Descripción: Óleo sobre lienzo. 361 x 598 cm.
Localización: Museo de Orsay. París
Autor: Gustave Courbet
Hoy, dos megaexposiciones parisinas redescubren la actualidad de artistas de otros siglos: Courbet y Arcimboldo. Los cuadros célebres que fueron modernos antes de tiempo.
Por Mónica López Ocón
Una obra revolucionaria es aquella capaz de abrir nuevos caminos en un futuro todavía lejano. Quienes tengan la suerte de visitar París podrán ver, hasta el 28 de enero, la exposición retrospectiva de Gustave Courbet (1819-1877) que se lleva a cabo en el Grand Palais. Es la primera retrospectiva del pintor en treinta años y la que muestra de manera terminante su revolucionaria modernidad. En ella pueden verse paisajes, escenas de caza, naturalezas muertas, retratos, autorretratos y cuerpos femeninos que elevaron la anatomía de la mujer a categoría artística. “Las amigas”, de 1866, muestra a dos mujeres en una escena lésbica. “El origen del mundo”, del mismo año, pone en primer plano un pubis femenino sin ninguna de las concesiones de la idealización ni el pintoresquismo. La obra, vapuleada por la crítica de la época por ser considerada vulgar y hasta pornográfica, asombra al público de hoy por su sensualidad, su atrevimiento y su carácter innovador. Tan célebre como la obra fue su último dueño, el psicoanalista Jacques Lacan. En 1995, “El origen del mundo” pasó a formar parte del patrimonio del Museo de Orsay y hoy pone en evidencia que a los críticos contemporáneos de Courbet les faltó inteligencia para vislumbrar que el pintor era un precursor que abandonaba los grandes tópicos de la pintura para tratar artísticamente la realidad inmediata.
París continúa siendo culturalmente consagratoria. A tal punto, que es capaz de redimensionar la obra de artistas de siglos lejanos. Giuseppe Arcimboldo (1527-1593) resulta otro caso paradigmático de pintor que redobló la fama después de muerto. Acaba de cerrar una megaexposición de su obra en el museo parisino de Luxemburgo. Durante su vida, Arcimboldo trabajó para el emperador Maximiliano II de Viena. No sólo fue pintor, sino también decorador teatral. Sin embargo, se hizo famoso no por sus obras más convencionales, sino por lo que sus sucesores consideraron caprichos imaginativos y que lo llevaron a pintar figuras compuestas de flores, animales, libros, frutas y otros comestibles. Igual que sucede con Courbet, su obra sorprende por el aire moderno que tiene su libertad creativa. Su revolución pictórica consistió, sobre todo, en las posibilidades de redescubrimiento que les ofreció a los surrealistas, como Dalí o Max Ernst.
Más allá de París. También los siglos transformaron a Hieronymus Bosch, “El Bosco” (1450-1516), en un antecesor lejano del arte fantástico moderno. Según se cree, sin embargo, este pintor singular recurría de manera permanente a fuentes literarias y pictóricas de su época. Pero esas posibles referencias a la cultura en que vivía se diluyeron con el paso de los siglos y hoy su obra, en la que no puede leerse el posible significado proveniente del contexto, es considerada un producto exclusivo de su desmesurada fantasía y un antecedente del arte del siglo XX, caracterizado –con el surrealismo a la cabeza– por la valorización de los onírico, de lo inconsciente. Más allá de su temática, lo cierto es que pictóricamente “El Bosco” se apartó de sus contemporáneos y volvió a un estilo más primitivo, quizá más adecuado para desplegar sus visiones sobre el pecado, la culpa y el infierno, como puede apreciarse en su obra más famosa, “El jardín de las delicias”.
Jan Van Eyck (1390-1441) es considerado el más famoso de los primitivos pintores flamencos. Uno de sus cuadros con mayor reconocimiento, “Retrato del matrimonio Arnolfini”, se caracteriza por trascender su propio género: la maestría de la descripción pictórica es tal que la pintura excede las exigencias del retrato y se vuelve pleno de sugestión. Además, incluye “la pintura dentro de la pintura” al reproducir minuciosamente en el espejo convexo del fondo la misma escena que muestra dicha pintura. El recurso resulta ser típico de los flamencos, pero él lo desarrolló con una perfección singular.
Porträt eines Mannes von Garofano
Rembrandt (1606-1669) innovó en muchos frentes. Pero, sin duda, “La lección de anatomía del doctor Tulp”, que pintó cuando sólo tenía 26 años, renovó el arte del retrato, hizo una utilización escenográfica de la luz y sacó a relucir el tema científico. Sin embargo, tanto la pintura como a su autor fueron redescubiertos recién en el siglo XIX. “Tarde de domingo en la isla de La Grande Jatte”, de George Seurat (1859-1891) es una obra maestra del puntillismo. Su gran innovación: dar un paso decisivo hacia el arte abstracto de la segunda mitad del siglo XX. Legítimamente, puede hablarse de obras y pintores que tenían el reloj adelantado.
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