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ACELERAR EL COLONIALISMO: CONJURARSE CONTRA PALESTINA

El genocidio no será un crimen inconmensurable, sino el prólogo de la prosperidad y un factor de acumulación, en que hablar del «valor de Gaza» será referirse bajo otro nombre a la destrucción de Palestina

La visión del Fondo para la Reconstitución, la Aceleración Económica y la Transformación de Gaza (Great Trust) - Communis / The Conversation

Alberto Toscano
diario-red.com 19/10/25 |6:00

Los nuevos planes para Gaza son el fiel diagrama de un futuro que es la antítesis de la justicia, la igualdad o la liberación, tanto para los palestinos como para los pueblos de todo el mundo; un futuro en que el genocidio no será un crimen inconmensurable, sino el prólogo de la prosperidad y un factor de acumulación, en que hablar del “valor de Gaza” será referirse bajo otro nombre a la destrucción de Palestina. Sólo si nos empeñamos en la expropiación y la destitución de los déspotas del capital podremos impedir que nuevas rondas de acumulación exterminadora proyecten su sombra sobre la tierra. Esos déspotas se están conjurando para hacernos prescindibles. Nosotros deberíamos conjurarnos para hacerlos prescindibles a ellos.

Saqueadores del mundo; ahora que no les van quedando tierras que devastar, miran al mar: si el enemigo es rico, se muestran codiciosos; y si es pobre, se comportan como déspotas, pues no los han saciado sus conquistas en Oriente u Occidente. Son los únicos que codician con igual ansia las tierras ricas y las pobres: roban, asesinan, saquean, y a eso dan el falso nombre de imperio; donde lo arrasan todo, dicen que hacen la paz. - Tácito, Agrícola [i]

Lo hermoso de Gaza es que nuestras voces no le llegan. Nada la distrae; nada aparta su puño de la cara del enemigo. Ni siquiera las formas del Estado palestino que estableceremos, ya sea en el lado oriental de la Luna o en el lado occidental de Marte cuando se explore. - Mahmoud Darwish, «Silencio por Gaza» [ii]

A finales de septiembre, el gobierno de Trump dio a conocer su plan de 21 puntos para poner fin al «conflicto de Gaza». Durante los últimos ocho meses, el obsceno «plan de desarrollo de Gaza» promovido por Trump, según el cual el devastado territorio se convertiría en la «Riviera de Oriente Medio» —acompañado de la ahora omnipresente y delirante alucinación generada con ayuda de la IA sobre qué aspecto tendría— ha servido de punto de referencia permanente para la campaña de depuración étnica y genocidio llevada a cabo por Israel. Netanyahu y sus ministros se deleitaron en el hecho de que la ontología inmobiliaria del plan —tal como Brenna Bhandar y yo describimos en nuestro artículo «Dominación sin hegemonía: Trump y el imperialismo inmobiliario»— dejara de lado el derecho internacional y contemplara el traslado total de la población como preludio de un auge inmobiliario.

Quizás en ello radique la función clave tanto de ese «plan» como de tantos otros: la gestión estratégica del tiempo político. Armados con lo que sirve más de diagrama para el despojo que de proyecto para un nuevo orden, Israel, Estados Unidos y las potencias aliadas o cómplices siguen adelante con sus guerras de exterminio y acumulación como si estuvieran gobernadas por un telos discernible, una especie de final de la partida. En ese sentido, esos planes sirven de complemento de la otra técnica de la política colonialista de Israel en materia de tiempo; a saber, negociaciones (entre ellas las que desembocaron en los propios acuerdos de Oslo) pérfidamente orquestadas como si se tratase de una operación psicológica internacional concebida con el objetivo de debilitar al enemigo, perpetuar la violencia expoliadora y amortiguar oleadas de deslegitimación cada vez más fuertes. Como se reconociera nada más y nada menos que en The Economist, «las conversaciones sobre el futuro sirven al exclusivo propósito de que Israel gane tiempo para crear en el presente una realidad alternativa». Como ha observado el analista político palestino Abdaljawad Omar, las negociaciones no son más que otra modalidad de guerra perpetua —o pacificación perpetua— a través de la cual Israel espera​ «que se agote la indignación mundial del mismo modo que espera que se agote la resistencia palestina: mediante la dilación, la confusión, la normalización del colapso y, por supuesto, mediante la coacción a través de la instrumentalización del antisemitismo».

