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ORDEN MULTIPOLAR, UNIPOLARIDAD Y DOMINACIÓN DEL CAPITAL FINANCIERO

Hay una necesidad histórica de un nuevo sujeto político, que sea expresión de un marxismo innovador, creativo y revolucionario
El neoliberalismo ha eliminado gradualmente de la vida política y civil todos los derechos humanos inalienables sancionados por los procesos revolucionarios
Para un sujeto político revolucionario en pleno siglo XXI, no podemos ignorar la lección teórica y práctica marxista que hoy nos llega desde el Este, frente a un marxismo occidental empapelado o mal interpretado, en una palabra moribundo.


ALESSANDRO VALENTINI, ECONOMISTA ITALIANO, COLUMNISTA DE LA REVISTA L´INTERFERENZA

Un nuevo giro en la historia


Con el inicio de la operación militar especial de Rusia en Ucrania nos encontramos en un nuevo punto de inflexión en la historia, una de esas nuevas situaciones que surgen después de muchos años, un punto de inflexión comparable a la Revolución Francesa o la de octubre de 1917.

De ahí la tesis, también querida por cierta izquierda, que la guerra en Ucrania es una guerra imperialista entre Estados Unidos y la OTAN, por un lado, y Rusia y sus aliados, por el otro, similar al gran conflicto mundial de 1914.

En realidad, la comparación histórica es otra, esta situación se parece más a la gran coalición que se formó en Europa para reprimir la Revolución Francesa o a la guerra civil en la joven República Soviética entre los bolcheviques y los llamados rusos blancos, apoyados activamente por una coalición occidental, con el objetivo de restaurar el régimen zarista. Está claro que en Francia el objetivo era devolver al poder a la monarquía absolutista y en la Unión Soviética impedir que las ideas revolucionarias socialistas se extendieran por Occidente.

Del capitalismo al dominio del capital financiero

En la base de este conflicto político y militar está el deseo colectivo de Occidente de contrarrestar, incluso con la guerra, la construcción de un orden mundial multipolar : la llamada «guerra mundial fragmentada» tiene este signo claro, y sólo ha podido desencadenarse después que los acuerdos de Bretton Woods, que establecieron la convertibilidad del dólar en oro en 1944, fueran descartados por Nixon en 1971.

El acuerdo de Bretton Woods preveía un sistema monetario global basado en la convertibilidad del dólar en oro. Así se construyó un sistema basado en tipos de cambio fijos entre monedas, todas ligadas al dólar, que a su vez podía convertirse en oro, con el fin de estabilizar el sistema y desalentar los movimientos excesivos de capital con fines especulativos y evitar crisis sistémicas como la de 1929. Con esos acuerdos se crearon el FMI y el Banco Mundial. La convertibilidad del dólar en oro impedía a los EE.UU. y a cualquier otro país imprimir dinero a su antojo, para ello debían poseer oro en proporción a la misma moneda.

La cancelación de los acuerdos de Bretton Woods ha llevado a una política que permite imprimir dinero sin restricciones y así el sistema monetario ha comenzado a transformarse en un régimen de fluctuación del tipo de cambio con un dólar cada vez más volátil. Las crisis financieras de nuestros tiempos provienen de aquella decisión que tomó Nixon en 1971.

Las libres fluctuaciones monetarias han dado lugar a un mercado financiero sin límites, sin reglas ni restricciones, donde la única ley es obtener el máximo beneficio, que se genera sobre todo por la compra y venta de monedas fuertes. El dinero, de ser un instrumento de intercambio comercial o capital de crédito para el capital productivo, se ha convertido en sí mismo en una mercancía.

Esta transición no tiene poca importancia. Ha llevado a la ausencia de frenos al capital financiero cuya actividad especulativa ignora cada vez más las necesidades del desarrollo productivo. Se ha creado una gran burbuja financiera, con una enorme masa de dinero moviéndose rápidamente, sin ninguna lógica productiva – en tiempo real a través de redes informáticas – sólo con el fin de operar especulativamente y ganar dinero.

El constante desarrollo del capital financiero ha producido una mutación estructural del capital en Occidente: de ser una expresión del sistema capitalista a un sistema político dominado por las finanzas. Marx hizo una distinción entre capital productivo y capital financiero; consideró que este último es muy diferente del capital comercial y crediticio que había desempeñado un papel importante en las sociedades mercantilistas precapitalistas.

Esta distinción permite a Marx establecer la forma en que el capital financiero también regula la sociedad, hasta cierto punto, de forma autónoma del propio capital productivo. Posteriormente Hilferding y Lenin retomaron el análisis sobre el papel predominante del capital financiero, acentuando sobre todo las guerras económicas y el resultado imperialista que se deriva de su desarrollo.

Con la formación del capitalismo monopolista de Estado, la preeminencia del capital financiero quedó contenida y regulada. El entrelazamiento de los monopolios industriales y financieros se consolida a través del Estado. En este sentido, el Estado, por un lado, pone en práctica la visión global del capital financiero y, al mismo tiempo, por otro, no lo reconoce como custodio de toda la riqueza del país. En este marco, el modelo keynesiano es la forma de regular el capital financiero para mantener alto el nivel de productividad y contener una mayor acumulación de capital financiero con fines especulativos. Por lo tanto, el desarrollo del bienestar sólo es posible en un sistema capitalista regulado por el Estado.

Hoy, en todo el Occidente colectivo, ya no estamos en un sistema de capitalismo monopolista regulado por el Estado, sino que hemos llegado a la dominación del capital financiero que prescinde del Estado, reducido a sus funciones esenciales.

En Occidente, en el período comprendido entre los años setenta y noventa del siglo pasado, pasamos definitivamente a una nueva forma de dominación, la del capital financiero que, además de comprimir el desarrollo del capital productivo, también determina la aparición de nuevas desigualdades graves e inaceptables. Son los años en los que los grandes grupos industriales se caracterizan por un énfasis cada vez mayor en los aspectos financieros, es decir, una actividad encaminada a trasladar sus recursos de la producción a las finanzas.

En Italia, esta transición se produjo a través de decisiones tomadas por el poder político bajo una fuerte presión financiera. La liquidación de la Caja del Mezzogiorno, el desmantelamiento de la industria pública de la economía, la privatización de los servicios estratégicos del sistema bancario como la Caja Deposito y Prestamos, la autonomía del Banco de Italia respecto del poder político, la adhesión al euro y al Tratado de Maastricht , son los actos políticos más relevantes que han permitido el ascenso del capital financiero.

Estas decisiones fueron acompañadas de numerosas violaciones y modificaciones de la Carta Constitucional y de reformas electorales en sentido mayoritario. Decisiones que, entre otras cosas, casi siempre tomadas por gobiernos de centro izquierda con el respaldo de la derecha. Con «manos limpias» se liquidó a gran parte de la clase dirigente de la Primera República y hoy para completar este plan, estamos discutiendo una autonomía diferenciada y la elección directa del primer ministro.

La cuestión de la mutación de la forma del capital está implícita en el pensamiento de Marx, quien definió su obra «El capital» (y no el capitalismo) como el estudio del proceso de su reproducción. El suyo fue un análisis estructural. Partió de la consideración de que el capital es una categoría dinámica y que las fuerzas sociales a las que responde, aparecen muchos siglos antes de la formación del capitalismo en términos estructurales.

Marx tiene cuidado de captar la diversidad histórica de las diferentes formas de capital hasta que el capital industrial se convierte en la fuerza predominante, precisamente con el desarrollo capitalista. Esta dimensión histórica de la producción de capital y mercancías tiene relevancia teórica y política para el filósofo alemán.

La producción de bienes ciertamente era preexistente al sistema capitalista y por tanto esta producción no debe confundirse con las características de la producción capitalista. Históricamente, el capital cambia y determina nuevos sistemas políticos, institucionales y económicos.

Esta transición del capitalismo al dominio del capital financiero es hoy el rasgo distintivo del Occidente colectivo en comparación con el resto del mundo. En el nivel internacional se expresa con la defensa enérgica, incluso militar, de un orden unipolar basado en el poder estadounidense y en el nivel político con el establecimiento de regímenes políticos ademocráticos, como los dominantes en Europa y en la propia UE.

Soberanía, globalización, BRICS

La operación militar especial de Rusia en Ucrania está siendo un factor poderoso al acelerar la confrontación y hacer realidad una visión multipolar. Los BRICS han obtenido de esta aceleración un vigoroso desarrollo y extensión. El choque tiene como objetivo derrocar la globalización financiera construida durante los últimos 50 años por las oligarquías de Occidente para garantizar su dominación mundial y continuar así el saqueo y el robo del Sur global.

Rusia y China no están en contra de la globalización, sino en contra de la globalización financiera, expresión del sistema que domina en Occidente.

Hay fundamentos para la globalización no financiera: movilidad de capitales destinados a infraestructura, desarrollo productivo e innovación científica y tecnológica; movilidad de la fuerza laboral, posiblemente calificada y regulada; desarrollo del comercio de productos manufacturados y materias primas en el contexto de la cooperación internacional respetando la soberanía y la dignidad de cada país, grande o pequeño. En los hechos, se está avanzando en una globalización basada en principios que son exactamente opuestos a los practicados por el capital financiero que han llevado al robo y al caos de la emigración.

Precisamente en el concepto de soberanía de cada nación se basa la globalización de los BRICS para construir un nuevo orden mundial multipolar. La soberanía es un valor que no debe dejarse en manos de fuerzas nacionalistas, reaccionarias y xenófobas, que siempre han hecho un mal uso de ella, presagio de grandes desgracias. Es un valor fundamental que deben abrazar las fuerzas del cambio, de una fuerza revolucionaria moderna.

El multipolarismo -que no debe confundirse con el multilateralismo, que es una visión de inspiración liberal- es un proceso de integración y cooperación económica, comercial y cultural entre diferentes pueblos, que, manteniendo cada uno su propia identidad y soberanía, desarrollan una fructífera red de relaciones para el crecimiento y bienestar de toda la humanidad. Por tanto, el valor de la soberanía no está en antítesis del internacionalismo socialista: los dos momentos se integran y se fusionan en una síntesis que se sitúa objetivamente en el campo del cambio y el progreso. Corresponde a los marxistas, a los revolucionarios, interpretar esta síntesis para liderar y llevar adelante la lucha por el socialismo.

La batalla en curso para frenar y contener la financiarización de la economía y la desdolarización del comercio llevada a cabo, en primer lugar por Rusia y los BRICS, tienen precisamente el objetivo de cuestionar la globalización financiera implementada por Occidente. Con el nuevo impulso de lucha por un mundo multipolar las oligarquías financieras occidentales han reaccionado con la guerra. Una “guerra mundial” hecha de a poco, porqué la disuasión nuclear sigue siendo un obstáculo insuperable para las oligarquías financieras.

BRICS, el antiimperialismo y la lucha por el socialismo

Sin embargo, el nuevo orden mundial no es exactamente otra forma de relanzar la lucha antiimperialista. Ciertamente, a medida que se afianza una visión multipolar, las viejas y nuevas cadenas del colonialismo en el Sur global se rompen y el multipolarismo da un nuevo vigor a la lucha antiimperialista, ésta la contra el imperialismo sigue siendo una tarea estratégica de las fuerzas revolucionarias en todos los rincones del mundo y en los países socialistas o de orientación socialista.

El Partido Comunista Chino y los comunistas rusos son conscientes de ello. Y es por eso que la China y Rusia de Putin evitan cuidadosamente cargar a los BRICS con un concepto antiimperialista.

No hay rastro en el PC de la Federación Rusa de una crítica a Putin referido a este aspecto, porqué el tema más importante es que un orden mundial multipolar favorece la posibilidad de una perspectiva socialista global. Por eso la batalla en curso por un orden multipolar es también, en última instancia, una lucha por el socialismo.

