Todo el conocimiento proviene de la experiencia y de la reflexión sobre ella, a la luz del conocimiento previo. La ciencia no es única ni diferente de otras modalidades de aprendizaje, al menos en este aspecto
Diez postulados sobre ciencia y anticiencia[1]
La mejor defensa de la ciencia frente al ataque de los reaccionarios es insistir en una ciencia al servicio del pueblo.
Richard Levins
La pandemia de Covid-19 y la aceleración de fenómenos relacionados con la crisis climática reactualizaron en los últimos años de forma dramática el debate sobre la ciencia, sus posibilidades y límites, sus usos y los intereses sociales que la motorizan y que expresa, con posiciones tan diversas como divergentes, que van desde una celebración acrítica hasta una impugnación absoluta. Como aporte desde el marxismo publicamos este artículo del biólogo evolutivo, genetista y profesor retirado de la universidad de Harvard Richard Levins (1930-2016), que forma parte del libro La biología en cuestión. Ensayos dialécticos sobre ecología, agricultura y salud, escrito junto a Richard Lewontin y publicado recientemente por primera vez en castellano por Ediciones IPS.
Desde que los intelectuales de izquierda comenzaron a considerar a la ciencia como una fuerza de emancipación, los marxistas, en su doble papel de críticos sociales y de científicos participantes, han lidiado teóricamente con su naturaleza contradictoria. Como existe una rica diversidad de reflexiones marxistas sobre la ciencia, no puedo afirmar que las líneas que siguen a continuación son “la” posición del marxismo. Me limito a presentar en forma esquemática algunos postulados sobre la ciencia que han guiado mi trabajo como científico marxista.
Todo el conocimiento proviene de la experiencia y de la reflexión sobre ella, a la luz del conocimiento previo. La ciencia no es única ni diferente de otras modalidades de aprendizaje, al menos en este aspecto.
Lo que hace especial a nuestra ciencia es que constituye un momento particular en la división del trabajo, por la cual se destinan recursos, se designan personas y se crean instituciones de un modo específico para organizar la experiencia con el propósito de efectuar descubrimientos. De acuerdo con esta tradición, se ha hecho un esfuerzo autoconsciente por identificar fuentes y tipos de error, y por corregir distorsiones que son fruto del capricho. Esta empresa ha sido a menudo exitosa. Hemos aprendido a estar alertas frente al posible influjo de factores que inducen a error y a la necesidad de efectuar comparaciones controladas; hemos aprendido que la correlación no significa que haya causalidad y que las expectativas del experimentador pueden afectar al experimento; también hemos aprendido a lavar los recipientes de vidrio del laboratorio para evitar la contaminación, y a vislumbrar tendencias y distinciones a partir de una cantidad gigantesca de números. Nuestra autoconciencia reduce ciertos tipos de error, pero no alcanza a eliminarlos a todos, ni tampoco protege a la empresa científica de los prejuicios propios de quienes se dedican a ella.
Por el contrario, el denominado conocimiento tradicional no es estático ni irreflexivo. Los africanos (probablemente en su mayoría mujeres) traídos como esclavos a América rápidamente desarrollaron una medicina afroestadounidense. Fue elaborado en parte a partir de la evocación del conocimiento de plantas que se encontraban tanto en África como en América, de un conocimiento que en parte fue tomado prestado de la sabiduría sobre plantas de los nativos americanos, y en parte a partir de experimentar sobre la base de reglas oriundas de África sobre cómo debían ser las plantas medicinales. La enseñanza de la medicina tradicional siempre requiere de cierta experimentación, incluso aunque sea presentada como la transmisión de un saber preexistente. Por último, es probable que los criterios usados para prescribir diversas terapias con hierbas en la medicina no europea/no estadounidense estén mejor fundamentados que los criterios que guían las decisiones sobre cesáreas, implantes de marcapasos o mastectomías radicales que se toman en el ámbito de la práctica médica científica en Estados Unidos.
Incluso aquello que se describe como conocimiento intuitivo (en oposición al intelectual) proviene de la experiencia: nuestro sistema nervioso/endócrino es un mecanismo de integración maravilloso que aglutina nuestras ricas y complejas historias en una comprensión holística, la cual aparece desgajada de sus orígenes o elementos constituyentes. Los conocimientos científico e intuitivo no son fundamental y epistemológicamente diferentes; más bien difieren en los procesos sociales que intervienen en su gestación, y no se excluyen entre sí. De hecho, una de mis metas cuando enseño matemáticas a los científicos de la salud pública es educar su intuición, de modo tal que lo esotérico se vuelva obvio, e incluso trivial, y la complejidad pierda su poder de intimidarnos.
