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LA INTERMINABLE CAMINATA DE LA HUMANIDAD

El pensamiento crítico, por tanto, hoy está más vivo y vigente que nunca –algo que hasta ahora no alcanza a desplegar, ni lo hará mientras sea el producto de un desarrollo tecnológicos en manos de multinacionales privadas

Carlos Gutiérrez Márquez

Henry Hernández Garzón, La Odisea, técnica mixta, óleo y hojillado en cinta reticular sobre lienzo, 180 x 180 cm (Cortesía del autor)

Desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha tratado de explicarse su origen, su razón de ser, el sentido de la vida. En todos los pueblos, esa es una constante confirmada por sus mitos; una preocupación ampliada a incógnitas que inquieren en cómo lograr una vida sin tantos padecimientos, así como muchas otras preguntas: ¿cómo y por qué?, al igual que ¿de dónde?, ¿quiénes?, ¿cuándo? Y también, claro, ¿hacia dónde vamos como humanidad y como naturaleza? Abundan interrogantes y más interrogantes sobre el aquí y el ahora, pero asimismo sobre el universo, el tiempo, en fin…, quién habita en el más allá, etcétera. Son indagaciones por lo humano, pero igualmente por lo divino: inquietudes extendidas a cómo habitar en la mejor forma el territorio en el que está asentada la especie y sobre cómo organizarse para vivir mejor.

Preguntas y más preguntas. Es una cualidad que diferencia a la humanidad de los demás seres vivos: el razonamiento; la capacidad de exploración que, unida al lenguaje, le permite no solo hacerse una imagen cada vez más plena de su esencia sino además compartirla, en un ejercicio deliberativo que empezó hace miles de años y aún no termina y quizá no terminará. Como es lógico, mientras el Homo sapiens tenga al menos un ejemplar habitando en este o en cualquier otro territorio, nunca terminará. Y así será porque siempre existirán inquietudes a las cuales el ser humano debe hallarle respuestas satisfactorias para su época, pero que no serán necesariamente las pistas adecuadas para otros momentos que llegarán, con el curso del tiempo, de la mano de la construcción misma de la sociedad. Es una secuencia ininterrumpida, asociada al deseo justo, asimismo ininterrumpido, de llegar a mejores y más satisfactorios niveles de vida, y, con ella, de convivencia.

Esta búsqueda constante del ser humano es lo que le da cuerpo a la filosofía como ejercicio constante por responder de manera satisfactoria, y por tender luz sobre las zonas oscuras que siempre cargamos y cargaremos mientras estemos vivos. No puede ser de otro modo, ya que el habitante del mundo sobrelleva el peso del insaciable deseo de vivir bajo condiciones mejoradas. Es algo que en algún momento se llegó a plantear por parte de algunos pensadores: el horizonte del progreso como propósito del ser en sociedad, para alcanzar justicia social, y en otra circunstancia establecer el desarrollo como otra de sus metas; algo que sobrevino entre los economistas y otros cientistas sociales.

Como sabemos, con la vista puesta tanto en el progreso como en el desarrollo, hemos llegado a una crisis sistémica de riesgosas consecuencias, en una crisis que tiene a la humanidad transitando por una barra de equilibrios, cruzándola con evidente torpeza, con movimientos inestables y que, de no controlar, le llevarán a un final contrario a lo pretendido con su ideal de alcanzar ensoñadores niveles de existencia.

Son búsquedas para responder a su razón de ser, que, acompañadas de la política, la economía y otras áreas de su ser y su saber como humanos, fueron a confluir en el poder y, con este, a diversidad de niveles y formas de violencia; un devenir con el que tomaron cuerpo, por ejemplo, la opresión y la explotación de unos sobre otros, así como al sojuzgamiento de unos pueblos por otros. La guerra, como solución alternativa para ponerles límite a tales realidades no tardó en hacerse constante. Las vividas han sido de todos los quilates y las que estremecieron amplios territorios de Occidente y otras zonas en el curso del siglo XX confirmaron, con claras señales, que la especie ya tiene la capacidad necesaria para autoeliminarse, una realidad cada vez más evidente.

Esas certezas le dan paso a un pensamiento explicativo sobre la humanidad como especie, sus formas de gobernarse, las maneras de administrar justicia y alcanzar equidad, razonamiento muchas veces justificativo de la existencia, tal como la conoce y sobrelleva la especie, y por ello aceptado por quienes alcanzan niveles de dominio sobre uno u otro cuerpo social. Pero aquello también lleva a un pensamiento cuestionador, irreverente, de lo que es la humanidad, sus modalidades de organizar y administrar sus cuerpos sociales: cómo hacer efectiva la igualdad, la equidad, la dignidad, el respeto de sus semejantes; cómo controlar el poder, en fin, cuestionador de todo lo que es y debiera ser como especie.