Es más que claro que los BRICS son un grupo de países con sistemas económicos y políticos muy diferentes; por ejemplo, Arabia Saudita o los Emiratos Árabes Unidos no pueden contarse ni de cerca entre países socialmente avanzados; son países caracterizados como economías mundiales emergentes que, sin embargo, no han constituido una alianza militar, aunque hay muchas actividades que van en esta dirección.

También existen diferencias significativas entre Rusia y China. El primero es un país con capitalismo monopolista de Estado en el que el bienestar es muy fuerte, como legado de las políticas sociales de la ex Unión Soviética. China, en cambio, es un país socialista que basa su desarrollo productivo en una economía de mercado bajo el control del Estado y del PCCh.

Por lo tanto, sería un grave error cargar a los BRICS con un significado ideológico que no tienen. Lo que une a los BRICS es la visión común contra la dominación occidental del capital financiero, contra la globalización financiera. Los efectos de las repercusiones nacionales de esta política no siempre benefician a las clases bajas, a las ideas socialistas y de justicia social. A menudo, como en la India, engordan a una burguesía productiva nacional ya fuerte.

Esto significa que la lucha de clases está lejos de terminar y que en estos países se desarrolla en formas completamente nuevas. Estudiar y examinar las posiciones del PC de la Federación Rusa ayuda mucho a comprender y conducir la lucha de clases sin debilitar ni cuestionar la función estratégica del país en la batalla por un nuevo orden mundial. Lo mismo ocurre con el PC de China, donde existe un constante debate político y teórico sobre estas cuestiones.

En esta batalla común contra la globalización financiera, los BRICS, y en general el Sur global, tienen un arma formidable de su lado: el Estado. Todos ellos son países en los que el papel del Estado es fundamental para las opciones políticas y económicas, para el desarrollo y el crecimiento del país, para su soberanía y, en consecuencia, para posicionarse a nivel internacional.

Sobre el concepto de libertad

En este contexto, es necesario superar los malentendidos sobre algunos países, como Turquía y Hungría, contra los cuales se está llevando a cabo una campaña muy dura en Europa, incluso por parte de importantes sectores de la izquierda. Está bastante claro que se trata de países con graves limitaciones políticas que deben denunciarse y, por tanto, no deben eliminarse las críticas . Pero la importancia geopolítica de estos países no es ciertamente menor que la de la UE y sus países fundadores, como Italia, Alemania o Francia.

En este nuevo escenario internacional es oportuno discutir qué se entiende por concepto de libertad, evitando el mito del absoluto y la verdad dada de una vez por todas.

No existe un concepto de libertad que pueda considerarse un valor humano universal en todo lugar y en todo momento, que se intérprete hoy como ayer y como será mañana. Y no basta con argumentar que una mayor libertad conduce a regímenes políticos más civilizados. Se debería evaluar cuál es el grado de libertad concedido y cuál debería ser el punto de referencia.

Por tanto, el concepto de libertad debe contextualizarse históricamente. Por ejemplo, la Declaración de Derechos Humanos, uno de los actos fundamentales en la historia de los sistemas liberales, no abrogó la esclavitud. ¿Deberíamos entonces llegar a la conclusión que Estados Unidos era un sistema iliberal y autoritario?

El concepto de libertad también debe historizarse en el presente. Muchos en Occidente están convencidos que nuestras instituciones y reglas, nuestras costumbres y tradiciones, son absolutamente las mejores posibles, que representan el más alto grado de libertad.

Pero, para evaluar el grado de libertad de un individuo es necesario un análisis del «estado de cosas existente» y sólo a través de este análisis podemos interpretar las diferentes iniciativas que un individuo puede emprender para afirmar una voluntad basada en diferentes elecciones, ya que estas sus elecciones están dentro del marco de las libertades dadas en ese preciso contexto histórico.

Por tanto, la situación actual, aunque profundamente diferente de aquella en la que actuaron los políticos y filósofos del pasado, está determinada por la conexión que dieron a los problemas que surgieron en su época.

La libertad actual es, por tanto, el conjunto de acciones y líneas de conducta realizadas en el pasado y transmitidas al presente, y cada una de estas acciones y líneas de conducta se encuentran dentro del actual «estado de cosas existente».

Sin embargo, el marco actual no está fijado de una vez por todas, como tampoco lo fueron los marcos de referencia del pasado. Hay quienes intentan superarlo, por lo tanto son revolucionarios o reformistas, mientras que hay quienes intentan defender el status quo o regresar al pasado y, por lo tanto, son conservadores o regresivos. Pero todo depende de los objetivos sociales (y por tanto de las libertades sustanciales) que uno se proponga.

Pero el pensamiento liberal niega indignado este proceso en desarrollo. Apela a principios, aunque en muchas circunstancias, por razones de conveniencia, ha justificado regímenes como el fascista, que suprimió determinadas libertades, ya que el «peligro totalitario o autoritario» del socialismo es decididamente mayor que el fascismo para los tributarios del pensamiento liberal. En nombre de este razonamiento el liberalismo ha favorecido y apoyados regímenes fascistas o despóticos contra la amenaza del «peligro rojo». Y hoy, de algún modo, la historia se repite en Ucrania.

No es cierto que el hombre nace libre. Es bastante cierto que, puesto que el hombre aspira a la libertad, se vuelve libre con la lucha que lleva a cabo precisamente sobre la base de su concepto de libertad. Y en el conflicto evalúa si su iniciativa es compatible con «el estado de cosas existente» o si debe ir más allá de lo existente, ya que objetivamente se han desarrollado contradicciones que lo empujan a hacerlo.

Cuando se manifiesta esta conciencia, que entretanto se ha convertido en conciencia colectiva, se crea un impulso revolucionario para afirmar un nuevo concepto de libertad.

La lucha por la libertad, o mejor dicho por una manera diferente de entenderla, es un hecho objetivo producido por el proceso histórico. Esto significa , que son completamente infundadas las tesis que reducen la libertad individual a un procedimiento exclusivamente subjetivo o las que incluso creen que es innata en el hombre desde el momento de su nacimiento. Entonces no tiene sentido hacer de la libertad un mito, si este concepto no se ubica en un contexto histórico donde se han establecido comportamientos, reglas y deberes morales, que deben ser apoyados o contrarrestados.

Por tanto, no hay certeza que el futuro de la humanidad se limite a la combinación de libertad y democracia. No es posible relacionar los dos términos, es decir, libertad, que necesita acción y lucha para afirmarse, en un proceso de desarrollo histórico constante, y democracia, ideología que se manifiesta como un ajuste del pensamiento liberal, que domina en Occidente desde mediados del siglo XX.

El término ideología se utiliza porque la democracia, a diferencia de la libertad, es una ideología enunciada pero nunca realizada e incluso conceptualmente ha pasado ahora a la forma ademocrática con la que se niega el conflicto de clases. Por tanto, la relación dialéctica entre ambos términos, libertad y democracia, es insostenible, al tratarse de una relación entre dos heterogeneidades profundamente diferentes, la primera histórica y la segunda ideológica.

Se discute la democracia como si fuera una entidad histórica en desarrollo frente a su cuestionamiento por el pensamiento neoliberal de hoy. Y no se tiene en cuenta que el pensamiento neoliberal pone en tela de juicio una ideología que nunca se ha realizado salvo en diversos aspectos formales, pero sin hacerlo nunca abiertamente.

La comparación entre Occidente y el resto del mundo, tanto con China como con otros países de orientación socialista, o con países que presentan formas de capitalismo monopolista de Estado (como los países recientemente industrializados o aquellos que quieren emanciparse del yugo del imperialismo), no es sólo de carácter geopolítico, como suelen afirmar muchos comentaristas y analistas, sino que afecta al futuro del planeta.

Sin embargo, si queremos situar el concepto de libertad en una relación dialéctica con una democracia extremadamente limitada e imperfecta debemos reconocer que esta “democracia” está alejada del principio enunciado, de modo que no corresponde a las necesidades de las libertades civiles y sociales. En otras palabras, el trabajo, la vivienda, la educación, la atención sanitaria y el disfrute del tiempo libre no son derechos garantizados por la ideología de la democracia, y menos aún hoy, que el sistema político ha pasado a ser un régimen ademocrático.

La libertad se revela en todo su poder intrínseco en la lucha por superar los impedimentos que plantea la ideología de la democracia que bloquea el camino hacia el pleno desarrollo de una sociedad más justa. La lucha por la libertad, por tanto, encuentra plena expresión en la eliminación de estos impedimentos, pero esta aspiración no debe absolutizarse ni confundirse con la idea de libertad que se tuvo en otros períodos históricos.

La libertad es la lucha por superar los obstáculos que impiden el pleno desarrollo de las iniciativas que surgen de la situación concreta. La libertad no es una petición abstracta de principio. No es una discusión filosófica sobre una noción en lugar de otra. No es lo que insta a las almas a llevar a cabo debates apasionados y atractivos. La libertad por la que debe luchar un marxista es la creación de un sistema social diferente en el que se garantice el fin del sometimiento de la esfera de la libertad a la de la necesidad.

Fue Hegel quien captó positivamente la relación entre libertad y necesidad frente a la filosofía anterior que para definir la libertad tenía que definir lo que no era libre. Por tanto, el vínculo entre libertad y no libertad siempre se consideró en un sentido negativo. La libertad se oponía a la necesidad y se buscaban las condiciones mediante las cuales la primera pudiera emanciparse de la segunda.

Engels destaca en el “Anti-Dühring”:

«Hegel fue el primero en representar correctamente la relación entre libertad y necesidad. Para él, la libertad es el reconocimiento de la necesidad. La necesidad sólo es ciega en la medida en que no se comprende (…) La libertad no consiste en soñar con la independencia de las leyes de la naturaleza, sino en el conocimiento de estas leyes y en la posibilidad, ligada a este conocimiento, de actúar según un plan con un fin específico(…).

La libertad de voluntad no significa, por tanto, otra cosa que la capacidad de decidir con pleno conocimiento de los hechos. Por tanto, cuanto más libre sea el juicio del hombre sobre un determinado punto controvertido, mayor será la necesidad con que se determine el contenido de este juicio; mientras que la incertidumbre basada en la falta de conocimiento, que entre muchas posibilidades diferentes y contradictorias de decidir, elige de manera aparentemente arbitraria, muestra precisamente por eso su falta de libertad, su estar dominado por aquel objeto que precisamente se suponía que debía dominar.

La libertad consiste, pues, en el dominio de nosotros mismos y de la naturaleza exterior basado en el conocimiento de las necesidades naturales; es, por tanto, necesariamente un producto del desarrollo histórico.»

Para el marxismo, por tanto, la libertad se basa en el principio de autodeterminación, no es innata y atribuida individualmente al hombre, sino a la totalidad a la que pertenece el hombre, al orden social e histórico vigente.

Países como Hungría, Turquía y Pakistán son considerados antiliberales porque no practican “nuestra democracia”. En realidad, son países que se encuentran entre tomar partido en el campo de un nuevo orden mundial y la posibilidad de ser totalmente reabsorbidos en el campo dominado por el capital financiero, por los Estados Unidos y por la visión unipolar que defienden enérgicamente.

Una fuerza política revolucionaria, al tiempo que denuncia los límites de la libertad de estos países -algo que ciertos izquierdistas no hacen con el mundo occidental- debe, por el contrario, apoyarlos en la defensa de su soberanía y en la búsqueda de una posición internacional autónoma del Occidente colectivo.

Para hacer realidad una visión multipolar, será necesaria una fase larga en la que algunas naciones importantes permanecerán en juego. Sería simplista reducir el problema a una cuestión táctica y a una discusión sobre si considerarlos o no «aliados» de las fuerzas políticas y de los países involucrados en esta batalla trascendental. Los procesos históricos se evalúan de otra manera, comprendiendo los aspectos fundamentales de la política que persiguen las fuerzas en el terreno en cada país.

En Occidente un régimen ademocrático

La dominación del capital financiero ha construido un régimen ademocrático en Occidente, poniendo en duda también el pensamiento liberal. Hemos sido testigos impotentes de la mutación de la democracia formal en una forma no democrática.