El cálculo diplomático —es decir, la necesidad de obtener el consentimiento y la participación de Egipto, Turquía, Jordania y los Estados del Golfo— ha atenuado el extremismo patrimonial de la propuesta original. En febrero, en declaraciones a la prensa a bordo del Air Force One, Trump había dicho de Gaza: «Imagínensela como un gran sitio inmobiliario del que Estados Unidos será dueño y que urbanizaremos despacio, muy despacio, no tenemos prisa, hasta llevar la estabilidad a Oriente Medio.» En una entrevista posterior con Fox News, en la que confirmó que semejante adquisición de Gaza anularía cualquier derecho de retorno de sus habitantes palestinos, Trump pareció transferir la propiedad del territorio de Gaza de manos del Gobierno de Estados Unidos a las suyas propias: «Construiremos comunidades seguras, un poco más lejos de donde están ahora y donde está concentrado todo ese peligro. Entretanto, sería yo el propietario. Imagínenselo como un futuro proyecto inmobiliario. Sería un terreno precioso. Sin necesidad de gastar mucho dinero.» La utopía del promotor inmobiliario Trump, para quien la inhabitabilidad de Gaza era en sí misma una condición para su transformación en una lucrativa propiedad, no se ha movido de su lugar: en una cumbre sobre renovación urbana celebrada en septiembre en Tel Aviv, el ministro israelí de Finanzas, Bezalel Smotrich, anunció una inminente «bonanza inmobiliaria» y afirmó: «Hemos llevado a término la fase de demolición, que es la primera fase de toda renovación urbana; ahora tenemos que construir.» Y añadió: «Hemos invertido enormes sumas en esta guerra. Tenemos que ver cómo dividimos la tierra en porcentajes.» Pero mientras esa lógica inmobiliaria del genocidio («la fase de demolición») persiste en la mente y el comportamiento de los principales actores, el plan anunciado en septiembre por Trump y algunas de las propuestas más detalladas que lo precedieron y prepararon —concretamente, los documentos filtrados en que se recogen los pormenores sobre la Autoridad Internacional de Transición de Gaza (GITA) del Instituto Tony Blair y el Fondo Fiduciario para la Reconstitución de Gaza, la Aceleración Económica y la Transformación (GREAT), vinculado a la Fundación Humanitaria de Gaza— incorporan esa lógica en un diseño neocolonial más amplio. Es mi intención demostrar que semejante designio es tanto un síntoma como una prueba de los íntimos vínculos y las afinidades electivas que existen entre las utopías aparentemente marginales de la extrema derecha —especialmente en sus inclinaciones «tecnofascistas»— y las ideologías y prácticas fundamentales del imperialismo contemporáneo. A un nivel más profundo, lo que podemos ver en esos diagramas para el despojo es el nexo entre acumulación y exterminio, la lógica genocida de la llamada «acumulación primitiva» recursiva; es decir, una prominente dimensión de las relaciones de destrucción del capitalismo. [iii]

Para Trump y sus ideólogos, voceros y aliados, Gaza debe convertirse en un espacio meticulosamente vigilado y despolitizado, es decir, pacificado, para la circulación, el consumo y la producción de capital

Esos planes para lo que el más reciente documento presentado por Trump denomina «Nueva Gaza» —en sí mismos un vasto género que antecede al genocidio y acompaña su desarrollo desde múltiples perspectivas— son una especie de palimpsesto recombinante de técnicas coloniales de pacificación, despojo, dominación y expulsión. Todos ellos incorporan 1) marcos de gobernanza que dejan sin efecto las reivindicaciones palestinas de autonomía, soberanía o libre determinación; 2) la producción de espacios neocoloniales (Gaza como «zona» o «centro»); y 3) una visión capitalista del desarrollo especulativo y extractivo que anula cualquier otra reivindicación y experiencia en relación con la comunidad, la cultura y el territorio palestinos. La visión que resulta de todo ello es la de un espacio meticulosamente vigilado y despolitizado, es decir, pacificado, para la circulación, el consumo y la producción de capital. Gaza es no sólo un «ensayo para el futuro» en cuanto laboratorio planetario para ejercer una violencia genocida tecnológicamente refinada sobre poblaciones «desechables» —como han denunciado el Presidente colombiano Gustavo Petro y muchos otros comentaristas—, sino también, como demuestran esos «planes», un ensayo de modalidades neocoloniales de sojuzgamiento aplicables a los nuevos regímenes de acumulación de capital.

