Hay que ser, además de realista, pragmáticos. Nuestra primera prioridad ha sido y deberá seguir siendo asegurar nuestro autoabastecimiento
Nuestra primera prioridad ha sido y deberá seguir siendo asegurar nuestro autoabastecimiento, tanto más en cuanto que importar gas desde cualquier otro país sigue siendo un albur, expone al país a las viceversas y contingencias propias de la geopolítica y puede entrañar, como ocurre actualmente, unos costos muy elevados.
Amylkar D. Acosta M.
Miembro de Número de la ACCE
El gas natural cobró importancia en el mundo a raíz de la crisis energética que se desató con la guerra del Yom Kipur y el posterior embargo petrolero decretado por los países árabes a los países aliados de Israel, su rival. En respuesta a ello y ante el temor de seguir dependiendo sólo del petróleo, cuyas mayores reservas y los mayores volúmenes de producción estaban concentrados en el golfo pérsico, las grandes potencias, encabezadas por EE. UU., decidieron diversificar su matriz energética, integrando a esta el gas natural, que hasta entonces sólo había sido un estorbo para las empresas petroleras y el carbón, que había sido desplazado por el crudo después que le había pasado su cuarto de hora. Garantizar el abastecimiento de crudo se había convertido para ellas en un asunto de seguridad nacional.
Por su parte las siete hermanas, que era como se les conocía a las mayores multinacionales petroleras, concluyeron también que no podían seguir poniendo todos los huevos en una misma sesta, el petróleo y empezaron a diversificar su portafolio de inversiones. Ello explica por qué una multinacional petrolera (Texas) terminó asociándose con la estatal Ecopetrol para la exploración y extracción gas en La Guajira, al tiempo que otra de ellas (EXXON) se asoció con Carbocol para explotar el carbón de El Cerrejón. Desde entonces el gas natural ha cobrado cada vez una mayor importancia a nivel global, participando con el 24.7% de la canasta energética y su uso se ha extendido exponencialmente.
En Colombia, particularmente, se ha masificado su uso residencial, en el transporte, en la industria y en la generación de electricidad, participando con él. El mayor impulso al gas natural se lo dio el exministro Guillermo Perry, con su estrategia del Gas para el cambio (1986 – 1988). El año 2020 cerró con un número de 10´253.699 usuarios de gas natural en el país, 10´061.213 domiciliarios, 186.760 comerciales y 5.726 entre automotores, industriales y generadores de energía.
De la abundancia a la escasez
Después del hallazgo de gas natural en La Guajira y en el pie de monte llanero, las dos principales fuentes de suministro del gas del país, que ya están en franca declinación, no han habido otro de su importancia. Las reservas con que se cuenta, de 3.1 GPC, a duras penas alcanzan para 8 años, de allí la urgencia de explorar aún más para recuperarlas, ya que desde hace una década pasamos de la abundancia a la escasez de gas, poniendo en riesgo el autoabastecimiento.
Por fortuna, en los últimos meses se han anunciado por parte del Presidente de Ecopetrol Felipe Bayón descubrimientos muy importantes y esperanzadores que pueden alejar el fantasma de las importaciones de este energético1. De todos modos, ante cualquier eventualidad de déficit de suministro, se cuenta con una planta regasificadora, El Cayao, localizada en Cartagena, para importarlo, especialmente cuando el parque de generación térmica así lo requiera.
La seguridad y la soberanía energética
Este es el escenario que enfrenta Colombia en medio de la crisis energética a nivel global que ha exacerbado la invasión rusa a Ucrania y las sanciones impuestas por EE. UU. y sus aliados de la UE a Putin, que ha elevado sensiblemente la cotización del gas, superando los US $8 el MMBTU, incrementando exorbitantemente los precios y las tarifas de energía, atizando de paso la inflación global. Ello ha venido a interferir la marcha de la Transición energética en dichos países, obligándolos a dar marcha atrás en su avance, en pos de garantizar la seguridad y sobre todo la soberanía energética. Claro está que este impasse puede servir de catalizador a la Transición energética, acelerándola, única vía para superarlo con éxito.