De hecho, con la dominación del capital financiero, la democracia formal ha ido cambiando al adoptar estructuras y organismos supranacionales ademocráticos que no están sujetos a ninguna forma de soberanía popular, ni siquiera formal. Europa es uno de los ejemplos más llamativos de este aspecto mediante la reducción del papel legislativo de los parlamentos nacionales y la elección de un Parlamento Europeo que no cuenta absolutamente para nada.

Las decisiones más importantes las toman instituciones, como el BCE, que no responden a ningún poder político electivo. El poder está en manos de estrechas oligarquías financieras que deciden por millones de ciudadanos europeos y que han moldeado Estados nacionales e instituciones europeas para proteger sus intereses, salvaguardando ante todo el propio mercado financiero.

Sin duda, las sociedades socialistas presentaron límites con respecto al pleno desarrollo de la democracia formal. Pero en Occidente el mismo proceso ocurre de manera peor, ya que los derechos sociales que están plenamente protegidos en los países socialistas no están garantizados. Este proceso ademocrático de la sociedad occidental presenta rasgos de totalitarismo o semitotalitarismo. Sin embargo, no debemos cometer el mismo error que Hannah Arendt en su juicio sobre el socialismo. Entonces es mejor adoptar la definición de regímenes ademocráticos.

El totalitarismo es una política de fuerte restricción de los espacios de libertad que ya se había establecido y difundido en Europa mucho antes del advenimiento de la dominación del capital financiero, entre finales del siglo XIX y el estallido de la Primera Guerra Mundial. Hoy, con la guerra en Ucrania, está resurgiendo en términos dramáticos.

La ideología de la democracia

Proponer la democracia como ideología implica que una sociedad democrática, tal como se define de manera abstracta, nunca ha existido. De hecho, es imposible definir históricamente el concepto de democracia. Ni siquiera funcionó en la antigua polis ateniense y en cualquier caso era algo profundamente diferente de cómo se entiende hoy. El mito de la democracia griega es un gran engaño retórico difundido por el pensamiento liberal para demostrar la indudable superioridad del sistema democrático sobre cualquier otra forma de gobierno.

La historia del Occidente «democrático» se caracteriza, por un lado, por la afirmación, gradual o a saltos, de la democracia formal, y, por otro, por las relaciones de esclavitud de negros, aborígenes y asiáticos y, por el exterminio masivo de indígenas americanos y de aborígenes australianos.

El mayor genocidio de la historia de la humanidad en la era moderna es el de los indígenas americanos, un exterminio en algunos aspectos más grave que las infamias cometidas por Hitler. La historia de Occidente está, pues, plagada de genocidios: «genocidios raciales», «genocidios de clases», «genocidios de poblaciones indefensas». Y ahora el genocidio de los palestinos en Gaza.

Los genocidios raciales en particular se llevaron a cabo mediante guerras de conquista y fueron legitimados por teorías que apoyaban la superioridad sanguínea de la «raza» conquistadora y, por tanto, la necesidad de proteger su pureza del mestizaje con pueblos considerados inferiores.

Pero incluso cuando se trataba de leyes sociales, no había ninguna broma. En Estados Unidos, entre 1907 y 1915, basándose en la doctrina de la «eugenesia», trece estados promulgaron leyes para la esterilización de delincuentes habituales, violadores, vagabundos y discapacitados mentales con el fin de impedir la reproducción de individuos “propensos” a la delincuencia y al parasitismo.

Antes del advenimiento de la dominación del capital financiero, la democracia contemporánea en Occidente se basaba teóricamente en el principio según el cual todo hombre es titular de derechos inalienables: esta definición planteó conceptualmente el problema de superar tres grandes discriminaciones: racial, censal y sexual. La aspiración a superar estas tres discriminaciones forma hoy parte del patrimonio ético de toda la humanidad ya que hubo dos revoluciones, la francesa y la rusa de 1917, que cambiaron radicalmente el curso de la historia al plantear con fuerza el problema.

Sin embargo, en los últimos cuarenta años, después de 1989, la discriminación no sólo no se ha superado, al contrario, ha aumentado. La brecha entre la democracia formal y la democracia sustantiva se ha ampliado.

En resumen, está claro que la crisis de la democracia formal se debe a las contradicciones del capital. Son hallazgos que surgen de una lectura objetiva de la historia que nos debe conducir a conclusiones precisas. Pero este no es el caso de los defensores del pensamiento único, que tienen el deseo oculto de imponer una hagiografía indefinida para asegurar el triunfo del revisionismo histórico.

El siglo XX en Occidente se caracterizó, después del trágico interludio de la Segunda Guerra Mundial, por la adquisición en principio de derechos económicos como parte integral de los derechos individuales: el Estado de bienestar y el sufragio universal. Pero la afirmación de estos principios se debe al movimiento comunista.

Con el colapso de la URSS y la llegada del capital financiero, definitivamente hemos retrocedido incluso en el ámbito de la democracia formal, que hoy, cómo es patente se reduce a un simulacro y a un espectáculo. El neoliberalismo ha eliminado gradualmente de la vida política y civil todos los derechos humanos inalienables sancionados por los procesos revolucionarios. Transformó la democracia formal en un régimen ademocrático.

Se habla mucho de que el comunismo está muerto, pero el espectro de sus ideales acecha a todo Occidente, preocupado por la influencia que todavía ejerce la Revolución de Octubre todavía y que se repite en nuevas formas, basta con saber interpretar este proceso histórico desde el punto de vista marxista.

Es importante aclarar que el comunismo es una ideología que nunca se ha realizado, pero la democracia también es una ideología que nunca se ha realizado. No hay un solo ejemplo de un país donde se haya implementado una democracia sustantiva. No hay ningún caso en el que esta forma fuera realmente un régimen de gobernanza comunitaria.

Si la democracia es ante todo igualdad entre los hombres en todos los aspectos, con iguales derechos civiles, políticos y sociales para todos, entonces la democracia en Occidente no ha llegado todavía. En este sentido, las sociedades de orientación socialista están decididamente por delante, a pesar de las limitaciones que aún las distinguen. ¡Si alguna vez se hiciera realidad comunismo y democracia, serían la misma cosa!

El PCI de Togliatti, al desarrollar la estrategia de avanzar hacia el socialismo, planteó como cuestión esencial la conexión entre democracia y socialismo a través del concepto de democracia progresista. No es casualidad que hiciera hincapié en la palabra «progresista», ya que el PCI era consciente que para obtener una democracia sustancial no bastaba con adoptar una Constitución avanzada (aunque su aprobación se consideraba, con razón, una gran victoria), sino que partiendo de los principios contenidos en la Carta, era necesario llevar a cabo una acción política constante para que el país real no se quedara atrás de los principios consagrados en la Constitución.

A lo largo de los años se ha debatido mucho sobre cómo cerrar la brecha entre el país real y los artículos de la Constitución, pero hoy esta brecha ha aumentado dramáticamente. Un régimen democrático no sólo se evalúa por el derecho constitucional que se ha dado a sí mismo, sino por la fidelidad de la política a los principios contenidos en la Constitución y a su aplicación en la realidad. Esto podría explicar porque nuestra Constitución ha sido ignorada, violada y traicionada constantemente, también explica porqué nuestro régimen es semiautoritario. Y esta característica se acentúa aún más hoy con la guerra.

La cuestión social

Incluso a nivel social hemos retrocedido. ¡Estamos ante la paradoja de quienes sostienen que la democracia es una variable, es decir, no es el estado natural de la sociedad, mientras que el mercado sí lo es!

La desestructuración del Estado de bienestar en Occidente parte precisamente de asumir al mercado como la medida de los valores de las sociedades avanzadas, por lo que según esta lógica los motivos de conflicto se deben expresar dentro de las estrictas reglas de la competencia de las leyes económicas

La era de las políticas keynesianas ha terminado. El estado de compromiso social ha muerto y con él han desaparecido las políticas de intermediación entre sociedad, Estado, poderes económicos y financieros. Las estrategias de redistribución de la renta desaparecen del escenario político, a lo sumo se transforman o se reducen a la defensa de una política que aspira a devolver la misma riqueza (si no más) a quienes ya tienen una gran riqueza.

En Europa, la «izquierda liberal» cree que basta con defender el pluralismo político o valorar las experiencias de lucha de los individuos y de los movimientos (definidos como nuevas formas de antagonismo) para contrarrestar el estado actual. Pero estos sujetos y movimientos contribuyen a la lucha por la transformación de la sociedad si su valorización va simultáneamente acompañada (si no precedida) por acciones de recomposición y unificación de las necesidades de clase.

Sin estas acciones no son más que multitudes capaces de autoidentificarse sólo exclusivamente como un momento de pluralidad, es decir, como una opción política subjetiva dentro de la democracia de la alternancia.

En el ADN de la izquierda europea hoy sólo queda la cáscara vacía del concepto de democracia formal, que entre otras cosas se ha convertido en un sistema ademocrático. De ahí deriva su subordinación al pensamiento liberal, aún más dramáticamente evidente cuando opta por apoyar el camino de las doctrinas económicas neoliberales impuestas con lágrimas y sangre a las poblaciones. No hay capacidad ni voluntad para recuperar un pensamiento fuerte capaz de liderar la lucha por la justicia social.

De hecho, las desigualdades sociales han aumentado considerablemente. La élite política y burocrática europea, expresión de las oligarquías financieras, es insensible a esta cuestión, simplemente no la considera. En el cascarón vacío sólo reina la suprema ideología de la democracia funcional a la dominación del capital financiero.

La ideología de la democracia es una expresión de la dominación del capital financiero.

Con el dominio del capital financiero en todo Occidente, también ha progresado un proceso de secularización tanto del Estado como de la sociedad. Lo que caracteriza a la sociedad occidental contemporánea es el surgimiento de una pluralidad de moralidades: ya no existe una moralidad predominante.

La consecuencia es que la ética dominante no es fácilmente reconocible y cede formalmente el paso a un conjunto de moralejas a menudo contradictorias. De modo que esta pluralidad contradictoria de morales nubla la ética dominante. Pero si se analiza detenidamente este confuso conjunto de moralejas, apreciamos que la clave para comprender el proceso está en la ideología de la democracia que las encadena: ésta es la ética dominante.

De hecho, el capital financiero no necesita aparecer como el verdadero controlador de la sociedad y por lo tanto proporciona espacios ilusorios de libertad utilizando la multiplicación de morales que en cualquier caso están obligadas a expresarse dentro de un sistema institucional y político ademocrático creado por la ideología de la democracia, con la que el capital construyó su fortuna. Y dentro de este sistema hace guerras y comete crímenes en nombre de la democracia, de su ética, como alguna vez se hizo en nombre de Dios.

En el proceso de transición encaminado a superar el capitalismo, la ética no es el aspecto superestructural de protección de determinadas tradiciones históricas, sino que se convierte, con las luchas, en un factor que favorece en los individuos la conjugación entre un poderoso momento intelectual y la política para combatir las fuerzas desplegadas en defensa del «estado actual de cosas».

Por tanto, es necesario empezar de nuevo desde aquí para abordar la cuestión de la ética con una visión marxista, teniendo en cuenta los nuevos problemas políticos y teóricos que plantea la sociedad moderna, en primer lugar el del surgimiento de una pluralidad de costumbres, a diferencia de las sociedades del capitalismo maduro de principios del siglo XX, conformadas principalmente por dos morales: la moral cristiana y la moral liberal, a veces en conflicto entre sí, pero siempre aliadas contra la ética socialista y de las clases subordinadas.

La pluralidad de morales actual hace que la ética se pierda como factor de conflicto social, ya que no estimulan a los individuos a conjugar el momento intelectual y el momento político para liderar la lucha por el socialismo. La secularización, cómo se aprecia, es una característica poderosa de la sociedad contemporánea. Y la crisis de las ideologías está ligada a este proceso de afirmación del secularismo.

