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LA PANDEMIA ES EL SISTEMA

Se muestra históricamente la evolución de las epidemias y pandemias, y cómo sus causas no tienen explicaciones sobrenaturales o conspiraciones, sino simple y llanamente se explican por las relaciones de producción que adquiere la sociedad y que determinan desde el modo de pensar hasta cómo surgen y se combaten los seres microscópicos que afectan a la humanidad.
En el pasado, desde los orígenes mismos de la civilización, las epidemias han aparecido en los momentos más difíciles de la humanidad


Por estos días el gobierno ha alertado sobre un quinto pico de contagio por covid-19, en el que nuevamente se evidencian los problemas del sistema de salud que colapsa, no solamente por el coronavirus, sino por todas las enfermedades que padecen las masas trabajadoras producto de su condición de miseria y la salud convertida en un negocio de los grandes monopolios, donde la vida de las personas vale por la cantidad de recursos para pagar una salud de calidad, por lo que la inmensa mayoría, carente de ellos, se convierte en un cliente poco rentable y no importa si medio sobrevive o muere.

El surgimiento de nuevas cepas virales y variantes da la impresión de que la batalla contra las epidemias pareciera no tener fin, pues aparecen nuevas cepas de virus o reaparecen virus y bacterias que se suponía estaban erradicadas, pero nuevamente azotan a poblaciones enteras y, ¡qué curioso! a las más pobres, más vulnerables, como si estos microorganismos hicieran una diferenciación de clases.

Para los obreros conscientes es claro el hecho de que estos problemas tienen un origen común, es por eso que cuando la OMS declaró la pandemia del covid-19 hace ya un poco más de dos años, se dijo expresa y contundentemente: El sistema es la pandemia; indicando que detrás y en la base de la nueva cepa viral y la difícil situación que padece la sociedad, están las condiciones materiales que genera el sistema económico-social capitalista, el verdadero culpable y creador de las condiciones para difundir a escala global los patógenos mortales; un tema que debe ser profundizado y analizado detenidamente, ya que es otra poderosa razón para tirar al traste este caduco, insalubre y agonizante sistema.

Es por eso que publicamos un trabajo elaborado por un camarada, donde se muestra históricamente la evolución de las epidemias y pandemias, y cómo sus causas no tienen explicaciones sobrenaturales o conspiraciones, sino simple y llanamente se explican por las relaciones de producción que adquiere la sociedad y que determinan desde el modo de pensar hasta cómo surgen y se combaten los seres microscópicos que afectan a la humanidad.

Publicaremos en dos entregas este importante aporte, que esperamos sirva para que las masas trabajadoras del campo y la ciudad eleven su consciencia de que el virus del capitalismo debe ser erradicado completamente de la faz de la tierra.

Primera entrega
Determinantes Sociales de la Etiología de Epidemias y Pandemias

En el pasado, desde los orígenes mismos de la civilización, las epidemias han aparecido en los momentos más difíciles de la humanidad: en grandes crisis económicas con sus respectivas hambrunas, en las grandes guerras o en las grandes catástrofes naturales, castigando a la humanidad duramente.

Tras la aparición de la propiedad privada y la lucha de clases, las epidemias recaen en las clases más explotadas y oprimidas, propagándose entre ellas más fácilmente debido a sus condiciones sociales de vulnerabilidad: hacinamiento, desnutrición, nulo o escaso acceso al sistema de salud, etc. Condiciones engendradas ahora por el capitalismo a escala mundial, ya no con el aislamiento propio del mundo esclavista o feudal, conectado entre sí por la velocidad de la marcha del caballo, las bestias de carga y barcos veleros, sino con una interconexión de todo el planeta mucho más rápida, inimaginable para los antiguos, mediante la cadena de la producción social y el mercado cuyo único fin y meta es competir por la ganancia y la acumulación de capital, en un sistema automatizado por la robotización, acelerado por el portentoso desarrollo del transporte aéreo y marítimo, la velocidad de la internet, todo lo cual, dada la anarquía de la producción burguesa, conduce a frecuentes e inevitables crisis de superproducción relativa, haciéndose evidente lo dicho por Marx y Engels en el Manifiesto del Partido Comunista en 1848:

«Las relaciones burguesas de producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad, toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir como por encanto tan potentes medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros».

Es así que, una simple partícula viral se convirtió en pandemia en pocos meses, un conjuro que puso en jaque la producción y normalidad del sistema capitalista mundial, una potencia infernal a la cual medio se “controló”, pues este sistema no está diseñado para defender la salubridad pública ni acabar enfermedades ni plagas, sino para acumular capital.

En los modos de producción pre-capitalistas las crisis sobrevenían por escasez, sequías, falta de recursos o la destrucción de cultivos. Hoy con el alto grado de desarrollo de la gran industria a escala mundial, con la respectiva participación de cada vez más amplios sectores de la sociedad en dicho proceso, el planeta ha sido transformado en una fábrica con sus epicentros , donde las llamadas “periferias” sirven además de proveedoras de fuerza de trabajo barata para la extracción de recursos y materias primas con altas formas de desarrollo de producción, cuyos recursos solicitados a un ritmo frenético por la gran industria, llevan a la destrucción del planeta y la ruptura cada vez más acentuada del equilibrio entre el hombre y la naturaleza, a un ritmo que está poniendo en peligro la vida misma en el planeta.