Todas las modalidades de descubrimiento enfocan lo nuevo tratándolo como si fuera parte de lo viejo. Como a menudo sucede que lo nuevo se parece a lo viejo, nos es posible hacer ciencia. Pero lo nuevo a veces es muy diferente de lo viejo: cuando la simple reflexión sobre la experiencia no basta, necesitamos una estrategia de descubrimiento más autoconsciente. Entonces se torna necesario hacer ciencia creativa. En el largo plazo, estamos destinados a que la novedad nos termine por parecer más extraña de lo que imaginábamos, por lo que las ideas previas, por más bien fundamentadas que estén, se mostrarán erróneas, limitadas o acabarán siendo irrelevantes. Esto es verdad en todos los casos, ya sea que se trate de sociedades modernas o tradicionales, clasistas o sin clases sociales. En consecuencia, tanto la moderna ciencia europea/estadounidense, al igual que el saber de otras culturas, son falibles y están destinados a errar eventualmente.
Llamar “científica” a una cosa no significa que esta sea verdad. En el lapso de mi existencia, ciertos postulados científicos sobre el carácter inerte de los “gases nobles”, la forma en que agrupamos a los seres vivos en grandes categorías, las visiones sobre cuán antigua es nuestra especie, los modelos que consideraban al sistema nervioso como un conmutador telefónico, así como las nociones de estabilidad ecológica, todos estos conceptos han sido puestos en tela de juicio por nuevos descubrimientos o perspectivas. Además, grandiosas iniciativas técnicas basadas en la ciencia han terminado por producir resultados desastrosos: pesticidas que incrementan las plagas; hospitales que son focos de infección; antibióticos que han generado nuevos agentes patógenos; control de inundaciones que incrementa el daño de las inundaciones y desarrollo económico que redunda en un aumento de la pobreza. Tampoco podemos dar por sentado que los errores pertenecen al pasado y que ahora tenemos todo claro; esto sería una suerte de doctrina del “fin de la historia” aplicada a la ciencia. El error es intrínseco a la ciencia realmente existente. El presente no tiene un estatus epistemológico único, exclusivo; sucede que sencillamente vivimos inmersos en él.
Por lo tanto, debemos considerar la noción de la “vida media” de una teoría como un descriptor regular del proceso científico, y poder preguntarnos (aunque sin responder necesariamente): ¿en qué condiciones podría invalidarse la segunda ley de la termodinámica?
Todas las modalidades del saber presuponen un punto de vista. Esto es válido para nuestra especie como para otras. Cada punto de vista define lo que es relevante en la vorágine de los estímulos sensoriales, qué preguntas hacer sobre los objetos relevantes y cómo encontrar las respuestas.
El punto de vista está condicionado por la modalidad sensorial de la especie. Por ejemplo, los primates y las aves dependen totalmente de la visión. Con la información visual, los objetos tienen contornos claramente delimitados. Pero eso no sucede cuando la principal fuente de información es el olor, como es el caso de las hormigas. Las lagartijas Anolis perciben a los objetos en movimiento como cosas del tamaño correcto para comer, o bien como una amenaza. Un mosquito hembra percibe una reunión académica como gradientes de dióxido de carbono, humedad y amoníaco, todos indicios de que tendrá una buena ingesta de sangre, mientras que la anémona de mar confía en que la cantidad de glutatión disuelta en el agua es un indicio de que tiene que extender sus tentáculos para capturar su alimento. El hecho de que vivimos sobre la superficie de la Tierra nos hace ver natural que el foco de nuestra astronomía sean los planetas, las estrellas y otros objetos, mientras ignoramos los espacios que existen entre ellos. La escala temporal de nuestras vidas hace que las plantas parezcan inmóviles, hasta que la fotografía en cámara rápida nos revela esos cambios que antes eran imperceptibles. Interactuamos en forma más cómoda con objetos que poseen la misma escala de tiempo y tamaño que nosotros, y tenemos que inventar métodos especiales para lidiar con lo muy pequeño o lo muy grande, lo que es muy veloz o demasiado lento.
Un punto de vista es algo absolutamente esencial para sobrevivir y poder darle algún sentido a un mundo rebosante de potenciales estímulos sensoriales. La mayor parte del aprendizaje consiste en definir lo que es relevante y determinar qué es lo que hay que ignorar. Por lo tanto, la respuesta adecuada al descubrimiento de la universalidad de los puntos de vista en la ciencia no es el vano intento de eliminar el punto de vista, sino reconocer en forma responsable nuestros puntos de vista y usar ese conocimiento para contemplar críticamente nuestras propias opiniones y las de nuestros pares.
