Un estallido social de larga ebullición
POR LILIA SOLANO
Texto de la conferencia presentada en la asamblea de Revista Ribla.
En diversos rincones del continente, a lo que estamos viviendo algunos sectores lo llaman un estallido. Sin embargo, el uso de ese apelativo es engañoso. Pareciera como si en sus momentos previos no se hubiesen dado ya luchas sociales y como si su ocurrencia nos hubiera tomado por sorpresa. Además, al hablar de estallido social se tiende a pasar por alto sus causas, como si las movilizaciones sociales respondiesen, a los caprichos de algunos actores sociales o a los avatares del tiempo.
La ebullición del malestar ciudadano es de vieja data. Esta reflexión, por lo tanto, se enmarca en la tesis de que nos estamos asomando a la consolidación de las ciudadanías subalternas cuyas demandas trascienden las urgencias puntuales que se han levantado a lo largo de la historia, en cuanto a mejores servicios públicos, incrementos de salarios mínimos, libertades ciudadanas, etc.
Ya es sabido que cuando se habla de subalternidad el énfasis recae sobre el problema de la dominación. Esta clarificación es importante porque nos permite avanzar en el análisis, de lo que ya habíamos trasegado cuando el acento recaía sobre el proletariado, cuando la definición se construía sobre las relaciones sociales en torno a la producción en defensa de las víctimas del capitalismo.
El lenguaje de la subalternidad alcanza a una diversidad mayor de actores. El proletariado sigue presente, pero ahora en atención a su precariedad, y juntamente con él otros más: las mujeres, los colonizados, los inmigrantes, los desplazados, los indocumentados, las diversidades, e incluso el mismo medio ambiente cuyos derechos jurídicos ya han empezado a ser reconocidos. En otras palabras, la densidad poblacional del espacio público se incrementa en razón del reconocimiento de nuevos sujetos que ejercen presión sobre la prevalencia del relato neoliberal.
Quizás lo novedoso, lo que lleva a que los más despabilados vean las actuales movilizaciones ciudadanas como estallido, es que de manera creciente los actores sociales, las ciudadanías en plural, van rompiendo los reductos individualistas del concepto de sujeto. Estamos yendo más allá de las fronteras de explotación y dominación que el capitalismo les impone a las dinámicas intersubjetivas.
La pluralidad de voces y de demandas es la marca distintiva en la actual movilización social. Si bien los medios suelen resaltar un rasgo sobre otros, por ejemplo, las cuestiones étnicas en Ecuador y Bolivia, las movilizaciones siguen teniendo a las ciudadanías plurales como sus protagonistas. Es así como se explica que una demanda específica e inmediata, una vez resuelta no apaga una movilización. La protesta contra el alza en el transporte urbano en Chile, o contra una reforma tributaria propuesta por el gobierno central en Colombia, por ejemplo, demostraron ser más que disparadores, lo que hicieron fue crear canales de expresión de un descontento más profundo. Incluso el mismo fenómeno es observable en las protestas en Cuba. El pasado 11 de julio miles de personas salieron a protestar por la economía, la escasez de alimentos, las respuestas gubernamentales al Covid-19 y las restricciones a las libertades. Sin embargo, esos factores ponen sobre la mesa el problema englobante que se resume en el bloqueo impuesto por Estados Unidos. Esto es, las protestas ciudadanas en el continente no se reducen a sus demandas puntuales. En el fondo persiste el problema mayúsculo de la dominación.
Desde ese mismo fondo de dominación surge el levantamiento plural de la subalternidad. Y es aquí donde los levantamientos ciudadanos de hoy en América Latina dan fe de una ruptura epistemológica de gran calibre. Antes que reclamar libertades y titulaciones ciudadanas inspiradas en la tradición moderna eurocéntrica, la subalternidad latinoamericana parte de “la primera persona esclavizada” por la dominación neoliberal. Estoy aquí parodiando a Víctor Figueroa1 quien, en un extenso estudio de la revolución de los esclavos en Haití de 1791, sostiene que el concepto de libertad que motivó el levantamiento de los esclavos de Saint-Domingue fue “el primer africano en cadenas”, y no una idea abstracta de libertad concebida en Europa.
En efecto, el alza del transporte público en Chile desemboca en una Asamblea Constituyente con una lideresa mapuche como su presidenta. Se busca deshacer un legado de dominación impuesto por la dictadura de Pinochet, y abrir el país a escenarios más igualitarios en los que, por ejemplo, los pueblos originarios jueguen papeles determinantes. Una protesta contra una propuesta de reforma tributaria en Colombia le da paso al protagonismo de pueblos originarios como los Misak y los Nasa, y se empieza a reescribir la historia del país desde las tradiciones heredadas que proponen los indígenas como rectificación simbólica de esa historia. De paso, el edificio autoritario de la extrema derecha en el poder se resquebraja de manera irremediable. Perú elige a un docente indígena a la primera magistratura del país con tal legitimidad que el fujimorismo hace acopio de sus fuerzas para impedir de manera fraudulenta no solo que sea ungido como presidente de ese país, sino que se abra una puerta al desmantelamiento de la imposición del mercado por sus libretos neoliberales. Bolivia recupera su dignidad, precisamente con el liderazgo de pueblos originarios. ¿Qué es todo esto sino la captura del poder por parte de quien viene siendo una de esas primeras “ciudadanías en cadenas”? Insisto en que las movilizaciones ciudadanas en el continente, más que un estallido social, constituyen salidas a un descontento de larga ebullición que se inspira, no en una idea de libertad y democracia funcional al marco neoliberal, sino que establece una ruptura con ese esquema de dominación y se distancia del sometimiento al que ha estado condenada América Latina.
Conquistas sociales ¿triunfos del capitalismo?
En términos históricos el capitalismo es un ordenamiento económico, social y político joven, no parece serlo si se le concibe en términos de lo que Adam Smith consideró ser la fuerza motriz del ser humano: la codicia. Su supervivencia reside en su enorme inventiva para reimaginarse cada vez que uno cree que ha entrado en crisis. Uno se siente tentado a pensar que esa alta capacidad de reacomodamiento proviene de la centralidad de la dinámica económica en la vida social y política de individuos y comunidades. Sin embargo, el asunto parece ser más complejo. Lo económico constituye, antes bien, un peldaño en el ascenso hacia la dominación.
Para el caso colombiano, las movilizaciones sociales de 2021 coincidieron con la conmemoración del aniversario número 30 de la actual Constitución Nacional. Este nuevo ordenamiento respondió a las demandas ciudadanas que en las décadas anteriores venían reclamando la oxigenación del espacio político anquilosado por el monopolio de las castas superiores en el poder. La casi nula posibilidad de participación política fue una de las causas de la insurgencia armada. No obstante, y al mismo tiempo que la Carta Magna de 1991 abría el espacio público al reconocer la diversidad de sus actores, adecuaba al país a las exigencias del mercado revestido ahora de su capa neoliberal. No es de extrañar, por lo tanto, que la insurgencia armada hubiera continuado jugando su papel hasta tiempos más recientes. Así las cosas, una conquista social no parecía ser otra cosa que un nuevo triunfo de un modelo que ya había probado ser el causante del malestar social.
Queda, entonces, la pregunta de si acaso las movilizaciones sociales y sus conquistas son antesalas a reediciones de la dominación que asfixia a la subalternidad. Cabe aquí mencionar dos factores más que son característicos de las movilizaciones recientes. Uno tiene que ver con el liderazgo. En esta ocasión no estamos viendo que la ciudadanía se levante bajo la bandera de un líder claramente perceptible, o discernible. Pero tampoco se puede decir que se trate de movilizaciones acéfalas. Los liderazgos son cada vez más plurales.
El segundo factor común es el de la respuesta del Estado. En casi todas partes, y mayormente en Colombia, el Estado ha tomado la iniciativa de la violencia. La fuerza pública está cada vez mejor apertrechada y da muestras cada vez más claras que su orientación es la confrontación bélica. A esto se suma el discurso sesgado de los medios de comunicación que, en el mejor de los casos, ponen en un plano de igualdad a la violencia policial y a la ciudadana. Se justifica así la tendencia de los gobiernos centrales a no dialogar con las ciudadanías sino a, antes bien, considerarlas sus enemigas a las que hay que, ya no reprimir, sino combatir y en casos como el colombiano no dudan en asesinar. Las ciudades y las zonas residenciales se convierten de esa manera en campos de batalla. En Colombia, con su larga historia de criminalización de la protesta social a la que el Estado siempre asoció a la insurgencia armada, ahora responde con violencia criminal contra la movilización y la protesta.
Liderazgos sociales plurales y respuestas bélicas por parte del Estado plantean nuevas coyunturas a la hora de discernir los pasos a seguir. Estas coyunturas oscurecen aún más la capacidad ciudadana de avizorar un futuro. Tomando como ejemplo la revolución haitiana de 1791 y el papel central de su líder y creador del Estado de Haití, Toussaint Loverture, Figueroa sostiene que esa incapacidad para abrirse paso en las nieblas de la historia y empujar hacia un futuro deseado llevó a que Louverture reeditara la esclavitud que había combatido. El afán del líder haitiano era el de granjearse la buena voluntad del colonizador para lo cual le era imprescindible seguir proveyéndole la materia prima que había llevado a Francia a convertir a Haití en el infierno de esclavitud contra el que se habían revelado los esclavos de Saint-Domingue liderados por Louverture. En síntesis, al colonialismo siguió un poscolonialismo neocolonial. Así como la naciente Haití de finales del siglo XVIII no pudo imaginar un futuro que no fuera colonial en versiones novedosas y amables (que no lo fueron), de manera similar pareciera como si los movimientos sociales no pueden percibir un porvenir que no sea el de sentarse a una mesa de negociaciones con quienes le niegan sus identidades y derechos a la participación pública.
