La ventaja de Lula sobre Bolsonaro fue de escasos cuatro puntos porcentuales, pese a que todos los sondeos y encuestas sostenían una ventaja de entre siete y diez puntos: ese ha sido el primer triunfo del actual mandatario
Escrito por Juraima Almeida / André Barbieri
En este artículo la autora sostiene que en este mes que queda de cara a la segunda vuelta, la candidatura de Lula tiene que variar de estrategia que sostuvo hasta ahora: movilizar a las masas y abandonar el culto al pasado, que se resume en ese dicho de Lula ‘en mi gobierno…’
En las elecciones brasileñas del último domingo, el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva fue el candidato más votado a la presidencia, pero le faltó 1,7% de los sufragios para imponerse en primera vuelta al actual mandatario ultraderechista Jair Bolsonaro: el duelo épico entre ambos se resolverá en el balotaje del 30 de octubre.
La ventaja de Lula sobre Bolsonaro fue de escasos cuatro puntos porcentuales, pese a que todos los sondeos y encuestas sostenían una ventaja de entre siete y diez puntos: ese ha sido el primer triunfo del actual mandatario. Pero la más contundente victoria se dio tanto en la formación de lo que será a partir de 2023 el Congreso como en los gobiernos provinciales.
Bolsonaro logró tomar segundos aires y seguir en la competencia por cuatro semanas más, al menos: hubo un crecimiento de una base amplia y aparentemente sólida que oscila entre la derecha y la ultraderecha.
Para cualquier análisis de futuro hay que partir de la realidad, porque la sociedad brasileña no es la misma que la de hace 19 años, cuando aquel ex obrero metalúrgico de Sao Bernardo do Campo y dirigente de la Central Única de Trabajadores (CUT), conduciendo una ola de esperanza, llegó al gobierno ¿y al poder?, señala el director del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico, Aram Aharonian. El tiempo pasa…
Y es totalmente cierto: mucho pasó en estas últimas dos décadas y este domingo las urnas demostraron que los más pobres de los pobres de las periferias urbanas no votaron –como se creía- masivamente por el PT y su candidato. Ahora, de ganar, será difícil gobernar con una minoría en el legislativo.
Para poder ganar en el balotaje del 30 de octubre, la campaña de Lula deberá cambiar de tono, deberá abolir el culto al pasado y a la personalidad, y deberá definir lo que se hará en temas claves como alimentos, salario, deudas. La segunda vuelta es una nueva elección. La ventana abierta por Lula lo pone en condición ventajosa desde el inicio y más si recibe el apoyo de los “centristas” Ciro Gómes y Simone Tebet , que juntos sumaron casi 7,6 millones de votantes, decisivos para el resultado final.
Los resultados de las elecciones del 2 de octubre dejaron al descubierto la falla flagrante de la investigación: no captaron la fuerza del bolsonarismo y sus agregados en la sociedad brasileña. Lo cierto es que Brasil es mucho más conservador de lo que se supone y sin duda impacta ver consagrados por voto popular a nefastos personajes como Hamilton Mourão, Sérgio Moro, Deltan Dallagnol, Ricardo Salles, Mario Frias, Damares Alves, Magno Malta y similares.
El periodista y profesor universitario Gilberto Maringoni destaca el arraigo social de la extrema derecha tras los casi 700.000 muertos por la pandemia, los 33 millones de hambrientos, la apología de las armas y toda la corruptela: “El fascismo ya no es un cuerpo extraño; se naturalizó. Comprender cómo y por qué sucede esto es una tarea ardua y larga. Es interesante saber cómo esta brutalización de la vida social se vuelve atractiva para millones de personas”, añade.
Para el diario francés Libération, la extrema derecha se ha fagocitado a la derecha tradicional (y bastante más). Lula sumó 25,6 millones de votos más que el PT en las elecciones de 2018 (en las que Lula, preso, fue sustituido por Fernando Haddad), mientras que Bolsonaro adicionó 1,7 millones de sufragios a los de cuatro años atrás.
El fraccionamiento comunitario, potenciado por el desmantelamiento del mundo del trabajo a lo largo de cuatro décadas de neoliberalismo, hace sensible a la sociedad a un tipo de liderazgo salvacionista e inorgánico –una especie de neopopulismo– capaz de dirigir voluntades y transformar la ira social en fuerza política. Ese es uno de los temas que los intelectuales del lulismo olvidaron tomar en cuenta.
