Los riesgos presentes son muchos y resulta ocioso seguir acumulándolos. Baste con decir que son diversos y de una profundidad que no necesariamente es asumida
por los actores involucrados
David Penchyna Grub
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“No nos hagamos ilusiones. Navegamos aguas turbulentas. Se avecina un invierno de descontento a escala mundial. La crisis del costo de la vida está haciendo estragos. La confianza se desmorona. Las desigualdades se disparan. Nuestro planeta está ardiendo.”
Las palabras pronunciadas por el secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, durante la pasada Asamblea General del organismo, constituyen una advertencia ominosa sobre los riesgos que enfrenta un mundo que ha caído en el autoengaño, la complacencia y la parálisis política.
Bajo cualquier otro contexto, lo expresado por Guterres podría ser calificado como una exageración que busca conjurar riesgos venideros. Sin embargo, lo aseverado por el secretario ha encontrado un asidero importante en las circunstancias actuales.
Tan sólo el pasado 14 de septiembre el propio Guterres llamó la atención sobre la circunstancia que atraviesa Pakistán. Golpeado por las lluvias e inundaciones desde hace meses, ese país se ha convertido en la postal de los devastadores efectos del cambio climático. Además de las cuantiosas pérdidas materiales y humanas, las lluvias han dejado regiones enteras bajo el agua, incomunicadas o desplazadas. Estas comunidades han comenzado a experimentar incremento en los casos de dengue y malaria. De acuerdo con el doctor Abdul Ghafoor Shoro, secretario general de la Asociación Médica de Pakistán, 80 por ciento de las pruebas aplicadas a casos sospechosos están arrojando un resultado positivo (BBC).
La advertencia hecha por Guterres es clara. La realidad que hoy enfrenta Pakistán será parte de la normalidad global si las naciones del G-20, que, por cierto, producen la mayoría de las emisiones, deciden continuar posponiendo las medidas para mitigar el calentamiento global.
Las naciones del G-20, sin embargo, se encuentran enfrascadas en batallas propias no menos importantes. Las disputas comerciales iniciadas por el expresidente Trump, la pandemia de covid, la disrupción de las cadenas de proveeduría globales y la política monetaria implementada desde la crisis financiera de 2008, contribuyeron poco a poco a detonar una espiral inflacionaria que se ha agravado por el conflicto bélico iniciado por Rusia.
Si la guerra ha significado muerte, destrucción y millones de desplazados para Ucrania, para el resto del mundo se ha traducido en el incremento de precios de las gasolinas, el gas, y los fertilizantes, que amenazan con someter a Europa a un crudo invierno, así como a la hambruna a millones de seres humanos que carecerán de los insumos para asegurar las cosechas.
Países como Sri Lanka han comenzado a mostrar los efectos de la situación global. La inflación y una mala administración de la economía detonaron protestas que culminaron en la deposición del presidente el pasado julio. A pesar de ello, la situación no parece mejorar. Los reportes indican que en dicho país la tasa de inflación anual alcanzó en agosto 70 por ciento, los precios de los alimentos se incrementaron 80 por ciento, mientras la economía se contrajo 8 por ciento en los últimos tres meses.
Aprovechando el desconcierto, el presidente ruso Vladimir Putin ha utilizado la confusión y la zozobra para anunciar la movilización parcial de 300 mil reservistas, organizar referendos en los territorios ucranianos ocupados por Rusia, culpar a Occidente del fracaso en las negociaciones de paz y hacer veladas amenazas nucleares.
Las malas noticias no se circunscriben a las economías emergentes. Tan sólo dos días después del discurso de Guterres y uno después del anuncio hecho por Putin, Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed), dijo que las posibilidades de un aterrizaje suave (de la economía), probablemente disminuyan a medida que la Fed se vea en la necesidad de incrementar la tasa de interés para reducir la inflación.
Nadie sabe si este proceso conducirá a una recesión o, de ser así, qué tan significativa sería esa recesión. Tenemos que dejar atrás la inflación. Ojalá hubiera una forma indolora de hacerlo. No la hay, agregó. Llanamente, Powell admitió lo que muchos sospechaban: reducir el incremento de precios requerirá de una recesión y pérdida de empleos.
En resumen y para utilizar las palabras del papa Francisco, no pudimos terminar de lidiar con la crisis financiera de 2007, tuvimos que lidiar con la crisis de la deuda pública y las economías reales, luego con la pandemia, después con la guerra en Ucrania con consecuencias y amenazas globales. Los riesgos presentes son muchos y resulta ocioso seguir acumulándolos. Baste con decir que son diversos y de una profundidad que no necesariamente es asumida por los actores involucrados.
Hoy, la política enfrenta una crisis de legitimidad que ha derivado en tensiones raciales, nacionalismos y la incapacidad de los liderazgos democráticos para atender las raíces del problema. No hay acuerdo, ni diálogo, ni voluntad. Un clima que comparte muchas similitudes con lo ocurrido durante el periodo de entreguerras del siglo XX.
La irrupción de un paradigma tecnológico no ha encontrado su contraparte política. La necesidad de crear una narrativa universal que cree un nuevo orden simbólico, moral e institucional es acuciante. Tratar de resucitar el viejo orden será imposible, lo que requerimos es una narrativa que organice y alumbre el futuro.
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