Las causas de las crisis económicas bajo el capitalismo no obedecen a la escasez o falta de recursos, sino a la anarquía en la producción que desemboca en la superproducción relativa de mercancías:

«Durante las crisis, una epidemia social, que en cualquier época anterior hubiera parecido absurda, se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la superproducción. La sociedad se encuentra súbitamente retrotraída a un estado de barbarie momentánea: diríase que el hambre, que una guerra devastadora mundial la han privado de todos sus medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados. Y todo eso, ¿por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no sirven ya al desarrollo de la civilización burguesa y de las relaciones de propiedad burguesas; por el contrario, resultan ya demasiado poderosas para estas relaciones que constituyen un obstáculo para su desarrollo…» (Manifiesto del Partido Comunista).

Pese a la producción exorbitante de riquezas y de mercancías, y que la humanidad ya produce todo lo necesario para satisfacer sus necesidades básicas, es la explotación capitalista la que condena a la miseria y la pobreza a la inmensa mayoría de la población mundial, una situación que se hace más visible en situaciones graves y críticas como en la presente pandemia.
Un Recorrido por la Grandes Epidemias en la Historia
Epidemias en la Esclavitud

LA PESTE DE ATENAS

Una de las epidemias más conocidas en la antigua Grecia fue la que azotó Atenas en el Siglo V (antes de nuestra era —a. n. e.) cuando la Polis, una de las ciudades más prósperas y desarrolladas de la península, era a la vez cuna del desarrollo de la filosofía clásica griega, cantera de grandes pensadores como Sócrates, Aristóteles o Platón, y a la vez, centro del desarrollo comercial y mercantil. Atenas era además la ciudad que comandaba la Liga de Delos, una especie de alianza militar y comercial entre varias ciudades-Estado griegas que luchaban por la hegemonía del Mediterráneo contra la Liga rival comandada por Esparta.

Atenas, tras levantarse entre las ruinas de la destrucción por la invasión persa, con la victoria en las Guerras Médicas pudo recuperarse rápidamente, aprovechando para enfrascarse en una nueva guerra contra Esparta, cuando no habían ni transcurrido 50 años de la derrota persa. Para el año 430 a. n. e., Esparta había invadido el Ática, saqueando y destruyendo ciudades y campos, masacrando y generando desplazamientos masivos de personas que llegaban a las murallas de Atenas en busca de ayuda. Dentro de los márgenes de la “democracia” en Atenas existían 30 mil “ciudadanos” con derechos; entre aquellos que se consideraban ciudadanos, la mayoría eran pequeños comerciantes, artesanos y campesinos, la otra parte minoritaria la constituían los grandes esclavistas, dueños de tierras, de minas, de barcos mercantes, etc.; pero como tal, esa cifra era una minúscula parte comparada con la otra porción de habitantes, los esclavos, quienes no eran considerados “personas” sino animales, cuyo número rondaba cerca de los 500 mil, vivían en condiciones paupérrimas, hacinados y muchas veces mal alimentados, condiciones perfectas para la rápida proliferación de epidemias.

La guerra agudizó el fenómeno, ya que quienes huían de ella, agravaron la situación superpoblando aún más la Polis. Pericles, el jefe político del Estado, impuso la política de tierra arrasada para desgastar a los espartanos en la guerra, quemando los campos y dejándolos inhabitables; una táctica de doble filo, pues ayudó a frenar el avance enemigo, pero empeoró la situación económica y alimentaria dentro de la ciudad, sobre la cual recayó la peste, un enemigo microscópico más mortal que la fuerza espartana.

Algunos relatos dicen que la mortífera peste llegó al puerto de Pireo oculta en los barcos mercantes provenientes de Egipto y que generó tres brotes fulminantes. El primero en el verano de 430 a. n. e., el segundo al verano siguiente, para de nuevo reaparecer en el invierno de 427 a. n. e. Aún no se sabe exactamente cuál fue la peste que arrasó Atenas, pero los historiadores médicos apuntan que pudo haber sido peste bubónica, escarlatina, tifus, o ébola. Se estima que tuvo una tasa de mortalidad del 30%, la mayoría de sus víctimas fueron esclavos y desplazados de la guerra.

La peste fue un enemigo que desbarató todas las maniobras del Estado, incluso los grandes esfuerzos de Hipócrates —el padre de la medicina— con fumigaciones que mostraron efectividad, pero fueron un esfuerzo inútil para frenar la epidemia. Los muertos se apilaron en las calles y templos, configurándose una escena que demostró la crisis política, económica y social de la Polis. La incapacidad del Estado esclavista fue total para salvar a la mayoría de su población. La “democracia” con que se ungió Atenas siempre demostró ser el derecho para esclavizar y vivir del trabajo ajeno; los esclavistas preferían ver morir a sus esclavos por la peste antes que liberarlos y solucionar el problema de hacinamiento de la ciudad. Muchos concuerdan en que la peste marcó el ocaso de la Polis griega en el mundo antiguo, ya que bastarían pocos años para que cayera en poder de Esparta y luego en manos de los macedonios.

