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EL ENIGMA DE LOS PRIMEROS HUMANOS

El último ancestro común de los chimpancés y los humanos representa el punto de partida de la evolución humana y de los chimpancés CHRISTOPHER M. SMITH , en: https://www.abc.es/

Los científicos siguen investigando para arrojar luz sobre la evolución del ser humano: en el terreno, excavando en viejas y nuevas áreas; y fuera de él, utilizando tecnología de última generación para extraer información de las piezas fósiles halladas. Porque aún quedan muchas preguntas sin respuesta sobre las especies más antiguas del género Homo.

Publicado por Mario García Bartual
Paleontólogo y divulgador científico

Durante varias décadas se consideró a la especie Homo habilis el elemento de unión entre los australopitecos y el Homo erectus, de mayor estatura y cerebro. En este sentido, ha tenido el honor de ser asignado como el primer ser humano encontrado en el registro fósil, los ancestros más ancianos de nuestro linaje evolutivo. Este hombre capaz de fabricar toscas herramientas de piedra fue hallado por primera vez en los sedimentos de la garganta de Olduvai, en el norte de Tanzania. Los homininos de esta zona siempre tienen las iniciales OH –de Olduvai Hominid– y un número que sigue el orden en que se van encontrando.

OH-7 es el ejemplar de referencia –el holotipo– de la especie Homo habilis. Se trata de una mandíbula con pequeñas fracturas y desplazamientos que han distorsionado mucho su forma. Incluye además dos fragmentos de parietal de ambos lados del cráneo y algunos huesos de la muñeca y la mano que se cree que pertenecieron al mismo individuo. Una caja craneana tan rota es un problema a la hora de estimar la capacidad cerebral, pero el paleoantropólogo y anatomista Phillip V. Tobias y el experto en cerebros de homininos Ralph L. Holloway realizaron mediciones de forma independiente y ambos llegaron a la conclusión de que OH-7 tendría un volumen cefálico de entre 647 y 687 mililitros (el de los humanos modernos es de unos 1.300-1400 ml).

Foto de de 1977 de Koobi Fora (Kenia). A la izquierda, Kamoya Kimeu, recolector de fósiles humanos, junto al paleontólogo Richard Leakey, hijo de Mary y Louis Leakey, descubridores del Homo habilis. Fuente: Marion Kaplan / AGE

Otro ejemplar importante es OH-13, apodado Cinderella (Cenicienta). Se trata de un cráneo muy fragmentado que conserva el maxilar y gran parte de la mandíbula y cuyo volumen cerebral sería de 650 ml, según Holloway, o 673 ml, en opinión de Tobias. También destaca OH-24, un cráneo bastante completo, aunque muy aplastado y deformado, que se conoce como Twiggy. Pese a su desfiguración, tanto Holloway como Tobias calcularon, de manera muy aproximada, que tendría una capacidad de entre 590-597 ml. Por último, cabe mencionar a OH-65, un maxilar bien conservado y con parte de la zona inferior del rostro.

Aparte de la mano de oH-7, en Olduvai se ha recuperado un pie casi completo (OH-8) que se atribuye a un Homo habilis. Además, en 1986 un equipo de paleoantropólogos liderado por Donald C. Johanson y Tim D. White encontraron los restos muy fragmentados de un esqueleto denominado OH-62. Compuesto de 302 piezas, solo se pudo reconstruir el maxilar –con algunos dientes–, unos trozos de cráneo, parte del brazo y el fémur derechos y un pequeño fragmento de la tibia izquierda. No obstante, se trata de un descubrimiento muy importante, ya que proporciona la primera prueba inequívoca de cómo era el esqueleto de un Homo habilis. Johanson y sus colaboradores encontraron en él dos aspectos sorprendentes: su diminuto tamaño –en vida fue incluso algo más bajito que Lucy (Australopithecus afarensis) y su peso aproximado, de 30 kg– y que las proporciones de las extremidades eran tan simiescas como las de aquella. Esta afirmación la pusieron en duda un grupo de especialistas encabezados por Philip L. Reno, y entre los que se encontraba el propio White. Aducían que no se habían conservado las partes de los huesos claves para averiguar la proporción correcta. No obstante, el especialista en extremidades de homininos Christopher Ruff observó que las geometrías en sección transversal de los huesos de OH-62 no eran las que podrían esperarse de alguien que fuera bípedo a tiempo completo.

