La eterna pregunta sobre si la maldad es inherente a la genética o si se adquiere ha fascinado a la humanidad a lo largo de la historia y ahora la ciencia cree tener la respuesta.
Dado que los varones solo tienen un cromosoma X basta con tener una copia alterada del gen para que se desarrolle la condición violenta, mientras que las mujeres deberían de tener la mutación en ambos cromosomas X, un hecho que podría explicar por qué son más frecuentes los actos violentos en el sexo masculino
Pedro Gargantilla
Médico y divulgador científico
Creado:03.01.2024 | 09:48
En 1870 el doctor Cesare Lombroso, considerado el padre de la criminología moderna, se basó en ciertos aspectos físicos para hacer distinciones entre los “buenos” y los “malos”, de tal forma que consideraba que tener una gran mandíbula, cuencas oculares profundas, brazos largos y orejas puntiagudas eran propias de criminales y salvajes. Un verdadero dislate carente de base científica.
En el siglo XX, con la ayuda de los avances producidos en el campo de la neurociencia, los científicos volvieron a la carga y trataron de responder a la pregunta si el cerebro de los asesinos tenía algún tipo de singularidades.
¿Es posible que nuestros genes nos conviertan en asesinos? Foto: Istock
En 1994 el neurocriminólogo inglés Adrian Raine, de la Universidad de Pensilvania, utilizó el escáner cerebral para comparar el cerebro de asesinos convictos con un grupo de personas “normales”.
Con la ayuda de la neuroimagen observó que existía una actividad reducida en la corteza prefrontal, la zona encargada de controlar los impulsos emocionales, y una sobreactivación de la amígdala cerebral en el grupo de los asesinos. Con estos hallazgos, de alguna forma, se podía concluir que los asesinos, además, de ser más tendentes a la ira y al enfado, tienen un menor autocontrol de sus impulsos.
Veinticinco años después se publicó uno de los estudios más grandes realizados sobre el cerebro de los asesinos. Se basaba en una muestra de escáneres cerebrales de más de 800 hombres encarcelados por haber cometido o, al menos, intentado un homicidio. Los investigadores llegaron a la conclusión de que había una reducción de la función de la materia gris en comparación con el cerebro de los reclusos involucrados en otros delitos.
Si abandonamos la anatomía y ponemos ahora el foco en la genética, la comunidad científica argumenta que hay ciertos rasgos o inclinaciones hacia comportamientos antisociales que puede ser detectados al estudiar el ADN. Un grupo de científicos suecos, tras analizar los genes de 800 reclusos de Finlandia, detectó que aquellos que habían sido condenados en varias ocasiones por crímenes atroces poseían dos variantes genéticas: MAOA y CDH13.
La comunidad científica argumenta que hay ciertos rasgos o inclinaciones hacia comportamientos antisociales que puede ser detectados al estudiar el ADN. Foto: Istock
El gen del guerrero
Hace varias décadas que las mujeres de una familia holandesa observaron que los hombres y los niños de su familia tenían una conducta más agresiva y antisocial que las féminas. Al echar la vista atrás y repasar la biografía de cinco generaciones comprobaron que ellos habían sido más propensos a cometer delitos relacionados con asesinatos, violaciones e incendios.
El genetista Hans Brunner, del Hospital Universitario de Nijmen (Países Bajos) se puso tras la pista genética de esa familia y detectó que todos los hombres eran portadores de la mutación de un gen: monoamino oxidasa A (MAOA), ubicado en el cromosoma X.
Dado que los varones solo tienen un cromosoma X basta con tener una copia alterada del gen para que se desarrolle la condición violenta, mientras que las mujeres deberían de tener la mutación en ambos cromosomas X, un hecho que podría explicar por qué son más frecuentes los actos violentos en el sexo masculino.
Este gen –el MAOA- es el encargado de metabolizar la dopamina, de forma que una mutación en él ocasiona una deficiencia en la absorción de ese neurotransmisor, dando lugar a una pérdida en el control de los impulsos, con índices más elevados de rabia y agresividad.
De esta forma, aquellas personas que tiene el MAOA –al que se ha bautizado como el gen del guerrero- sienten una mayor atracción por situaciones de riesgo y tienen un comportamiento más violento, especialmente si consumen alcohol o drogas.
El gen CDH13
En cuanto al gen CHD13, su función es codificar las proteínas de la cohesión neuronal, facilitando que se produzcan conexiones entre las células nerviosas cerebrales.
Cuando se analizan grandes poblaciones, más del 20% de los individuos son portadores de mutaciones de bajo riesgo de estos dos genes. Sin embargo, cuando se posee una combinación de mutaciones de alto riesgo en ambos genes se incrementa hasta en un 13% la probabilidad de desarrollar comportamientos violentos.
Aún no sabemos cómo apareció el ADN. Foto: Istock
El receptor D4
Un grupo de neurobiólogos de la Universidad de Novosibirsk (Rusia) añadió un tercer elemento al polinomio de la maldad. Tras estudiar el ADN de criminales rusos descubrió que la variante de un gen del receptor D4 de la dopamina –uno de los cinco que tenemos los seres humanos- es responsable de que una persona tenga inclinaciones violentas.
Esta investigación fue realizada en un centenar y medio de criminales rusos, de los cuales 65 habían sido condenados por lesiones graves y 85 por asesinatos. Los neurobiólogos rusos descubrieron que todos ellos tenían la variante genética D4 del receptor de la domina.
A pesar de todos estos hallazgos el debate de si los actos malvados son producto de nuestros genes no está cerrado, en los próximos años asistiremos, sin lugar a dudas, al descubrimiento de nuevos elementos que forman parte de la ecuación.
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Referencias:
Raine, A. The Anatomy of Violence: The Biological Roots of Crime. Editorial Pantheon, 2013.
Kiehl, K, Buckholtz, J. Inside the Mind of a Psychopath. Scientific American Mind, 2010.
Hye Jin, H. Neural Correlates of Psychopathy and Risk for Violent Behavior. Biological Psychiatry, 20
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