En muchos aspectos el retorno a morales diferentes puede evaluarse positivamente, pero este proceso no va acompañado de la idea de una evaluación del mérito. Hoy nos enfrentamos a una multiplicidad de moralidades sin ninguna herramienta evaluativa que nos permita definir cuáles son las cosas correctas. Esta es la obra maestra de la democracia ideológica: te gusta, está bien.

Ya no tenemos valores como referencia objetiva para definir la calidad de una sociedad que es tal para unos y pésima para otros, por lo que incluso el resultado de la alternancia de gobiernos pasa a ser objeto de una evaluación subjetiva: gane quien gane las elecciones. (usando una mejor demagogia) siempre el sistema tiene la razón. El juicio sobre el gobierno es completamente subjetivo ya que todos los gobiernos, variantes de un régimen ademocrático, son, en última instancia, una expresión del capital financiero.

Los filósofos griegos distinguieron diferentes formas de gobierno y evaluaron su acción. En el Occidente «democrático» actual no existe ninguna distinción similar a la de Sócrates, Platón o Aristóteles. Los gobiernos, dentro de la ideología de la democracia, son todos más o menos buenos y malos al mismo tiempo.

Podemos y debemos discutir algunas de sus acciones políticas en materia civil, económica y social, podemos apoyarlas o oponernos a ellas, pero en esencia nunca se cuestiona la presunta naturaleza democrática del gobierno. En este contexto, se afianza la concepción weberiana, espejo filosófico de una pluralidad de expresiones morales de la sociedad de consumo, según la cual el sentido común se pierde en un mundo líquido compuesto por la llamada multitud de individuos que persiguen espacios ilusorios de libertad, sin beneficiarse efectivamente de los espacios que el capital dice ofrecer en nombre de la democracia.

De hecho, la democracia se contrasta con el comunismo, que no se desarrolló en la URSS. Y no es sutil el tratamiento del tema, no se explica que el comunismo es una ideología que nunca se ha realizado, que es muy diferente de las democracias populares o el llamado socialismo real. Estas definiciones utilizadas en el pasado son eliminadas e incluidas en el gran caldero para demonizar el comunismo.

La democracia es también una ideología que nunca se ha realizado; de hecho, la forma de gobierno practicada concretamente en esta fase histórica es un sistema político e institucional ademocrático. Esta forma favorece, como hemos visto, una pluralidad de morales, en conflicto entre sí, que a menudo ignoran la estructura económica de la sociedad.

Por ejemplo, la cuestión salarial, generada por el conflicto capital-trabajo, se reduce a un puro conflicto sindical, hasta el punto de llegar, lo que podría parecer una paradoja, pero no lo es, a que una parte importante de los afiliados a la CGIL sean votantes del centroderecha. Son, por tanto, morales transversales, líquidas, rara vez atribuibles a la lucha de clases, a la lucha por el socialismo.

Sin embargo, sería un error considerar con liviandad la moral de carácter interclasista, ya que es completamente subjetiva y refleja los efectos del proceso de secularización del Estado y de la sociedad.

En este sentido se consideran las prácticas sexuales en relación con el placer y el amor. Hay muchas moralejas sobre este tema y no pueden catalogarse rígidamente entre morales de derecha o de izquierda o como la extensión de algunos derechos civiles.

Estos temas se prestan a diferentes interpretaciones. Pero se convierte claramente en una acción política regresiva cuando la negación de derechos responde sólo a la moral cristiana, entendida como moral universal (integrismo) y, la única a seguir según lo dictado por Dios.

Si la religión católica acepta este secularismo, la cuestión no provoca conflicto social. Cada uno se comporta según sus creencias y fe. Y podríamos seguir con el papel de la familia o con las relaciones homosexuales. La contradicción, en todo caso, radica en el hecho de que el proceso de secularización, y por tanto de plena afirmación de los derechos civiles en materia de sexualidad y familia, lo sienten más importantes sectores sociales burgueses que los grupos populares más tradicionalistas.

También es cierto, que la transversalidad favorece ese sentido común de vivir en una sociedad formada por una multitud indistinta en la que el concepto de clase aparece considerablemente atenuado, en su mayor parte sustituido por el concepto de pueblo que reivindica su soberanía en nombre de una democracia frente a un poder del que poco o nada sabe.

Exactamente el mismo razonamiento ocurre con la cuestión medioambiental. Negarlo sería tremendamente equivocado. Hay que abordarlo en todos sus aspectos con medidas estructurales radicales planificadas a través de un nuevo modelo de desarrollo bajo el control público del Estado y no dispersar la prioridad ecológica en un debate compuesto por mil corrientes, a menudo ideológicas y a veces incluso ridículas, y funcionales a los intereses del capital financiero.

En la cuestión medioambiental, cada uno tiene sus creencias, su fe, su moral, su punto de vista subjetivo y es libre de expresarlo como mejor le parezca. Esto crea un consenso entre la opinión pública para realizar enormes operaciones financieras especulativas en detrimento de las poblaciones con programas de reconversión ecológica, que sin embargo ni siquiera son economías verdes sino sólo lavados verdes. Precisamente en la cuestión medioambiental podemos captar el alcance de la función de la ideología dominante, que sólo reprime el negacionismo estúpido (esto también, entre otras cosas, es una creencia) y no la moral que cada uno se ha formado al ser un individuo más de la multitud.

Cuando se afirma que el capital financiero no necesita aparecer como el verdadero controlador de la sociedad, la intención es resaltar precisamente este fenómeno, es decir, su capacidad de subordinar morales diferentes, en conflicto entre sí, a través de la ideología de la democracia que es y sigue siendo la ética dominante, sin que se ejerzan restricciones particularmente represivas y, al mismo tiempo, logrando dar a toda moral, reconocida como tal, la sensación de haber conquistado espacios de libertad.

Y el fenómeno se vuelve aún más sofisticado y articulado a medida que nos encontramos en una sociedad multiétnica, con la presencia de otras religiones y tradiciones que alimentan el conjunto de morales diferentes, incluso si estas diversidades abren fallas evidentes en la ética de la ideología de democracia.

Está claro que en este escenario, lo que alguna vez fue el río embravecido de la ética marxista, se ha reducido en Europa a un hilo apenas mantenido vivo, aún no secado del todo gracias a la voluntad de una minoría de militantes que proponen obstinadamente una ética revolucionaria como solución, cómo alternativa al régimen ademocrático.

¿Ha ganado entonces el capital en su transformación en capital financiero? ¿Es este el único mundo posible? ¿Tienen razón los liberales de todo orden y especie?

Antes de tener todas las respuestas, habría mucho que discutir sobre lo que está sucediendo desde el punto de vista geopolítico. La realidad global es mucho más compleja y articulada, hay mucho espacio para otro mundo mucho más grande que la ideología dominante de aquellos que se apresuran a descartar esta realidad con la etiqueta de no democrático, iliberal, autoritario e incluso totalitario. Así, el mundo se reduce a Occidente, que se convierte en el todo.

La ideología de la democracia es el punto fuerte del capital financiero, crea consenso. Pero es también su debilidad, ya que determina, debido a las contradicciones lacerantes del empobrecimiento en todos los aspectos, no sólo su decadencia económica, sino también su decadencia política y cultural, incluso religiosa.

Con la guerra en Ucrania no estamos ante el resurgimiento de la «guerra fría»

La guerra entre Rusia y Ucrania se presenta a menudo como un regreso a la «Guerra Fría». La comparación, sin embargo, es engañosa y no se sostiene. En la «Guerra Fría» había dos sistemas políticos, económicos y sociales bien definidos: por un lado el capitalismo, por el otro el socialismo “real”.

Toda la diplomacia y las relaciones internacionales giraron en torno a esta realidad, incluso los numerosos países llamados no alineados, como Yugoslavia, India y la propia China, se movieron en este contexto. E incluso las estrategias militares, incluida la carrera armamentista de las dos superpotencias, Estados Unidos y la URSS, no ignoraron el equilibrio de poder que surgió de la Segunda Guerra Mundial. Tanto es así que, a pesar de la oposición entre bloques, hubo espacio para que una serie de países, incluidos los europeos, pudieran llevar a cabo iniciativas diplomáticas parcialmente autónomas, que también involucraban relaciones comerciales y económicas.

Pensemos en la acción de las socialdemocracias, principalmente las alemanas y escandinavas, o las fructíferas relaciones económicas que los gobiernos italianos de centroizquierda establecieron con la Unión Soviética y otros países socialistas. Ningún estadista occidental, en aquellos años, hizo jamás declaraciones beligerantes hacia la URSS ni intentó seguir una línea encaminada a desmembrarla.

La única excepción fue Churchill, que inmediatamente después de 1945, tras derrotar a la Alemania nazi, se aventuró a hacer fuertes declaraciones de agresión militar contra la URSS de Stalin, que aún no tenía la bomba atómica, pero siguió siendo una voz aislada y no fue escuchada, afortunadamente, por los americanos. Todos los Estados de ambos bloques se movían dentro de lo establecido por los acuerdos de Yalta que sancionaban la presencia de dos esferas de influencia, la de Estados Unidos y la de la URSS.

Sin romper los acuerdos de Yalta, las dos superpotencias se garantizaron márgenes de interpretación autónoma de lo establecido. Del lado soviético se avanzó en la estrategia de la «coexistencia pacífica», cuya implementación abriría muchos espacios para las fuerzas progresistas de Occidente, para nuevos procesos de descolonización del Tercer Mundo y para las luchas de liberación nacional.

Entre otras cosas, la guerra de Corea fue una lección para todos: siguiendo ese camino se corría el riesgo de llegar a un nuevo conflicto mundial más dramático, con consecuencias catastróficas para toda la humanidad.

Del lado estadounidense, sin embargo, se practicó la política de contención de la influencia soviética, recurriendo a las armas y a golpes militares, si era necesario, en aquellos países que no eran formalmente sus aliados en el aspecto militar pero sí parte integral del sistema económico imperialista. Sin embargo, la Casa Blanca nunca implementó una política de agresión militar directa y frontal contra el Pacto de Varsovia. La crisis cubana se resolvió después de que Kennedy decidiera retirar misiles con ojivas nucleares de Turquía y, en consecuencia, Khrushchev desistió de instalar armas similares en Cuba.

Esta actitud de las dos superpotencias abrió enormes espacios políticos, no sólo a las fuerzas progresistas y de izquierda de Occidente y a los movimientos de liberación, sino también al movimiento pacifista, que se consolidó con la enorme contribución de los católicos, y de la izquierda liberal en Estados Unidos, que hizo suyas las orientaciones emergentes de las nuevas generaciones, muy involucradas en los fermentos culturales y costumbristas que caracterizaron aquellos años.

Pensamos en la influencia de la música rock, la poesía y la literatura de la Generación Beat. Por tanto, la «guerra fría» fue una situación derivada de Yalta pero que no condujo a la congelación de los procesos mundiales. En el contexto de la «Guerra Fría» hubo grandes brechas que permitieron que los movimientos de masas pesaran e influyeran en la política e incluso en la geopolítica. La lección de Vietnam también fue todo esto.

Los escenarios actuales poco o nada tienen que ver con la «guerra fría». Los motivos que empujaron a Putin a la operación militar especial son:

La extensión de la OTAN a las fronteras de Rusia; la agresión de Kiev al Donbass y las regiones de habla rusa, con bombardeos que en ocho años de guerra causaron 14.000 muertos, muchos de ellos civiles, entre ellos mujeres y niños; el boicot sistemático de Ucrania a los acuerdos de Minsk; la integración de las milicias nazis y ultranacionalistas en el ejército regular ucraniano tras el golpe de Estado apoyado, financiado y dirigido por los EE.UU (que ya estaban presentes activamente desde hacía años en la antigua República Soviética a través de la OTAN, la la CIA y una serie de laboratorios secretos para producir armas biológicas de exterminio masivo); la persecución de personas de etnia rusa con acoso y métodos racistas; la prohibición de 11 partidos y medios de comunicación de oposición, con detenciones y asesinatos de políticos, sindicalistas y periodistas; la persecución de la Iglesia ortodoxa que tiene su punto de referencia en el Patriarca de Moscú.