La impresión de que el habilis tenía un componente simiesco y resultaba menos humano de como se había supuesto no solo se plasmaba en sus brazos y piernas. En opinión de Randall L. Susman y Jack T. Stern, la mano de OH-7 tiene algunas características que difieren de la nuestra: las falanges medias y proximales son curvadas, robustas y con una cortical –el tejido compacto de un hueso– gruesa, indicativas de una poderosa fuerza de agarre y una configuración similar a la de los chimpancés y las hembras de gorila. Es probable que el Homo habilis pasara parte del tiempo viviendo en los árboles.

Hay otro yacimiento importante que también proporciona restos de este Homo. Nos referimos a Koobi Fora, un área geográfica de afloramientos en la orilla noreste del lago Turkana, en Kenia. Los especímenes de esa zona llevan el acrónimo del Museo Nacional de Kenia (KNM, por sus siglas en inglés) seguido de las iniciales ER, que corresponden al yacimiento de Koobi Fora –en un principio llamado East Rudolf, ya que el lago Turkana era conocido en tiempos coloniales como Rodolfo–.

El paleoantropólogo británico Bernard Wood ha estudiado de forma exhaustiva todos los fósiles de Homo primitivo procedentes de allí y ha establecido minuciosas comparaciones con los Homo habilis de Olduvai. En opinión de Wood, en Koobi Fora hay un cráneo que pertenece a un H. habiis. Nos referimos a KNM-ER 1813, que tiene un volumen cerebral de solo 509 ml, rostro estrecho y la región maxilar proyectada hacia delante. Habría también, según Wood, un segundo esqueleto –KNM-ER 3735– de esta especie. El pobre 3735 está incluso más destrozado que OH-62, aunque algunas características de sus brazos sugieren habilidades trepadoras, según Ruff.

La paleoantropóloga Meave G. Leakey, esposa de Richard Leakey, ha contribuido junto con su equipo a ampliar los conocimientos sobre el Homo rudolfensis. Fuente: Markus Matzel / vía Getty

Los ejemplares de Homo habilis tienen una antigüedad comprendida entre 1,9 y 1,65 millones de años. A nivel craneal se caracterizan por su marcado toro suprarorbitario –reborde óseo por encima de las órbitas oculares–, los huesos de la bóveda craneal delgados, el hueso occipital bastante angulado y la región maxilar proyectada hacia delante.

Muchos paleoantropólogos, incluido Wood, creen que en Koobi Fora hay además una segunda especie de seres humanos primitivos denominada Homo rudolfensis. El ejemplar más importante es el cráneo KNM-ER 1470, con un volumen cerebral cercano a 750 ml. La región maxilar de 1470 por debajo de la nariz es sorprendentemente recta –ortognática– y distintiva; ninguna otra especie de humanos arcaicos tiene un maxilar carente de curvatura. Los huesos cigomáticos –los que están debajo de la mejilla– son muy prominentes y están posicionados anteriormente respecto del paladar.

Es probable que, por sus características físicas, el Homo habilis pasara parte del tiempo viviendo en los árboles

Recientes hallazgos realizados por el equipo de Meave G. Leakey han ampliado el conocimiento sobre esta especie. Nos referimos a parte del rostro de un individuo juvenil bastante bien conservado –KNM-ER 62000– y una mandíbula prácticamente completa –KNM-ER 60000–. El fragmento de cara 62000 ha supuesto un espaldarazo definitivo a la credibilidad del Homo rudolfensis, por lo que el cráneo 1470 no se trataba de un bicho raro. Al ser un individuo joven, 62000 es más pequeño en tamaño que 1470; no obstante, tiene exactamente ese mismo rostro tan plano. Según parece, la peculiar cara del Homo rudolfensis es independiente de la diferencia entre machos y hembras –dimorfismo sexual– o factores asociados al desarrollo –ontogenia–. Por su parte, los molares de la mandíbula 60000 son más pequeños de lo que se habría esperado.