LAS PLAGAS Y PESTES ROMANAS

La antigua Roma fue asolada por muchas epidemias y plagas a lo largo de su historia, basta con recordar y analizar las dos más grandes: la plaga de Antonina en el año 166 y la peste Cipriana de los años 249 y 262.

Si bien el sistema esclavista generaba las condiciones perfectas para la proliferación e intensificación de epidemias a nivel local, tales como ciudades hacinadas e insalubres, desnutrición de parte de la población, especialmente la de su clase trabajadora y esclava, ahora Roma le añadía un ingrediente más a la receta, con movilización de grandes ejércitos embarcados en campañas que duraban varios años, con el objetivo de conquistar y esclavizar el mundo antiguo.

En tales campañas se aplicaban asedios a ciudades enemigas, obligando al hacinamiento de ambos ejércitos, tanto del invasor en ciudades elaboradas con tiendas de campaña como del ejército sitiado tras las murallas que lo resguardaban del enemigo. En los asedios el ejército romano buscaba doblegar por el hambre, la sed y las enfermedades, valiéndose de un sinfín de tácticas atroces y degradantes como el envenenamiento del agua, catapultar cadáveres a la ciudad sitiada para favorecer la proliferación de pestes, provocar incendios, etc., condenando a los sitiados a una muerte lenta. Circunstancias que sirvieron de caldo de cultivo para originar muchas de las epidemias que asolaron a Roma, ya que cuando sus ejércitos retornaban para “celebrar” las victorias, lo hacían trayendo consigo pestes y plagas.

Tal fue el origen de la plaga Antonina, ocurrida en el año 166, cuando el ejército romano tras 5 años de lucha en el Oriente, había logrado derrotar al Imperio de Partía; la victoria inundó de júbilo y entusiasmo al Estado romano pues desde los tiempos de Trajano, no se obtenía una victoria igual; a la llegada de las legiones se organizaron festines, pero el júbilo duró poco, pues las tropas ya traían la plaga oculta en sus cuerpos. Se sabe que la epidemia fue muy grave y tuvo un gran impacto en la sociedad romana, y a pesar de que hoy aún se desconocen los datos exactos de la tasa de mortalidad de aquella epidemia, por referencias históricas se dice que en el año 189 la plaga ya se había diseminado a las provincias romanas y morían cientos de personas por día en Roma; incluso en la columna erigida a Marco Aurelio, en uno de sus relieves se pueden apreciar los cadáveres apilados en las calles, una escena dedicada a recordar la plaga. El hecho de que no existan datos exactos o referencias claras de los “estatistas romanos”, demuestra que tan “en serio” actuó el Estado para frenar la epidemia. Hoy los historiadores concuerdan en que esa plaga pudo haber sido provocada por sarampión o viruela.

Al contrario, la peste Cipriana del 249 al 262 fue detallada por el escritor Cipriano, a la cual se le llamó así en su honor. Cipriano fue un obispo cristiano de la ciudad de Cartago, y gracias a sus referencias se sabe que durante el pico de la epidemia llegaron a morir entre 5 mil a 6 mil personas diarias en Roma y que la peste fue causada por un brote de viruela, acompañada por uno de gripe. Los efectos fueron devastadores para la sociedad romana, especialmente para sus esclavos hacinados, ya que allí se diseminó más fácilmente. El comercio y la vida cotidiana fueron trastornados y paralizados, al igual que el ejército, el cual sufrió los reveses de la epidemia al perder muchos hombres que caían enfermos y morían. Para aquel tiempo ya la debacle moral de la sociedad romana había comenzado, los cristianos representaban a su vez la nueva moral que comenzaba a arraigarse en el pueblo y que años después se transformaría en un gran movimiento para luchar contra el imperio romano, siendo además la base para construir el futuro sistema feudal.

La Gran Epidemia en el Sistema Feudal

La caída del imperio romano en el siglo V fue a la vez el fin del sistema esclavista en Europa; la vieja sociedad se vio reemplazada por una nueva, acorde con el desarrollo de las fuerzas productivas que la antigua sociedad traía en su seno; el sistema feudal transformó la moral y pulverizó la forma como estaba organizada la vieja sociedad. Los esclavos fueron “liberados” para convertirse en siervos de los señores feudales y de la nobleza, cambiando la forma de explotación entre los hombres, siendo ahora el centro de la economía la tierra y la explotación feudal de los siervos de la gleba. Tal transformación obligó a un despoblamiento de las antiguas ciudades y su desplazamiento hacia el campo, hecho que duró algunos siglos mientras el mismo desarrollo de las fuerzas productivas, del comercio y del crecimiento demográfico en Europa, llevaron nuevamente al repoblamiento de las ciudades. El auge de las nuevas fuerzas sociales en el seno de la sociedad feudal, incrementó el peso y actividad de los artesanos y comerciantes.

