En Fin de Partida el ser humano mira cara a cara su propia destrucción, propiciada por el mal radical, pero lejos de contener un mensaje pesimista, pretende alertar sobre los peligros que acechan a las personas para que, al ser conscientes del sufrimiento y el peligro, se pueda seguir viviendo
Fin de partida
Por Ramón Contreras López
El dramaturgo Samuel Beckett escribió en 1957 Fin de Partida. La obra consta de un único acto y transcurre en una especie de búnker donde uno de los personajes llamado Hamm, ciego e imposibilitado para andar, espera la muerte que no acaba de llegar, mientras que su sirviente, Clov, que no puede sentarse, desea librarse del yugo de su amo, aunque nunca es capaz de hacerlo. Los personajes viven en un mundo que parece estar llegando a su final, en un tiempo postnuclear.
Para Theodor Adorno la obra versa sobre la descomposición que sigue a la Segunda Guerra Mundial y muestra el tiempo de la catástrofe, del sinsentido y de la ruina de la humanidad.
El panorama existente en los años posteriores a la bomba atómica, que refleja esta obra, no ha mejorado desde los años 50, sino todo lo contrario. Sin caer en catastrofismo, ni visiones apocalípticas, se puede afirmar que existe un consenso generalizado en que la humanidad en su conjunto se encuentra inmersa en una crisis sistémica y generalizada. En una emergencia energética, climática y social, con aumento de tensiones geopolíticas entre potencias que generan conflictos armados y amenazas de uso de armas nucleares.
Los países del Norte que han vivido y viven del expolio del Sur empobrecido, se enfrentan a una serie de carencias y problemáticas para las que no están preparados. Y el primer error que se comete está en situar las causas de la actual situación: ni Rusia, ni la invasión de Ucrania, ni la pasividad de China, ni la pandemia sanitaria, son culpables.
Hay que ser claros y señalar al modelo energético fósil en la génesis de la situación que padecemos. Este modelo es una pieza fundamental del proyecto neoliberal que impregna no sólo aspectos económicos sino el conjunto de nuestro modo de vida. El acceso a los combustibles fósiles ha sido un elemento fundamental en la forma de organizar las sociedades occidentales ricas. Convirtiendo a la energía o más bien a su control y posesión en un instrumento político. De manera que su producción y su distribución no busca responder a necesidades básicas de todas las personas, sino a intereses de mercado y aumento de beneficios de las grandes corporaciones energéticas.
Por eso, aunque la práctica de explotación que el mercado neoliberal hace de las fuentes de energía fósil atenta contra la vida misma del planeta, persiste en su modelo criminal de acumulación de capital, de la apropiación de los elementos comunes naturales, de la mercantilización de todos los aspectos de la vida, empeorando las condiciones de vida y económicas de la mayoría de la población.
Por eso las grandes compañías energéticas están obteniendo unos grandes beneficios, mientras las capas populares sufren un constante aumento de los recibos de combustibles y luz. Las grandes distribuidoras alimentarias aumentan su tasas de ganancia mientras los precios de los alimentos básicos suben. Por no mencionar a la banca, rescatada hace unos pocos años con dinero público, y hoy con obscenas ganancias mientras incrementan los intereses hipotecarios, y en general la inflación supone una pérdida importante del poder adquisitivo de la población.
El culpable es el modelo energético actual y el sistema en el que se incardina, la economía de mercado neoliberal, la actual cara del capitalismo. Por lo que, dejémonos de eufemismos y llamemos a las cosas por su nombre: no es posible una salida eficaz, justa y social para el conjunto de la población a la crisis sistémica y global que padecemos, manteniendo en actual modelo energético y socioeconómico.
Todas las alternativas que los gobiernos europeos están poniendo en marcha, no son sino parches que no hacen sino agravar la situación. El Pacto Verde Europeo, la financiación con fondos Next Generation, las grandes infraestructuras energéticas renovables que proliferan por todos lados no están reemplazando la energía de origen fósil, sino que la están complementando con energías renovables.
Como señalan Fressoz y Franquesa, la transición energética que plantean los gobiernos no existe: no se sustituyen fuentes fósiles, sino que se añade nueva capacidad energética con nuevas fuentes. Manteniendo el control de las grandes corporaciones sobre la producción y distribución y las dinámicas de colonialismo energético.
Porque el objetivo que se persigue es aumentar el consumo mundial de la energía. Es decir, se sigue manteniendo el mantra grabado a fuego en el frontispicio del capitalismo: seguir creciendo hasta el infinito.
Por eso, a pesar de todas las instalaciones e inversiones que se están haciendo en energías renovables las emisiones de Gases de Efecto Invernadero no dejan de crecer.
En estas coordenadas se mueven el Plan Energético para Navarra 2030, la Ley Foral 4/2022 de Cambio Climático y Transición Energética o la actual revisión de la Estrategia Territorial de Navarra, por lo que se puede afirmar que tales instrumentos no forman parte de la transición energética que necesitamos.
Y en este sentido también hay que ser tajantes y claros: No puede darse una transición energética eficaz si no se encuadra en una nueva situación de fuerte decrecimiento en el uso de la energía y de materiales. Y para eso no nos estamos preparando, porque para quienes gobiernan se trata de continuar con el modelo desarrollista y el planteamiento decrecentista no se contempla en sus programas políticos para ganar elecciones.
Sin embargo, el reto está y estará presente de una u otra forma, y no es otro que establecer los mecanismos necesarios para reducir el consumo energético simplificando nuestra civilización para poder vivir respetando los límites del planeta, sin agredirlos, y a su vez cubriendo las necesidades básicas de toda la población. Esto significa que hay que hacer cambios estructurales en el actual modelo, poniendo en pie una planificación económica que ponga en el centro la vida y no el interés de unos pocos.
Todo esto requiere de un activismo social que combine y parta de situaciones y reivindicaciones diversas pero que lleguen en un momento a unificarse y conseguir espacios y conquistas sociales y políticas. Diversas organizaciones vienen trabajando en este terreno desde hace años, y sigue siendo necesario que la concienciación sobre esta situación se extienda aún más. En ese camino jornadas como las planteadas para los días 16, 21, 24 y 25 de marzo, por NEETEN y la UPNA, “Encuentros desde una mirada plural, critica, ecológica y social de la Transición Energética”, son una buena aportación en esta necesaria clarificación. Así como próximas movilizaciones que se están preparando.
En Fin de Partida el ser humano mira cara a cara su propia destrucción, propiciada por el mal radical, pero lejos de contener un mensaje pesimista, pretende alertar sobre los peligros que acechan a las personas para que, al ser conscientes del sufrimiento y el peligro, se pueda seguir viviendo.
Hoy, igual que en el drama de Beckett, la crisis de civilización que padecemos nos sitúa frente a la alternativa de la vida y la muerte. Si somos conscientes de dónde están los peligros y el verdadero mal que acecha al planeta, podremos luchar por todas las personas. Que nuestro Fin de Partida nos sirva para alertarnos de los peligros que nos acechan y que con la movilización y la lucha social consigamos hacer posible la continuidad de la vida.
Ramón Contreras López, forma parte de la plataforma Haize Berriak y de la Coordinadora NEETEN (Nafarroako Energía Eraldatzen/Transformando la Energía de Navarra)
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