Algas elásticas, máquinas expendedoras inversas, cajas de comida para llevar con código QR. Así es como podemos acabar con la absurda adicción de la sociedad a los
plásticos de un solo uso.
Ilustración: Cory Feder
Hace unos años, pasé por una carnicería francesa a comprar unos trozos grandes de queso y me los llevé a casa en una bolsa de plástico. El queso pesaba tanto que la bolsa se estiró y se abultó, y el asa se me clavó dolorosamente en las manos. Pero la bolsa no se rompió. Eso se debe a la mágica química del plástico: básicamente, aceite convertido en sólido, con átomos de carbono e hidrógeno que se alinean en unidades repetitivas para formar largas moléculas parecidas a fideos.
Estas moléculas son flexibles y resistentes, lo que hace que el plástico sea tan útil y tan duradero. Recuerdo que saqué los trozos de queso Camembert y Havarti, y metí la bolsa en un cajón de la cocina. Cuando la encontré hace unas semanas, seguía inmaculada. Por supuesto que lo estaba. Las bolsas de plástico pueden durar intactas y utilizables durante mucho tiempo.
Es de locos, ¿verdad? Creamos una bolsa lo bastante resistente como para durar décadas y luego la usamos unos minutos antes de meterla en un cajón o, lo que es más probable, enviarla a un vertedero, donde puede romperse en fragmentos que permanezcan cientos de años. Es un hecho, las bolsas son el objeto más sobredimensionado de la historia.
El problema medioambiental de los "plásticos de un solo uso" persigue la imaginación pública como un fantasma espectral. Y no es de extrañar: la cantidad de objetos cotidianos que fabricamos con plástico es asombrosa. Hay plástico en las bolsas de la compra, pero también en los pantalones de yoga, en los neumáticos de los autos, en los materiales de construcción, en los juguetes y en los productos médicos. La transición fue rápida. El uso del plástico fue relativamente pequeño hasta la década de 1970, cuando se disparó, triplicándose más tarde en la década de 1990. En los 20 años siguientes utilizamos tanto plástico como en los 40 anteriores.
Ahora producimos más de 500 millones de toneladas de residuos plásticos al año. En todo el mundo solo se recicla el 9% de los plásticos. El resto va a parar a vertederos o se incinera, expulsando gases tóxicos al aire, normalmente en barrios pobres. Una parte importante también acaba en el océano, que ya ha acumulado 219 millones de toneladas de este material: envoltorios que llegan a las costas, trozos que se comen los peces, islas de plástico que se forman en los giros marinos.
Un artista holandés mostró la cantidad de residuos que produce una operación, mientras que un grupo de estudiantes de Humanitas tiene una idea para reutilizar las batas.
Es mucho. Demasiado
¿Y si queremos empezar a deshacer la revolución del plástico? Un buen punto de partida son los productos de un solo uso, ya que, según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, representan el 36% de los plásticos que utilizamos cada año.
No es fácil prescindir de ellos, en parte porque utilizamos muchos tipos y en muchos lugares. Tenemos "láminas finas" como las bolsas, plásticos más gruesos en los empaques de comida para llevar, envases de plástico de varias capas para la carne del supermercado y botellas transparentes de tereftalato de polietileno para refrescos y agua. Cada uno tiene sus propias propiedades químicas, composición molecular y prestaciones. No existe un único sustituto para todos esos envases. Lo que sí existe, sin embargo, es una serie de avances prometedores en la "gestión" del material de un solo uso.
Es una guerra en tres frentes: sustituir parte de nuestros plásticos de un solo uso por materiales realmente compostables. Reemplazar otra parte por envases reutilizables, como metal o vidrio. Y, por último, modificar los incentivos económicos para que el reciclaje de plásticos funcione de verdad. Este no es mi plan de batalla; es un tema que escuché una y otra vez mientras hablaba el año pasado con científicos, inventores, empresarios y responsables políticos.
Ninguna de estas tácticas es pan comido. Necesitarán no solo de innovación, sino también de una serie de incentivos y normativas gubernamentales inteligentes, a las que, por supuesto, se resistirán las empresas petroleras. Pero si se suman todos estos avances no plásticos, se encontrarán motivos para un optimismo prudente. Tenemos un camino hacia un mundo menos plagado de residuos plásticos inmortales.
El Parengyodontium album es un microorganismo marino capaz de digerir el polietileno, pero también necesita los rayos UV del sol para poder hacerlo.