El plan de 21 puntos de Trump, que suaviza las formas de autoridad más desfachatadamente coloniales esbozadas en los documentos de la GITA y el GREAT y pone nominalmente rienda a los impulsos expansionistas de Israel («Israel no ocupará ni anexionará Gaza»), comparte sin embargo la exigencia mínima, por así decirlo, de todas esas visiones de sojuzgamiento; a saber, la desmilitarización y la despolitización radical del espacio palestino. Como se establece en el plan, «Gaza quedará bajo el mando de un gobierno transitorio temporal ejercido por un comité palestino tecnocrático y apolítico». Dicho gobierno estará bajo la supervisión de una «Junta de Paz», presidida por Trump con el apoyo de Tony Blair y otras personas no identificadas. Nótese lo sintomático de la necesidad de duplicar lo temporal con lo transitorio, lo tecnocrático con lo apolítico, de modo que no quede ninguna duda acerca de que, en este caso, «gobierno» es la antítesis de administración autónoma. Por encima de todo, debe eliminarse hasta la sombra de toda resistencia anticolonial; la «nueva Gaza» habrá de ser una «zona desradicalizada y libre de terrorismo», condición negativa para la única visión «positiva» de Gaza; es decir, como «zona económica especial» con «tipos de aranceles y tasas de acceso preferenciales». La cota que se deberá alcanzar es la de las «milagrosas ciudades modernas de Oriente Medio», y ello mediante un método consistente en «sintetizar los marcos de seguridad y gobernanza para atraer y facilitar las inversiones». Como observara Daniel Lévy, ese documento se asemeja a «la carta fundacional de una versión de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales en pleno siglo XXI» y constituye «un intento de añadir una nueva capa de ocupación internacional del pueblo palestino, además de la de Israel».

El plan presentado por el Instituto Tony Blair para la Autoridad Internacional de Transición de Gaza es una propuesta mucho más detallada que la contenida en el documento deliberadamente genérico de Trump. Como ha señalado Arnaud Miranda, en dicho plan se concibe a Gaza como «laboratorio para una nueva gobernanza tecnoimperial». Su organigrama de la autoridad de transición —descrito en detalle, presupuestado y programado— es lo contrario de una constitución política: Gaza no tendrá ciudadanos; cuando mucho tendrá habitantes o sujetos bajo tutela. Se trata, en cambio, de una estructura para un experimento de dominación empresarial de naturaleza neocolonial. El máximo órgano político de la autoridad —nombrado, como se nos indica de manera risible, por «consenso internacional»— es una junta con un presidente.

En su diseño, la autoridad de transición de Blair es un ejemplo consumado de cómo las ideas dominantes hoy en día son las ideas de la clase dominante: inmediatamente por debajo de la prerrogativa ejecutiva de Blair, que ha llevado a muchos a echar mano al apodo de «virrey de Gaza», dos de los miembros propuestos para la junta son multimillonarios: Marc Rowan, propietario de capital de riesgo, quien ha desempeñado un papel clave en los esfuerzos del gobierno de Trump por acabar con la solidaridad con Palestina y amordazar el pensamiento crítico, y Naguib Sawiris, magnate egipcio del sector de las telecomunicaciones, la tecnología y los bienes inmobiliarios. Además de la tecnócrata holandesa Sigrid Kaag, el otro posible miembro de la junta es Aryeh Lightstone, empresario y rabino, figura clave en los Acuerdos de Abraham y uno de los fundadores de la denominada Fundación Humanitaria de Gaza, descrita por Médicos Sin Fronteras como un «sistema de inanición y deshumanización institucionalizadas»; cabe señalar que el mayor financiador del Instituto Tony Blair, al ritmo de 500 millones de dólares, es Larry Ellison, amigo íntimo de Blair y también el mayor donante privado del ejército israelí y, por conducto de su empresa Oracle, figura clave en la integración del sector tecnológico con el gobierno de Trump, quien se dispone, junto con su hijo, a hacerse virtualmente con el monopolio sobre los medios de comunicación estadounidenses. Como señalara Ammiel Alcalay en Middle East Eye, la GITA prevé «la corporativización de todo un pueblo traumatizado bajo el “liderazgo” de multimillonarios».

