los partidos sobre los cuales levantaron sus candidaturas.
La historia de Perú es la historia de la frustración democrática. Traiciones, mentiras, fraudes electorales y corrupción. La confianza en las instituciones del Estado se ha desvanecido. El congreso se ha transformado en un búnker donde cohabitan ilustres apellidos y una nueva casta política, empeñados en hurtar la voluntad general expresada en las urnas. Igualmente, las fuerzas armadas, ligadas a la guerra sucia contra Sendero Luminoso y Túpac Amaru, han sembrado muerte. Matanzas de campesinos, falsos positivos y sus lazos con el crimen organizado son sus señas de identidad. Mientras, jueces y fiscales, quienes deben impartir justicia, se adhieren al engranaje de la casta política, acaban por reproducir los esquemas de colonialismo interno sobre el cual edifican su poder. Así, los poderes fácticos, las clases dominantes y la justicia corrupta usurpan el poder.
Hoy las fuerzas armadas, pertrechadas con armamento estadunidense y la policía con material antidisturbios adquirido en España, disparan contra el pueblo peruano. Desde el encarcelamiento del presidente Castillo han sido asesinados una veintena de ciudadanos. Pero las fuerzas armadas los califican de malos peruanos. Son los ecos de la doctrina del bien y el mal. Libertad o comunismo. Dios o el demonio. Resabios de la doctrina del enemigo interno practicadas por las dictaduras cívico-militares de Chile, Argentina, Brasil, Uruguay o Paraguay. No hace falta dar nombres. Son los mismos. Sagas familiares, empresarios, narcopolíticos, defendiendo sus intereses. No tienen ninguna empatía con su pueblo. Sufren el síndrome del dominador cautivo. Miran a Europa, hablan inglés y rechazan todo símbolo que les identifique como peruanos. Ellos reniegan de su cultura, salvo para hacer de ella un fértil negocio. Han convertido Perú en su finca particular. Eso sí, por primera vez en Perú, una mujer es presidenta con la complicidad de Estados Unidos y sus aliados europeos. Como suele pasar con las rebeliones populares, la violencia, el lenguaje de la plutocracia para acallar las protestas será ejercido sin límites. Cualquier argumento es válido si se trata de negar la soberanía al pueblo, mantener el desprecio y la humillación como forma de ejercicio del poder. Mientras, la sangre que se derrama es la de los de siempre. El derrocamiento de Pedro Castillo desnuda a la clase dominante peruana. Sin alternativa sólo puede recurrir a la fuerza. ¿Hasta cuándo?
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3. Perú: golpismo y torpeza
El régimen de Dina Boluarte escaló el martes su confrontación con México al declarar persona non grata al embajador de nuestro país en Lima, Pablo Monroy Conesa, y exigirle que abandone Perú en un plazo máximo de 72 horas. Ayer, el presidente Andrés Manuel López Obrador informó que el diplomático regresará en breve, y descartó que haya volado junto con la esposa y los dos hijos menores de edad del depuesto mandatario Pedro Castillo, a quienes se concedió asilo ante la amenaza a su bienestar por parte de quienes urdieron y perpetraron el golpe parlamentario del 7 de diciembre.
Cabe destacar el papel fundamental desempeñado por Monroy en el rescate de la familia de Castillo al acogerla en la legación diplomática mexicana en Lima y acompañarla hasta la sala de embarque del aeropuerto internacional de la capital peruana a fin de asegurarse que abordara sin contratiempos el avión que la trajo a la Ciudad de México. Asimismo, debe subrayarse la pertinencia con la que el canciller Marcelo Ebrard ha manejado la situación, con apego al derecho y al principio de no intervención, posiciones en las que México se mantendrá firme. En este tenor, la Secretaría de Relaciones Exteriores a su cargo publicó un comunicado en el cual se ratifica la apuesta del gobierno federal por el diálogo, por lo que se mantendrán abiertos los canales de comunicación con todos los interlocutores.
Por su parte, el titular del Ejecutivo censuró la aplicación de medidas arbitrarias en la relación bilateral y señaló la incongruencia del régimen de Boluarte, que nada dijo ante la intervención directa de la embajada de Estados Unidos en la destitución de Castillo. El mandatario recordó que la política exterior del país, basada en la Doctrina Estrada, no otorga reconocimientos a gobierno alguno, sin importar su origen legítimo o usurpador: hacerlo, como lo hizo Estados Unidos, sería contrario a la soberanía y la autodeterminación de los pueblos.
Ante el desarrollo de los acontecimientos, debe señalarse que para las autoridades mexicanas y para el país supone un timbre de orgullo ser considerados no gratos por un régimen carente de legitimidad, que accedió al poder mediante maniobras antidemocráticas y tratos vergonzosos con Washington, y que masacra a sus ciudadanos para sostenerse. También es una nota honorable para el gobierno mexicano haber sido el único en ofrecer refugio a Castillo y su familia, con lo cual descuella en medio de una comunidad internacional que ha sido indiferente o hasta ha validado la involución vivida en Perú, y además consolida la recuperación de tradiciones diplomáticas que son un verdadero ejemplo para la región y el mundo.
Calificar de injerencismo la aplicación del derecho del asilo exhibe que, entre sus otras muchas miserias, el régimen golpista peruano padece un desconocimiento absoluto de un mecanismo de protección que compete únicamente a quien lo solicita y al Estado que lo otorga. En esta crasa ignorancia, como en su talante represor, el grupo que instaló en la Casa de Pizarro a Boluarte muestra sus semejanzas con el efímero golpismo boliviano de Jeanine Áñez y Luis Fernando Camacho.
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