Alguien allá fuera quiere solucionarlo
En su soleado laboratorio de San Leandro, en California, Julia Marsh agarró una bolsita transparente y me la dio. Era brillante como el celofán, el tipo de cosa que una empresa podría utilizar para empaquetar unos aretes o unos dulces. "¿Bolsas como esta? Son absolutamente omnipresentes", advirtió Marsh.
Al abrir la bolsa y darle la vuelta en mis manos, me di cuenta de que era un poco más rígida de lo que esperaba. Eso se debía a que estaba hecha de algas marinas y compuesta por los polisacáridos de la planta, largas cadenas de moléculas de carbohidratos.
Así pues, no tiene el mismo rendimiento que una bolsa de plástico, pero sí una mejor relación precio-valor. Marsh comenta que puedes tirarla a un montón de compostaje doméstico normal y en unas semanas solo encontrarás restos. En seis meses, será parte orgánica del suelo.
Los "bioplásticos" no son nuevos; en las últimas décadas, los ingenieros han fabricado alternativas plásticas a partir de caña de azúcar, maíz y otros materiales. Lo más difícil ha sido conseguir que vuelvan a la naturaleza. La mayoría de los bioplásticos deben enviarse a una planta industrial de compostaje, diseñada para descomponer más rápidamente los materiales orgánicos, y pocas ciudades en el mundo disponen de una. Algunos bioplásticos contienen aditivos que no se descomponen.
A sus 30 años, con un aire surfero, Marsh creció jugando en el agua a lo largo de las costas del centro de California. Se maravillaba ante la belleza natural y la vida marina de la costa, y cada vez se horrorizaba más ante la avalancha de plásticos que contaminan los océanos y las ballenas muertas que aparecen con el vientre lleno de ellos. Marsh se mudó a Nueva York para dedicarse al diseño de marcas, envases y ese tipo de cosas. Pero después de ver de cerca lo derrochadoras que podían ser las empresas en el envasado y la entrega, renunció. No quería una carrera en la que tuviera que producir tanta basura.
En su lugar, Marsh decidió abordar el problema de los envases de plástico. La industria de la moda utiliza cada año miles de millones de "polybags" de plástico fino para enviar sus artículos. ¿Y si pudiera fabricarlas con algo que pudiera convertirse en abono?
Fotografía: Tonje Thilesen
Pero no quería trabajar con una materia prima como el maíz. Para fabricar toneladas de bioplásticos a partir de esos materiales, habría que cultivarlos en tal cantidad que se destruiría el suelo y se emitiría mucho dióxido de carbono (CO2). El socio de Marsh, Matt Mayes, cursaba un máster en desarrollo sostenible que le llevó a Indonesia. Se reunió con él para visitar algunas de las granjas de algas marinas del país. Eso le hizo pensar: “Quizá las algas serían el mejor componente para un bioplástico”.
Tienen buenas “propiedades gelificantes”, adecuadas para hacer películas. De hecho, las algas se usan a menudo para dar a dentífricos y cosméticos su textura pegajosa. Y lo que es mejor, las algas se regeneran muy deprisa, por lo que se obtendrían cosechas rápidamente y se utilizaría menos espacio que con el maíz. Marsh enumeró otras ventajas: “El cultivo requiere prácticamente cero insumos. Usa muy poco carbono y muy poca energía. Sin fertilizantes, sin tierra cultivable, ¡sin agua dulce! Y las granjas de algas sirven como sistemas de filtración del agua. Proporcionan un hábitat para la biodiversidad. Y las algas se están poniendo de moda". Algunas empresas europeas ya las utilizaban para fabricar desde el revestimiento de envases de comida para llevar hasta bolitas de gel rellenas de agua que los deportistas podían utilizar para rehidratarse.
De vuelta a Nueva York, se puso a experimentar en su cocina. Tras husmear en YouTube, descubrió que podía comprar polisacáridos de algas en polvo por internet y mezclarlos con agua caliente para crear un gel pegajoso que, al enfriarse, se convertía en un material plástico. Sacó su teléfono y me enseñó fotos de los resultados: platos verdes grumosos y malformados, y un recipiente.
"Prototipos horribles, feos y perturbadores", aseguró. Pero aprendió que los bioplásticos "no tienen por qué ser una ciencia supercomplicada", sino que se requiere de paciencia para trabajarlos durante años. Pensó que si contrataban a ingenieros de materiales serios, podrían hacer verdaderos progresos en el problema de las bolsas de plástico.