Desde el 2003, el modelo lulista ha sido un modelo de conciliación de intereses, de pacto con el capital (que no figuraba en los estatutos del PT) que se impuso tras las progresiva moderación del discurso tras las derrotas ante Fernando Collor de Mello y dos veces ante Fernando Henrique Cardoso.
Un sistema complejo que a lo largo de sus doce años en el poder, más que resolver las contradicciones, procuró moderarlas, para lograr apenas un equilibrio inestable.
Bolsonaro fue electo presidente en 2018, derrotando en segunda vuelta (55% a 45% de los votos) a Fernando Haddad, candidato del Partido de los Trabajadores, que reemplazaba como candidato a Lula, detenido a raíz de la condena impuesta por el juez venal y manipulador Sergio Moro. Él se elogia como militar retirado (estuvo once años y ascendió a capitán), pero lleva 27 años como político profesional, caracterizado por su agresividad, misoginia y grosería
Esa victoria bolsonarista fue también la consecuencia del intenso proceso de demonización de la política tradicional, iniciada por el mismo juez Moro, que se tornaría ministro de Justicia de Bolsonaro, con pleno respaldo de los medios de comunicación, del empresariado y la omisión cómplice del Supremo Tribunal Federal. Y también por las bandas de milicianos, como se llama a los sicarios en Brasil,
¿Fallaron todas las encuestas o demuestran que el bolsonarismo oculto o socialmente vergonzante es un fenómeno que desafía las estadísticas?
“Vamos a ganar… esto es sólo una prórroga”, dijo Lula luego de triunfar en las elecciones presidenciales, pero no con los suficientes votos para evitar una segunda vuelta contra Bolsonaro, el primer presidente de Brasil en pasar a la segunda vuelta con menos votos que su oponente.
Mayoría legislativa bolsonarista
Bolsonaro salió reforzado en el Congreso y el Senado. Sin mencionar que extendió su base en los gobiernos de los estados de la federación. En el Senado, los candidatos afines al presidente obtuvieron 15 de los 27 escaños en disputa. En Sao Paulo el ex ministro de Minas y Energía de Bolsonaro Tarcisio de Freitas dio la sorpresa y obtuvo 42% de votos, frente a 35,6% del candidato del PT, Fernando Haddad; los dos se medirán en la segunda vuelta del 30 de octubre.
En los otros dos estados más importantes, la derecha ganó en primera vuelta: en Río de Janeiro el bolsonarista Cláudio Castro se impuso al candidato de izquierda Marcelo Freixo por 58,2% frente a 27,6% de sufragios. En Minas Gerais, el conservador Romeu Zema se impuso al lulista Alexandre Kalil con 56,7% frente a 34,5%.
Varios ex ministros del mandatario ultraderechista lograron sus bancas legislativas. «Son casos emblemáticos, simbólicos, que muestran que el bolsonarismo se ha consolidado más de lo que preveían las encuestadoras, advirtió Sonia Fleury, del Centro de Estudios Estratégicos de la Fundación Osvaldo Cruz. Y, de cara al ballotage, agregó: «Va a aumentar el clima de violencia».
Para algunos analistas, fue clave el control del territorio de las milicias en las periferias y la influencia de las iglesias evangélicas. En los últimos años –según la Universidad Federal Fluminense- hubo un crecimiento muy fuerte de su dominio territorial y poblacional, mayor que el de los narcotraficantes, al punto que hoy tienen poder sobre una parte significativa del territorio en Río de Janeiro. Las milicias intentan controlar el voto, así como los líderes de las iglesias evangélicas, a favor de Bolsonaro.
Fantasmas con uniforme de fajina
Brasil es un país tremendamente desigual, con la mayoría de los trabajadores fuera del mercado formal, sin derechos laborales (ni ciudadanos), mal capacitados (por la exclusión educativa que brinda la precariedad de las escuelas públicas), mal informados (a través de las redes sociales y unos medios que no están para eso), sin tiempo para el ocio, embrutecidos por la dura batalla del día a día y sin perspectivas de futuro.