En Colombia, como en el resto del mundo, el gas natural está llamado a servir de combustible puente de la Transición energética y así lo catalogó el parlamento europeo, integrándolo a su matriz energética con el sello verde, dándole el mismo tratamiento de las energías renovables. Colombia requiere del gas natural para avanzar en una Transición gradual y responsable, como tiene que ser. Y dado que nuestras reservas de gas son tan precarias es imperativo continuar con la exploración de este, para así garantizar una Transición tranquila. Una de las lecciones aprendidas de la tragedia que vive la UE es que la Transición energética no debe poner en riesgo la seguridad y la soberanía energética.
Del gas natural, al igual que del petróleo, podemos decir que es mejor tenerlo y no necesitarlo que necesitarlo y no tenerlo y peor que depender de ellos es depender de sus importaciones. Ello fue lo que llevó al Congreso de la República a expedir la Ley 2128 de 2021, tendiente a promover “el abastecimiento, continuidad, confiabilidad y cobertura del gas combustible en el país” y la masificación de su uso “se declara de interés nacional y estratégico para el desarrollo económico, social y ambiental”. Exponer al país a tener que importarlo, lo cual pondría en riesgo no sólo la seguridad energética sino la soberanía energética del país, contraviene esta Ley, ello sería impensable.
El embeleco de la Regasificadora del Pacífico
De allí que nos ha parecido desafortunado el empecinamiento de construir una regasificadora, esta vez en el Pacífico, así como el apresuramiento de importar gas desde Venezuela para suplir nuestras necesidades de este. Desde el anterior gobierno se ha insistido con terquedad aragonesa en el despropósito de montar una regasificadora en el puerto de Buenaventura, so pretexto de que “la situación del gas natural es dramática porque no se han sumado nuevas reservas y dadas las incertidumbres de la conexión de nuevas reservas al sistema de transporte”, según lo sostuvo el ex presidente de la Agencia Nacional de Hidrocarburos (ANH) Armando Zamora. Además, para el ex ministro de Minas y Energía Diego Mesa “la planta del Pacífico es prioritaria para atender el consumo del combustible hacia el 2025”.
Antes de dar este paso en falso, sostiene el presidente de la asociación colombiana de ingenieros (ACIEM) Ismael Arenas, “se debe priorizar la utilización del sistema existente, que a un mínimo costo marginal, podría garantizar el abastecimiento de gas al país con menor costo”. En ello tiene razón, porque con ese esperpento, de la regasificadora del pacífico, saldría más caro el caldo que los huevos, pues, además de las facilidades para la importación del gas por dicho puerto, que supera los US $700 millones, habría que hacer una inversión mayor para construir el gasoducto para transportarlo hasta empalmar con la red troncal en Yumbo (Valle del Cauca). Y, lo más grave, es que se pretende que dicho costo lo paguen los usuarios de gas del país, que se calcula en US $0.90 de dólar por MMBTU. Sólo a Ecopetrol, que es el mayor consumidor de gas, según su Presidente Felipe Bayón, le costaría entre US $30 y US $40 millones (¡!).
Según la Contraloría General, “para un usuario residencial no subsidiado con un consumo de 15 metros cúbicos (correspondiente a una tarifa de $28.800), la entrada en operación de la planta le implicaría pagar hasta $38.000 mensuales, a partir de 2024, es decir un incremento de 32 % en tres años”. También, advirtió que el proyecto representa un riesgo porque puede llegar a tener una infraestructura improductiva, si no se presenta el supuesto déficit de gas que se daría en 2024.
Como lo afirma el ingeniero Arenas, más bien, “es necesario y conveniente identificar mayores reservas de gas natural y aumentar la producción nacional, así como articular el acceso al mercado internacional”. Y la fórmula perfecta sería, en su lugar, montar una planta bidireccional en La Guajira, que ya cuenta con la infraestructura de transporte, que opera Promigas, la cual recientemente se conectó con la del interior del país, que opera TGI, de tal modo que una vez se declaren comercial los descubrimientos de gas en su área de influencia, serviría para abastecer el mercado interno y exportar sus excedentes y, de ser necesario, serviría también para importar el gas que llegue a faltar, como ya se ha venido haciendo por Cartagena. Es más, en el entretanto, de ser necesario, perfectamente se podría ampliar la capacidad de la planta del Callao a muy bajo costo.
Preocupa sobremanera que la nueva administración que preside Gustavo Petro, sin medir distancia y sin beneficio de inventario ha tomado la posta de este proyecto y ya se anunció por parte de la UPME que esta recibirá oferta de los interesados hasta el 3 de marzo de 2023 y el 18 de mayo se anunciaría el nombre de la empresa que asumiría su ejecución2. ¡Valiente contumacia!