Un nuevo estudio vincula la presencia de microplásticos y nanoplásticos en las placas ateroscleróticas con un mayor riesgo de infartos, derrames cerebrales y muertes prematuras.
Plástico y un equipo dinámico
Ella y Mayes fundaron Sway en los primeros meses de Covid; su primer empleado fue Matt Catarino, un ingeniero de materiales que había trabajado seis años en Big Plastic y diseñado de todo, desde bolsas de residuos médicos hasta películas protectoras para automóviles. Pero ya estaba harto. En los meses siguientes, Catarino fabricó un prototipo rudimentario de película fina que consiguió una inversión de 2.5 millones de dólares. Sway invirtió el dinero en más contrataciones y en alquilar un laboratorio en San Leandro.
Cuando la visité el año pasado, Marsh me acercó a un estante con cuatro gruesos rollos de su plástico "estrella". Lo desenrolló un poco; era transparente y más grueso que el film para envolver comida. La versión era de un bonito verde claro moteado con puntos verdes más oscuros, trozos de "algas menos refinadas" para dar un efecto estético. "A la gente que vende joyería le gusta mucho ese", afirmó Marsh.
Detrás de ella había otra estantería con docenas de tazas llenas de tierra. Amanda Guan, ingeniera de materiales, había enterrado en cada vaso un trozo de bioplástico de dos centímetros cuadrados para probar cómo se descompone el material. Sacó un vaso y escarbó en la tierra. Cuando por fin localizó un fragmento de plástico, medía 1 centímetro de lado: "Esto apenas ha estado ahí dos semanas", observó, aparentemente satisfecha.
Los miembros del grupo de laboratorio de Marsh parecían un equipo del Universo Marvel. Estaba Guan, que acababa de obtener su máster, con una bata blanca de laboratorio, cuello alto gris y lentes de seguridad de plástico que de algún modo conseguían parecer a la moda; Joakim Engström, un bullicioso científico sueco especializado en polímeros con un poblado bigote y un gorro de lana; y Catarino, el fugitivo de Big Plastics, escondido bajo su gorra de béisbol.
Uno de los mayores retos del laboratorio era que su bioplástico era difícil de fundir. Eso es un gran problema cuando se fabrican bolsas de plástico a gran escala. Para fabricar láminas de plástico, se suelen fundir bolitas de plástico, conocidas como nurdles, y soplar la masa resultante en una bolsa enorme "de unos dos pisos de altura", como me explicó Catarino. Los plásticos derivados del petróleo se funden fácilmente; las algas, en cambio, odian el calor. "Se queman", añade. Así que agregaron otros compuestos orgánicos para que las cadenas de polisacáridos se fundieran más. Cerca de una pared del laboratorio de Sway, unas brillantes estanterías metálicas sostenían hileras de recipientes numerados y platos llenos de nurdles, los resultados de sus experimentos. Cuando los visité, tenían 144 y por fin estaban consiguiendo que se fundieran bastante bien. Me encantaría contarles cómo está resolviendo este rompecabezas el equipo de Sway, pero no quisieron explicarme todos sus secretos químicos.
Si el bioplástico de Sway va a sustituir las bolsas de polietileno, también tiene que ser elástico, y aquí el equipo seguía teniendo problemas. Guan me llevó a un rincón del laboratorio, donde colocó un trozo de película del tamaño de una tirita entre dos pinzas robóticas. Los brazos tiraron de ambos extremos y midieron cuántos newtons de fuerza podían aplicarse antes de que el material se rompiera. Los trozos se rompieron al cabo de unos segundos.
"Eso estuvo bastante mal", aseveró Guan tímidamente.
"Prueba una buena, Amanda", rió Marsh.
Aun así, el equipo no está demasiado preocupado. Como dice Marsh, para que despegue la revolución del plástico, tendrán que cambiar las expectativas de la gente sobre su comportamiento. No todas las bolsas de plástico deben ser perfectamente elásticas, resistentes y duraderas. Para empezar, esas especificaciones eran descabelladas.
Me mantuve en contacto con Marsh durante los meses siguientes, y el otoño pasado me mostró un video del bioplástico de Sway en producción en una planta de fabricación. Marsh declaró que los primeros lotes se chamuscaban y producían una especie de "sustancia viscosa negra", hasta que ajustaron las condiciones de procesado. Además, las películas eran cada vez más blandas. Cuando me envió algunas muestras en abril de 2024, eran sedosas al tacto y podía estirarlas un poco. Incluso mi hijo adolescente quedó impresionado; antes de que pudiera decirle cualquier cosa, arrancó un trocito y lo masticó: "Sabe a algas", comentó.