La ciencia tiene una naturaleza dual. Por un lado, nos instruye acerca de nuestras interacciones con el resto del mundo, ayudando a nuestra comprensión y guiando nuestras acciones. Realmente hemos aprendido un montón sobre la circulación de la sangre, la geografía de las especies, el plegado de las proteínas y la deriva de los continentes. Podemos leer registros fósiles de miles de millones de años de antigüedad, reconstruir los animales y los climas del pasado y la composición química de las galaxias, trazar las vías moleculares de los neurotransmisores y el rastro de olor de las hormigas. Y podemos inventar herramientas que seguirán siendo útiles hasta mucho tiempo después de que las teorías que ayudaron a crearlas se hayan convertido en pintorescas notas al pie de la historia del conocimiento.
Por otra parte, en tanto producto de la actividad humana, la ciencia refleja las condiciones de su producción y los puntos de vista de quienes la crearon. La agenda de la ciencia, el hecho de que algunas personas se capaciten y lleguen a ser científicas, mientras que otras quedan excluidas, las estrategias de investigación, los instrumentos físicos de investigación, el marco intelectual dentro del cual se formulan los problemas y se interpretan los resultados, los criterios para resolver un problema en forma exitosa, y las condiciones de aplicación de los resultados científicos, son a la vez un subproducto de la historia de la ciencia y las tecnologías generadas por ella, y de las sociedades que las producen y las poseen. El patrón de conocimiento e ignorancia en la ciencia no está dictado por la naturaleza, sino que obedece a factores como el interés y la creencia. Con mucha facilidad extrapolamos nuestra propia experiencia social a la vida social de los babuinos, nuestra comprensión del orden en los negocios, que se apoya en una jerarquía de controladores y controlados, a la regulación de los ecosistemas y el sistema nervioso. Las teorías, respaldadas por toneladas de datos, a menudo caen en el dogmatismo y generan confusión sistemáticamente.
La mayor parte de los análisis de la ciencia pasan por alto esta naturaleza dual, ya que se focalizan solamente en un aspecto u otro de la ciencia. Algunos hacen hincapié en la objetividad del conocimiento científico, y sienten que representa el progreso del género humano en cuanto a la comprensión. Acto seguido, hacen caso omiso de la determinación social obvia de este, y de los usos antihumanos de la ciencia –que todos conocemos–, considerándolos “usos indebidos”, o “mala” ciencia, mientras mantienen intacto su modelo de la ciencia en tanto búsqueda desinteresada de la verdad.
Otros prestan oídos a la creciente conciencia de la determinación social de la ciencia para rechazar sus pretensiones de validez. Se imaginan que las teorías no guardan relación alguna con sus objetos de estudio, y que no son más que un taparrabos al servicio de fines espurios, como las carreras individuales, o un instrumento del dominio de clase, género o bien de algunas naciones sobre otras.
Al destacar el anclaje cultural de la ciencia, estos análisis ignoran los rasgos comunes que poseen la astronomía babilónica, maya, china y británica, así como la similitud de sus calendarios. Cada uno de ellos proviene de un contexto cultural diferente, pero describe (más o menos) el mismo cielo. Reconocen años de la misma longitud, dan cuenta de los mismos planetas y lunas, y calculan los mismos eventos astronómicos usando medios muy diferentes.
Los partidarios del determinismo social también ignoran los usos simi¬lares de plantas medicinales en Brasil y Vietnam, el sistema para designar plantas y animales que se corresponde en forma aproximada con lo que nosotros llamamos especies animales. Todos los pueblos han buscado plantas curativas y han tendido a descubrir usos similares para las mismas hierbas.
Otras tradiciones diferentes a la nuestra también poseen sus propios contextos sociales. Los sacerdotes de Babilonia, o los administradores chinos, no eran burgueses liberales, pero no eran más sabios ni estaban menos sujetos a determinados puntos de vista. Ni tampoco la frase “los antiguos dicen” nos revela algo acerca de la validez de lo que ellos afirman. Los antiguos, al igual que los modernos, pertenecen a ciertos géneros, a veces a clases sociales, siempre están inmersos en una cultura y expresan esas posiciones desde su punto de vista. Aquellos antiguos cuyo pensamiento ha sido preservado en el papel tampoco eran una muestra tomada al azar de los antiguos pensadores.
