Por qué tanto miedo a la Inteligencia Artificial. La evolución es creación de herramientas: el mundo no quedó reducido a cenizas cuando aprendimos a dominar el fuego
Por: Juanita Uribe
junio 07, 2024
Aproximadamente entre 1,5 y 2 millones de años, un Homo erectus se atrevió a querer dominar el fuego.
Quizás sufriendo algunas quemaduras, perdió el miedo, intuyendo que, si lo controlaba, este alejaba a los depredadores. Experimentó el beneficio de su calor, caldeando sus ambientes, dando mayor confort, enfrentando los gélidos inviernos.
Era también motivo para reunirse y escuchar, a través de las luces y sombras de aquellas llamas en la oscura noche, las historias de caza y enfrentamientos. Pasados los siglos, la inteligencia artificial es la evolución de ese lenguaje que surgió en aquellas cavernas donde el fuego era el centro de la comunicación, con asombro y también silencios.
Logró dominarlo, beneficiándose al tener protección; aprendió a cocinar con él, y fue este descubrimiento lo que hizo que su cerebro evolucionara, pues la carne cocinada es más fácil de masticar y digerir, lo que significa que los nutrientes y calorías se obtienen de manera más eficiente.
Esto proporcionó a nuestros ancestros una fuente de energía más densa, lo que fue esencial para el crecimiento de un cerebro más grande, facilitando el desarrollo de comunidades sociales más complejas hasta el día de hoy. Somos la especie que predomina gracias al uso de herramientas artificiales.
Puedo imaginarme el miedo, la angustia, el pánico, el terror y, sobre todo, la incertidumbre ante lo desconocido, al acercarse a esa llama producida de manera natural por alucinantes tormentas que incendiaban por medio de rayos las sabanas africanas.
Lo suficientemente lejos para no tener provecho de ese poder misterioso del fuego y lo suficientemente cerca para morir o propagar aún más el incendio. Pero ahí estaba; no había otra manera, era la herramienta que le otorgaría el dominio como especie humana.
El fuego, sin irnos más lejos, se empezó a producir de manera artificial mediante la fricción, frotando dos palos juntos o golpeando piedras para producir chispas que pueden encender una yesca. Así que no hemos dejado de producir herramientas artificiales a lo largo de nuestro desarrollo antropológico.
Desde las primeras herramientas de piedra tallada hasta las más avanzadas de la Edad de Piedra, como las puntas de flecha y las lanzas, la innovación en herramientas nos permitió cazar, recolectar y procesar alimentos de manera más eficiente. La invención de herramientas de cobre, bronce y, finalmente, hierro permitió avances en la agricultura, la guerra y la construcción.
Luego, con la llegada de la Revolución Industrial, la Era Digital y Tecnológica, la Nanotecnología y la Biotecnología, hemos obtenido más beneficios que perjuicios. No podemos detenernos; lo llevamos en nuestro ADN. Esa continua creación, inquietud y mejora de herramientas ha sido crucial para la adaptación y nuestro progreso.
La creación y utilización de herramientas, aunque no seamos los únicos, es una característica hiperespecializada de la especie humana y ha sido fundamental en nuestra evolución. Y no por eso el mundo quedó reducido a cenizas cuando el hombre aprendió a dominar el fuego.
Entonces, ¿por qué le tenemos miedo a la Inteligencia Artificial? Ese miedo no proviene de otro sentir que de esa fusión de la tecnología con lo orgánico: el transhumanismo. La singularidad tecnológica. El transhumanismo que podría desbordar en un sistema de clases sociales donde solo los ricos tienen opción para pagar por una IA que les dé el mejor armamento o desarrolle los mejores programas para potenciar sus ganancias.
En ese caso, tendríamos que entrar a hacer una crítica también a todo el desarrollo de la tecnología que brinda la medicina occidental y a aquellos que viven en situaciones de pobreza y no alcanzan a aprovechar.
Tendemos a mitificar aquello que nos genera miedo. Este fenómeno se observa a lo largo de la historia en diversas culturas. Frente a lo desconocido y lo inexplicable, buscamos dar sentido a nuestras experiencias. Y en esto se está convirtiendo la Inteligencia Artificial: en ideas catastrofistas y reduccionistas, donde ser inteligente es ser capaz de actuar en forma de algoritmo.
Creemos que aplicaciones entrenadas, como ChatGPT, nos hablan como una persona dotada de humanidad y de conciencia porque hay una respuesta que en nuestro lenguaje llamaríamos “compleja” e inmediatamente, en modo automático, respondemos con un “gracias”, pensando que del otro lado hay un ser humano con el que estamos conversando. Pero no olvidemos que "La capacidad de hablar no te hace inteligente” y nuestro cerebro aún no está preparado para diferenciar entre lo artificial y lo real.