Inicialmente los paleoantropólogos supusieron que los H. rudolfensis tenían muelas grandes como el Paranthropus boisei, que es el otro hominino de Koobi Fora con la cara muy plana y un potente aparato masticador cuajado de enormes muelas. En este sentido, Wood atribuyó al H. rudolfensis una robusta mandíbula de grandes dientes conocida como KNM-ER 1802. Por la misma razón, se ha asignado a esta especie otra gruesa y dentona mandíbula, UR-501, encontrada en el yacimiento de Uraha (Malawi). Sin embargo, el ejemplar 60000 es un gran descubrimiento y deja bastante claro que un rostro plano no implica necesariamente grandes molares.

El investigador Brian Villmoare, de la Universidad de Nevada, en Las Vegas (EE. UU.), posa con LD 350-1, una mandíbula fosilizada de 2,8 millones de años hallada en Etiopía. Fuente: Aaron Mayes / Universidad de Nevada, Las Vegas (UNLV)

Como 1470 no conserva la dentadura, se desconocía cómo era su aparato masticador, aunque algunas raíces de los dientes preservadas sugerían que debía de tener premolares y molares bastante grandes. Por esta causa, Wood supuso que la mandíbula 1802 era la adecuada compañera de 1470. Sin embargo, no encaja con el cráneo 1470 ni con el maxilar de 62000 y, en cambio, estos articulan aceptablemente –hay que tener en cuenta que el último pertenece a un espécimen joven– con la mandíbula 60000. Por tanto, 1470 tenía una mandíbula bastante parecida a 60000, lo que supone un gran avance y, además, plantea un serio problema; puede que tanto 1802 como UR-501, con sus grandes piños, no sean Homo rudolfensis y pertenezcan a otra especie.

Si descartamos la mandíbula de Malawi, el H. Rudolfensis tiene una antigüedad comprendida entre los 2,05 y los 1,78 millones de años. De su esqueleto poscraneal no se sabe nada con certeza, pues todavía no se ha encontrado un cráneo asociado con parte del esqueleto. De manera tentativa, Wood incluye dentro del H. rudolfensis los fósiles KNM-ER 1472 –un fémur derecho– y KNM-ER 1481 un fémur, parte de una tibia y la zona distal de un peroné–, ambos más grandes y de aspecto más moderno que OH-62.

Aunque se ha avanzado mucho en el conocimiento del H. habilis, el ejemplar de referencia OH-7 tiene la mandíbula distorsionada y la bóveda craneal parcial consta de muchos fragmentos rotos y unidos laboriosamente, lo que dificulta efectuar buenas comparaciones anatómicas. Para abordar el problema, un equipo de especialistas del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva en Leipzig (Alemania), liderados por Fred Spoor y Philipp Gunz, han usado tomografías computarizadas y tecnología de imágenes 3D para digitalizar, separar y volver a ensamblar las piezas fósiles de forma virtual.

Así se pudo efectuar una reconstrucción simétrica de la mandíbula de OH-7 a fin de estudiar su verdadera morfología. Los investigadores tu-vieron muy en cuenta la forma de la arcada dentaria –el arco creado por los dientes y el frente de la boca–, que es un excelente indicador de cómo es el cráneo facial de un hominino y puede ofrecer más información a la hora de clasificar distintas especies. Así, compararon la arcada dentaria de la mandíbula de OH-7 con OH-13 (H. habilis), KNM-ER 1802 (H. rudolfensis, según Bernard Wood), mandíbulas de Australopithecus afarensis, ejemplares del yacimiento georgiano de Dmanisi (Homo erectus) y Homo sapiens.

Las sorpresas no tardaron en llegar. OH-7 y OH-13 tienen unas arcadas muy similares, lo que era de esperar, pero 1802 es incluso más parecido en su forma a OH-7. Por tanto, 1802 debería ser un H. habilis, y no un H. rudolfensis, como inicialmente supuso Wood. Otro aspecto sorprendente es que las mandíbulas OH-7, OH-13 y 1802 resultaron muy parecidas a las del Australopithecus afarensis.