Cuenta, además, con una colectividad fragmentada, marcada por un individualismo atroz, en la que existen escasos incentivos para establecer lazos de solidaridad.
En los últimos meses ha circulado por todo Brasil el fantasma de un golpe militar. Ese poder que hoy tienen los militares, fortalecido por Bolsonaro en el poder, no cayeron del cielo. Los memoriosos recuerdan que los militares se empoderaron de la mano de Lula, cuando los envió en 2004 en la Misión de la ONU para la Estabilización de Haití (Minustah), como fuerza de ocupación a pedido de Estados Unidos.
Esta fuerza fue denunciada por abusos, violaciones y asesinatos. Cuando regresó a Brasil usó esos “conocimientos” para la represión interna y los generales que la comandaron formaron parte del esquema de poder de Bolsonaro.
En esos años de gobierno lulista fue muy difícil reducir la pobreza sin confrontar con el capital, conservar el apoyo del Movimiento sin Tierra empujando el agronegocio, mantener el voto de los sectores conservadores del nordeste avanzando en reformas progresistas. La idea de pacto con el capital no integraba el programa original del PT y menos aún de la CUT, surgidos en los 80 como parte del movimiento de resistencia a la dictadura, con propuestas mucho más radicales.
El lulismo es resultado de la progresiva moderación ideológica operada durante los 90, cuando las sucesivas derrotas contra Fernando Collor de Mello y Fernando Henrique Cardoso (en dos ocasiones), lo convencieron de que la ortodoxia económica no era incompatible con la popularidad electoral. Hace casi dos décadas, Lula logró que los más pobres del país votaran por un candidato que levantaba la bandera de la izquierda.
Como señala Aram Aharonian, hoy podemos hablar del ciclo lulista, contando los dos gobiernos sucesivos de Lula entre 203 y 2010 y el primero de Dilma Roussef, donde Brasil gozó de estabilidad política, crecimiento económico, notables avances de inclusión social, tanto material como simbólica: 35 millones de personas superaron la pobreza para ingresar a la nueva clase media durante estos gobiernos.
Todo tiene su contraparte. La alianza con las grandes empresas le impidió avanzar en una reforma impositiva progresiva que cambiara la distribución del poder; la legislación laboral, salvo en el caso del empleo doméstico, se mantuvo inalterada, y las ganancias del sector financiero batieron todos los récords. Pero también desde el poder se alentó una desmovilización de la militancia.
Durante los gobiernos lulistas no se avanzó en una reforma política (lo intentó Dilma Rousseff, y de hecho fue uno de los motivos de su caída). Dilma, que se promocionó como heredera de Lula, llevó a Michel Temer de vicepresidente. Cuando llegó el momento, Dilma fue desplazada del poder mediante un juicio político parlamentario amañado, teñido de irregularidades. Apenas unas manifestaciones públicas como reacción.
Cabe recordar, también que en 2002, tras ganar las elecciones por primera vez, Lula eligió como presidente del Banco Central al diputado del PSDB (mismo partido de Alckmin) a Henrique Meireles, para “evitar una fuga de capitales”. Meireles, el elegido de Lula para dar el mensaje a los mercados de que se respetaría una agenda de austeridad, terminó siendo el ministro de Economía del golpista Michel Temer.
El vice
No es la primera vez que el PT se alía a la derecha para combatir a la derecha. Aburrido y sin carisma, es como muchos describen a Alckmin, el candidato a vicepresidente que acompañó a Lula en estas elecciones, es un ferviente católico conservador, neoliberal a ultranza, defensor de la mano dura y golpista, que ahora posa de defensor de los trabajadores brasileños.
El politólogo André Barbieri señala que la candidatura de Lula-Alckmin intenta evitar que el descontento contra Bolsonaro se manifieste de manera independiente y se vuelva contra las reformas ultraliberales, el pacto del régimen con el PT, que incluye al gran capital que en 2018 estuvo políticamente con Bolsonaro, parte de preservar los ataques económicos del actual gobierno.
Alckmin fue elegido como vocero del PT ante la patronal para asegurar que un nuevo gobierno de Lula mantendrá las reformas laborales del golpista Michel Temer, añade. En Brasil lo califican como el “Macri brasileño”, en referencia al ex presidente neoliberal argentino. La política de seguridad pública fue siempre una de sus banderas en São Paulo, que dejó datos catastróficos de violencia hacia la población negra del estado.
