La inflación argentina exige una intervención pública que repare los salarios y estabilice los precios
Por Guillermo Wierzba
Imagen: Antonio Berni, El mundo prometido a Juanito Laguna
Desigualdad y pobreza, conceptos fundamentales de la economía, son motivo de un debate intenso en la sociedad. Junto a los precios y los salarios, son las categorías que desbordan ampliamente el terreno de lo académico para ocupar lugares centrales en la discusión política y social, de interés popular porque se constituyen en factores cotidianos e inmediatos respecto a las condiciones de vida.
En las diferencias respecto a los determinantes y las soluciones para la desigualdad y la pobreza, también respecto de la historicidad o no, de su naturalización o no y de las políticas para estrecharlas, que suponen los grados de intervención del Estado, existe un fuerte litigio teórico entre las corrientes del pensamiento de la economía y las ciencias sociales en general. Es en ese litigio donde se caen las pretensiones de neutralidad de las que presumen las tendencias hegemónicas que hoy dominan el campo académico.
Los economistas clásicos han expuesto que en la sociedad capitalista el proceso de producción se organiza en clases sociales:
– Los que no tienen medios de producción y perciben un salario,
– Los que son poseedores de bienes naturalmente limitados –el más importante la tierra– y cobran una renta cuando lo ceden en uso para la actividad económica,
– Los poseedores del capital, que muta entre su forma dinero a sus formas de instalaciones y máquinas e insumos del proceso productivo, pagando –además– salarios y rentas, porque organizan y dirigen el proceso de producción.
Los clásicos denominan como clases sociales a estas tres diferentes posiciones que se asumen en la producción por parte de las distintas condiciones de propietarios y las mayorías populares que no son propietarias. David Ricardo (cuyo pensamiento tuvo enorme incidencia en las relaciones entre la metrópoli industrial británica y la pampa agrícola rioplatense) toma a la distribución del ingreso entre estas tres clases como objeto de estudio central cuando da la definición de Economía Política. Adam Smith trabaja con la idea de que los resultados de la producción se distribuyen entre tres clases sociales: los terratenientes, los capitalistas y los trabajadores.
En El Capital, que el autor subtitula como Crítica de la economía política, Karl Marx sostiene el análisis en términos de las mismas tres clases sociales, pero introduce conceptualizaciones fundamentales como:
– Que la condición de no propietarios de medios de producción –de los trabajadores– los constituye en una relación subalterna respecto a las clases propietarias. Esta diferencia de por sí es constitutiva de desigualdad.
– La idea de salario de subsistencia, que sostiene que los trabajadores no van a percibir más que los bienes necesarios para su vida y la reproducción de la misma en sus descendientes. Lo hace diferenciando condiciones del salario de subsistencia física y las de subsistencia social. Este último concepto le da historicidad a los bienes necesarios para la vida cotidiana de los trabajadores. Ese salario sería el que terminarían percibiendo los no propietarios, debido a que los contratos de trabajo firmados con los patrones en el mercado de trabajo serían convenidos en condiciones de desigualdad, con un poder claramente diferente y presionados por una oferta de mano de obra siempre excedente; a ese exceso de mano de obra Marx lo denomina ejército de reserva.
– Dice el autor en el prólogo a la primera edición de la obra que “la sociedad actual no es un inalterable cristal, sino un organismo sujeto a cambios y constantemente en proceso de transformación”.
La transformación de la “nueva economía”
Las corrientes marginalistas y neoclásicas constituyen la base teórica inmodificada, en su sustancia básica, de quienes profesan las políticas económicas que sostiene el neoliberalismo.
La organización en clases sociales de la sociedad capitalista desaparece en la lengua neoclásica. Aparecen como sujetos los agentes económicos con su individualidad. La provisión de trabajo, capital y tierra es efectuada por distintos agentes. La empresa que encara el proceso de producción se hace de ellos comprándolos a los agentes. Este giro conceptual produce un viraje lingüístico, denominándose a ese trabajo, a ese capital y a esa tierra como factores de producción. Queda velada la diferencia entre las clases sociales, al ser estas cosificadas en factores.