Abundan las críticas a los bioplásticos
Muchos dudan de que los bioplásticos puedan compostarse de forma fiable; e históricamente han tenido razón. Sway y otras empresas similares tienen que demostrar que están equivocadas. Marsh expresó que la nueva empresa había presentado sus materiales a TÜV, una compañía austriaca que puede certificar si realmente se convierten en abono. También está la cuestión de si el cultivo masivo de algas a gran escala tendría efectos secundarios no deseados. Marsh conoce estas críticas y comparte muchas de ellas, sobre todo la de si los bioplásticos son realmente compostables. Expone que el objetivo de Sway es fabricar un producto que responda a estas preocupaciones.
Al menos sus clientes corporativos están entusiasmados. Uno de ellos, Eco-Enclose, una empresa que fabrica "envases sostenibles", utiliza las finas películas de Sway para hacer ventanas transparentes en cajas de cartón para marcas como Smartwool. Burton, la empresa de snowboard, quiere utilizar el material de Sway para envolver los productos durante el transporte. Y el grupo J.Crew, que se ha comprometido a dejar de utilizar plástico virgen para 2025 y actualmente compra bolsas de polietileno fabricadas con materiales reciclados, tiene intención de pasarse a los bioplásticos de Sway. Yo esperaba que el ímpetu empresarial por utilizar menos plástico derivado del petróleo procediera de clientes sensibilizados, pero la presión también procede de los empleados. Esto tiene cierto sentido psicológico: un cliente solo se encuentra con una bolsa a la vez, pero los empleados están rodeados de ellas.
La prueba de fuego de los nuevos materiales está al caer. En los envíos, las bolsas de polietileno se mueven por las cintas transportadoras y pueden romperse. En primavera, Doug Forster, jefe de aprovisionamiento de J.Crew Group, me garantizó que, este año, las bolsas de bioplástico de Sway "pasarán por su maquinaria en tiempo real".
Como aficionado a la ciencia, me encantaba la idea de perfeccionar esta nueva química. Pero también estaba claro que, aunque Marsh y su equipo tuvieran el máximo éxito, los materiales de Sway resolverían apenas una parte de nuestro problema de un solo uso. Las tiendas seguirían atestadas de otros plásticos, sobre todo de productos alimentarios: millones de botellas, palillos, envases de comida para llevar, de mantequilla de cacahuete. ¿Habría alguna forma, ahora mismo, de eliminar el plástico de todo eso?
Investigadores aseguran que la bacteria genéticamente modificada Ideonella sakaiensis será capaz de descomponer microplásticos en agua salada.
Infinitum dice que sí
No es buena idea hablar de plásticos de un solo uso cerca de Kjell Olav Maldum.
Le molesta mucho el término, porque, en su opinión, ni una sola molécula de plástico debería usarse una sola vez: "¡No es de un solo uso! Recógelo y recíclalo, y será plástico útil", mencionó la primera vez que hablamos por Zoom. De hecho, considera que los plásticos tradicionales derivados del petróleo son una parte fundamental de la modernidad: "Intenta gestionar un hospital sin plástico. Intenten gestionar una sociedad sin plástico. ¡No es imposible!". Prefiere que nos centremos en que casi nada acabe en la basura, el océano o el suelo.
Maldum es una extraña mezcla de personalidades: profeta grandilocuente y burócrata práctico. Uno podría sentirse tentado a desestimar su postura a favor del plástico, si no fuera porque dirige una de las empresas de reciclado de plástico con más éxito del planeta. En Noruega, su empresa Infinitum gestiona un sistema de recogida y reciclado de botellas de tereftalato de polietileno (PET). El PET es uno de los plásticos más fáciles de reciclar; se funde y se transforma con bastante facilidad. Aun así, en EE UU solo se recicla una minoría de las botellas de PET. La principal asociación de la industria del PET cifra la tasa de reciclado en 29%, mientras que Greenpeace afirma que es del 20.9%. En Noruega, sin embargo, Infinitum recicla casi todas las botellas. ¿Cómo demonios lo han conseguido?
Con una combinación de tecnología inteligente y una hábil política pública. Como suele ocurrir, la política fue la principal impulsora. Llevar a cabo un programa de reciclaje requiere mucha mano de obra y sistemas costosos. Hay que recoger el plástico y separarlo por tipos, lo cual es caro.