Entre 2006 y 2014 el lulismo logró neutralizar el crecimiento de la derecha, a precio de la desmovilización de sus bases sociales. Hubo una suerte de adormecimiento deliberado del conservadurismo provocado por la política homeopática del lulismo, que buscó evitar la confrontación, señala André Singer, periodista y profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de São Paulo y portavoz del primer gobierno de Lula.
Hoy desde las bases se señala que para que la historia no se repita hace falta mayor audacia, no menor confrontación. Para ganar, quizá Lula deberá movilizar a sus bases sociales en las principales ciudades, para hacer desaparecer el fantasma de un golpe, de otros cuatro años de fascistización, para defender (lo que aún queda de) la democracia.
Por Juraima Almeida | 04/10/2022
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Juraima Almeida es investigadora brasileña, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).
Qué conclusiones sacar de las elecciones en Brasil para enfrentar a Bolsonaro
La experiencia de las alianzas de Lula con la derecha y los empresarios fue puesta a prueba por las propias elecciones y terminaron fortaleciendo al ultraderechista Bolsonaro.
André Barbieri@AcierAndy
La Izquierda diario
Las elecciones del domingo terminaron dando el triunfo a Lula da Silva sobre Jair Bolsonaro, pero llevando la elección a la segunda vuelta. El líder del Partido de los Trabajadores (PT) consiguió una ventaja de 5 millones de votos, en la proporción de 48,4% contra 43,2%.
El actual presidente, Jair Bolsonaro, obtuvo más de 51 millones de votos y entrará en la segunda vuelta con un margen mucho mayor al esperado. También mejoró su posición en el Congreso y sus aliados ganaron varias gobernaciones (Claudio Castro en Río de Janeiro y Romeu Zema en Minas Gerais; Tarcísio Freitas y Onyx Lorenzoni lideran la elección de cara a la segunda vuelta en San Pablo y Rio Grande del Sur).
Bolsonaro y sus aliados se recalibran, y buscarán tomar una nueva posición, desde el Congreso y los gobiernos estatales, para atacar a los trabajadores, las mujeres, los negros y las personas LGBT. Son enemigos acérrimos que se atrincheran en el nuevo régimen político en formación. Esto confirma, por si quedaba alguna duda, que el "bolsonarismo" no es un fenómeno pasajero en la política brasileña. El escenario es el de un país mucho más a la derecha de lo esperado.
Lula celebró su resultado en la primera vuelta diciendo que "ganará las elecciones y que esto es sólo una prórroga". El tono era malhumorado y poco entusiasta. Fue una victoria más ajustada de lo que anunciaban las encuestas. La preparación para la segunda vuelta se dará con un Bolsonaro alentado y con una política del PT que ayudó a crear un clima más de derecha en el país.
Un país más a la derecha
De hecho, además de ser un movimiento con presencia en las calles, el "bolsonarismo" demostró ser una tendencia constante en la superestructura política. Absorbió la base social de partidos tradicionales PSDB (Partido de la Social Democracia Brasileña) y MDB (Movimiento Democrático Brasileño), debilitados o incluso liquidados, en el caso del primero. El PSDB sufrió una dura derrota especialmente en el interior del estado de San Pablo frente a los candidatos de Bolsonaro: la victoria de Tarcísio de Freitas fue un símbolo de ese desenlace. Ibaneis Rocha en el Distrito Federal, Cláudio Castro en Río de Janeiro y Ratinho Jr. en Paraná, fueron gobernadores bolsonaristas que ganaron en primera vuelta.
El bolsonarismo logró resultados importantes en el Congreso. Marcos Pontes, exministro de Ciencia y Tecnología del gobierno de Bolsonaro, fue elegido senador por San Pablo, uniéndose a otros que triunfaron en la contienda. El exministro de Justicia Sergio Moro, figura destacada del Lava Jato, consiguió una banca en Paraná; la exministra de Agricultura, Tereza Cristina, por Mato Grosso do Sul; y la exministra y pastora evangélica Damares Alves, en el Distrito Federal. El vicepresidente, el general Hamilton Mourão, ganó en Río Grande del Sur. En total, con los seis nuevos escaños ganados en el Senado, el Partido Liberal (PL) de Bolsonaro es el que más crece en su presencia parlamentaria este año, con 13 escaños; puede perder el puesto de primer grupo parlamentario si se produce la fusión de União Brasil con el PP (el nuevo partido llegaría a 16 senadores). El PT debería conservar la quinta bancada más grande del Senado, pasando de siete a nueve senadores. El MDB baja de 13 a 10 senadores, y el gran perdedor es el PSDB, que tiene 4 senadores. El movimiento en la cámara alta es el mismo a nivel nacional: la extrema derecha bolsonarista absorbe la base social de la vieja derecha tradicional del MDB y del PSDB.