En la novela cumbre de Manuel Zapata Olivella, Changó, el gran putas,2 buscando claves que permitan atisbar un posible escenario futuro. En Zapata Olivella lo que descubro es una epopeya del negro africano y de las Américas en procura de su liberación. Allí reside la primera clave, a saber: la movilización subalterna será de dimensiones continentales o no habrá movilización alguna. Esta es una clave que se hace evidente al punto que las voces del establecimiento procuran minimizarla. Las ciudadanías en el continente han descubierto sus lazos comunes y sus vasos comunicantes al punto que una movilización en Santiago es una movilización en Bogotá. La subalternidad ya está en América Latina.
Un segundo factor que resalta Zapata en su epopeya de liberación ya ha sido resaltado por otros estudiosos que no necesariamente tienen que conocer el trabajo del escritor colombiano. Me refiero al espacio que ocupa el oprimido. Las movilizaciones ciudadanas dan pie a que las calles se conviertan en escenarios de violencia. Sin embargo, cuando la violencia es ejercida por la fuerza púbica y como resultad de su iniciativa, se trata de un uso, no solo legítimo, sino también legitimado de la fuerza. Si son los subalternos los que hacen sentir su fuerza en las calles, ya no se cuenta con el mismo manto de legitimidad. Si bien en este caso la raza no es un factor que incida, sigue operando la observación de Zapata en el sentido de que al subalterno se le niega hasta su espacio. Al ocuparlo por iniciativa propia, así como el negro en Zapata se apropia del espacio que le ha sido negado, la subalternidad no solo se hace visible, sino que también echa mano de sus propios procesos identitarios. Se afirma como sujeto social con voz propia, con métodos propios y con su propio asiento en la mesa de deliberaciones junto con quienes no son más que agentes de un ordenamiento de exclusión.
El tercer factor que las movilizaciones sociales evidencian y que permiten propuestas de futuro se percibe en lo que, en el caso del Changó de Zapata Olivella, es la dimensión espiritual en la lucha de las negritudes. Lo simbólico alude a un universo que no es perceptible con los instrumentos con los que se capturan dinámicas concretas como, por ejemplo, una demanda ciudadana. Por esa vía, las movilizaciones han visto momentos de inspiración en iniciativas como, por ejemplo, nombrar de nuevo un parque, una avenida, una estación del transporte público. Es como si la lucha fundara de nuevo el mundo siguiendo el mito fundante según el cual el mundo fue constituido por la palabra. Pueblos originarios que derriban estatuas del conquistador genocida, abren el espacio para que no solamente un lugar específico en una ciudad, sino todo un capítulo extenso de la historia tenga la oportunidad de nacer de nuevo bajo una denominación que la haga justicia a la lucha que se libra.
Un cuarto y último factor de propuesta de escenario futuro posible que aporta el Changó de Zapata Olivella tiene que ver con la ecumenicidad de las luchas emancipatorias. En la obra del escritor cartagenero la liberación no se reduce a la lucha del afrodescendiente. Hay, por el contrario, una fraternización con los pueblos originarios, con los mulatos, con los mestizos y hasta con los blancos. Figueroa cita un ensayo por Zapata Olivella titulado Las claves mágicas de América Latina en las que el escritor colombiano afirma que, en últimas, el factor común de los oprimidos es el de clase, pero sin hacer a un lado el de la raza.3 De manera similar, las movilizaciones actuales en el continente han puesto en primer plano la pluralidad de rostros y voces que conforman la subalternidad. El protagonismo que uno de esos actores puede asumir en un momento determinado no marca una línea de exclusividad que pueda invisibilizar otros actores participantes en las dinámicas de demandas ciudadanas. Recordando lo que señalé arriba, el factor de dominación es el que aglutina a los subalternos en frentes que les son comunes.
Estamos ante nuevas ciudadanías conformadas por subalternos que se apropian de sus dinámicas de construcción como sujetos sociales. Entonces que la caminata marque ahora la búsqueda de un futuro de emancipación continental, de recuperación del espacio público por parte de la subalternidad, de renovación simbólico-espiritual y de dimensiones ecuménicas, plurales, no excluyentes. Así se combate la sombra neocolonial que aún se cierne sobre nosotros con su amenaza de aplastar la dinámica social.
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1 Victor Figueroa, Prophetic Vision of the Past: Pan-Caribbean Representations of the Haitian Revolution, Ohio State University, 2015.
2 Manuel Zapata Olivella, Changó, el gran putas, Bogotá: Ministerio de Cultura, 2010.
3 Víctor Figueroa, op. cit., p. 210.
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