A partir de estos motivos se desencadenó la intervención militar rusa, que entre otras cosas anticipó la movilización militar del gobierno ucraniano, que ya estaba concentrando un gran ejército en las fronteras de las dos repúblicas rebeldes de Donbass. Por eso el conflicto en Ucrania también tiene las características de una guerra civil.

¿Por qué esto condujo a la operación militar especial rusa en Ucrania?

Sin embargo, la razón principal que empujó a Moscú a implementar la operación militar especial, sin menospreciar el conjunto de razones citadas anteriormente, es exquisitamente política, o si se prefiere geopolítica y de seguridad nacional.

Estados Unidos, tras el fin de la Unión Soviética y la disolución del campo socialista en Europa, ha cambiado radicalmente su actitud ante la cuestión rusa. De una política de contención de la influencia global de la URSS se pasó a una política de agresión real contra Rusia, alimentando la esperanza de que era posible no sólo desarticular a la antigua Unión Soviética, sino a la propia Rusia, que tiene un inmenso territorio de 17.100.000 km² (con Siberia) donde se encuentran aproximadamente el 50 por ciento de los recursos estratégicos del planeta. Este cambio de línea fue provocado por dos grandes cambios que se produjeron a finales del siglo pasado.

El primero se refiere a la disolución de la URSS, tras la cual Occidente creyó, o se engañó, que avanzaría hacia la construcción de un mundo unipolar, dominado por Estados Unidos. Finalmente los distintos centros imperialistas tenían vía libre para saquear aún más a todos los países que antes, de alguna manera, habían sido protegidos por la URSS y permitiendo a los EE.UU. y sus aliados presentarse al sur del mundo como aquellos que dictaban las reglas totalmente. La constante expansión de la OTAN cerca de las fronteras con Rusia también tiene este objetivo.

Esta creencia occidental está en el origen de una serie de guerras, empezando por el desmembramiento de Yugoslavia, sin que la OTAN tuviera demasiados problemas para bombardear Serbia. Y luego llegaron las guerras contra Afganistán, Irak, Libia, Yemen, Somalia, sólo por nombrar las más importantes. Esto fue posible gracias a una Rusia demasiado débil para desempeñar un papel de contrapeso y, entre otras cosas, muy ocupada en guerras a sus puertas, en Georgia y Chechenia, y a una China que aún no era la gran potencia económica que es hoy.

En el plano político, pensaban que se perpetuaría la unipolaridad mediante «revoluciones de color» y golpes de estado para establecer, con el pretexto de traer libertad y democracia, gobiernos títeres vinculados a Occidente, en particular a los Estados Unidos o a algunas potencias europeas.

La segunda novedad se refiere a la transición del capitalismo al dominio indiscutible del capital financiero, que en aquellos años en Occidente estaba madurando en todo su enorme alcance. Y es obvio que un sistema geopolítico unipolar, basado en el poder militar estadounidense, era funcional para las actividades especulativas y la financiarización de la economía por parte de las oligarquías financieras.

Sin embargo, a menudo «el diablo hace las ollas pero no las tapas». La fase unipolar fue corta y no resistió los procesos en marcha.

En primer lugar, se subestimó el impresionante desarrollo económico de China y su capacidad para pasar de una producción cuantitativa a una producción de calidad, consolidándose como el país líder en producción tecnológica.

En segundo lugar, Occidente comprendió sólo tardíamente los procesos políticos que llevaron a Rusia desde Yeltsin a Putin, lo que resultó en un despertar político, económico, cultural y militar de la nación.

Además, el capital financiero ha llevado a una fuerte reducción del papel del Estado como sujeto principal en la planificación de intervenciones para el desarrollo productivo, para grandes obras de infraestructura, para ampliar, mejorar el bienestar, para implementar políticas monetarias.

Allí donde el capital financiero ejerce su dominio sin oposición, es decir, en gran parte de Occidente, la cuestión de la planificación desaparece por completo y, en cambio han ocupado su lugar privatizaciones salvajes en favor de estrechas elites financieras. La acción gubernamental se limita a gestionar una parte del gasto corriente y a fomentar la introducción de nuevas y cada vez más fuertes privatizaciones (especialmente de bienes comunes) y la subcontratación de servicios.

Pero, sobre todo, ha desmantelado su sistema de producción, empezando por la industria pesada, crucial en la construcción de armamento convencional. La guerra en Ucrania confirma dramáticamente este aspecto. Los países de la OTAN están muy lejos de los ritmos de producción de la industria armamentista rusa, por no hablar de la capacidad de China.

Por último, el mundo no está enteramente dominado por el capital financiero. Son muchos los países del Sur global en los que el Estado ejerce y lleva a cabo sus funciones, sobre todo estableciendo métodos y objetivos de direcciones económicas. El Sur es un conjunto complejo de países con diferentes expresiones políticas y diferentes sistemas económicos y sociales. Hay países socialistas o de orientación socialista, países en desarrollo pero ricos en materias primas, países con formas de capitalismo monopolista de Estado, aunque muy diversificadas.

En estos estados se implementan formas más o menos neokeynesianas de planificación y políticas para mejorar las condiciones materiales de vida y proteger la soberanía nacional. Pero mientras estos procesos continúan, hay que señalar la muerte del reformismo en Occidente: en este sentido, basta reflexionar sobre en qué se han convertido los países escandinavos, alguna vez considerados como el ejemplo más significativo del modelo reformista.

Los Estados del Sur del mundo representan más de dos tercios de la población mundial y cada vez menos quieren acatar las reglas dictadas por una visión unipolar y autoritaria de las relaciones internacionales, una visión que se confunde con los intereses y las actividades del capital financiero y los principales polos imperialistas del mundo. Estos países están en contra de la globalización financiera.

Precisamente en relación con la cuestión de un papel fuerte del Estado para abordar y resolver los grandes problemas de la humanidad, en los últimos años se ha producido una fractura que ha creado dos campos verdaderamente distintos.

Los acuerdos internacionales, como los BRICS, por citar los más importantes, van precisamente en la dirección de fortalecer esa idea de globalización y circulación de dinero-bienes-mano de obra sobre la base del interés mutuo, rechazando el concepto de una economía financiera y especulativa. y de globalización depredadora. Por lo tanto, no es de extrañar que ya haya una treintena de países que hayan solicitado unirse a los BRICS.

A todo ello se suma la consolidación del eje estratégico entre Rusia y China que se fortalece precisamente en la lucha por contener la acción devastadora del capital financiero y su visión unipolar. El acuerdo entre estas dos grandes potencias involucra a todo el Sur global y le da el coraje necesario para levantar la cabeza, para ser coprotagonista en un mundo cambiante, que avanza hacia una práctica multipolar en las relaciones internacionales, para contrarrestar y contener la acción destructiva del capital financiero.

Un Sur del mundo que quizás por primera vez en su historia es consciente de poder redimir más de cinco siglos de colonialismo e imperialismo impuestos por europeos, norteamericanos y Japoneses.

Por esta razón es la situación internacional la que empuja y obliga a los Estados a permanecer en un bando u otro. Estos no son los dos campos de la «guerra fría» donde fue posible que se formara una gran variedad de países no alineados. En la situación actual no hay espacio para una política de este tipo. Ya no es posible transitar entre la política estadounidense de contención de la URSS y la estrategia de «coexistencia pacífica» practicada por los soviéticos.

La situación actual es de fuerte movimiento sísmico y el juego que se está jugando es como rediseñar un orden mundial. Y en este juego, aunque con distintos matices y distinciones, o estamos de un lado o del otro.

Este nuevo punto de inflexión en la historia no se produjo de repente, sino que las premisas se han desarrollado a lo largo de los últimos veinte años a través de una serie de acontecimientos que, tomados individualmente, tal vez no tengan un gran impacto, pero analizados en su conjunto muestran cómo el cambio tiene raíces que se remontan al pasado.

A partir de los resultados de la llamada Primavera Árabe, en particular en Egipto y Argelia, nacieron gobiernos que, después de un desorden inicial, se han ido distanciado cada vez más de Occidente y, de diferentes formas, se han convertido en aliados de Rusia.

El fracaso del intento de desestabilizar Siria acabó con su readmisión en la Liga Árabe, para gran decepción de Estados Unidos. La intervención militar rusa en apoyo de Damasco puso de relieve concretamente el inicio de su contraofensiva.

A esto hay que agregar el papel predominante que potencias regionales como Irán y Turquía han adquirido en los últimos años.

También merece análisis la situación completamente nueva que se ha presentado en algunos países estratégicos de América Latina. Y ahora en África ecuatorial.

A la imagen esbozada se suma el intento miserablemente fallido de una «revolución de color» en Bielorrusia.

Por último, no debemos olvidar la profunda crisis del sistema político, social y cultural estadounidense que ha favorecido el surgimiento de una «anomalía» como Trump , con una lucha entre las grandes oligarquías financieras y el sistema productivo estadounidense.

A los hechos mencionados hay que sumar, las crisis recurrentes surgidas en los últimos veinte años a raíz de las contradicciones incurables del capital financiero y el cuestionamiento por parte de la OPEP (con Arabia Saudita en primer plano) del sistema de petrodólares sobre el que EE.UU. apalancado desde hace décadas.

Cómo se sabe hoy se cuestiona los acuerdos de Bretton Woods que permitieron la hegemonía del dólar , una moneda cada vez más papel usado, sin valor alguno. Entre otras cosas, es precisamente Rusia, la que trabaja para terminar con el rol de esa moneda , en estrecho acuerdo con los países árabes, en la OPEP

También hay que recordar que la vehemencia política, llevada hasta el punto de utilizar una rusofobia de inspiración nazi – con un sentimiento de miedo y hostilidad hacia el pueblo y la cultura rusa – nunca caracterizó la «Guerra Fría», ni siquiera en los momentos de mayor tensión .

Luego, en la guerra fría con la división del mundo en dos bloques, ninguna de las dos superpotencias nucleares intervino jamás militarmente ni ordenó la aplicación de sanciones económicas si la otra parte pisoteaba la soberanía, los derechos y las aspiraciones de un país que, a pesar de ser parte integrante de uno de los dos campos, buscaba un camino autónomo para su futuro.

El juego, incluso a nivel militar, se jugaba en aquellas zonas del mundo que no estaban definitivamente situadas en una de las dos áreas de influencia. Xi Jinping tiene razón cuando afirma que somos protagonistas de cambios que no se veían desde hace cien años.

Todos estos elementos se combinan para afirmar que estamos en un gran punto de inflexión de la historia, como el de la Revolución Francesa o la Revolución de Octubre. Por lo tanto, es una narrativa muy superficial sostener que la situación actual es un regreso a la «guerra fría».

A menor escala, ha habido un proceso de apoyo gradual y cada vez más convencido a Rusia por parte de sectores, aunque minoritarios, son integrantes de la izquierda revolucionaria europea. De esta reflexión surge otra que es necesario subrayar, ya que se ha afirmado varias veces que Rusia, para llevar a cabo la operación militar, fue absorbida económicamente por China.

Sin duda, China es una potencia económica mucho más fuerte que Rusia, pero esta última tiene enormes reservas de materias primas y un poderoso arsenal militar (y nuclear) mucho más fuerte que el de China, una protección que también tiene Beijing. Pero sobre todo, el Kremlin ha sabido liderar una iniciativa política y diplomática que ha llevado a Rusia a ser el líder de facto de los países del Sur del mundo.

Las dos potencias se necesitan mutuamente y juntas prometen al Sur del mundo la victoria en la batalla por un nuevo orden mundial. Por otro lado, Rusia, a diferencia de China, tiene una escuela diplomática centenaria y experta trazada por gigantes como Molotov, Gromyko y ahora Lavrov. Una diplomacia que sabe tejer relaciones fructíferas en todo el mundo. No es casualidad que desde el nacimiento de la Unión Soviética la diplomacia rusa siempre haya sido un punto de referencia para muchos países del Sur global.

¿Qué paz?