Así que, a finales de los 90, Noruega aprobó una ley que obligaba a fabricantes de envases de plástico PET, a pagar por ello. Las compañías que no recogían o reciclaban las botellas usadas tendrían que pagar un nuevo impuesto; y aquellas que pudieran demostrar que reciclan el 95% de las botellas que venden, estaban absueltas del pago. Esa es la regla, cuanto menos reciclen, más deberán, hasta pagar "decenas de millones de dólares", apuntó Maldum.
Los fabricantes de botellas se pusieron manos a la obra y empezaron a desarrollar un sistema para recuperar sus botellas usadas. En 1999, las empresas fundaron Infinitum para gestionar la recogida. Maldum ha sido su director general durante los últimos 16 años. La empresa desplegó una amplia red de máquinas expendedoras "inversas": Los clientes introducen las botellas y ganan unas monedas a cambio. Cada botella tiene un código de barras específico de su fabricante. La máquina escanea el código y la forma de la botella para saber qué empresa obtiene el crédito. Este sistema de etiquetado es también la razón por la que Noruega dispone de datos tan fiables sobre sus niveles de reciclado. Las botellas se aplastan y se meten en bolsas enormes que Infinitum transporta a una planta de clasificación. Las botellas transparentes y de color se clasifican, se trituran y se venden a una empresa de reciclado, que procesa los materiales para que otras compañías los transformen en nuevas botellas.
Ilustración: Cory Feder
Perfeccionar el sistema llevó años
Infinitum también exigió cambios en el diseño de las botellas que simplificaran el reciclado. Por ejemplo, una empresa de bebidas puede pegar su etiqueta con un pegamento difícil de quitar. Si Infinitum descubre que el diseño de una botella causa problemas, puede denegar a la empresa el crédito en su sistema. Para evitar tener que pagar el impuesto, las empresas pasan ahora sus diseños de botellas por Infinitum y corrigen cualquier elemento no reciclable antes de empezar la producción. Para reciclar bien, es necesaria la normalización. El impuesto da a Infinitum el poder de imponer la simplicidad.
Hay un término artístico para todo este sistema: logística inversa. Durante los 100 primeros años de la revolución de los plásticos, las empresas se dedicaron esencialmente a tirar productos sobre los clientes: era un movimiento unidireccional de átomos. Para reciclar con éxito hay que hacer este proceso a la inversa, un conjunto de habilidades totalmente nuevo. ¿Cómo se recuperan las cosas? ¿Qué nuevas economías, tecnologías y políticas se necesitan?
Los clientes podrían decidir si les importan los 20 céntimos y tirar sus botellas. Así que Infinitum publica anuncios alegremente alentadores. Uno muestra a un jugador de tenis en un vestuario tirando una botella a la basura. Una voz en off señala que fabricar una nueva requiere tanta energía como hacer funcionar una máquina lanza pelotas durante más de una hora. De repente, le empiezan a lanzar pelotas mientras corre y se agacha para ponerse a cubierto.
La estrategia ha rendido frutos. En Noruega, los consumidores tienen tal conciencia con el medio ambiente que han empezado a comprar activamente bebidas fabricadas con botellas recicladas, aunque el PET reciclado cuesta entre 1.5 y 1.75 veces más que el plástico virgen.
Me preguntaba: ¿Sería posible convertir las botellas de plástico en un circuito completamente cerrado? Imaginemos que todos los países hicieran lo mismo que Noruega. ¿Podrían los fabricantes de botellas seguir reutilizando esas moléculas de plástico una y otra vez y no necesitar nunca plástico virgen?
Cada año se producen más de 400 millones de toneladas de plástico de un solo uso y menos del 10% se recicla. El “plástico vivo” creado por un equipo de la Universidad de California podría dar solución al problema.
No del todo…
Cuando las moléculas de PET se reciclan repetidamente, empiezan a "amarillear y oscurecerse", describe Michael Joyes, director de sostenibilidad de Petainer, un fabricante europeo de botellas. Al final se vuelven negras. Se pueden aclarar con productos químicos "antiamarillo" o mezclarlos con materiales vírgenes. O se pueden utilizar estos plásticos más viejos para embotellar bebidas como la Coca-Cola. "El interior también es oscuro, así que a la gente no le importa tanto", enuncia Joyes.
Aun así, el PET reciclado una y otra vez pierde utilidad con el tiempo. Las cadenas poliméricas del plástico se acortan. Algunos recicladores predicen que el PET reciclado puede utilizarse hasta ocho veces. La legislación de la UE exige que para 2030 se recicle el 30% del PET de las botellas, y Joyes augura que algunos países y marcas llegarán mucho más lejos, hasta el 70% o incluso el 100% de PET reciclado.