A partir de su desarrollo analítico, la teoría neoclásica alinea los precios de los factores con su productividad marginal. O sea, con el cambio en el ingreso total de la empresa que produciría el agregado de una unidad más de tierra, capital o trabajo. Sostiene que ese ajuste se produce por mecanismos mercantiles, propios del funcionamiento del sistema económico. Que el bienestar de los agentes provendrá de la mejor organización de los mercados y de respetar que los precios de los mismos permanezcan libres y sin interferencias institucionales para que la economía se desenvuelva. En términos del discurso teórico esto se designa como endogeneidad de la distribución del ingreso, y cualquier violación que pretenda interferirla quita a la economía del punto de bienestar máximo.
Los intelectuales de la Sociedad Mont Pelerin sostenían que las políticas de igualdad sustantiva coartaban la libertad individual, y sólo admitían las que se limitaran a la igualdad ante la ley. La teoría de las corrientes del mainstream neoliberal justifica desde el modelo de la hoy llamada Microeconomía la prescindencia de una política de ingresos activa por parte del Estado.
Otros tres aspectos que están en la base teórica de la nueva economía son:
– La tendencia al pleno empleo que se derivaría de las condiciones de la competencia libre.
– La autonomía de la tecnología frente al desarrollo económico. En términos teóricos, su exogeneidad. El cambio permanente tecnológico no se presenta como resultado de la competencia entre los capitalistas de las distintas firmas por obtener mejoras competitivas y determinado sólo por la lógica de la ganancia, sino que sería introducido desde ámbitos de la investigación.
– Los cambios de la tecnología de la producción son determinantes de cambios en los precios de los factores, de su combinación óptima para producir y por lo tanto de la distribución del ingreso. Esta sería una cuestión afectada por la tecnología.
La crítica keynesiana
Keynes cuestiona la tendencia natural al equilibrio que plantea el liberalismo neo. Las vertientes keynesianas conciben la necesidad de combatir las tendencias recesivas y la desocupación con aumentos de salarios que redistribuyan en forma progresiva el ingreso. Como el excedente económico es ahorrado por los sectores propietarios, la transferencia de ingresos a los trabajadores que los vuelcan masivamente al consumo provocaría el aumento de la demanda, y por lo tanto de la producción para satisfacerla y, como consecuencia, de la inversión. Completa la lógica de la teoría anticrisis la reivindicación del gasto autónomo del Estado como motor de empuje para elevar el nivel de actividad y empleo. Es la descripción de un círculo virtuoso que resulta del despliegue de políticas que requieren de la intervención estatal y que incluyen la afectación de la distribución del ingreso. Las economías del bienestar europeo y el despliegue de gobiernos populares en la periferia implicaron la asunción de estas perspectivas, entre otras.
La lucha de trabajadores y sindicatos
Las vertientes ortodoxas siempre han sido refractarias al poder sindical. Manifiestan que el riesgo mayor es la presencia de sindicatos únicos y poderosos por rama productiva, y temen que se conviertan en “monopolios”. En los textos académicos de esas corrientes puede divisarse la preocupación del monopolio de los trabajadores mucho más insistentemente que el del patronato. El sindicato intervendrá en la conformación del salario y la distribución externamente, alterando el nivel del mercado e impulsando el salario por encima de su precio de equilibrio, es decir por arriba de la productividad marginal del trabajo. Con salarios altos disminuiría la demanda de empleo por parte de las empresas. Debe notarse el mecanismo inverso respecto del pensamiento keynesiano, que formula la cuestión del salario como estímulo al consumo y por lo tanto a la producción y al empleo.
Los intelectuales orgánicos de los grandes empresarios de la economía ven al salario como costo, siendo el grado de internacionalización de estos y su posicionamiento en eslabones claves de cadenas de producción de bienes –cuyo consumo es irrenunciable– lo que los lleva a esa mirada sesgada. En cambio, el empresariado pyme y algunos grandes cuya producción es destinada fundamentalmente al mercado interno y en una gama de rubros de distintas conductas de consumo, requieren de la solvencia de la demanda para poder vender lo que producen. Estos conocen que los salarios son parte de sus costos, pero también del volumen de producción y ventas que tendrán.
Las economías del bienestar en el Norte y los gobiernos populares en los países periférico-dependientes han desplegado instituciones que ponían al Estado como árbitro de negociaciones salariales. Esta definición implica la conformación de la distribución del ingreso por mecanismos extra-mercantiles. Lo que significa la posibilidad de la determinación de esa distribución como una definición política de la ciudadanía.