No obstante, el hecho de que el punto de vista esté socialmente determinado y sea de índole condicional, no significa que sea arbitrario. Aunque todas las teorías acaban por ser erróneas, algunas no están en lo cierto ni siquiera de manera temporal. La determinación social de la ciencia no implica una defensa o actitud tolerante hacia doctrinas que son flagrantemente falsas, como la superioridad racial o de género, o incluso la categoría de raza en sí, ya sea que estas adopten la forma académica convencional, o se expresen en nociones como las del “hombre adámico” y “el pueblo del barro” que defiende el Movimiento de Identidad Cristiana. El racismo es un objeto más real que la raza y es lo que determina las categorías raciales.
Por ende, la tarea del analista de la ciencia es dar cuenta de las interacciones e interpenetraciones que existen entre el trabajo intelectual y los objetos a los que se aplica esa labor bajo diferentes condiciones de trabajo y en diferentes estructuras sociales. El arte de la investigación radica en tener la sensibilidad para decidir cuándo una simplificación útil y necesaria se ha tornado una noción simplista que solo genera confusión.
La ciencia contemporánea que se practica en Europa y América del Norte es un subproducto de la revolución capitalista. Comparte con el capitalismo moderno la ideología liberal progresiva que rige su práctica y que a su vez ayudó a moldear. Al igual que el liberalismo burgués en general, ha soltado amarras con sus principios y está deshumanizada. Proclamó ideales universales que no abrazó en forma sincera, acabó por violarlos en la práctica y a veces reveló que esos ideales eran opresivos, incluso en el plano teórico.
En consecuencia, hay varios tipos de críticas que pueden hacerse a la ciencia. La vertiente conservadora hace suya la crítica precapitalista. Está en un aprieto por el desafío que el conocimiento científico plantea a las creencias religiosas tradicionales, así como a las reglas sociales y a quienes detentan el poder. Además, tampoco aprueba el juicio independiente de las ideas y los valores, no exige la presentación de evidencias allí donde la autoridad ha emitido su juicio y por ende la perturba el aspecto más subversivo de la ciencia. Los creacionistas identifican el contenido ideológico de la ciencia en forma bastante precisa, al cual tildan de humanismo secular, contra el postulado liberal de que la ciencia es el opuesto neutral de la ideología. Pero más allá de sus denodados esfuerzos por detectar conflictos entre los partidarios de la evolución en las revistas científicas, y flancos débiles en la moderna teoría de la evolución, su desafío no es en favor de tornar a la ciencia más “científica”, más democrática, menos sometida a ideologías opresivas y por darle un cariz más abierto. Al contrario, proponen volver a la fe, a la variante más grosera de autoridad, y a las certidumbres antiintelectuales. Su rechazo visceral del ámbito intelectual se expresa a menudo en cierto deleite que manifiestan frente a las estupideces de los científicos, a las que contraponen la sabiduría del “hombre de la calle”, una actitud que a primera vista podría parecer seductoramente democrática. Pero no se trata aquí de la afirmación de que todo el mundo es capaz de arribar a un pensamiento riguroso y disciplinado, sino que al revés, niegan de cuajo la importancia que reviste el pensamiento serio, complejo, y privilegian las intuiciones espontáneas que nos brindan las certidumbres no probadas. Los críticos conservadores aceptan la dicotomía del conocimiento versus los valores, y optan por los suyos particulares cuando surge el conflicto.
Al mismo tiempo, los críticos conservadores rechazan el reduccionismo y la parcelación que imperan en la ciencia contemporánea, y se pronuncian en favor de una visión holística, “orgánica”, del mundo. En un nivel estético y emocional, su holismo en parte se asemeja a la crítica radical de la ciencia, pero su holismo es jerárquico y estático, reafirma la armonía y el equilibrio, la ley y el orden, la corrección ontológica acerca de cómo son las cosas, como fueron, o como imaginamos que pudieron haber sido.
Los críticos liberales más consecuentes de la ciencia aceptan el postulado de que esta tiene metas válidas, pero critican las prácticas que violan esas metas. Aprueban la ciencia en tanto conocimiento público y deploran el secreto que imponen los militares y los intereses comerciales sobre ella. Quieren que haya un acceso democrático a la ciencia, determinado tan solo por la capacidad, y deploran las barreras de clase, género y raza que se oponen a la capacitación científica, al acceso a los puestos y la credibilidad que otorga la ciencia. Están de acuerdo con que las ideas deben ser juzgadas solamente en base a sus méritos y a las pruebas, sin importar de dónde provengan las ideas, pero acaban por reforzar las jerarquías que rigen la credibilidad mediante un amplio vocabulario que usan para rechazar las ideas no ortodoxas y a sus adeptos como “exagerados”, “charlatanes”, “ideológicos”, “no convencionales”, “desprestigiadas”, “anecdóticas” o bien “no demostradas”. Puede que se horroricen frente a los usos de la ciencia para producir mercancías perjudiciales o armas mortíferas, o cuando esta es usada para justificar la opresión, pero sin renunciar a la creencia de que el pensamiento y la emoción deben mantenerse separados.