No es de extrañarnos la cantidad de mujeres que utilizan filtros en sus redes sociales que modifican sus rostros hasta la dismorfia corporal, teniendo a un grupo de hombres indignados porque sienten que fueron engañados al conocerlas en un espacio personal. Pero esto no es de hace un año; viene viéndose desde 2015 con filtros de Snapchat.
Y sí, estos filtros son generados por Inteligencia Artificial, así como el autocorrector de su celular. Mientras usted ve una noticia de Inteligencia Artificial sensacionalista, que le genera pánico, usted va filtrando el correo no deseado. ¿Adivine quién lo organiza? Sí, una IA que le ayuda a diferenciar lo urgente de lo poco utilizado. Desde la década de 1950 existe el origen formal de la Inteligencia Artificial. Así que no, las máquinas no llegaron para borrarnos desde hace un año.
Y es que cuando mencionan a la Inteligencia Artificial, a muchos se nos viene a la cabeza las imágenes de ciencia ficción propagandista de Hollywood donde somos dominados por las máquinas: ese Terminator apocalíptico que quiere acabar con la especie humana y, claro, solo un mesías anglosajón nos salvará de la última exterminación.
Frío, hambre, guerras, destrucción, donde la inteligencia artificial cobra vida con un cuerpo robotizado, pero sobre todo, humanizado, reemplazándonos en oficios, tareas, trabajos y reduciéndonos a seres esclavizados, o peor aún, queriendo el dominio total sobre el planeta Tierra y hasta otros mundos colonizados. Nos sorprende que una IA pueda generar imágenes que son difíciles de diferenciar entre realidad y ficción. Una fotografía tomada por un fotógrafo profesional y una generada por IA pueden ser casi indistinguibles.
Pero estas imágenes están lejos de darnos por ahora una perspectiva de realidad hecha a imagen de perfección. Todavía estos programas, por muy entrenados que sean, producen resultados imperfectos y torpes, yo los llamo “productos enlatados”. Si usted utiliza ChatGPT, notará que en ocasiones se inventa la respuesta o da datos erróneos, por muy asombroso que nos parezca; y sí, con ojo entrenado se puede notar la diferencia.
Porque por mucho que se le dote de funciones cognitivas semejantes a las de las personas a una máquina, como el cómputo matemático o la lógica lingüística, para ello necesitamos datos. Los datos son la materia prima para entrenar a la máquina para determinadas funciones, o bien para la robótica. Por ejemplo, la industria de los autos, ejerciendo toda la producción en cadena o la automatización de procesos, o resumir información.
Hacer predicciones de cuándo vender o comprar, como en el caso de las criptomonedas, o personalizaciones (instrucciones de un texto, una imagen o video con ciertas características). Como dato extra: todas estas plataformas de entretenimiento dan un millón de dólares a quien mejore el algoritmo de recomendación. Así que no es tan apocalíptico nuestro descenso, por lo menos no de inmediato.
La inteligencia artificial no es intuitiva en el mismo sentido que los humanos. La intuición humana es el resultado de procesos cognitivos complejos basados en la experiencia, el conocimiento y el razonamiento subconsciente.
En contraste, la IA toma decisiones y realiza tareas basadas en algoritmos, datos y reglas predefinidas. Para el caso de la IA generativa, las palabras son transformadas en vectores que son proyectados en un plano multidimensional para agruparlas por similitudes según la cercanía.
Así que agudizar nuestra intuición por medio de mecanismos algorítmicos entrenados a través de procesos sistemáticos para mejorar la toma de decisiones, solidificar las ideas en reconocimientos de patrones basados en aprendizaje automático (machine learning) y aprendizaje profundo (deep learning), nos da una ventaja enorme para desarrollar las tareas de manera más eficiente y eficaz en un tiempo récord.
¿Por qué tanto miedo, entonces?
Para que un niño reconozca a un gato, no le hace falta ver millones de gatos; esta es la gran diferencia con la red neuronal de la IA. Los humanos, aparte de manejar la deducción y la inducción, manejamos la abducción, que no es otra cosa que hacer inferencias exitosas con pocos ejemplos. Al inteligente, pocos datos le hacen falta; esto sería la antítesis de la Inteligencia Artificial.
Además, volviendo al ejemplo del niño, este no solo reconoce al gato con la vista, sino que también lo toca, utilizando otros sentidos, como el tacto. Así, la Inteligencia Artificial no solo requeriría un cuerpo orgánico, sino que también necesitaría interactuar con otros cuerpos orgánicos.