En la Cámara de Diputados, el PL de Jair Bolsonaro ganó al menos 23 diputados, llegando a 99, y se convirtió en la bancada más grande en la Cámara de los últimos 24 años, desde el ex PFL llegó a obtener 106 parlamentarios en la reelección del expresidente Fernando Henrique Cardoso (PSDB), en 1998. El Partido Popular (PP) del presidente de la Cámara baja, Arthur Lira, pierde diputados en manos del PL.
El PT también aumenta su bancada , de los 56 a los 76 actuales. Le sigue la coalición formada por PT, PV y PC de Brasil, con 80 diputados en total, 12 más que la actual bancada. El PSOL (que se disolvió en la campaña de Lula-Alckmin) y Rede Sustentabilidade (de Marina Silva) también vio aumentar su fuerza, pero en el marco del giro a la derecha del PSOL, sumándose a un partido burgués e integrándose más a el régimen; así consiguieron llegar a los 14 diputados con Boulos siendo el segundo diputado nacional más votado en el país..
Hay un fortalecimiento de la derecha en todos los cuadrantes del paramento, lo que traerá mayor inestabilidad a cualquier tipo de gobierno. Como dice Marcelo Godoy, aunque gane la fórmula Lula-Alckmin, su gobierno tendrá que convivir con un Congreso aún más a la derecha y con mayor presencia del "bolsonarismo" comparado con el 2018, cuando el jefe ultraderechista asumió la presidencia. El propio diario financiero británico Financial Times dice que "la bancada ruralista, de la biblia y la bala" de Bolsonaro llegaron para quedarse.
Esta relación de fuerzas a la derecha calentará aún más el ambiente de gestos hacia el conservadurismo. Lula estuvo listo para decir que "va a buscar sus nuevos aliados y reunir más apoyo". Estos "aliados" buscados por el PT serán los que han sostenido todo el giro a la derecha en Brasil desde el golpe institucional contra Dilma Rousseff en 2016. El régimen político está conquistando lo que quería, navegando la candidatura de Lula hacia el "hemisferio derecho". Analistas como Gerson Camarotti u Otávio Guedes dicen que "las elecciones de 2018 aún no han terminado y que Lula debe entender el signo de las urnas". No hace falta saber portugués para entender que la gesticulación de la prensa es una señal para mover la política programática del PT aún más a la derecha, hacia el llamado "centro". Para Lula, la articulación va mucho más allá de los acuerdos con otros candidatos como Simone Tebet (4,2% dos votos) y Ciro Gomes (3%), tendrá que lidiar con gobernadores derechistas e intendentes que en sus ciudades apostaran a impulsar al "bolsonarismo".
No está de más recordar que la candidatura de Lula y el PT fue resucitada del ostracismo por el guante del mismo régimen político que había encarcelado al expresidente en 2018, con el objetivo de relegitimar y restaurar la figura debilitada del sistema político brasileño. Como parte de esta operación política, el PT incluyó en si seno al PSDB, fusionando las siglas que habían polarizado la política durante el transcurso del antiguo régimen de 1988. En esa condición, ante la inestabilidad permanente que representa Bolsonaro, la candidatura de Lula es aún más sensible a los anhelos de los verdaderos factores de poder, que exigen del PT lo que siempre estuvo dispuesto a dar: la garantía de la gobernabilidad y la no reversión de las reformas contra derechos sociales que conquistaron los capitalistas en el ciclo 2016-2022. Ahora querrán compromisos aún más duros de que se podrán sus intereses por arriba de las necesidades más sentidas por la clase trabajadora y los pobres, y nombres que representen esto dentro del gobierno.