En razón de la creciente ceguera, estrechez de miras, dogmatismo, intolerancia e intereses ocultos que imperan en la ciencia oficial, han surgido movimientos alternativos, especialmente en los campos de la salud y la agricultura. Estos deben ser evaluados con las mismas herramientas que usamos para ponderar a la ciencia “oficial”. ¿Quiénes son sus dueños, de dónde provienen, qué puntos de vista expresan, cómo se validan estos, qué prejuicios teóricos reflejan? Al estar inmersas en un contexto capitalista, estas alternativas también son un campo fértil para la explotación, la producción de mercancías y, a menudo, sucede que tienen un perfil comercial desmedido. También tienen raíces de clase que conducen a algunos a separar las causas individuales de las sociales (por ejemplo, critican las curas mágicas de la industria farmacéutica pero venden sus propias curas milagrosas y “naturales”, o promueven tratamientos holísticos para el cáncer ignorando el origen industrial de muchos de ellos). Las comunidades alternativas son ámbitos donde la crítica radical incisiva se mezcla con el espíritu emprendedor típico de la pequeña y mediana empresa.
La crítica marxista intenta ver a la ciencia, tanto en su aspecto liberador como opresivo, junto con sus portentosos hallazgos y su ceguera obstinada, como una expresión mercantilizada de los intereses e ideologías masculinistas típicas del capitalismo liberal europeo, organizada para abordar los fenómenos reales del mundo natural y social. Su ideología es tanto un subproducto del liberalismo europeo como una contribución autónoma a esa ideología, más que un mero reflejo pasivo de ella.
Las críticas de la izquierda a la agricultura, la medicina, la genética, el desarrollo económico y a otras áreas de ciencia aplicada apuntan a los aspectos internos y externos que limitan la capacidad de la ciencia para alcanzar las metas que se propone. Lo externo se refiere a la posición social de la ciencia como industria del conocimiento, que tiene sus dueños, quienes la dirigen con el propósito de obtener ganancias y poder, según lo que dictan creencias compartidas, en su mayoría hombres. Las modalidades de inclusión y exclusión del campo de la ciencia, las diversas subdivisiones entre las disciplinas, las condiciones de límites ocultas que frenan la investigación, todo ello sale a la luz cuando examinamos su contexto social. Podemos comprender el recurso predominante a la quimioterapia en la medicina, y el uso de pesticidas en la agricultura, como expresiones de la mercantilización del conocimiento por parte de la industria química. Pero el recurso a las curas mágicas moleculares es algo que va de la mano con la filosofía reduccionista que ha dominado la ciencia europea/norteamericana desde sus orígenes en el siglo XVII, y a su vez es refrendado por la experiencia atomizada que tenemos de la vida social burguesa. (A medida que reconstruimos los vínculos, vemos que lo “interno” y lo “externo” no son, de hecho, explicaciones alternativas rígidamente contrapuestas, sino otro ejemplo más del principio general de que no hay subdivisiones completas y separadas de la realidad. Pese a esto, la ciencia está plagada todavía por falsas dicotomías como organismo/ ambiente, naturaleza/crianza [nature/nurture], determinado/azaroso, social/individual, psicológico/fisiológico, ciencia dura/ciencia blanda, variables independientes/variables dependientes, y así sucesivamente).
Lo interno se refiere a las ideologías reduccionistas, fragmentarias, descontextualizadas y mecanicistas (opuestas a lo holístico o lo dialéctico) y a la política liberal-conservadora hacia la ciencia. Los marxistas, junto con otros críticos de izquierda, siempre han defendido la necesidad de ampliar el alcance de las investigaciones, situándolas en un contexto histórico, reconociendo la interrelación existente entre los fenómenos y la prioridad que tienen los procesos por sobre las cosas. Por su parte, la ideología conservadora por lo general defiende la precisión elegante en torno a objetos estrechamente delimitados y acepta las condiciones marco sin siquiera reconocerlas.
La crítica radical de la ciencia también se extiende a los procedimientos que se aplican en el proceso de investigación. Al enfocar un nuevo problema, el marxismo hace que yo me formule dos interrogantes básicos: ¿por qué las cosas son como son en vez de ser un poquito diferentes, y por qué las cosas son como son en lugar de ser muy diferentes? Aquí, la palabra “cosas” tiene un doble significado, ya que se refiere a los objetos de estudio y al estado de la ciencia que los estudia.