En consecuencia, la humanidad va siempre tras un incesante anhelo que le permita vivir cada vez mejor, sin opresión y formas de explotación que hagan del hombre un lobo para el hombre, sin sometimiento de unos pueblos sobre otros, en un vivir que tenga como propósito central, cotidiano, la felicidad de todos, en libertad y pleno acceso a todo aquello que se requiere para vivir en justicia y con decoro, un pensamiento que, por tanto, busca luces más allá de las brillos enceguecedores, y que por ello es crítico: un pensamiento no para satisfacer poderes sino para cuestionarlos y trascenderlos en un no poder, quimera de quimeras.

Estamos, pues, ante una reflexión válida, frente a preguntas sin cesar, que no son fáciles ni están exentas de angustias, depresiones, desilusiones. La constante toma cuerpo a través de otras creaciones nuestras, como la poesía y la literatura en general, pero también la música y otras expresiones artísticas y de las culturas. A diario podemos constatarlo: unos seres humanos hablan y exteriorizan sus razonamientos argumentativamente; otros los plasman en alta voz, acompañados del sonido de instrumentos, como también por medio de colores y la organización de múltiples figuras.

Aquel es un pensamiento crítico que toma cuerpo a pesar del poder y sus formas de excluir, negar, desplazar, someter, atemorizar; formas no eximidas de violencia, como algo consustancial al poder, en un ejercicio continuo y, por tanto, enfrentado a inmensos riesgos pero sin el cual la humanidad quedaría paralizada por el peso de una permanente reflexión justificadora de todo lo existente.

En ocasiones, ese devenir ha llegado con la intelectualidad de cada época, pero del cual no ha estado ausente el grito plebeyo, abriéndose paso por medio de la acción, una realidad que ha impedido ser desconocidos e incluso desaparecidos como parte sustancial del cuerpo social. Entre unas y otras formas de ver y asumir la vida, de resistir al poder real, toma cuerpo en cada etapa de la historia de la humanidad, lo que en el siglo XX quedó resumido en la consigna de “otro mundo es posible”, la que en realidad es plural, toda vez que esa búsqueda y esa proyección alternativa cobija y abre puertas y ventanas para el multicolor humano que somos, en el cual conviven muchos mundos, tantos como pueblos, indios unos, otros negros, sin quedar por fuera raizales, gitanos y muchos más. ¿Cómo reducir todo ello a un solo mundo factible?

Son esos otros mundos, otros pueblos, gentes de abajo, quienes han levantado banderas imposibles de ignorar, que en sus telas llevan plasmado el reclamo por desprivatizar todo aquello sin lo cual no es dable satisfacer los requerimientos fundamentales que recoge la Carta Universal de los Derechos Humanos.

Son los casos de los reclamos de acceso pleno al agua, así como a energía, transporte, vivienda, educación, trabajo, salarios dignos y mucho más, ampliados a una gobernanza en efecto democrática, garantizada por un ejercicio mucho más allá de la simple elección de las cabezas de los gobiernos nacionales, regionales y municipales, así como legisladores y otras autoridades, y ganando ampliación hacia la decisión cotidiana de todo aquello que afecte la vida de las mayorías.

El devenir democrático se debe ampliar a la transformación en bienes públicos universales de todas aquellas empresas multinacionales que han terminado por apropiarse –y determinar, con efectos perversos sobre millones de personas– de los mejores desarrollos del conocimiento humano en agricultura, salud, comunicación, transporte, investigación, pero que al mismo tiempo implican la transformación del propio sentido del Estado y el gobierno, a fin de romper las artificiales fronteras construidas entre los pueblos, a la par de avivar ágoras de variada amplitud e intensidad en su funcionamiento deliberativo, que lleven a la desaparición de la política como ejercicio de profesionales y la reconstruyan como parte inherente del transitar cotidiano de todo ser humano.

De avanzar en tales condiciones, la administración de la vida de los millones que somos adquirirá otra dimensión, así como una amplia gama de responsabilidades y retos, siempre acuciados por esa preocupación que acompaña a la humanidad desde el origen de los tiempos: ¿cómo vivir mejor?, asociado ello a otro: en procura de mejor vida, y en tanto naturaleza que somos –a pesar de haberla negado–, ¿cómo reencontrarnos y reincorporarnos a la naturaleza?