Esto genera experiencias ejecutadas de manera inteligente, donde se debe utilizar una conciencia. Por eso es que muchos expertos no pueden asegurar, pero son muy escépticos, que la Inteligencia Artificial pueda en un futuro tener conciencia, autoalimentarse y lograr su total autorreparación.
Se necesita de esta interacción con otros cuerpos, con la sociedad y con toda nuestra cultura extendida, como los libros, los laboratorios, las instituciones educativas, la estructura familiar y el Estado.
Las experiencias humanas determinan que seamos agentes racionales. No es solo un reconocimiento de patrones, es la experiencia humanista, antropológica y sociológica la que nos hace sujetos como seres humanos racionales capaces de pensar por sí mismos, al menos lejos de la manipulación de los gobiernos.
Así que para que una IA pueda suplantar ese rasgo natural, no es tan fácil, por mucho que se quiera imitar. Es este reduccionismo de catalogar la inteligencia solo con el conocimiento verbal o lingüístico como procesado de información, de algoritmos y datos.
Es mucho más fácil programar para que se resuelvan problemas de optimización matemática y ponerlos como la cúspide de la inteligencia de la humanidad, como cuando se programa para que se gane una partida de ajedrez, que lograr que realice lo que un niño requiere al atravesar obstáculos para llegar a acariciar a su gato.
Desde el materialismo filosófico, el germen de la ciencia son las técnicas. Una vez constituidas las ciencias, llegan nuevas técnicas, que están influenciadas por la ciencia y estas vienen siendo las tecnologías. Podría decirse que la IA es un conjunto de tecnologías.
Pero el asunto de todo esto es que la idea es que un usuario no tenga que estar supervisando su comportamiento, y esto hasta el momento no se ha logrado.
¿Nos quedaremos sin empleo? ¿Seremos reemplazados? Ha sido objeto de muchos debates entre expertos, economistas y tecnólogos, pues ya se ve que la IA y la automatización están reemplazando muchas tareas repetitivas y rutinarias en diversos sectores como la manufactura, la logística y el servicio al cliente.
Sin embargo, como también ha pasado en otras épocas de auge tecnológico, se generan nuevos empleos en la implementación y mantenimiento de sistemas de IA, así como en campos emergentes como la ciencia de datos, la ciberseguridad y la ética de la IA. No podemos quedarnos en los tiempos de la revolución industrial.
El ser humano evoluciona, y para que evolucione también el aprendizaje de nuevas herramientas. La humanidad no se extinguió porque la mayoría de herradores fueron reemplazados con la invención del automóvil, pues ya no se utilizaba el caballo como sistema de transporte.
No, el miedo no debería centrarse en si un robot dará con su rayo de largo alcance nuestra aniquilación. Esto no es más que una distopía de ciencia ficción. Debemos hilar aún más fino, porque el miedo no es propiamente hacia una IA, sino a quienes están detrás de esta, qué harán con esta y si habrá leyes que condenen a quienes manejen y programen al algoritmo. El miedo no es a una IA, es a nuestra propia malintencionada humanidad, en una era donde prima el individualismo.
La problemática no es que la IA nos vaya a dominar, sino los grupos políticos y empresariales, las clases sociales que dominarían estas tecnologías. Es una problemática ético-jurídica, política y geopolítica.
¿Cómo regular las empresas que quieren vender robots que tengan cierta personalidad electrónica? ¿A quién responsabilizar? ¿Al algoritmo que maneja el carro autónomo que por un error comete un grave accidente, o a los programadores e ingenieros que estaban detrás de aquella programación? Es en esto en lo que sí deberíamos centrarnos.
Hacer las lecturas correspondientes a preguntas que generarán respuestas a más preguntas, hasta llegar a los resultados esperados. ¿Humanidad predecible? ¿O solo la herramienta que hará que el ser humano logre asentar su ADN en otros mundos? Finalmente, desde que el Homo sapiens logró la bipedestación y salió de las sabanas africanas, la exploración no ha terminado... Mientras tanto, se escucha el sonido de un X-15 a 7,274 kilómetros por hora.
El futuro se erige como un vasto horizonte de posibilidades, donde la inteligencia artificial, como el fuego que un día dominamos, puede iluminar nuestro camino o consumirnos en su voracidad.
En el crisol del progreso, somos los alquimistas de cada avance tecnológico y la IA una herramienta del reflejo de nuestra innata curiosidad y nuestra interminable búsqueda de conocimiento.
En este gran teatro del cosmos, la inteligencia artificial no es un ente autónomo, sino una extensión de nuestro ser colectivo.
Y así, en este viaje interminable continuamos. Somos polvo de estrellas moldeando la materia con nuestras manos, encendiendo nuevas llamas en la oscura vastedad del universo.
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