La comparación de las arcadas maxilares ha dado más novedades. Aunque OH-7 no tiene maxilar, los especialistas del Max Planck lo reconstruyeron digitalmente usando dos enfoques: una predicción anatómica sobre la base de la oclusión de los dientes superiores e inferiores y un modelo estadístico. Cuando compararon la arcada maxilar digital de OH-7 con la de OH-65, vieron que este tiene una forma con un gran arco parabólico, muy cercana a la de los humanos actuales. Es poco probable, por tanto, que OH-65 sea un Homo habilis.

En cuanto al pequeño cráneo de Koo-bi Fora KNM-ER 1813, su arcada maxilar se aproxima a la de OH-7 ligeramente. Pero tal vez no sea un H. habilis porque su arcada, bastante parabólica, se parece más a la del H. erectus de Dmanisi. Al igual que con la mandíbula, OH-7 tendría un maxilar estrecho y alargado, al estilo del A. afarensis, y distinto de todos los maxilares de H. rudolfensis y H. erectus.

La reconstrucción del cráneo de OH-7 fue otra tarea digital. Originalmente los fragmentos de parietal estaban aplastados, así que era difícil estimar su volumen cefálico. La nueva versión del Max Planck lo aumenta hasta los 800 ml, mucho más de lo que Tobias y Holloway habían calculado, y sitúa a OH-7 en el rango de tamaños cerebrales propios del H. erectus, de características más humanas. Una cara muy primitiva, tipo Lucy, y un cerebro avanzado hace que el H.habilis sea fascinante por esa extraña mezcla de cualidades antiguas y más evolucionadas.

También resulta sorprendente la variedad de humanos arcaicos que vivían en la región de Koobi Fora hace unos dos millones de años, pues, además del H. habilis, también había H. rudolfensis y los primeros representantes africanos del H. erectus –esto lo sabemos gracias a cráneos como KNM-ER 42700–. Inicialmente, los paleoantropólogos pensaban que las diferencias en el tamaño del encéfalo eran importantes para caracterizar las especies de humanos arcaicos, pero esta nueva línea de investigación muestra que las tres especies no se pueden distinguir según el volumen craneal, sino por las diferencias en su apariencia facial. Ese parecido tan notable de la cara del H. habilis con Lucy sugiere una estrecha relación de parentesco con ella y otros A. afarensis que provienen del yacimiento etíope de Hadar.

A unos 30 km al noreste está el de Ledi-Geraru, donde se localizó la mitad de una mandíbula –LD 350-1– con una antigüedad de entre 2,75 y 2,80 millones de años. Se trata de un hallazgo trascendental: el fósil de Homo más antiguo conocido hasta ahora. Resulta muy interesante su mezcla de características derivadas –más evolucionadas– propias de un ser humano y otras típicas del A. afarensis, que no tiene nada de humano. Por ejemplo, la forma del cuerpo lateral de la mandíbula o el patrón de desgaste de la dentición son característicos de Homo, mientras que en el tamaño de los dientes y la mandíbula es comparable a Lucy. Pero lo más notable es que LD 350-1 muestra una arcada dentaria estrecha y alargada de contorno similar a la de OH-7, por lo que la geometría mandibular del H. habilis estaba presente en este antiquísimo humano. Sin embargo, la sínfisis mandibular –región externa de la mandíbula entre los dientes caninos– es muy similar a la de A. afarensis, lo que denota su faceta primitiva. Por esta razón, resulta poco pro-bable que LD 350-1 sea un verdadero H. habilis, pero sin duda era uno de sus antepasados.

En los sedimentos geológicos de Ledi-Geraru y Hadar se encuentra la esperanza de conocer a los Homo más antiguos, nuestros orígenes más remotos. Para ello, los paleoantropólogos deben seguir investigando en los parajes etíopes y tener un poco de mucha suerte.

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