Es este un resistir imaginativo que en las últimas décadas despierta luchas contra el neoliberalismo, un modelo sociopolítico y económico del poder que ha llevado a millones a la más grosera exclusión y la más aguda miseria, concentrando en pocos el poder económico, político y militar. En ese esfuerzo, ganan nuevos liderazgos los sectores sociales por siglos excluidos, desconocidos, marginados, como son los pueblos indígenas y negros, además del campesinado pobre, las mujeres y la juventud, enriqueciéndose la sociedad con otras formas de ver, sentir y soñar la vida para hoy y para el futuro.

Entonces, del pensar de los filósofos como “torres de marfil”, se llega a un andar propositivo, colectivo, cotidiano, abierto, que va construyendo teoría al andar, no como atalayas, como bloques de mármol, sino como carretera asfaltada con materiales porosos que permiten que la imaginación y el debate fluyan, dando como resultado un pensamiento crítico cada día más argumentado, así por el momento no logre dibujar con plena exactitud cómo trascender el mundo construido por la burguesía a lo largo de los últimos siglos.

Pero los tiempos para ello se achican a pesar de surgir cada día nuevos y renovados retos, como ocurre hoy con las inquietudes abiertas por avances científicos derivados de la cuarta revolución industrial, en curso, en especial la inteligencia artificial, por sus efectos inmediatos como por los temores que despierta, como en otras épocas también los despertaron los avances desprendidos de las anteriores revoluciones industriales, entre ellas las máquinas –de primera generación–, y el temor al desempleo generalizado, a la par de otros efectos ‘negativos’ que supuestamente traerían sobre el cuerpo social.

Hoy sabemos que no fue ni será así. Hoy sabemos que no será el desempleo el mal que llegue sino que se acerca el final del trabajo como obligación para ganar el dinero con el cual cubrir las demandas de la vida diaria, y que, como humanidad, tendremos tiempo para satisfacer nuestras necesidades mediante formas colectivas y solidarias, hasta ahora negadas por el imperio y el dominio del capital.

La inteligencia artificial es, por tanto, solamente el más llamativo de los asomos de la nueva evolución en la que está enrutada la humanidad, que no puede depender ni estar en manos de las multinacionales bajo propiedad y dominio de magnates. De ser transformadas en bienes públicos universales, como ya fue anotado, quedarían abiertas para incorporar los aportes y los saberes de millones de millones de seres humanos, en su acción como sujetos activos, y no como objetos del presente que habitan y el futuro que aspiran a vivir.

La referida inteligencia artificial es una expresión de los avances científicos y tecnológicos que hoy se integran a la cotidianidad de grandes grupos sociales, avances que el pensamiento crítico demanda que estén dirigidos no a controlar, espiar, ni mercantilizar ni manipular sus vidas, sino a favorecer nuevos modelos de vida y convivencia, inéditas formas de gobernarnos entre todos. Al mismo tiempo, ese pensamiento crítico demanda que tal suma de posibilidades esté dirigida a construir caminos para realizar la utopía de una paz permanente, y no –como sucede hoy– a fortalecer poderes globales, los mismos que hoy alistan sus dispositivos militares, unos para prolongar privilegios y otros para ganarlos.

Se trata, en fin, de una realidad ampliada a todos los campos del saber, hoy en profunda mutación, para que sea puesta al servicio de una economía a favor de todo el cuerpo social, evitando la manipulación que hoy se hace de la agricultura, el viento, y otros elementos sustanciales de la naturaleza, en un afán insaciable por parte del capital por paliar los efectos incontrolados del devastador cambio climático en curso, por un lado, y por otro de garantizar alimentos para toda la humanidad, un decir que, a pesar del paso de las décadas, no se torna realidad y, en cambio, sí toman cuerpo evidentes y nefastas consecuencias sobre la naturaleza en todas sus expresiones.

El pensamiento crítico, por tanto, hoy está más vivo y vigente que nunca –algo que hasta ahora no alcanza a desplegar, ni lo hará mientras sea el producto de un desarrollo tecnológicos en manos de multinacionales privadas, la inteligencia artificial– y de su ampliación y su efectiva realización en todos los aspectos depende el futuro mismo de la humanidad. No puede ser de otra manera.

Carlos Gutiérrez Márquez

___________
Fuente: 
Periódico Le Monde diplomatique, edición Colombia Nº232, mayo 2023

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