En lugar de embarcarse en ese embeleco se debe apurar el paso para avanzar en el propósito de establecer las reservas de gas offshore, descubiertas hace 4 años en el Caribe colombiano, el cual posee una gran prospectividad. Son varias las empresas que adelantan una febril actividad exploratoria en procura de reponer y acrecentar nuestras precarias reservas probadas de gas, entre ellas la estatal Ecopetrol y su filial Hocol y Canacol Energy, entre otras, que verían desalentada su actividad de concretarse el despropósito de apostarle más a las importaciones de gas natural que a la autosuficiencia.
La viceministra de Energía, Belizza Ruiz, aseguró que la importación de gas le permitirá a Colombia tener una confiabilidad en el suministro de gas y en el sector eléctrico. Según ella “la soberanía no se va a ver afectada en ningún momento por el hecho de que tengamos unas plantas de regasificación en el Caribe y el Pacífico (en proceso de adjudicación) y activemos un gasoducto con países fronterizos como es el caso venezolano”3.
Nuestra prioridad: el autoabastecimiento
Ya explicamos las razones por las cuales consideramos innecesario e inconveniente el montaje y la operación de la regasificadora de marras. En cuanto a la importación de gas desde Venezuela, ello no se puede descartar de plano, siempre y cuando se plantee en el marco de la integración regional, sobre todo ahora que soplan nuevos vientos gracias al restablecimiento de las relaciones diplomáticas y comerciales entre Colombia y Venezuela y la normalización en ciernes de las relaciones de los EE. UU. con el hermano país. De hecho, Colombia, aunque esporádicamente ha venido importándolo, cada vez que se requiere, desde terceros países y con Venezuela se firmó un contrato entre Ecopetrol y PDVSA, que sólo funcionó a medias, porque sirvió para exportar gas desde Colombia hacia Venezuela y nunca se cumplió con la reciprocidad de este. En consecuencia, se trataría de reactivarlo y dar pábulo para que Venezuela cumpla su parte.
De todos modos, se trataría de tener en la posible importación de gas desde Venezuela un respaldo, pero no depender de ella. Por lo demás, el país no tiene premura en ello ni es apremiante su necesidad en el corto plazo, además de que aún no están dadas las condiciones para que desde Venezuela se pueda exportar gas hacia Colombia por varias razones, a saber: la primera, es que si bien es cierto Venezuela cuenta con las mayores reservas de petróleo del mundo y una de las mayores reservas de gas, estas últimas son reservas de gas asociado con el petróleo, no es gas libre. De manera que con la caída de la producción de crudo desde más de 4 millones de barriles/día a sólo 750.000, actualmente, ello implica que la extracción de gas ha caído en la misma proporción, razón por lo demás poderosa para concluir que no cuentan con excedentes susceptibles de exportación.
En segundo lugar, la producción de hidrocarburos está concentrada del lado de Guyana, al oriente de Venezuela y no se cuenta hasta la fecha con la infraestructura necesaria para transportar el gas hasta Maracaibo, para empalmar con el gasoducto Antonio Ricaurte, el cual conecta el campo gasífero de Ballena en La guajira con Maracaibo, Estado Zulia, que fue construido por PDVSA a un costo de US $335 millones en 2004 y fue inaugurado en 2007, pero que fue abandonado a su propia suerte desde que dejó de operar en 2015 y vale una millonada de dólares su recuperación, amén del tiempo que demanda tan ímproba tarea. De manera que la inminencia de traer gas desde Venezuela, como lo ha planteado el Embajador de Colombia en Caracas Armando Benedetti, luce muy remota. Eso no es como soplar y hacer botella.
Hay que ser, además de realista, pragmáticos. Nuestra primera prioridad ha sido y deberá seguir siendo asegurar nuestro autoabastecimiento, tanto más en cuanto que importar gas desde cualquier otro país sigue siendo un albur, expone al país a las viceversas y contingencias propias de la geopolítica y puede entrañar, como ocurre actualmente, unos costos muy elevados. El contraste es muy notorio, recientemente mientras el gas de producción doméstica tenía un precio que oscilaba alrededor de los US $5 el MMBTU, el importado, debido a la crisis actual, se transaba entre US $40 y US $50 el MMBTU.
Edición 806 – Semana del 3 al 9 de diciembre de 2022
2 Semana. Septiembre, 30 de 2022.
3 Ídem.
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