La respuesta que dio Newton a la primera pregunta es que las cosas son como son porque no hay nada que les suceda.
Pero nuestra respuesta es que las cosas son como son a causa de la acción de procesos opuestos. La primera cuestión tiene que ver con la autorregulación de los sistemas, la homeostasis. Frente a influencias que están en constante movimiento, ¿cómo es que las cosas permanecen iguales a sí mismas, hasta el punto en que podemos reconocerlas? Una vez planteada, esa cuestión ingresa al ámbito de la teoría de sistemas en sentido estrecho, el modelaje matemático de sistemas complejos. Esa disciplina parte de un conjunto de variables, y de las conexiones entre ellas, y se pregunta: ¿es estable el sistema?, ¿con qué rapidez se recupera después de una perturbación?, ¿cómo responde a los cambios permanentes en su entorno?, ¿cuánto cambio puede tolerar? Se pregunta, cuando los eventos externos impactan sobre el sistema, ¿cómo es que estos se propagan por todo el sistema?, ¿cómo es que hay vías que los amplifican y otras que los disminuyen? Trabajamos con nociones como circuitos de retroalimentación positiva y negativa, vías, conectividad, sumideros, retraso, barreras reflectantes y absorbentes. En sus propios términos, este análisis es “objetivo”. Pero las variables en sí son productos sociales. Por ejemplo, la noción aparentemente no problemática de densidad de población tiene al menos cuatro definiciones diferentes que conducen a fórmulas distintas para efectuar mediciones y llevan a resultados diferentes, cuando las mediciones son comparadas entre distintos países o clases. Podríamos simplemente dividir el número total de personas por el área (o recurso) total:
D = Σ personas/ Σ área
Podríamos preguntar, ¿cuál es la densidad promedio en que viven las personas? Entonces podríamos usar la siguiente fórmula:
D = Σ (personas/área) (personas en esa área) / Σ personas
que nos muestra la desigualdad en el acceso a los recursos. O podríamos hacer lo mismo, pero desde la perspectiva de los recursos. El recurso total por persona es:
D = Σ área / Σ personas
La intensidad promedio de explotación de un recurso queda expresada así:
D = Σ (área / personas) (área) / Σ área
Por ende, incluso aquello que parece ser una medición objetiva está influido por el punto de vista, ya sea que opere como un factor consciente o bien permanezca oculto. Nancy Krieger, profesora de la Universidad de Harvard, ha usado la metáfora de la autosemejanza de los fractales para destacar que lo social y lo biológico son inseparables en todos los niveles, desde lo más macro hasta los detalles finos de lo micro en la epidemiología [2].
La segunda pregunta hace a la cuestión de la evolución, la historia y el desarrollo. La respuesta básica es que las cosas son como son porque acabaron por ser así, no porque tengan que ser de ese modo, o porque siempre fueran así, o porque es la única forma de ser. Desde esta perspectiva, volvemos a examinar la primera pregunta y nos preguntamos: ¿qué variables pertenecen al sistema, y cómo fue que arribaron allí?, ¿qué es lo que nosotros queremos dilucidar acerca del sistema?, ¿qué quiere decir “nosotros”?, ¿quién lo dice?, ¿aparecen nuevas conexiones mientras las viejas relaciones desaparecen?, ¿las variables se unifican entre sí o se subdividen?, ¿las ecuaciones cambian también?, ¿deberíamos usar ecuaciones u otros medios de descripción? Y como sabemos que los modelos que usamos no son fotografías precisas de la realidad, ¿cómo cambian los resultados cada vez que nos apartamos de los supuestos?, ¿cuándo resulta importante eso?
Los supuestos de los que partimos en la primera formulación se convierten ahora en preguntas. Es en este terreno donde los decisivos aportes de la dialéctica marxista, combinados con un conocimiento cabal de los objetos de interés y de las habilidades técnicas que requiere un oficio, han dado sus mejores frutos. Aquí nos encontramos con postulados familiares, como el de la unidad e interpenetración de los opuestos, la conexión universal, el desarrollo a través de la contradicción, los niveles de integración y otros conceptos semejantes, tan áridos en los listados de los manuales de dialéctica, pero pletóricos de implicancias y rebosantes de potencial creativo.