En la campaña presidencial, es un hecho común que el error de medición ocurrió en los votos que podía obtener Bolsonaro, no en los de Lula. Estos resultados explican la imagen de las elecciones estatales. Los principales datos electorales fueron errores en las encuestas en San Pablo y Minas Gerais. En el estado paulista, las encuestas apuntaban a un triunfo de Lula sobre Bolsonaro (48% a 39%): en la práctica, Bolsonaro estaba 7% arriba (47,71% a 40,89%), con excepción de la capital, donde Lula ganó por casi un 10% de diferencia. El interior de San Pablo quedó en manos del "bolsonarismo", que se tragó definitivamente al PSDB (que tenía 6,4 millones de votos para gobernador en 2018 y bajó en 2022 a 3,8 millones). En Minas Gerais, Lula aventajaba por menos del 5% (48,29% a 43,6%), cuando las encuestas mostraban una proporción de 47% a 33% a favor del candidato del PT. En Río de Janeiro la diferencia fue mucho mayor, las encuestas daban a Lula 46% contra 42% (Ipec) y 42% contra 37% (Datafolha). Hecha la contabilidad real, el puntaje Bolsonaro por 51,09% a 40,68%.
Una nota aparte es que el resultado en el interior del San Pablo, precisamente el "bastión" del referente del PSB Geraldo Alckmin, candidato a vicepresidente de Lula, muestra cómo estas alianzas ni siquiera le dieron fuerza electoral a la fórmula del PT, y solo sirven para marcar un compromiso de Lula con los intereses burgueses más antipopulares, desmoralizando a su propia base social.
En su discurso, Bolsonaro señaló las dificultades que deberá superar. Reconoció que su campaña "no llegó a la parte más importante de la sociedad", que "hay un sentimiento de que la economía ha empeorado", en referencia a que la población pobre identifica la responsabilidad del gobierno en la crisis, el hambre y la miseria. Como dice el politólogo Alberto de Almeida , la figura de Bolsonaro ha mostrado ciertas grietas en el bastión general de la derecha. "Un presidente que se postula para la reelección tradicionalmente tiene una gran ventaja sobre sus oponentes. Además de estar detrás de Lula, estuvo cerca de ser derrotado en la primera vuelta. Su fuerza tiene que ver con un porcentaje superior al previsto por las encuestas, y la elección de varios candidatos que apoyó, muchos de ellos exministros”.
Lula logró 25 millones de votos más que la candidatura de Fernando Haddad en 2018, mientras que Bolsonaro obtuvo 1,7 millones de votos más que en la 1ª vuelta de 2018, pero esto representa una caída del 2,83% respecto al porcentaje que obtuvo en ese momento. En los sectores más pobres de la población, Bolsonaro fue derrotado, especialmente en la región del Nordeste. El actual presidente fue derrotado en la ciudad más poblada y económicamente más importante del país, San Pablo. Su hijo, Eduardo Bolsonaro, perdió 1 millón de votos, y quedó detrás del líder del Movimiento de Trabajadores Sin Techo, Guilherme Boulos, el diputado federal más votado en el estado paulista.
Esto no cambia el panorama de un país que se ha mostrado más a la derecha y socialmente polarizado. Un Brasil partido por la mitad (para usar los términos de Ítalo Calvino), cuanto más se busca alianzas con la derecha y los patrones, más se alimenta el ambiente embriagador del bolsonarismo .
¿Hacia dónde lleva las alianzas con la derecha y los empresarios?
Esto es lo que ha demostrado hacer la política del PT, de hecho. Ni siquiera en el terreno electoral tuvieron éxito en la falsa idea de que para vencer a la extrema derecha había que ampliar las alianzas con la gran burguesía.
La política ahora es seguir cosechando apoyo en el campo de la derecha, y decir que no se puede ganar a Bolsonaro sin expandir el ya amplísimo Frente Amplio. La prensa comienza a anunciar que "los brasileños son conservadores". El objetivo es condicionar aún más a Lula, que ya tiene con él una constelación de derechistas, empezando por su candidato a vicepresidente. El periodista Merval Pereira se hace eco de una máxima del español Pablo Iglesias: no sería posible "gobernar sin cierto consenso por parte de la derecha". El tono es similar al utilizado por analistas liberales en Chile, cuando atribuyen la estrepitosa derrota del apruebo a una nueva constitución defendida por Gabriel Boric a un supuesto "conservadurismo innato" del pueblo chileno.