La posición occidental que indica que la única paz justa implica no sólo la retirada de Rusia de todos los territorios ocupados, incluida Crimea, sino también su humillación, bajo una retórica de guerra.

Querer poner a Rusia de rodillas con sanciones y amenazas militares se ha convertido en un boomerang para Occidente. Esto no impide la devastación del hermoso «jardín occidental», creado tras siglos de explotación y saqueo del Sur del mundo. De hecho, los más extremistas todavía hoy teorizan que Rusia podría ser desmembrada y no falta algún “Strangelove” pensando en una guerra nuclear.

Por tanto, no hay lugar para negociaciones. La estrategia militar rusa consiste en librar una guerra de baja intensidad encaminada no sólo a la derrota de Kiev sino también al desgaste de Occidente. El uso de la fuerza militar aplicada de forma selectiva y limitada también tiene como objetivo impedir que algunos países fronterizos con Rusia tengan el pretexto para aspirar a una expansión del conflicto. Es un liderazgo militar funcional a la intensa actividad política y diplomática de rusos y chinos, encaminada a consolidar sus relaciones amistosas con el Sur del mundo.

El resultado es que no es Rusia la que está aislada sino Occidente el que está sitiado. Este hecho es completamente evidente en la cuestión de las sanciones económicas, en las que Europa es la primera en pagar el precio, empezando por Alemania, que ya está en recesión.

No debemos subestimar el riesgo de una guerra nuclear, pero es cierto que si no hubiera armas nucleares, la Tercera Guerra Mundial ya habría estallado; por lo tanto, dándole la vuelta a la cuestión, las armas nucleares representan un elemento disuasorio muy fuerte, precisamente porque no habría ni perdedores ni ganadores.

La posibilidad de una guerra nuclear táctica en Europa es un truco periodístico: la respuesta a una bomba nuclear táctica sería una guerra nuclear mundial que también involucraría a Estados Unidos. El primer misil nuclear ruso no se lanzaría contra capitales europeas sino contra Estados Unidos. Por lo tanto, el riesgo de una guerra nuclear no se evita, pero sigue siendo una opción remota. Por eso no se puede contemplar razonablemente la derrota militar de Rusia.

También por eso los rusos están librando una guerra de baja intensidad en Ucrania, mientras tanto Washington en lugar de buscar una negociación de paz que tenga en cuenta las exigencias de seguridad nacional del Kremlin, ha respondido armando a Ucrania hasta los dientes en esta sucia guerra híbrida.

El juego es entre quién se desgasta primero para crear las condiciones para un cambio radical en las orientaciones políticas en las filas del otro campo. Y los rusos tienen una clara ventaja en esta guerra de desgaste, también porque hay fuertes señales de un colapso de Ucrania.

Está claro que en este contexto, muy diferente al de la «Guerra Fría», un pacifismo equidistante de las dos grandes potencias nucleares no es suficiente. La lucha por la paz contra la guerra no puede ignorar la construcción de un nuevo orden mundial. La paz se impone con una visión multipolar y hasta que Occidente renuncie a una política de dominación global, un conflicto mundial, aunque sea fragmentario, se desarrollará de vez en cuando en nuevos escenarios bélicos.

La paridad nuclear entre las dos grandes potencias -y muchos expertos sostienen incluso que el arsenal nuclear ruso es hoy superior al de Estados Unidos- vuelve a proponer, aunque con gran preocupación, la idea de la disuasión para evitar la destrucción del planeta.

La crisis del movimiento pacifista

Lo que se necesita no es un movimiento pacifista genérico, sino un movimiento fuerte por una paz, no equidistante, que conecte la cuestión de la guerra con la construcción de un nuevo orden mundial. Un movimiento por la paz que se ponga concretamente del lado del Sur global que lo pide con gran determinación. La masiva movilización global por la tragedia en Gaza es un ejemplo de este camino. En el nivel informativo, Israel ya ha perdido la guerra, mientras que en el nivel político ha llegado a un callejón sin salida.

Pero si en Italia el movimiento pacifista declara condenar el terrorismo de Hamás y al mismo tiempo el genocidio israelí en Gaza, si no denuncia las repetidas agresiones israelíes en el Líbano, Siria e Irán, si apoya a los kurdos, que en la guerra civil siria se alinearon con ISIS y hoy están dispuestos a defender las bases estadounidenses para el control de los pozos petroleros, si no reconoce el papel positivo de Rusia en la región contra el terrorismo y se contribuye a llevar a cabo sistemáticamente una campaña de demonización contra Irán, entonces una Nunca se desarrollará un gran movimiento masivo de solidaridad con los palestinos. Y cínicamente, la política italiana seguirá apoyando a Israel en «su derecho a defenderse» y seguirá enviando barcos al Mar Rojo contra los hutíes.

La guerra en Ucrania también planteó la cuestión de la crisis del movimiento pacifista católico. La secularización de la sociedad impide que la Iglesia desempeñe un papel decisivo y eficaz en favor de la paz. El Papa Francisco dice cosas importantes pero la política no lo escucha, permanece sorda a sus llamamientos. El Pontífice declara «que no es el capellán de Occidente» y adopta una posición muy valiente sobre la guerra en Ucrania, realmente movido por una visión ecuménica del líder mundial del catolicismo.

Sin embargo en Occidente donde la mayor parte del establishment que se identifica con la religión católica (políticos, periodistas, gerentes, banqueros, intelectuales) simplemente ignora la posición de Papa. Por primera vez en la historia moderna de la Iglesia, la palabra del Pontífice, que ya no se centra en la opción de defender los valores de Occidente, no es escuchada y, de hecho, rechazada.

Cualquier cosa puede pasar en los próximos años, si esta fractura en el mundo católico no se cierra, habrá un fuerte impacto político negativo. En la época de Juan XXIII, una parte importante del mundo católico occidental fue empujada a comprometerse con la paz, a ser parte integral del movimiento pacifista. Hoy, a pesar de los llamamientos sinceros del Papa, una gran parte de los católicos no se sienten implicados en la lucha por la paz, como si dijeran que una cosa es la política y otra la religión.

Todo el movimiento pacifista en Europa está en crisis. No es casualidad que las grandes movilizaciones masivas sean por Palestina, contra la masacre de Israel en Gaza, y no para poner fin a la guerra en Ucrania. Esto se debe a que el movimiento pacifista avanza sobre un viejo esquema que ahora está completamente obsoleto. Tiene una estructura política y cultural que se remonta a los tiempos de la «Guerra Fría».

Sobre la izquierda europea y la cuestión «colonial»

Se puede hacer un razonamiento similar para la izquierda europea y los demócratas. Si estás subordinado a la ideología dominante, en la que el componente secularista es fuerte (¡no secular, cuidado!), resulta difícil encontrar la conexión entre la lucha por la paz y la lucha por un nuevo orden mundial.

Todas estas son fuerzas que, de palabra, se declaran a favor de la paz, pero en la práctica dan todo su apoyo a la guerra de Estados Unidos y la OTAN en Ucrania. A menudo imbuidos de una ideología secularista (una expresión de la nueva burguesía que se impuso con el dominio del capital financiero), son portadores de una pomposa concepción de banalidad sobre los derechos civiles, la libertad y la democracia, como si Occidente tuviera lo necesario para dar lecciones a todos. De hecho apoyan efectivamente el bando occidental y sus denuncias sesgadas que ya no son aceptables debido al doble rasero aplicado por las élites europeas .

Entre otras cosas, eliminaron la historia, omitiendo el hecho de que el llamado modelo liberal en Europa y Estados Unidos pudo establecerse porque durante siglos practicaron una política de robo y crímenes en el Tercer Mundo.

Cuando la actual política imperial se debilita, entonces el modelo liberal entra en crisis y se vuelve autoritario en la forma de un régimen ademocrático. Este proceso va acompañado de la evidencia que el antiguo Tercer Mundo también se está reconectando con la tendencia política y cultural del marxismo y el leninismo.

Marx fue el primero en plantear la cuestión colonial, que luego fue relegada a un rincón por las socialdemocracias, retomada con fuerza por Lenin y la Rusia soviética y finalmente relanzada por Stalin hasta convertirse en una de las piedras angulares de la política internacional de la Unión Soviética.

Hoy en día, Putin, que no es comunista, ha retomado este aspecto, y la atención a la cuestión colonial (que hoy se refiere a la emancipación del Sur del mundo de las políticas depredadoras de Occidente) sigue siendo una brújula que orientó la URSS de ayer y la Rusia de hoy. Este es un hecho político bien percibido por muchos países del Sur, conscientes que las cuentas de un pasado de explotación no deben hacerse con los rusos (ni con los chinos), sino con los anglosajones, los franceses, los alemanes, los españoles, los italianos, con todo Occidente.

En la izquierda también tienen cierta influencia algunas tesis que, en el mejor de los casos, son engañosas y, en el peor, maliciosamente construidas por los centros imperialistas. Son los que definen la guerra de Ucrania como «guerra capitalista», «guerra imperialista» o «entre dos imperialismos».

También adelantan análisis geopolíticos superficiales como que las tres grandes potencias, EE.UU, Rusia, China, son imperios y por tanto razonan exclusivamente como imperios. Conceptos como estos no ayudan a establecer la conexión entre la lucha por la paz y la lucha por un nuevo orden mundial; por el contrario, desorientan. Si las negociaciones para poner fin a la guerra son hoy un objetivo difícil de alcanzar, entonces está claro que un movimiento por la paz basado en un pacifismo genérico, «ni con uno ni con el otro», no avanzará y tendrá impacto político.

La equidistancia permitió un gran margen de maniobra durante la «Guerra Fría», cuando en un momento determinado hasta un centenar de países se unieron al campo de los no alineados.

Incluso en Italia, el movimiento por la paz de los años 80 se caracterizó por ser equidistante y el PCI de Berlinguer fue uno de los grandes arquitectos de ese movimiento. Y los soviéticos consideraron entonces positivo un movimiento de masas equidistante que, en última instancia, se inspiraba a la propuesta de «coexistencia pacífica» para frenar las posiciones extremistas de la OTAN y los Estados Unidos.

Rompiendo con los patrones del siglo XX

Los escenarios actuales son diferentes. Cuanto antes emerja una izquierda europea, o más bien lo que quede de ella, que termina con los patrones del siglo XX, más pronto se podrá reconstruir un proyecto político de masas para la transformación. Y entre los esquemas obsoletos, que deben ser abandonados lo antes posible, está el que atañe a la manera de concebir la lucha por la paz.

Si la izquierda no abraza la batalla por un nuevo orden mundial, que no sera una cena de gala sino que exigirá un compromiso político constante, estará irremediablemente condenada a la derrota, tanto en Italia como en Europa.

Obviamente, todos los esfuerzos para dar vida a un movimiento pacifista deben ser apoyados, pero son momentos tácticos y, a menudo, de poca importancia y de corta duración.

Actualmente, la necesidad política reside en elegir un bando: o estamos con aquellos que desean un orden unipolar dominado por los EE.UU. o estamos con aquellos que, en cambio, están a favor de un orden mundial multipolar cuya realización pasa hoy por procesos políticos, económicos y la derrota militar de Occidente en Ucrania.

Y si la preocupación es proteger una pizca de consenso volviendo a proponer alianzas electorales que son cada vez más incomprensibles, debemos ser conscientes que con la guerra existe el riesgo de muerte política para Kiev.

Ya ha sucedido en la historia. En la Primera Guerra Mundial y luego en la Segunda Guerra Mundial, la izquierda cayó en una profunda crisis y se recuperó gracias al generoso compromiso teórico, político y organizativo de las vanguardias revolucionarias. Si la izquierda no se replantea, muere. Debe romper con los patrones del siglo XX. Es fundamental volver a proponer la dedicación y la pasión que necesitan las nuevas vanguardias. Sin este trabajo no hay perspectivas.

Y una de las primeras cuestiones urgentes es repensar Europa. Esta UE es irreformable, pero no debemos tomar el camino del aislacionismo nacionalista estéril. Más bien, es necesario definir nuevos procesos de integración, respetando la soberanía nacional dentro de una comunidad sociopolítica europea, siguiendo el ejemplo de los acuerdos que son la base del proceso de integración asiático.

Necesidad histórica de un nuevo sujeto político

Hay una necesidad histórica de un nuevo sujeto político, que sea expresión de un marxismo innovador, creativo y revolucionario, aunque hoy en Italia no existan condiciones subjetivas y objetivas para constituirlo. Es un proceso largo, pero hay que iniciar el trabajo político, incluso con aportes parciales y modestos. No se trata de volver a proponer la cuestión comunista en términos escolásticos y pedantes.

La experiencia y la historia de algunos partidos comunistas son importantes y en algunos casos decisivas: China, Rusia, Vietnam, Cuba y otros países ofrecen un claro ejemplo. No es casualidad que estas experiencias, salvo algunas excepciones, estén vivas e influyentes en países no occidentales y expresión de procesos históricos complejos.

Después de octubre de 1917, la revolución se consideró inminente en Occidente y el movimiento comunista puso en la agenda el objetivo de realizarla, y no el de librar una larga batalla. Los partidos comunistas, pocos años después de su nacimiento, que entre otras cosas coincidirá con su derrota en Europa, intentarán -y sólo unos pocos lo conseguirán- reorganizarse para dotarse de una política a largo plazo, que debería tener en cuenta la defensa de la URSS.

En resumen, este fue el contexto histórico que propició el nacimiento de los partidos comunistas, pero este contexto está obsoleto y por tanto sería una pésima iniciativa intentar volver a proponerlo un siglo después, con el nuevo milenio.

Es cierto que no basta tener un nombre y una historia gloriosa para seguir siendo necesarios, pero cuidado. No debemos considerar todo el bagaje teórico del movimiento comunista como obsoleto o residual, para ser entregado a estudiosos de sillón. Sería un error imperdonable tirar por la borda, como muchos lo han hecho, dos siglos de historia del marxismo y de las luchas del movimiento obrero.

Hoy en día hay fuerzas revolucionarias en el mundo que desempeñan un papel decididamente más importante que los pequeños partidos comunistas europeos , que son claramente irrelevantes y muy a menudo incluso tienen posiciones contrarrevolucionarias, como con Venezuela o Nicaragua.

El Partido Comunista Chino, que debido a su autoridad y fuerza, tiene todo lo necesario para ser el promotor del resurgimiento de un movimiento comunista, tiene cuidado de no hacerlo. Puede mantener relaciones con estos pequeños grupos, pero no se plantea promover momentos internacionales de coordinación. Hay otros caminos a seguir para reconstruir una izquierda revolucionaria y transformadora.

La crisis de los partidos comunistas, particularmente en Occidente, pero también de las socialdemocracias, nos obliga a preguntarnos qué hacer en términos completamente nuevos, desplazando el campo de comparación no sobre las divisiones históricas entre la Segunda Internacional (socialdemócrata) y la Tercera Internacional (comunista), sino las exigencias que plantea el presente, la realidad de hoy. Por esto, proponer un movimiento en abstracto, es engañoso, y no ayuda, al cristalizar reflexiones dentro de un contexto histórico que es parte del pasado y no puede proyectarse a «un análisis concreto de una situación concreta», como afirmaba Lenin.

Después de todo, ¿quién se atreve a argumentar objetivamente que el Partido Socialista Europeo es una fuerza socialdemócrata, incluido el Partido Demócrata? ¿O que el grupo de izquierda en el Parlamento Europeo es un grupo comunista? Debemos empezar por examinar y evaluar datos reales no discursivos.

Y no todo puede reducirse a la categoría de «traición» hacia quienes sólo formalmente se definen como socialdemócratas, o al «revisionismo», en nombre del marxismo-leninismo, como causa de la decadencia de los partidos comunistas.

La crisis de la izquierda en Europa deriva sobre todo de su incapacidad para interpretar los procesos de transformación y mutación del capital y las contradicciones sin precedentes que ha producido. Muchos no son conscientes, o no quieren darse cuenta, de que la criatura del marxismo-leninismo, nacida de la mente de Stalin, bloqueó durante todo un período los esfuerzos por «revisar» (acto de revisar para corregir) el pensamiento de Marx, por Lenin y Gramsci y otras grandes figuras revolucionarias, como Togliatti y Mao.

Desde esta perspectiva, Lenin era, diremos de manera provocativa un «revisionista» (término que tiene significados muy diferentes en comparación con el «revisionismo histórico» que apunta a corregir y reescribir la historia para el uso de la política) y no el ortodoxo Kautsky, que entre otros estaba en una relación amistosa con el anciano Engels, que antes de morir le envió una carta en la que le sugiere no abusar de la palabra «comunismo”

Se sabe que la canonización del marxismo-leninismo fue obra de Stalin (vale la pena recordar que Engels nunca utilizará el término «marxismo» para exponer la concepción del materialismo histórico).

En abril de 1924, tres meses después de la muerte de Lenin, en las conferencias impartidas en la Universidad de Sverdlov sobre los «Principios del leninismo», Stalin dijo la famosa definición: «El leninismo es el marxismo de la era del imperialismo y de la revolución proletaria. Más precisamente, el leninismo es la teoría y la táctica de la revolución proletaria en general, la teoría y la táctica de la dictadura del proletariado en particular.» Al parecer , el proceso de des-estalinización filosófica aún no ha concluido, esto lo digo sin restar en nada a la importante figura histórica de Stalin.

Ideología y teoría

Al investigar la historia del marxismo y el movimiento revolucionario, para entender qué hacer hoy, debemos volver a la conexión entre ideología y teoría, destacada por Lenin y retomada en términos sistemáticos primero por Labriola y luego por Gramsci.

Con Labriola se introdujo en términos claros la distinción entre ideología y doctrina (en el sentido de teoría). Que la ideología es preparatoria para la formación y desarrollo del sentido común que a su vez es la base de la formación histórica del socialismo es indiscutible, pero es algo diferente de la teoría, que es análisis e investigación.

Gramsci, que profundizó el análisis histórico de Italia según los criterios de lo que luego se definiría como historicismo dialéctico, llegó a sostener que el marxismo, «historicismo absoluto», no sólo ayuda a comprender históricamente el pasado, sino también a sí mismo, como lo es «el historicismo máximo, la liberación total de toda ideología abstracta, la conquista real del mundo histórico, el comienzo de una nueva civilización».

La ideología nunca debe convertirse en una religión con todos sus dogmas, mientras que la teoría, para ser eficaz en el trabajo de investigación, no debe estar condicionada por limitaciones ideológicas. Está llamada a definir, sin desconocer la realidad dada, una doctrina revolucionaria, una doctrina transformadora.

Ésta debería ser la relación correcta entre ideología y teoría, una necesita de la otra, pero operan en dos campos distintos: el primero en el terreno inmediato, el predominantemente político, el segundo en el de la investigación y la investigación, precisamente para proporcionar nuevas herramientas. para interpretar la realidad, es decir, para dar vigor y vitalidad a la acción política.

Debe haber una relación dialéctica en constante desarrollo entre la formación ideológica histórica y la teoría. Una relación que cambia y con ella cambia la ideología con ajustes y actualizaciones teóricas. El tema de la relación entre ideología y teoría, después de Labriola, fue retomado por Gramsci y se convirtió en una adquisición fundamental del marxismo.

La compleja obra de Marx debe, por tanto, considerarse un laboratorio epistemológico del que partir para interpretar la realidad, el presente, y no para coser un vestido a medida de los acontecimientos actuales, ni un marco de criterios fijos, ni confirmaciones simples y convenientes. En esto está la inspiración leninista de Gramsci.

Siempre hay que recordar que todos los máximos exponentes del marxismo, empezando por Marx, fueron líderes y teóricos revolucionarios del partido de los trabajadores y muchos de sus escritos están influidos por la necesidad de dar al movimiento una dirección política, en la fase concreta en que se desarrollaba la lucha de clases en ese momento.

No desarrollaron sus teorías encerrados entre cuatro paredes ni en academias, universidades o círculos culturales. No eran intelectuales profesionales, sino «revolucionarios profesionales», como bien especifica Lenin. Stalin, una vez que llegó al poder, quiso poner «orden al marxismo» con un sistema lineal cerrado, negando cualquier aspecto teórico no funcional del modelo de socialismo de la Unión Soviética. Estableció el modelo ideológico y delineó sus límites, ubicándose como guardián del corpus doctrinal.

Stalin, no se manifestó como arquitecto, de hecho su nombre no figura entre los fundadores del nuevo pensamiento proletario, pero cualquiera que intentó traspasar los límites establecidos, sin su autorización previa, se vio enfrentado a la excomunión, a la marginación política.

El marxismo no está muerto pero empieza a vivir la fase de su madurez

La historia del movimiento revolucionario tuvo diferentes fases: jacobinos, socialistas, comunistas y movimientos de liberación nacional. A nadie se le ocurriría hoy crear un partido jacobino, incluso si no se niega en absoluto su papel fundamental en la Revolución Francesa. No veo por qué esta elección no puede ni debe hacerse también dada la historia y la experiencia del movimiento comunista.

Poco de lo que podría ser útil ha surgido de las experiencias políticas posteriores a 1968. Son portadores de una orientación que se remite a la cultura de las diferencias, vistas como formas inéditas de antagonismo, o al pensamiento libertario como exaltación de los derechos del individuo a través de los cuales se revela un horizonte socialista confuso.

Una orientación que realiza análisis, a menudo sólo superestructurales y de carácter sociológico, por tanto muy politizados, para luego transformarlos en propuestas políticas, o que dirige su atención principalmente a la cuestión ambiental o de género.

Estas tendencias promueven movimientos que se entrelazan entre sí, pero que en última instancia surgen principalmente de una crisis de la ideología marxista y de la pérdida de identidad histórica de sectores significativos de una nueva expresión burguesa del capital financiero.

Esto no significa negar la importancia de estas orientaciones culturales nacidas a partir del 68, así como de su capacidad para aumentar la conciencia pública sobre algunas cuestiones importantes, pero tienen la limitación de nunca colocar la cuestión del conflicto capital-trabajo como central. Por eso «el pueblo», que tiene prioridades mucho más apremiantes, no les sigue o les sigue sólo superficialmente en estas batallas y cuando no se reconoce en la izquierda, porque ésta no está haciendo su trabajo, elige otros caminos: el del populismo, el del soberanismo y la reacción de extrema derecha.

Cada vez más escuchamos llamados a regresar a Marx. Pero, de hecho, esto proclama nuestra lejanía a los acontecimientos históricos del siglo XX, desde la Revolución de Octubre en adelante. A Marx se le oponen todos estos acontecimientos considerados fracasos, en definitiva, como algo profundamente diferente de su pensamiento.

Escapamos a costas míticas e indefinidas, y a la manera de los católicos apreciamos a aquellas figuras del movimiento revolucionario consideradas mártires, como Luxemburgo, el Che Guevara y Gramsci, y no a la acción política desplegada colectivamente desde Marx en adelante por muchos hombres y mujeres en carne y sangre.

Por tanto, la historia es reprimida obstinadamente. Se exalta acríticamente el pensamiento de Gramsci, contrastándolo con Togliatti o Lenin, olvidando que en el artículo «La revolución contra el capital» Gramsci apoya la Revolución de Octubre acusando a mencheviques y socialdemócratas que lanzaban mecánicamente la consigna del retorno a Marx.

En la exaltación acrítica de los «mártires revolucionarios» no hay reconstrucción histórica, sino sólo un retorno religioso a Marx. Para quienes piden este retorno resulta superfluo cuestionar los procesos históricos, tan superfluos que ahora carecen de memoria histórica.

Con el regreso religioso a Marx (un regreso que significa ponerlo en el ático) más de cien años de historia son arrojados al basurero. Por tanto, se trata de plantear en términos marxistas qué se debe hacer hoy para avanzar, empezando a reconectar los procesos históricos tal como se han producido.