Por último, estos mismos métodos se pueden usar reflexivamente para examinar las limitaciones históricas que han actuado sobre el marxismo como consecuencia de las circunstancias históricas que atravesó y la composición de los movimientos marxistas. Pero estos métodos no deberían ser usados de un modo mecanicista, esencialista, rechazando algunas nociones por el hecho de que se originaron en Europa y son ajenas a América Latina, o fueron creadas por hombres y son por lo tanto irrelevantes para las mujeres, o surgieron en el siglo XIX y por lo tanto no aplican al siglo XXI. Al fin de cuentas, todas las ideas son ajenas a la mayoría de los lugares donde viven sus adeptos, y en todos los lugares del mundo la mayoría de las ideas vigentes son de origen extranjero. Más bien, el contexto histórico puede ser usado para evaluar las ideas críticamente, para descubrir los aportes, las limitaciones y las transformaciones necesarias. Los aportes del feminismo y del movimiento ecologista, particularmente de aquellas ramas que ya han convergido con el marxismo, son especialmente valiosas para tomar cierta distancia y hacer esta evaluación. Hay ciertos temas que habían sido relegados a la periferia de la visión marxista predominante, que ahora pueden volver a ocupar el lugar que les corresponde en el materialismo histórico, y podemos estudiar con más riqueza las sociedades y los modos de producción y reproducción sociales/ecológicos.
Aunque las diferentes teorías usan términos diversos, estudian objetos diferentes y tienen metas distintas, no son inconmensurables entre sí. Linneo consideraba que las especies habían sido fijadas de una vez para siempre en el momento de la creación, y que cada ejemplo particular era una versión degradada de un diseño arquetípico. Los biólogos evolucionistas consideran a las especies como poblaciones que son intrínsecamente heterogéneas, sujetas a las fuerzas del cambio. La descripción de lo típico es considerada una abstracción que se hace a partir de un conjunto de animales o plantas reales. No obstante, yo todavía uso los nombres latinos acuñados por Linneo para los géneros y las especies, muchos de los cuales el propio Linneo reconocería, y podría hablar con él sobre plantas y debatir acerca de su anatomía o distribución geográfica. Seguramente estaría encantado de saber que nuestra tecnología nos ha brindado nuevas formas de distinguir entre plantas similares. No estaríamos de acuerdo sobre la importancia que tiene la variación dentro de una especie, y no sé cómo reaccionaría ante la estrafalaria idea de que la similitud a menudo delata un origen común. Pero podríamos hablar.
Esto es válido también para culturas muy distintas entre sí. Todos los pueblos tienen nombres para las plantas y animales. La mayoría de los pueblos les asignan nombres diferentes a plantas que corresponden a diferentes especies identificadas por Linneo, y dividen el mundo botánico en diferentes categorías, al igual que nosotros. También tienden a distinguir más finamente entre organismos que tienen que ser categorizados en forma diversa. Y, al igual que sucede con nuestras propias teorías, las suyas también “funcionan”, ya que sirven de guía a acciones que a menudo conducen a resultados aceptables. Ya sea que se trate de un taxonomista universitario que reconoce que la mitad de las serpientes de la provincia de Darién son venenosas, o un aborigen choco que nos dice que todas las serpientes son venenosas, pero que solo resultan mortales el 50 por ciento de las veces, la conclusión práctica es similar: cuando usted camina por la selva, tenga cuidado con las serpientes.
Además, las herramientas de investigación tienen una vida más larga que las teorías. Galileo quedaría impresionado al ver nuestros modernos y sofisticados telescopios, pero no estaría completamente perdido en un observatorio actual. Aunque un economista marxista podría no estar interesado en los modelos de equilibrio de oferta y demanda de la teoría neoclásica, o en las técnicas de análisis de costos y beneficios tan caras a la mentalidad empresarial, estos serían perfectamente comprensibles para él. El postulado de que las diferentes perspectivas son inconmensurables, hablan lenguajes diferentes y no tienen puntos de contacto entre sí es una grosera distorsión de la comprensión del punto de vista social. La existencia de barreras teóricas no redunda en la soledad existencial que imaginan los observadores distantes.