El desarrollo de las fuerzas productivas trajo consigo trasformaciones en las técnicas de navegación y en los navíos, lo que permitió navegar más rápido y a distancias más lejanas, favoreciendo el transporte de mercancías. El crecimiento demográfico en las ciudades fue suplido por nuevas técnicas agrícolas y la deforestación de bosques para el ganado y la agricultura, con el agravante de que no todas las tierras eran aptas y fértiles para la producción, generando la incapacidad de suplir las necesidades alimenticias y una tendencia a la malnutrición en gran parte de la población. Ya para el siglo XIV, se cuentan tres generaciones alimentadas en esas condiciones propias de la crisis agrícola feudal.

Mientras el avance de nuevas fuerzas sociales y productivas aceleraba la interacción y expansión cultural y comercial, las ciencias fueron estancadas por el oscurantismo de los papas y nobles, cuyo dominio ideológico sobre Europa era incuestionable. En la antigüedad los sabios griegos habían dado los primeros pasos en la dirección del saber científico, sentando las bases de todas las ciencias modernas; en medicina, por ejemplo, hicieron algunas especulaciones brillantes sobre el origen de las enfermedades, apuntando en malos hábitos o en el aire o agua contaminada; es decir, buscaron el origen de las enfermedades en la sociedad misma y en el medio ambiente, especulaciones interesantes ya que pese a todas sus limitaciones históricas fueron un buen comienzo. El oscurantismo religioso en cambio, borró y quemó mucha de esa información, destruyendo libros y bibliotecas enteras; en su lugar profesaba que las enfermedades y plagas eran obra del “merecido castigo divino”, u “obras del diablo” o de complots de judíos; tal atadura de las ciencias a las creencias religiosas, favoreció enormemente la proliferación de la primera pandemia en la historia humana, surgida en el siglo XIV, en el que además fue excepcionalmente novedosa la ruta de la seda, usada para su comercialización desde el Medio Oriente, un vínculo que aceleró la economía pero también la velocidad del contagio de las enfermedades y epidemias.

La peste negra o muerte negra asoló a Europa y una parte de Asia en el siglo XIV, alcanzando su punto máximo entre los años 1347 y 1353. Es imposible saber el número de fallecidos, pero estimaciones señalan que se generaron 25 millones de decesos solo en Europa. Existe además un acuerdo mayoritario entre los historiadores para asegurar que ésta se inició en Asia y fue traída a Europa entre los cargamentos de las rutas comerciales; la peste se transportó junto a la seda, oculta en las diminutas pulgas de la rata. El debate científico hoy ronda sobre si la bacteria que causó tal epidemia fue una variante de Yersinia Pestis o de alguna otra bacteria similar como la que genera el carbunco. La mayoría apunta como culpable a la primera de ellas.

El control natural de las poblaciones de roedores lo constituían los gatos, pero por el sesgo religioso estos fueron asociados con la brujería, conllevando a la eliminación en masa de los felinos en Europa. Las insalubres ciudades feudales se infestaron con millones de roedores, el vector transmisor de la pulga.

Los pobladores asiáticos habían aprendido a predecir las epidemias de esta peste al advertir la muerte masiva de roedores en las calles, ello obedecía a que las pulgas infectadas mataban a sus huéspedes y sin tener más con que alimentarse, pasaban a alimentarse de los humanos y así sabían que se avecinaba la enfermedad, temida por su alta tasa de morbilidad y mortalidad. Los asiáticos sabían esto y tomaban las acciones necesarias al respecto; es más, ni en China ni en India la enfermedad generó epidemias en el siglo XIV, pero sí en la católica Europa, donde los Papas habían convertido la religión en el principal factor para ayudar a diseminar la enfermedad, acompañado de la insalubridad propia de las ciudades.

La pandemia con un ritmo de expansión de entre 2 y 8 km por día, llegó primero a la ciudad de Mesina, luego a Florencia —donde solo sobrevivió una quinta parte de la población— para luego pasar al resto de Europa, en donde tuvo un desarrollo desigual, afectando unas poblaciones más que otras; hecho que puede explicarse por la existencia a gran escala de roedores, por ejemplo, en las ciudades alemanas de Hamburgo, Colonia y Bremen murió gran parte de la población, mientras que en el este del país apenas se registró la peste.

La gente comenzó a asociar las telas con la peste, pues las pulgas permanecían en ellas, así que comenzaron a quemar las ropas de los muertos y de los extranjeros; igualmente las profesiones en contacto con ratas fueron diezmadas, como carniceros, molineros y panaderos, mientras que las profesiones que las repelían apenas fueron afectadas, como toneleros, pastores o aceiteros. El pueblo hizo frente a la pandemia, mientras la iglesia culpó a los judíos, alegando que ellos habían envenenado el agua y mantenían complots secretos, y dirigió pogromos para masacrarlos; la Iglesia católica es la responsable de la primera eliminación de judíos a gran escala.

La gran pandemia demostró la completa ineptitud de la iglesia y de la nobleza para dirigir la sociedad, pues solo buscaba resguardar su poder y riqueza erigida sobre la servidumbre de millones de campesinos en Europa. El despertar de una nueva conciencia trajo consigo un gran movimiento cultural que se conocería como El Renacimiento, impulsado por la nueva burguesía revolucionaria que buscaba quitar el velo religioso del dominio de la sociedad, igualmente necesitaba hacer corresponder las ciencias con el impetuoso desarrollo de las fuerzas productivas para que estas ayudaran a potenciarla.

Segunda Entrega
La pandemia es el sistema 2


Las Epidemias Bajo el Capitalismo
Viruela, Gran Aliada de los Colonizadores Europeos

«El capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros» demostró Carlos Marx detalladamente en La llamada acumulación originaria del capital, haciendo añicos los cuentos infantiles sobre la remota minoría inteligente, trabajadora y ahorradora de la incipiente burguesía, contrario al tropel de holgazanes descamisados que derrochaban todo. Hace alusión allí a «la conquista, la esclavización, el robo y el asesinato; la violencia en una palabra», y su gran papel jugado en el surgimiento del capital y de las clases típicas de la sociedad moderna: burgueses y proletarios. Resume en unas cuantas líneas el significado de la conquista y colonización de América en el impulso al capitalismo en Europa. Sin embargo, en la brutal colonización del “nuevo continente” la espada no desempeñó un papel tan destructivo como la viruela, convertida por casualidad en una poderosa arma biológica que facilitó los objetivos de los colonizadores.

El notable éxito militar de Hernán Cortés en la rápida caída de la gran ciudad de Tenochtitlán se debió a tal arma. La viruela fue traída por uno de sus soldados en la expedición de Pánfilo de Narváez, quien arribó a México enfermo de ella. Los indígenas mesoamericanos no contaban con la inmunidad natural para hacerle frente, facilitándose una alta tasa de contagio y mortalidad. En pocas semanas miles de indígenas sucumbieron a la viruela; el mismo Cuitláhuac, penúltimo emperador azteca, falleció por causa de ella. Algunas recientes estimaciones epidemiológicas señalan que durante los primeros veinticinco años posteriores a la colonización del “nuevo continente”, más de un tercio de la población indígena murió a causa de la viruela.

La Pandemia por Gripe Española

La más mortífera de las epidemias modernas se presentó en pleno desarrollo de la Primera Guerra Mundial, pandemia que se le llamó “Gripe Española”, pues fue España un país hasta cierto punto “neutral” en la guerra y el único en reportar las muertes por la epidemia en su prensa, mientras que los imperialistas de los demás países la silenciaban y acallaban para que no interfiriera en el curso normal de la guerra. La “Gripe Española” o la influenza del H1N1, encontró en los sistemas inmunológicos de los soldados del frente (inmunosuprimidos por la ansiedad y el estrés de guerra, quienes permanecían hacinados en las húmedas trincheras) los huéspedes perfectos para proliferar, evolucionar y expandirse; se estima que aquella pandemia generó por lo menos 50 millones de muertos en el mundo, tasa de alta mortalidad que se explica por la coincidencia y colusión con otros microorganismos por las difíciles condiciones de vida y la generalizada desnutrición.

El origen exacto de aquel mortal virus sigue siendo aún turbio, se supone que este se originó en las bases creadas por la explotación capitalista agropecuaria de cerdos o aves de corral, cuyo centro de desarrollo estuvo en Kansas, Estados Unidos. Allí por casualidad después de la guerra, saldría el referente para la agricultura estadounidense, que presenció la aplicación generalizada de métodos de producción cada vez más mecanizados y de tipo industrial. En las condiciones de hacinamiento de las aves de corral o cerdos, el virus H1N1, que en circunstancias normales tendría un desarrollo y morbilidad muy lentos, logró evolucionar y hacer zoonosis en el hombre dadas las nuevas condiciones; gracias a la guerra se diseminó rápidamente, usando como vía de transmisión la alta tasa de migración humana y la rápida circulación de mercancías y material bélico en el periodo de guerra. En pocos meses el virus se expandió por el mundo y se convirtió en pandemia.

Pandemia por covid-19

En el mes de diciembre de 2019 en la ciudad de Wuhan, ubicada en la provincia de Hubei – China, comenzaron a aparecer simultáneamente elevadísimos casos de pacientes con neumonía, todos con una sintomatología común; la comunidad médica apuntó a un posible nuevo brote viral y comenzaron a difundirlo y a denunciarlo. La respuesta del gobierno de Wuhan fue reprimir duramente a los médicos por “difundir noticias falsas”; 8 de ellos fueron detenidos por la policía, entre ellos el doctor Li Wenliang, quien murió el 7 de febrero por complicaciones de covid-19. Su muerte generó ira e indignación en el pueblo de Wuhan, lo que obligó a una hipócrita declaración de arrepentimiento del propio gobierno para “resarcir los daños”. La maquinaria estatal china comenzó a funcionar solo hasta el 22 de enero, cuando se decretó la cuarentena y se movieron los hilos para tratar de frenar el brote, una maniobra retardada pues este logró saltar a otras provincias y a otros países.

Los orígenes de la ahora pandemia de la Covid-19 no son muy claros. Por un lado, el teatro maquiavélico de los gobiernos imperialistas enturbia el panorama con la acusación mutua de la liberación del virus por causa accidental o por su utilización como arma biológica. Asimismo, la comunidad científica solo ha logrado acertar en que la nueva cepa viral, al igual que el virus detrás del SARS del año 2003, puede tener su origen en un proceso de zoonosis natural, facilitado por las condiciones comerciales de animales vivos en mercados chinos, cuyo reservorio original está en los murciélagos.

El virus que causó la epidemia de SARS en el año 2003, se originó en los murciélagos y se transmitió a los humanos a través de Paguma larvata, también conocido como civeta; el nuevo coronavirus es muy similar en términos de secuencias del genoma a seis coronavirus descubiertos previamente en murciélagos, la nueva cepa coincide en un 85% con ellos 1 . La limitación de la comunidad científica para “cerrar el caso”, radica en encontrar el huésped o la especie intermedia del proceso de zoonosis, el cual puede ser probablemente algún tipo de animal hacinado en jaulas para ser vendido en los mercados húmedos de Wuhan. La nueva cepa nacida en Wuhan también tiene muchas similitudes con el brote de SARS en Guangdong en 2003, ya que los dos comenzaron en invierno; los casos iniciales se remontan a contactos con animales frescos y vivos en un mercado; ambos fueron causados por un coronavirus previamente desconocido.

1 Para más información ver: “Libro de Prevención del Coronavirus” Editor Jefe Wang Zhou, MD Médico Jefe del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades de Wuhan.

El Nacimiento del Capitalismo, es la a vez el Nacimiento de las Pandemias o Epidemias con Carácter Mundial

«De los siervos de la Edad Media surgieron los vecinos libres de las primeras ciudades; de este estamento urbano salieron los primeros elementos de la burguesía. El descubrimiento de América y la circunnavegación de África ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de la India y de China, la colonización de América, el intercambio de las colonias, la multiplicación de los medios de cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria un impulso hasta entonces desconocido y aceleraron, con ello, el desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición». Manifiesto del Partido Comunista

El desarrollo del capitalismo en Europa dio sus primeros pasos en Inglaterra a comienzos del siglo XVI, transformando de lleno toda la sociedad con la gran producción agroindustrial que arruinó y echó al olvido la vieja forma de producción aislada y dispersa de la servidumbre, iniciando así un rápido proceso de descomposición del campesinado, quien no tuvo más remedio que desplazarse e integrarse a las grandes urbes, proletarizarse. En las ciudades comenzó a operar la producción fabril, sobreviniendo una superpoblación que superó exponencialmente el número de las polis del antiguo mundo, pues las nuevas urbes ya no estaban habitadas por 500 u 800 mil habitantes, sino con varios millones, e incluso, como se aprecia hoy en las más pobladas del mundo, con decenas de millones de habitantes en una sola metrópoli, centuplicando los márgenes de las antiguas ciudades en hacinamiento, insalubridad y malnutrición, multiplicando a su vez los ingredientes indispensable para la proliferación de epidemias.

Federico Engels estudió dichas condiciones de la nueva clase obrera londinense, dato que consignó en su gran aporte Contribución al problema de la vivienda en 1873:

«Las ciencias naturales modernas han demostrado que los llamados “barrios insalubres”, donde están hacinados los obreros, constituyen los focos de origen de las epidemias que invaden nuestras ciudades de cuando en cuando. El cólera, el tifus, la fiebre tifoidea, la viruela y otras enfermedades devastadoras esparcen sus gérmenes en el aire pestilente y en las aguas contaminadas de estos barrios obreros. Aquí no desaparecen casi nunca y se desarrollan en forma de grandes epidemias cada vez que las circunstancias le son propicias. Estas epidemias se extienden entonces a los otros barrios más aireados y más sanos en que habitan los señores capitalistas».

El proletariado hacinado, mal nutrido y con un escaso acceso al sistema de salud, sumado a las condiciones del campesinado, el cual heredó todos los viejos fardos de la sociedad feudal, es decir, las condiciones insalubres de sus “chozas” y la malnutrición y nulo acceso al sistema de salud, demuestran que hoy al capitalismo, específicamente en su fase agónica imperialista, es la sociedad más insalubre y epidémica de la historia humana. En la esclavitud, una epidemia tenía una tasa de morbilidad de unos años para infectar todas las provincias de un Estado, en el feudalismo la gran peste negra tuvo una velocidad de 2 a 8 km por día, logrando afectar parte de dos continentes; hoy, en las nuevas condiciones de la internacionalización del capital y de la velocidad y masividad de los modernos medios de transporte, han colocado en bandeja de plata al mundo para que las epidemias se transformen en pandemias en cuestión de semanas.

En el capitalismo no solo se reproducen las epidemias a las que la humanidad está obligada a combatir, sino que añade nuevos factores nunca antes vistos, tal y como ocurre en la gran producción agroindustrial, donde se otorgan las condiciones artificiales para la creación de nuevas cepas virales súper-infecciosas y mortales; la destrucción desenfrenada de la naturaleza también ayuda a la proliferación de epidemias y además el sistema en su afán militarista, ha puesto sobre las ciencias la mordaza de la ganancia y las ha doblegado a su servicio para la creación de armas biológicas, con la modificación y mutación de los patógenos existentes y que hoy son almacenados en los laboratorios de los países imperialistas, a la espera de una gran guerra para lanzarlas sobre el enemigo.
La Pandemia es el Sistema

El sistema de explotación capitalista tiende a destruir las dos únicas fuentes de riqueza: la naturaleza y la fuerza de trabajo; tal es su ruin y deplorable misión en su insaciable sed de acumular ganancias. Pero paralelamente a la destrucción irremediable de cuanto le rodea, el sistema sienta las bases materiales para la creación de patógenos, microorganismos y virus que afectan gravemente la salud pública, con una tasa y velocidad no vistas antes en la historia, lo que casualmente contribuye a su objetivo destructivo y ruin. Se puede considerar que el sistema crea las epidemias o pandemias a partir de tres formas: 1) En la moderna producción agroindustrial, que hoy opera como enormes laboratorios donde nacen poderosas gripes; 2) A través de la ruptura del equilibrio entre el hombre y la naturaleza; 3) Por la creación artificial de patógenos con fines militares.

Producción agroindustrial

La moderna producción agroindustrial capitalista ha sido objeto de una seria preocupación entre muchos biólogos que han denunciado el papel insalubre y peligroso que la explotación irracional capitalista implica para la sociedad. El biólogo Robert G. Wallace ha denunciado claramente ese papel en su renombrado libro Big farms make big flu (Grandes granjas generan grandes gripes), publicado en 2016. Allí Wallace expone exhaustivamente la conexión entre la agroindustria capitalista y la etiología de las recientes epidemias, tales como la gripe aviar y la porcina.

La primera premisa de la creación de las plagas modernas en la producción agroindustrial con la utilización de monocultivos genéricos que incrementan el hacinamiento de cerdos o aves de corral en grandes granjas que actúan como laboratorios de creación de cepas virales. En dichas condiciones las gripes, que en condiciones naturales se desarrollarían lentamente, encuentran allí el mejor ambiente para evolucionar en corto tiempo, debido al periodo de vida fugaz de las aves sacrificadas para consumo y a la proximidad de numerosos huéspedes de la misma especie; lo que se traduce en un aumento en la virulencia de las nuevas cepas, característica que ahora se presenta como una ventaja evolutiva en los virus. Wallace en su libro afirma que tales condiciones fueron las causas del surgimiento de la gripe aviar H5N1.

Sobre aquellas dos condiciones, la agroindustria capitalista imprime un poderoso catalizador mediante la utilización de monocultivos genéricos con el fin de optimizar e incrementar la producción. Wallace señala:

«Los crecientes monocultivos genéticos de animales domésticos eliminan cualquier cortafuegos inmunológico que pueda existir para frenar la transmisión. Los tamaños y las densidades de población más grandes facilitan mayores tasas de transmisión. Tales condiciones de hacinamiento reducen la respuesta inmunológica. El alto rendimiento, que forma parte de cualquier producción industrial, proporciona un suministro continuamente renovado de susceptibles, el combustible para la evolución de la virulencia».

La ruptura del equilibrio entre el hombre y la naturaleza

La destrucción desenfrenada de la naturaleza, la deforestación, la caza indiscriminada y el calentamiento global, que vienen ocasionando una extinción masiva de especies no vista en millones de años en el planeta, juegan un importante rol en la generación de epidemias. Dichas circunstancias acentúan los vectores transmisores de epidemias ya existentes, entre ellas el más ejemplar es el mosquito, el cual se beneficia por el aumento de la temperatura a nivel mundial, facilitando su expansión a nuevos hábitats: la malaria, el dengue, el chikunguña, etc., ahora son frecuentes en muchas regiones donde antes no se conocían.

La deforestación de selvas vírgenes y el correspondiente desplazamiento de población nativa hacia el interior de los bosques desempeñan otro importante papel en la creación de epidemias, pues el capital obliga al hombre a entrar en contacto tanto con la vida silvestre como con sus reservorios virales; ya no mediante la caza, sino mediante una simple relación espontánea de las especies a las cuales se les invade sus hábitats. El ejemplo clásico de esta forma de generación de epidemias la encontramos en los recientes brotes de Ébola en África, cuyo reservorio viral natural se encuentra en los murciélagos residentes en el África occidental y central, tal especie actúa como portadora del virus pero no se ve afectada por él; no ocurre lo mismo con los demás mamíferos salvajes, como los primates y los duikers, que contraen periódicamente el virus y sufren brotes rápidos y de gran mortandad; ocasionalmente el Ébola también logra hacer zoonosis en el hombre, dando como resultados devastadoras epidemias cuya tasa de mortalidad casi siempre es superior al 50 por ciento.

En el mayor brote registrado, que continuó esporádicamente de 2013 a 2016 en varios países de África occidental, se produjeron 11.000 muertes. No es coincidencia que los dos más grandes brotes que se produjeron entre 2013–2016 en África occidental y del 2018 al presente en la República Democrática del Congo, hayan ocurrido precisamente cuando la expansión de las industrias primarias desplazó masivamente a los habitantes de los bosques, mientras perturbaban los ecosistemas locales. Tal hipótesis cobra fuerza para otros casos, ya que como explica Wallace:

«Cada brote del Ébola parece estar relacionado con cambios en el uso de la tierra impulsados por el Capital, incluso en el primer brote en Nzara (Sudán) en 1976, donde una fábrica financiada por el Reino Unido hilaba y tejía el algodón local. Del mismo modo, los brotes de 2013 en Guinea se produjeron justo después de que un nuevo gobierno comenzara a abrir el país a los mercados mundiales y a vender grandes extensiones de tierra a conglomerados agroindustriales internacionales».
Por la creación artificial de patógenos con fines militares

Muchos de los patógenos mortales almacenados hoy en laboratorios, bajo el supuesto de investigaciones “científicas”, buscan enmascarar su fin real de preparación de armas biológicas para futuras guerras. Casi todos los países imperialistas tienen laboratorios donde se modifican genéticamente los virus existentes para hacerlos más virulentos y letales, modificando también algunos tipos de bacterias mortales para crear súper-bacterias; este es uno de los hechos más aberrantes y visiblemente reaccionarios del insalubre e irracional sistema capitalista. Aún hoy, en muchos laboratorios se conservan copias de virus como la gripe española, la viruela, el Ébola y otros; de igual forma ocurre con cultivos de bacterias como el ántrax, la bacteria que genera el botulismo, el cólera y demás.

La aparición del “bioterrorismo” entraña un terrible peligro para la salubridad pública: en los atentados con ántrax en 2001 en Estados Unidos mediante el uso de “sobres contaminados” con esporas de la letal bacteria, se generaron 5 muertes y 17 heridos, un hecho reciente y bastante grave, pero de muy baja amplitud comparado con otros en la historia.

El referente más grave se encuentra en la guerra de Corea, donde el ejército de los Estados Unidos usó armas biológicas a gran escala. La Unión Soviética, la República Popular China y la República Democrática de Corea —en ese entonces países miembros del campo socialista— denunciaron internacionalmente aquel crimen demostrando cómo el ejército de los Estados Unidos y la CIA habían lanzado plumas contaminadas con ántrax, mosquitos y pulgas portadores de fiebre amarilla y volantes contaminados con cólera sobre Manchuria y Corea del Norte. Tales acusaciones se soportaron bajo las declaraciones de 25 prisioneros de guerra estadounidenses, quienes detallaron la “táctica inhumana” que causó miles de muertes civiles. En aquella guerra, los imperialistas yanquis llevaron a la práctica militar lo que los fascistas alemanes y japoneses solo habían logrado realizar experimentalmente con prisioneros de guerra. Para desarrollar tal variedad de armamento biológico, los mismos militares se afanaron por reclutar científicos nazis y japoneses después de la Segunda Guerra Mundial, recolectando además todo el material documentado sobre sus experimentos y sobre esa base crear su arsenal biológico.

El ejercicio bélico imperialista no se reduce a la utilización de microorganismos para crear epidemias y doblegar a los pueblos del mundo, sino que además elabora una carrera armamentista en su variante química. La Primera Guerra Mundial fue el escenario de ensayo de muchas armas químicas bajo la presentación de “gases tóxicos”, entre ellas las más famosas fueron el gas cloro y el gas mostaza. Aún hoy en la reciente guerra en Siria, o en la de Iraq contra Saddam Hussein, fueron usados gases tóxicos con resultados escalofriantes. Los imperialistas y sus ejércitos satélites almacenan millares de bombas con gases tóxicos en sus arsenales, entre ellos, los más letales son el VX y el gas Sarín.

En la guerra de Vietnam en los años 1966 a 1972, Estados Unidos lanzó más de 12 millones de galones de Agente Naranja (un herbicida con dioxina) sobre aproximadamente 1,82 millones de hectáreas en Vietnam del Sur, Laos y Camboya, con el objetivo de someter por hambre al pueblo vietnamita que se había levantado en su justa lucha de liberación nacional contra el imperialismo norteamericano. El gobierno de Vietnam estimó que el Agente Naranja causó la muerte de más de 500.000 civiles, las secuelas de tal arma aún son visibles hoy día, pues Vietnam es el país con los más altos niveles de defectos congénitos en niños, el más característico de ellos es la neurofibromatosis. Decenas de miles de soldados estadounidenses también se cuentan entre las víctimas del Agente Naranja.

Pero no son solamente los imperialistas estadounidenses los interesados en esta carrera criminal, sus rivales de Europa y Asia también trabajan en ello; por consiguiente las posibilidades de que surjan o sean liberados nuevos virus y bacterias fabricados o modificados en laboratorio no son meras especulaciones de gentes paranoicas. La única forma de acabar con el peligro de las pandemias es acabar con el sistema: la peor pandemia.
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