Me impresionó el éxito de Infinitum. Pero las botellas de PET son, química y estructuralmente, el plástico más fácil de reciclar. Básicamente quieren renacer, hasta que no lo hacen. Muchas otras formas son más horrendas. Pensemos en los envases de alimentos: Pueden estar compuestos de varios plásticos con distintos procesos de reciclado. Son caros. Los recicladores están experimentando con el reciclado "químico", en el que un montón de plásticos diferentes se echan en una cuba y las distintas moléculas se separan como las capas de un aliño de ensalada. Hasta ahora, sin embargo, el reciclado químico consume mucha energía. El plástico se reciclaría, claro, pero costaría mucho y emitiría montañas de CO2, cambiando un problema medioambiental por otro.
Maldum es más optimista. Cree que la estrategia de Infinitum para reciclar PET podría funcionar con todos los plásticos. El truco está en rediseñar los envases para que cualquier cosa pueda meterse en una máquina expendedora inversa: "¿Por qué hay que usar una bandeja para la carne? Cuando puedes usar un tubo", sugiere. Era una idea intrigante, pero no acababa de imaginarme la maraña de envoltorios de comida reconfigurados de alguna manera para una máquina expendedora. ¿Estaría la gente tan dispuesta a llevar tubos vacíos con restos de carne cruda al supermercado para meterlos en una máquina?
Además, el reciclaje de cualquier tipo tiene sus propios detractores. Algunos grupos ecologistas estadounidenses consideran que el reciclado de plásticos es una forma desnuda de greenwashing o lavado verde. Dudan de que las tasas de reciclado lleguen a superar los pocos dígitos en Estados Unidos y fuera de Europa, porque la mayoría de los políticos no impondrán sanciones graves y la calidad de los plásticos reciclados será demasiado baja. Y como el plástico podría ser un gran mercado para las compañías petroleras en el futuro, es probable que esas empresas luchen con todas sus fuerzas para mantener a la sociedad enganchada a él. Para los defensores del medio ambiente, la única forma seria de reducir los plásticos de un solo uso es detener su utilización por completo.
Esta iniciativa del Grupo L'Oréal, en Brasil, busca recuperar materiales desechados de productos cosméticos para convertirlos en ladrillos, promoviendo así un ecosistema más sostenible.
El truco es hacerlo más fácil
Conocí a Jason Hawkins en Field & Social, un restaurante conocido por sus ensaladas en el centro de Vancouver, en Columbia Británica. Él eligió el bowl tailandés especiado; yo, el tailandés de cacahuate y pollo. Los pedimos para llevar.
Normalmente, la comida para llevar se sirve en un recipiente de plástico o papel. Sin embargo, Field & Social utiliza un servicio ofrecido por Reusables, la startup de "economía circular" de Hawkins. Los clientes pueden pedir que les sirvan la comida en una taza de acero inoxidable con una elegante tapa de silicona. Cuando hayan terminado, pueden depositarlos, sin lavar, en cualquiera de las 75 tiendas que participan en la red de Reusables. Cada envase tiene un código QR, de modo que Reusables puede saber qué cliente tiene qué envase. Si no lo devuelven, tienen que pagarlo. Se cobran hasta 25 dólares por contenedor no devuelto, aunque los clientes reciben un reembolso si lo devuelven más tarde. Pero en las 150,000 comidas que Reusables había servido cuando Hawkins y yo nos reunimos, más del 98% de los envases acabaron devolviéndose.
¿Cómo conseguir que la gente reutilice de verdad las cosas? Solo hay que hacerlo sencillo. “La gente tiene muchos quehaceres en su vida. Tienes hambre, quieres una ensalada, ¡pues compras una ensalada! No depende de la gente ser sostenible, sino de las empresas y el gobierno crear la infraestructura adecuada”, sostuvo Hawkins mientras comía.
Alto y anguloso, Hawkins tiene una energía nerviosa y una amplia sonrisa tras su desaliñada barba rubia. Tuvo la idea de Reusables durante la pandemia de Covid-19, cuando todo el mundo se encerró en casa y se disparó el uso de la comida para llevar, generando una montaña de residuos. Hawkins trabajaba en Spud, un servicio online de reparto de comida ecológica, y habló del boom de la comida para llevar con Anastasia Kiku, una estudiante universitaria en prácticas que había emigrado de Rusia. A ambas les repugnaba la cantidad de plástico que generaba la comida para llevar. Les hizo reflexionar: “Quizá la mejor forma de reducir la basura de un solo uso sea rebobinar. Antes de que apareciera el plástico, nuestros antepasados utilizaban tazas y platos resistentes y los lavaban y reutilizaban. No desperdiciaban nada. Quizá nuestros abuelos tenían razón”, reflexiona Hawkins.