La diversidad existente en la naturaleza y la sociedad no impide la comprensión científica. Cada lugar es claramente diferente, y cada ecosistema tiene características que lo hacen único. Por lo tanto, la ecología no va en busca de reglas universales, tales como “la diversidad de plantas está determinada por los herbívoros”, ni busca predecir la flora de una región a partir del estudio de los patrones de lluvia. Lo que sí puede hacer es buscar los patrones de la diferencia, los procesos responsables de ese carácter único y ex¬clusivo. Así, el número de especies que habitan en una isla depende de los procesos de colonización y especiación, que aumentan el número de individuos, y de los procesos de extinción, que lo reducen. Podemos ir más allá y relacionar la colonización con la distancia de una fuente de migración, la extinción con la diversidad de hábitats y áreas, y con la estructura de la comunidad, y también tratar de explicar por qué los migrantes son de un tipo particular, y así sucesivamente. Los resultados serán muy diferentes en islas muy pequeñas, donde las poblaciones no duran el tiempo suficiente como para dar lugar a nuevas especies, o que están tan cerca de las fuentes de migrantes que acaban por bloquear cualquier chance de diferenciación local, de aquellos que se observan en islas muy remotas que cuentan con una gran diversidad en su hábitat.
Es erróneo recurrir a la especificidad local con el fin de rechazar las generalizaciones abusivas. Lo que estamos buscando es identificar los procesos opuestos que impulsan la dinámica de un tipo de sistema (por ejemplo, las selvas tropicales, o una isla, o la economía capitalista), absteniéndonos de postular un resultado único y universal.
Quienes defendemos a la ciencia desde la izquierda no podemos defender a la ciencia tal cual es. Por el contrario, tenemos que adoptar una postura crítica, tanto hacia la ciencia liberal como hacia sus enemigos reaccionarios. El ataque actual lanzado por la derecha contra la ciencia es parte de una ofensiva más general contra el liberalismo, ahora que el derrumbe del socialismo a nivel mundial lo torna innecesario, y la intensificación de la competencia durante un período de prolongado estancamiento hace aparecer al liberalismo como una opción demasiado costosa. Aunque su oposición al liberalismo es una oposición a los aspectos liberadores de esa doctrina, el ataque reaccionario contra el liberalismo tiende a hacer hincapié en los aspectos opresivos o poco efectivos del liberalismo.
Tenemos que exigir la apertura de la ciencia a aquellos que han sido excluidos, democratizando lo que es una estructura autoritaria modelada según las necesidades de las corporaciones, e insistir en que la meta de la ciencia debe ser la creación de una sociedad justa compatible con la riqueza y diversidad de la naturaleza. No debemos ocultarnos detrás del culto a los expertos, sino ponerlo en entredicho, en favor de enfoques que combinen la participación de profesionales y legos. La condición óptima para la ciencia es tener un pie en la universidad y otro en la comunidad en lucha, de modo tal que podamos contar con la riqueza y la complejidad de la teoría, que emana de lo particular y de una visión comparativa, y con las generalizaciones que solamente la distancia de lo particular puede aportarnos. Esto también nos permite ver la combinación de relaciones de cooperación y conflicto que tenemos con nuestros colegas, y explorar de qué forma el compromiso político cuestiona el sentido común que impera en las comunidades profesionales.
No debemos pretender o aspirar a una neutralidad imparcial, sino proclamar como hipótesis de trabajo lo siguiente: todas las teorías yerran al promover, justificar o tolerar la injusticia.
No debemos hacer la vista gorda, o lamentarnos en privado por la trivialidad que anida en muchos papers de investigación, sino denunciar que esa trivialidad emana de la mercantilización de carreras sostenidas por becas y de agendas de dominación que nos llevan a descartar muchas de las cuestio¬nes realmente interesantes.
Debemos cuestionar el individualismo y el espíritu de competencia que reina en la ciencia en favor de un esfuerzo cooperativo por resolver los problemas reales.
Debemos rechazar la estrategia de vender soluciones mágicas reduccionistas, al servicio de la ciencia mercantilista, en favor del respeto hacia la complejidad, el carácter relacional, el dinamismo, la historicidad y el carácter contradictorio del mundo.
Debemos repudiar la estética del control tecnocrático en favor del regocijo que nos provoca la espontaneidad que reina en el mundo, riéndonos de la incapacidad de los índices para capturar la vida, paladeando lo inesperado y lo anómalo, y considerar que el éxito no radica en dominar lo que es realmente indómito, sino en dar una respuesta humana, visionaria y noble a aquello que nos toma inevitablemente por sorpresa.
La mejor defensa de la ciencia frente al ataque de los reaccionarios es insistir en una ciencia al servicio del pueblo.
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NOTAS AL PIE
[1] Este capítulo fue publicado por primera vez, con algunas modificaciones, como Levins, R., “Ten Propositions on Science and Antiscience”, Social Text 46-47, 1996, pp. 101-112.
[2] Krieger, N., “Epidemiology and the Web of Causation: Has Anyone Seen the Spider?”, Social Science of Medicine 30, N.º 7, 1994, pp. 887-903.
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Fuente:
La Izquierda diario