La verdad, sin embargo, es que Chile ha demostrado que la conciliación de clases siempre fortalece a la derecha, como venimos diciendo. Esto quedó claro con la política del presidente Boric, que asumió la agenda de la derecha, mientras la Convención Constituyente, ni libre ni soberana, aceptaba pasivamente la tutela de todos los poderes constituidos heredados del pinochetismo, como explicamos en otro artículo.
En Brasil, esta lección chilena aparece con los resultados de la primera vuelta. El giro a la derecha de Lula y el PT, desde su alianza con el derechista Alckmin a la búsqueda por conseguir el apoyo de simpatizantes en el PSDB, como el expresidente Fernando Henrique Cardoso, Henrique Meirelles, sus funcionarios neoliberales, y hasta el nutrido grupo de empresarios y banqueros que responden las principales cámaras empresariales. Esta política de conciliación con la derecha solo fortaleció la recuperación bolsonarista. Muchos en la izquierda -especialmente en el PSOL, que se disolvió en la campaña de Lula-Alckmin- dijeron que era "necesario tener responsabilidad" y unirse a las figuras que fueron responsables de llevarnos a esta catástrofe. Esta política solo fortaleció el clima derechista que permitió un resultado más favorable de lo que esperaba el propio Bolsonaro, quien no solo evitó ser derrotado en la primera vuelta, sino también fortalecer la presencia parlamentaria.
Las elecciones son una prueba de que la política de "Frente Amplio" sólo puede fortalecer a la derecha . Ahora Lula quiere que pasemos por el mismo calvario, reeditando la política de conciliación de clases que nos trajo aquí, dando aliento a los peores enemigos de los trabajadores. Esta reoxigenación de la derecha por parte de la política del PT, teniéndola en su propio seno al albergar a la vieja derecha tradicional, beneficiará a los pilares que sustentaron el bolsonarismo en los últimos años. Como sostienen Daniel Feldmann y Fabio dos Santos, en el libro “Brasil autofágico. Aceleración y contención entre Bolsonaro y Lula”, se fueron gestando las bases de apoyo del bolsonarismo en los vaivenes de las políticas de Estado del lulismo en particular, y del PT en general, que al intentar contener la crisis con la conciliación terminó acelerándola.
La respuesta a la resistencia que logró, en términos electorales, el bolsonarismo implica lo contrario a la política que viene llevando adelante Lula y el PT. Implica una política decidida de independencia de clase, la unificación del conjunto los trabajadores contra los empresarios, y un programa que ataque los pilares de las reformas económicas ultraliberales, que Lula prometió preservar.
¿Quién dijo que enfrentar el bolsonarismo requiere "apaciguar" a los capitalistas y "llevarlos" al lado de los trabajadores? Por el contrario, el punto “cero” de cualquier programa que enfrente seriamente Bolsonaro debe comenzar con la derogación de todas las reformas que empeoran las condiciones de vida de los trabajadores todos los días, en primer lugar la reforma laboral y la reforma previsional, pero también contra la ley de libre acceso, la subcontratación, el tope de gasto del Estado y todas las privatizaciones. Asimismo, es decisivo luchar por la reducción de la jornada laboral, sin reducción salarial, con 30 horas semanales para hacer frente a la precariedad, el paro y la miseria, en la perspectiva de la división de la jornada laboral entre ocupados y desocupados. Para luchar por esto las direcciones burocrática de los sindicatos son un traba en esta batalla, por eso es fundamental la exigencia a las direcciones mayoritarias del movimiento de masas, empezando por las centrales sindicales (CUT, CTB e UNE). Una exigencia de que impulsen un plan de lucha serio contra Bolsonaro y por la revocar las reformas impuestas durante su gobierno.
La actual política de Lula y el PT desmoraliza y debilita la lucha contra la extrema derecha, termina siendo responsable de fortalecer a Bolsonaro y la ultra derecha. Es necesario fortalecer la movilización y organización independiente de trabajadores, negros, mujeres, la comunidad LGBT para conectar las aspiraciones de la población pobre y trabajadora en un serio enfrentamiento con la nefasta extrema derecha.
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Fuentes: