El capitalismo ha generado desigualdad, explotación y destrucción ambiental. Un análisis crítico expone sus contradicciones y la urgencia de construir un sistema basado en igualdad y justicia social
Hoy es un tendal de muerte y destrucción. Sus pilares son la industria macabra de la fabricación de todo tipo de armas. La depredación del sistema bancario usurero. Las dictaduras disfrazadas de gobiernos con democracias burguesa...
Las contradicciones del capitalismo han llevado a desigualdad extrema, destrucción ambiental y una crisis de valores que demanda un cambio hacia un sistema más justo y equitativo. Foto: ALMA Plus TV
Fernando Buen Abad*
Ante los ojos de la especie humana, en su totalidad, el capitalismo es un fracaso civilizatorio con costos descomunales y no pocos estragos irreparables. Basta y sobra con revisar sus resultados cuantitativos y cualitativos para identificar su desastre. Sólo unos cuantos, artífices de la dictadura de la plusvalía, se benefician del sistema, otros pocos viven de aplaudirles y defenderlos, pero la inmensa mayoría de las personas sobrevive como puede vapuleada por un sistema de injusticias, humillación, explotación, saqueo y destrucción de los recursos naturales patrimonio de la humanidad. No lo salvan ni sus “maravillas” tecnológicas. Sólo se sostiene por las armas, incluyendo las armas de destrucción mediática.
Dependiendo del criterio que se siga algunos autores dicen que el capitalismo suma entre 525 años (desde el desarrollo del mercantilismo) o 125 años (desde el capitalismo financiero). Es un sistema basado en la acumulación violenta de la propiedad privada de los medios de producción, el mercado como regulador principal y la concentración de ganancias en pocas manos. En aquella fase, la explotación colonial fue central. “El capital es trabajo acumulado, que funciona como poder dominante sobre el trabajo vivo” – Karl Marx, El capital.
Nació como un largo proceso histórico transformador que incluyó la disolución del feudalismo, la expansión del comercio, la acumulación violenta de capital y las revoluciones burguesas en las economías y las prácticas “políticas”. Transformó radicalmente las relaciones de producción y distribución sentando las bases de lo que ellos llaman “la modernidad” es decir, modalidades tecnificadas para el saqueo y la explotación. Fue un proceso multifacético que impulsó la aparición de nuevas formas de producción y organización inhumanas. Mostró una gran capacidad de adaptarse mientras generó desigualdad y crisis. Se consolidó a fines del siglo XVIII con la Revolución Industrial que implicó la mecanización de la producción (máquinas de vapor, fábricas textiles) que aumentaron sin precedentes la productividad y la creación de mercados y consumidores cautivos globales. “El descubrimiento del oro y la plata en América, la guerra de conquista y el pillaje colonial, el inicio de la esclavitud africana marcaron los albores de la era capitalista” (El capital).
Sus “genios” no resuelven la contradicción más salvaje del capitalismo que es el debate capital-trabajo, simplemente porque no resolverlo es el gran negocio. En los países de la OCDE, el 10% más rico gana alrededor de nueve y media veces más que el 10% más pobre, en comparación con las siete veces más que ganaba hace 25 años. La concentración de la riqueza es aún mayor en otras regiones del mundo, donde el 10% más rico concentra entre el 60% y el 80% de la riqueza. Afecta a las minorías raciales y a las mujeres. Se estima que el Banco Mundial no logrará poner fin a la pobreza extrema en 2030. La riqueza de los mil millonarios ha aumentado más que en los últimos 14 años desde el inicio de la pandemia.
Hoy es un tendal de muerte y destrucción. Sus pilares son la industria macabra de la fabricación de todo tipo de armas. La depredación del sistema bancario usurero. Las dictaduras disfrazadas de gobiernos con democracias burguesas. Iglesias disfrazadas de gobiernos y gobiernos con relatos mesiánicos. Industria de los “mass media” y toda su parafernalia anestésica al servicio del fetichismo de las mercancías todas. Individualismo, consumismo, mercantilismo, belicismo, supremacismo, racismo, machismo. Demagogia, postergación, desigualdad, represión, alienación. Y hay quien lo defiende.
Todo tiende a empeorar. Los pronósticos de ellos mismos ofrecen un horóscopo del terror que recorre el firmamento completo de las aberraciones y de la estulticia. Planifican consumir todos los recursos energéticos, prevén que los pueblos se sublevarán por las condiciones inhumanas de sobrevivencia, piensan encarecerlo todo y precarizar todos los derechos y todas las conquistas sociales y laborales, destruirán todo avance educativo y científico que no sirva al incremento y secuestro de las riquezas y proliferarán sus relatos de resignación y desmoralización para sofocar hasta la más pequeña iniciativa de organización que exija justicia social. Querrán que les demos la razón y justifiquemos que nos maltraten y humillen, querrán que les aplaudamos cada día con más fuerza y querrán que ese espectáculo de humillación y miseria sea la principal herencia para nuestra prole ya derrotada desde el parto, o antes. Por eso están resucitando al nazi-fascismo.
Todos los intelectuales serviles al capitalismo padecen un trance de anorexia teórica. No son capaces de asomar una sola idea que beneficie a la especie humana, que asegure la igualdad de oportunidades y especialmente la igualdad de condiciones, o que frene la destrucción del planeta. Sólo inventan espejismos escapistas o subjetivismos bobos con una, cada día más paupérrima, sintaxis. Ya no reconocen ni a la intelectualidad que un día supieron prohijar para proveerles palabrerío inteligente. Es el peor raquitismo conceptual de su historia y no tienen otra ocurrencia que engordar el reino de las farándulas para deslizar estandoperos influencer, amados con frases de mercadotecnia mediocre. Le llaman pos-modernidad a su estercolero de fake news. La especie humana no se merece esto.
Su capitalismo está destinado al colapso debido a sus contradicciones internas, particularmente entre la burguesía que se devora entre sí por la tasa de ganancia en la acumulación de capital, porque fomenta una desigualdad creciente y la mayoría queda en condiciones de pobreza relativa o absoluta. El fracaso del capitalismo no es sólo una posibilidad objetiva, sino una consecuencia histórica derivada de su lógica aberrante y de los desastres sociales que genera.
Se trata de un retroceso civilizatorio acelerado. Así nació y así se condujo el capitalismo durante siglos. Si la lógica dominante es eternizar el vicio de acaparar riquezas entre unos cuantos avorazados, cueste lo que cueste, incluso al precio de vidas o genocidios. Si se trata de imponer la dictadura de un modo de pensar racista, supremacista, inhumano donde sólo se acepta la idolatría del dinero y el fetichismo de la mercancía. Si todo esto se defiende con armas, espionaje, represión y torturas. Si el plan es aturdirnos con hambre, intemperie, desempleo, insalubridad y anestesias mediáticas… su proyecto es un fracaso estruendoso, una traición demencial a las luchas civilizatorias de la humanidad.
Contra todo eso hay millones de personas en lucha por un Humanismo de Nuevo Género, que no es delirio utópico de ilusionismo irrealizable. Es un compromiso profundo, concreto y material que demanda igualdad de oportunidades, pero, sobre todo, igualdad de condiciones para todos y todas en el mundo entero. La máxima felicidad posible democratizada, con dignidad, cultura e inteligencia emancipadoras. Y, eso es urgente hoy.
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*Fernando Buen Abad
Intelectual y escritor mexicano. Licenciado en Ciencias de la Comunicación, Master en Filosofía Política y Doctor en Filosofía.
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