También debemos contrarrestar todas esas tendencias que han aplastado al marxismo frente al anarquismo, lo que ha tenido consecuencias políticas cuyo resultado rara vez ha sido de izquierda.

El joven Marc Bloch (un gran historiador francés asesinado durante la resistencia alemana) esperaba que los soviéticos «transformaran el poder en amor». Esta fue una idea no sólo del joven historiador francés. En la Rusia soviética, miembros del Partido Socialista Revolucionario proclamaron que «la ley es el opio del pueblo». Así se radicalizó la utopía y se complicó la transición hacia una normalidad constitucional socialista, tildada de burguesa.

“La idea de una Constitución es una idea burguesa”, sostuvieron enérgicamente. De hecho, muchos bolcheviques estaban en contra del dinero, considerado la condición previa para el retorno al capitalismo. A través de la combinación «marxismo-anarquismo» se impuso un internacionalismo abstracto, casi religioso, que tendía a descartar las diferentes identidades nacionales como tendencias contrarrevolucionarias en nombre de un universalismo que, sin embargo, no era capaz de valorar las libertades.

Muchos de estos fenómenos estallaron entonces de una manera que no siempre fue controlada en la guerra civil española. Incluso en la historia reciente de Italia, las visiones extremistas infantiles que pedían pureza revolucionaria han generado un daño profundo con su anarcocomunismo.

En el socialismo contemporáneo la utopía de la expectativa mesiánica de la extinción del Estado, de las identidades nacionales y de la función del dinero finalmente han sido superadas aunque sean aspectos que siguen siendo fuertes en sectores muy minoritarios de la izquierda de un cierto marxismo mal digerido. .. Y a menudo son tendencias críticas que parten de la izquierda pero tienen una salida política en la derecha, hinchando el pensamiento liberal, como en el caso de aquellos que consideran la elección de bando sólo como un conflicto geopolítico entre Estados.

Esta posición en Italia se expresa en orientaciones radicales de diferentes orígenes que tienen en común la eliminación total de la noción de imperialismo, que coincide con la cultura política de las experiencias socialdemócratas. No entendemos la enseñanza de Lenin que sostuvo con razón que la lucha antiimperialista es el terreno más avanzado del conflicto de clases, de la lucha por el socialismo. Se trata de organizar la lucha a alto nivel contra el capital.

No es coincidencia que la izquierda de todo el mundo sea crítica con la izquierda europea, acusándola de no ser confiable en la dura lucha contra el imperialismo. Una izquierda que, cuando está anclada en algún principio marxista, dice tonterías sobre la lucha de clases, sobre el contraste entre capital y trabajo, y sin embargo ha amputado la raíz del problema en su razonamiento: el papel dominante e imperialista del capital financiero.

Al cuestionar el mito de la extinción del Estado y su absorción en la sociedad civil, el pensamiento socialista ha dado un salto de madurez. Internacionalismo no significa falta de reconocimiento de las peculiaridades e identidades nacionales, que seguirán existiendo incluso con el socialismo. Ya en la posguerra se había iniciado una reflexión sobre el papel del Estado. Togliatti se basará en esta reflexión para una teoría del Estado,adecuado a las características italianas.

Hay que subrayar que precisamente las aparentes fragilidades del pensamiento de Marx y Engels, la de la teoría de la crisis final del capitalismo y la de la teoría de la extinción del Estado, en lugar de marcar una crisis del marxismo, han relanzado , en este nuevo milenio, el conjunto de otras tesis enunciadas por Marx, que encuentran plena confirmación en las contradicciones del mundo contemporáneo.

Sobre estas cuestiones, teóricas y prácticas, una gran lección sobre la madurez del pensamiento marxista viene de China. La tesis de que el capitalismo se ha restablecido en China es superficial e infundada.

Hay un hecho que no se puede ignorar: después de la disolución de la URSS y del campo socialista europeo, a China ya no le era posible aislarse del mercado mundial si no quería condenarse al atraso y a la impotencia bajo pena de renuncia tanto a la modernidad como al socialismo.

A partir de estos datos debemos partir de un análisis correcto de lo que es China hoy. No hay duda que en el país se ha formado una sólida clase media y formas de acumulación de capital sin precedentes. Pero esta clase media no tiene la posibilidad de transformar su fuerza económica en poder político. Está totalmente desposeído de este poder. La dirección comunista china es consciente de esta situación.

Por un lado, lleva a cabo un extraordinario proceso de modernización del país a través de nuevas formas de democratización y legitimación del poder desde abajo (la dialéctica política en China está determinada por todos estos factores), por otro lado, practica una política evitando que el proceso de modernización implique la conquista del poder de la clase media. La meritocracia confuciana es uno de los aspectos fundacionales del desarrollo de la China moderna.

Todavía en 1981 había alrededor de 700 millones de pobres en China, hoy Xi Jinping ha confirmado, con pruebas al canto, que la pobreza ha sido abolida.

Ya a principios de siglo, el entonces líder chino Wen Jabao había puesto en marcha un programa para el desarrollo económico del país que incluía entre sus propuestas la de una moneda «no vinculada individualmente a ninguna nación». Una propuesta que, además de ser justa para todos los Estados, protegía mejor las inversiones chinas. De hecho, China se estaba transformando. Ya no era sólo la «fábrica del mundo», sino también el banquero de los Estados Unidos con miles de millones de dólares en sus cajas fuertes.

Estados Unidos ya no puede prescindir del capital chino. Nos enfrentamos a la paradoja de que una gran economía exportadora todavía realiza sus transacciones parcialmente (aunque cada vez menos) en dólares, mientras la economía real estadounidense se ha debilitado. Y esta cifra es una pesadilla para todos los presidentes que se suceden en la Casa Blanca. Esta contradicción no ha impedido el rápido crecimiento de China y, a pesar del altísimo precio pagado por el desarrollo de la economía en términos medioambientales, el país ocupa el primer lugar del mundo en políticas ecológicas.

Sería bueno reflexionar sobre la historia china antes de aventurarse en cruzadas, de derechas o de izquierdas, encaminadas a explicar el retorno al capitalismo en el país con el establecimiento de «zonas económicas especiales». Mao, cinco años después de la conquista del poder por el PCCh, destacó que en China no sólo se mantenía del capitalismo, sino que todavía había señores feudales propietarios de esclavos en regiones del Tíbet. Trato de demostrar asi que el proceso de construcción de un Estado socialista sería largo y muy complejo.

Y en el verano de 1955 reiteró: «En China todavía hay capitalistas, pero el Estado está bajo la dirección del partido comunista». Con el «gran salto adelante» y luego con «la revolución cultural», Mao creyó poder afrontar esta complejidad con una incesante movilización de masas, con la consigna de » hay que continuar la revolución bajo la dictadura del proletariado».

La llegada al gobierno del grupo de Deng Xiaoping rompió con esta política evitando al mismo tiempo la deslegitimación de Mao, a diferencia de lo que ocurrió en la URSS con Khrushchev. Así , China creó una formidable NEP, que combina socialismo y mercado.

NEP es el acrónimo utilizado en Rusia para indicar la Nueva Política Económica adoptada entre 1921-1928. El instigador de la NEP fue Bujarin pero contó con el apoyo de Lenin. Esta política se caracterizó por la introducción de reglas económicas mucho menos rígidas que las del comunismo de guerra basadas en la colectivización forzada, especialmente en la agricultura.

En esos años alrededor del 80% de la población rusa estaba compuesta por campesinos, desde el simple mujik hasta el campesino medio y el campesino rico. La producción agrícola era muy superior a la producción industrial. Con la NEP se introdujeron medidas como el impuesto en especie que permitía al agricultor comercializar libremente los excedentes que producía. Se garantizó así una cierta mejora general en la vida de grandes masas campesinas, pese a las críticas de la izquierda bolchevique que consideraban la NEP un paso atrás en comparación con las conquistas sociales del comunismo de guerra.

La idea de que, por un lado, son necesarias formas de libre mercado y, por otro, es necesario implementar una economía que no sea simplemente la nacionalización de todos los medios de producción para crear una sociedad socialista, viene de lejos. Con el marxismo-leninismo de Stalin prevalecieron durante una larga fase la colectivización forzada y la nacionalización total de los medios de producción. Y cabe señalar que este enfoque de Stalin la retomó haciéndola suya de la izquierda trotskista que la había teorizado unos años antes. Pero , que en ese momento estaba derrotada, liquidada.

Deng Xiaoping tomó prestado el lema “hacerse rico” de Bujarin, a quien había leído y estudiado. El socialismo no puede ser una nivelación de la riqueza para satisfacer políticas de igualdad social. Entonces todos son más pobres. El socialismo es una nivelación. El problema, por tanto, no es luchar contra la riqueza, si quienes la poseen deben estar bajo control político público, el socialismo chino es luchar contra la pobreza y la miseria, para garantizar a todos un bienestar social digno y un aumento de la calidad de vida.

En China, el poder estatal ha hecho un esfuerzo gigantesco para garantizar, por un lado, la eficiencia económica, la organización industrial y empresarial, así como el desarrollo de las nuevas tecnologías, para satisfacer los derechos económicos y sociales de grandes masas de chinos nunca antes garantizados. Se puso así en marcha el proceso de emancipación de más grandes proporciones en la historia de la humanidad. Ciertamente se puede decir que si Mao es el padre de la revolución china, Deng Xiaoping es el fundador de la China contemporánea.

Un esfuerzo similar está teniendo lugar ahora en Rusia, acelerado por la guerra y las sanciones occidentales. Sin transformar la economía rusa en una economía de guerra, existe un compromiso extraordinario por parte del poder estatal para transformar el país de una economía predominantemente de extracción de materias primas a una economía moderna, mediante la creación de un poderoso complejo industrial y de altas tecnologías (no sólo militares). y la construcción de redes de producción de bienes que antes eran importados.

Los datos económicos significativos son todos positivos: pleno empleo, salarios que crecen más rápido que la inflación, extensión del bienestar, fortalecimiento de la infraestructura, impresionante crecimiento del PIB y una mejora significativa en la calidad de vida.

Todo esto fue posible porque a lo largo de los años Putin se combatió a los oligarcas que obtuvieron enormes ganancias con las élites financieras occidentales.

Se ha formado un sistema económico sometido a control público gracias al papel central del Estado, un sistema capitalista monopolista que recuerda en muchos aspectos la fase dorada de las socialdemocracias escandinavas y en muchos aspectos el sistema económico italiano basado en el entrelazamiento del capital privado. y público en el que la política estaba constantemente comprometida en la mediación, debido a la fuerte presencia del PCI.

La reelección de Putin como Presidente de Rusia, y sobre todo las formas en que fue reelegido, hablan de la gran cohesión del pueblo ruso en apoyo a la dirección del Kremlin. Unas elecciones de las que la oposición pro occidental salió con los huesos rotos, alcanzando sólo el 4 por ciento de los votos electorales. Por tanto, las elecciones confirmaron la solidez del poder político ruso, a pesar de la guerra en curso. Un fuerte factor de estabilidad interna que fortalece la política internacional de Rusia, líder de los BRICS y de la batalla por un nuevo orden mundial.

La experiencia rusa y especialmente la china son una gran lección para los marxistas. En Occidente, los neoliberales han puesto a Marx (y también a Keynes) en el ático, como peligroso oponente del turbocapitalismo financiero; poner en práctica su pensamiento significa hacer ineludible esta relación: un camino revolucionario y la necesidad de atribuir centralidad al papel del Estado. Cuando el PCCh enuncia «socialismo con características chinas» recuerda el «camino italiano hacia el socialismo» del PCI.

Para iniciar una discusión sobre qué hacer para reconstruir un sujeto político revolucionario capaz de enfrentar los desafíos del siglo XXI, no podemos ignorar la lección teórica y práctica marxista que nos llega hoy desde el Este, en comparación con un marxismo occidental muy empapelado o mal interpretado. Un falso marxismo, en una palabra, agonizante.

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