En realidad la inflación, en los marcos de un régimen que asume ese tipo de determinación, es la forma del empresariado de anular la mejora social que ha significado el establecimiento de las convenciones colectivas de trabajo. Tanto la mirada de los marxianos como la de los sostenedores de otras vertientes del pensamiento crítico respecto a los intereses contrapuestos entre el patronato y los trabajadores, sostienen unos la necesidad de la lucha de clases y los otros la intervención estatal para mejorar la vida popular. La misma visión tienen los keynesianos respecto de la cuestión social pero también sobre la necesidad de la regulación económica de corto plazo para evitar la ocurrencia de ciclos que perjudiquen la marcha de la economía.
Pero queda explícito que, como se decía en la nota Independencia o Subordinación, citando a Salama y Valier, son los precios los que expresan a la pulseada por ganancias del empresariado. Por lo tanto, la des-mercantilización de la regulación salarial exige otra lógica donde el Estado tenga intervención en la conformación de los precios. Sobre todo en momentos en que existe una inflación cuya clave dinámica es la recomposición de la tasa de ganancia.
La inflación argentina del presente exige ese nivel de intervención pública que repare a todos los salarios con una suma fija sustantiva. Que además resuelva un incremento significativo del salario mínimo vital y móvil. Mientras tanto los precios deberían ser estabilizados y adecuados en su nivel por la acción del gobierno. Es necesario un shock redistributivo progresivo que recupere sustantivamente la participación de los salarios en la composición del ingreso.
Historicidad
Esa recomposición salarial respecto del excedente apropiado por el empresariado está estrechamente vinculada a la reducción de la pobreza y la desigualdad. El concepto de la pobreza se construye respecto de las condiciones de vida, las relaciones sociales, el desarrollo de las fuerzas productivas y la idea de una sociedad de semejantes. No es lo mismo la pobreza en el mundo actual que tres siglos atrás. Hoy quien no tiene agua corriente, ni acceso a electricidad, ni a calentarse en invierno, ni a los medicamentos que necesite, es sin duda un pobre. Sin embargo hace centurias los más ricos no tenían posibilidad de resolver muchas de estas cuestiones, porque no existía el desarrollo de los medios para hacerlo. La insulina es un bien esencial para los diabéticos desde el momento en que se desarrolló su existencia y disponibilidad, para los pobres y para los ricos. El progreso médico la hizo posible. Otros bienes como las computadoras, que no fueron esenciales desde un principio, con su aplicación a la vida cotidiana en todos sus aspectos también pasan a ser indispensable para que las familias dejen de ser pobres. El ser humano es un ser social, cuya condición permanente es vivir con dignidad, es decir atendiendo a las ideas de libertad e igualdad. Nunca es sólo un producto de la naturaleza que entra en relación con otros seres humanos individuales para conformar una sociedad. El hombre no constituye la sociedad sino que esta lo constituye a él. De modo que la dignidad humana queda satisfecha en el marco de una lógica social y no corporal-individual. Las necesidades básicas no son sólo las corporales, ni siempre las mismas. Su percepción y establecimiento corresponden al estado de la sociedad y de la Humanidad en cada época histórica.
Por otro lado la pobreza no es independiente de la desigualdad. Son conceptos ligados. Hay sociedades muy desiguales donde coexisten viviendas precarias, o falta de ellas, o un nivel de alquileres en barrios populares que se consumen una parte elevada de los ingresos de los sectores más vulnerables y/o asalariados, y por otra parte un sector propietario de mansiones, con casas de fin de semana, o poseedores de un número considerable de viviendas sin habitar. Sociedades en las que existen fuertes desniveles en las condiciones de acceso a la salud o al vestido digno. Sociedades donde la recreación alcanza a un sector de sus miembros y a otros no, lo que lleva a la extinción de la noción del semejante. Son tan desiguales que constituyen sociedades partidas, en camino a la des-socialización. Un rumbo inevitable a la escalada de la violencia cotidiana es la consecuencia de esa partición. Des-socialización es deshumanización. No hay Humanismo posible en países sin un Proyecto que conjugue la fusión entre el cierre de las brechas de desigualdad y la eliminación de la pobreza.
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