En ese rutilante panorama de ilimitada heteronomía, la Junta, con su propia fuerza de seguridad especial, supervisaría y controlaría a una «autoridad ejecutiva palestina» (que no deberá confundirse con la Autoridad Palestina actualmente en funciones en Ramala), la cual carecerá de todo poder ejecutivo, tendrá poca o ninguna autoridad y se verá obligada a renunciar a toda reivindicación nacional palestina. En realidad, las únicas reivindicaciones que, según el plan, podrán hacer los palestinos serán las que hagan en cuanto propietarios. La GITA prevé el establecimiento de una «Dependencia de Preservación de los Derechos de Propiedad» cuya presunta función consistirá en «garantizar que toda partida voluntaria del territorio Gaza por cualquiera de sus residentes durante el período de transición quede documentada, esté amparada por la ley y no comprometa el derecho de la persona a regresar o conservar la propiedad». El hecho de que todo se plantee en términos de «partida voluntaria», junto con la vaguedad sobre cómo se podrían adjudicar las «reivindicaciones de propiedad transitorias», es harto sintomático.

La tecnocracia liderada por multimillonarios esbozada por la GITA de Blair adquiere un lustre más tecnofuturista en el ya mencionado GREAT, o Fondo Fiduciario para la Reconstitución de Gaza, la Aceleración Económica y la Transformación, cuya presentación en PowerPoint, distribuida en la Casa Blanca, causó no poca consternación luego de haberse filtrado. Como ha señalado la académica palestina Rafeef Ziadah, «el documento se hace eco del plan “Gaza 2035” promovido por el Primer Ministro israelí Benjamin Netanyahu… la propuesta de 2024 por la cual se concebía a Gaza como un centro logístico saneado, vinculado al megaproyecto Neom de Arabia Saudita y despojado de toda presencia palestina de algún valor».

Ilustrado generosamente con gráficos de inteligencia artificial y de inversión, el GREAT se sitúa a medio camino entre el plan de gobierno de Blair y «Gaza, Inc.», la «modesta propuesta» presentada anteriormente por Curtis Yarvin, bloguero de extrema derecha y asesor de la Casa Blanca.

En su fantasía distópica, Yarvin imaginaba una concepción de la soberanía totalmente corporativizada y privatizada que «abandonaría» los parámetros mismos del derecho internacional o la política democrática, según el modelo de Próspera, la «ciudad estatutaria» de Honduras financiada por capitalistas de riesgo como Peter Thiel, Balaji Srinivasan y Marc Andreessen. Para Yarvin, una condición indispensable para convertir a Gaza en «la primera empresa soberana en unirse a las Naciones Unidas» no es sólo deportar a su población, sino también abolir sus títulos de propiedad sobre sus tierras, abstrayéndose en cambio en un token fungible. Como declarara Yarvin:

Sin sus residentes (o, lo que es más importante aún, sin su complejo laberinto de títulos de propiedad de la época otomana), Gaza vale mucho más que con sus residentes, incluso para sus propios residentes. Se trata de 140 millas cuadradas de bienes inmuebles mediterráneos, libres de títulos, demolidos y desminados a un costo de quizás diez mil millones de dólares. Su territorio se convertiría así en la primera ciudad estatutaria respaldada por la legitimidad de Estados Unidos: Gaza, Inc. Símbolo bursátil: GAZA.

Al igual que Blair, Yarvin desea que sean multimillonarios sionistas quienes estén al mando, pero va tan lejos como para proponer que la «gira promocional» de esa oferta pública inicial esté a cargo de Adam Neumann, multimillonario israelí-estadounidense y cofundador de WeWork. El núcleo de esa visión especulativa de la privatización como pacificación es la idea de que «todos los títulos de propiedad inmobiliaria tienen en la guerra su bloque de génesis». (El bloque de génesis es el primer bloque de una cadena de bloques, el libro mayor distribuido de transacciones en el que se basan las criptomonedas).