El dúo concibió la idea de Reusables y a finales de 2021 construyó rápidamente un sistema prototipo. Los clientes pagarían 5 dólares al mes por utilizar tantos contenedores como quisieran, y los restaurantes también pagarían una cuota. Hawkins y Kiku contrataron a una empresa para que recogiera los platos sucios de los restaurantes y los limpiara. A principios de 2023, habían contratado a más de 100 restaurantes y tiendas de alimentación de Vancouver y Seattle.
A los primeros usuarios les encantó. Parece que muchos propietarios de restaurantes detestan los envases de un solo uso tanto como los empleados de J.Crew. Cuando hablé con Stewart Boyles, director de operaciones y chef regional de Field & Social, me contó que asistía a convenciones para buscar nuevos recipientes de comida para llevar. "Esas exposiciones son como salas de exposición de basura: '¡Hagamos un evento en el que enseñemos la basura del futuro a la gente!'".
Sin embargo, el otoño pasado, a Hawkins y Kiku les resultaba difícil conseguir nuevos clientes. A los comensales ecologistas más acérrimos les encantaba Reusables y estaban dispuestos a pagar por el servicio. Pero no eran más que una pequeña minoría de la población. La lección, concluye Hawkins, es que la única forma de forzar un cambio masivo de comportamiento es la regulación. Una comunidad tiene primero que ponerse seria y prohibir los envases de un solo uso para llevar.
Así que los fundadores se dirigieron a las comunidades que, de hecho, lo estaban haciendo: las universidades. La Universidad Simon Fraser, una institución con 37,000 estudiantes a las afueras de Vancouver, prohibió los plásticos de un solo uso en 2021. Necesitaba un sistema para los estudiantes que quisieran tomar comida de la cafetería y comérsela en su dormitorio. Sid Mehta, director de servicios auxiliares de la universidad, conocía el sistema Reusables; llamó a Hawkins para contratarlos.
Para simplificar el sistema, el equipo de Hawkins colocó un chip RFID (de identificación por radio frecuencia) en cada contenedor. Los estudiantes podían sacar uno acercándolo a una terminal de caja y devolverlo fácilmente. Con el fin de crear un contenedor de devolución automatizado, Reusables contrató a Jack Gralla, un espigado hacker de hardware autodidacta que ha trabajado en todo tipo de cosas, desde "carreteras solares" hasta robótica. Gralla me enseñó el prototipo, una papelera con una tapa repleta de microcontroladores. Solo se abre si detecta un chip RFID, para evitar que la gente tire basura o caca de perro.
Fotografía: Tonje Thilesen
En la primavera de 2024, el nuevo sistema funcionaba a la perfección en Simon Fraser. Tres contenedores de retorno habían recogido envases de 7,389 comidas. La universidad financia el sistema, y los estudiantes solo pagan una penalización si no devuelven un plato. Mehta ha pedido más contenedores inteligentes para repartirlos por el campus y espera que procesen decenas de miles de comidas el próximo curso.
Hawkins ha firmado acuerdos con el Pomona College y la Universidad de Victoria, y está en conversaciones con una docena más. Con 27 millones de estudiantes, las universidades gastan 24,000 millones de dólares al año en comida. Pueden establecer rápidamente su propia política de no plásticos. Según especifica Hawkins, una universidad es su propio feudo: "es como una ciudad, literalmente".
Otros lugares están siguiendo el ejemplo. En junio de 2022, Canadá aprobó la prohibición de muchos tipos de plásticos de un solo uso, incluida la comida caliente para llevar de las principales cadenas de supermercados. La prohibición se está debatiendo en los tribunales. Jo-Anne St. Godard, directora del Consejo de Innovación Circular, una organización sin fines de lucro que aboga por la reducción de los materiales de un solo uso en Canadá, observaba la situación con interés. Empezó a hablar con los principales supermercados de Ottawa y convenció a tres, incluido Walmart, para que probaran el sistema Reusables durante dos años. Este verano lo van a implantar en varios supermercados.
Godard refirió los obstáculos para diseñar el sistema: los supermercados tuvieron que aceptar envases normalizados. Todo el mundo es muy exigente con la limpieza meticulosa de los contenedores. “Si una persona enferma, se acabó”, detalla. Las tiendas querían que los envases fueran aptos para microondas, porque a la gente le gusta calentarse la comida en casa. Sin embargo, las etiquetas RFID serían destruidas, así que Hawkins volvió al sistema de códigos QR de Reusables.
El modelo predictivo de la Agencia Científica Nacional de Australia revela que existen hasta 11 millones de toneladas de plástico en el mar, sin considerar microplásticos e islas de basura.
Empresas como esta surgen por todo el mundo
Tanto Godard como Mehta sostienen que los sistemas como el de Reusables, serán un elemento básico del futuro. Sin embargo, como cualquier otro sistema de reducción de plásticos, únicamente despegarán si la política lo impulsa: "La conversación está pasando de avergonzar y culpar del mal comportamiento a decir: 'Esto es una oportunidad de desarrollo económico, y hay dinero que ganar'", afirma Godard. El sistema es básicamente el mismo que el de las universidades: los minoristas de Ottawa y el gobierno canadiense pagan para que funcione, y los clientes solo pagan si no devuelven un contenedor. ¿Seguirán invirtiendo los minoristas a largo plazo? Godard cree que sí. Después de todo, actualmente están pagando 700 millones de dólares en tasas anuales para mantener el programa de reciclaje, por lo que, a largo plazo, "cuanto más se dedique a la reutilización, menos tendrá que pagar" por ese costoso servicio.
No es que los sistemas de reutilización sean perfectos. Se necesita una tonelada de electricidad para fabricar todos esos envases de aluminio, y otra más para limpiarlos cada semana. Al parecer, el balance de CO2 se equilibra solo cuando estos sistemas se utilizan ampliamente. Un análisis realizado el año pasado por McKinsey calculaba que podría ser necesario reutilizar un envase de comida para llevar 200 veces antes de que sus emisiones sean iguales a las de crear y utilizar 200 envases de un solo uso.
Pero de todas las formas que vi de reducir los plásticos de un solo uso, proyectos como Reusables son los que menos problemas técnicos presentan. No requieren grandes avances, sino una inteligente adaptación de la tecnología existente. Y no me cabe duda de que la sociedad podría adaptarse a los envases reutilizables. Cuando nuestros abuelos lo hacían, no tenían etiquetas RFID ni sistemas de micropago. Seguro que la tecnología moderna está a la altura del reto.
Conversamos con la Chief Sustainability Officer de Pepsico sobre el reto de lograr que una empresa masiva de productos empaquetados reduzca su huella ambiental.
Es nuestro turno
Soy consciente de que sería más fácil imaginar un futuro sin plástico si pudiéramos señalar una respuesta clara y un camino a seguir. Pero, como me dijeron algunos defensores de la lucha contra el plástico, la diversidad de estos planteamientos es buena. Reparte nuestras apuestas, además, las soluciones están interrelacionadas. Por supuesto, este plan es una solución parcial. Algunos plásticos pueden ser especialmente difíciles de abandonar, como las finas películas que mantienen la higiene de los productos médicos. Y luego está la plaga de los microplásticos, esos trocitos infinitesimales que acaban en nuestros cuerpos, en el suelo, en todas partes. Gran parte de ellos proceden de los neumáticos de los autos y de la ropa sintética, otro quebradero de cabeza. Pero de lo que se trata es de avanzar en todos los frentes hacia un número cada vez menor.
El siguiente paso depende realmente de nosotros: presionar a nuestros representantes, desde los candidatos presidenciales hasta las alcaldías, para que establezcan objetivos concretos y prohibiciones. Reglas firmes, señales de mercado: eso es lo que empujará a las empresas a dejar de depender tanto de los envases únicos, y dejar que los proyectos innovadores y las alternativas crezcan hasta formar parte del tejido de la vida cotidiana.
Puede que estemos preparados para esa tarea. Una encuesta realizada el año pasado por el grupo conservacionista Oceana, reveló que una gran mayoría de estadounidenses afiliados a los dos grandes partidos apoyaba la reducción de todos los artículos de un solo uso, desde bolsas a botellas, pajillas y demás. No importa cuántas veces o de cuántas formas se preguntara a la gente, la mayoría siempre estaba de acuerdo: ya es hora.
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Artículo publicado originalmente en WIRED. Adaptado por Alondra Flores.
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