El plan del GREAT (subtitulado «De un apoderado iraní demolido a un próspero aliado abrahámico»), al igual que propuestas afines, es también una recapitulación, recombinación y aceleración de múltiples formas y dispositivos de dominación que surgen de la historia del capitalismo racial colonial. En cuanto nodo de lo que denomina «el tejido abrahámico» de esa región imperial, la forma política que adoptará Gaza es la de una «tutela multilateral liderada por Estados Unidos». Según se nos dice, el Fondo Fiduciario gobernará Gaza «durante un período de transición hasta que una comunidad política palestina reformada y desradicalizada esté lista para tomar el relevo». Para poner en funcionamiento esa estructura de gobernanza antipolítica —la maquinaria que habrá de anular la soberanía palestina—, basada en la voluntad de los subalternos de madurar hasta convertirse en clientes dispuestos y pacíficos, el GREAT incluye sus propias producciones de espacio neocolonial, es decir, lo que denomina «zonas de transición humanitaria libres de Hamás». Presentadas junto con mapas de operaciones, esas «zonas de transición humanitaria», que serán gestionadas por la Fundación Humanitaria de Gaza y posteriormente por un «marco híbrido de seguridad», son descendientes no muy lejanas de la práctica británica de reasentamiento en «nuevas aldeas» en Kenya y Malasia, la política francesa de regroupement en Argelia y la propia estrategia estadounidense de «aldeanización» en Vietnam. En una demostración de la más absoluta continuidad en el imaginario dominante de la contrainsurgencia, el diseño de la «Nueva Gaza», con sus campos de golf y sus zonas verdes, se inspira en la historia de la guerra social en la propia metrópoli imperial. Como puede leerse en una de las diapositivas: «Al igual que la estrategia de Haussman en el París del siglo XIX, este plan tiene como objetivo abordar una de las causas fundamentales de la actual insurgencia en Gaza: su diseño urbano.» Afortunadamente, la disciplina espacial puede complementarse hoy con el control cibernético, desde el momento en que «todos los servicios y la economía de esas ciudades se realizarán a través de un sistema digital basado en la identificación y alimentado por la inteligencia artificial».

La «reimaginación» de Gaza es la apoteosis de la fusión entre capital y gobierno autoritario

Sin embargo, el GREAT tiene un horizonte mucho más amplio que la mera gestión de la pacificación tras el genocidio. En el lenguaje vertiginosamente insustancial de los visionarios del capital de riesgo, se habla de recaudar miles de millones en inversión público-privada, empleando para ello un «innovador modelo de financiación» que comprenda algún tipo de «fideicomiso de tierras» «tokenizado», cuyos rendimientos se invertirían en un «Fondo Patrimonial para Gaza». El valor de Gaza, estimado actualmente en cero dólares, aumentaría en diez años a más de 300 000 millones de dólares (acompañado de «un millón de puestos de trabajo»). Para la visión del GREAT es fundamental la idea de Gaza como «centro neurálgico» de un vasto complejo regional de carácter logístico, extractivo y productivo capaz de competir con China. El establecimiento de la «Nueva Gaza» serviría para acelerar la integración rentable del Corredor Económico India-Oriente Medio-Europa (IMEC) y transformar la Franja en el «centro de la arquitectura regional proestadounidense», que asegure el poder económico, político y militar sobre la circulación de energía, capital y materias primas (a ese respecto, se presta especial atención a los «minerales de tierras raras»). Como sostiene Ziadah, lo que «se tiene en mente no es la recuperación de los residentes [de Gaza], sino la conversión de Gaza en un centro logístico al servicio del IMEC», «una administración fiduciaria corporativizada para el capital global». En el GREAT —concluye Ziadah—, «Gaza se describe menos como una sociedad que como un activo en dificultades que hay que revender. Se trata del capitalismo del desastre en su forma más aguda. Es la devastación reformulada como condición para la ganancia especulativa».

La «reimaginación» de Gaza se diría la apoteosis de esa fusión entre capital y gobierno autoritario que define, para la mayor parte de la reacción global, el «milagro» de esas «ciudades milagrosas» de Oriente Medio. Convertida en tabula rasa por el genocidio israelí, Gaza renace de la mano de diez «megaproyectos» entre los cuales no es casual que figuren una llamada autopista circular MBS (así bautizada en honor del potentado saudí Mohammed bin Salman), una llamada autopista central MBZ (que lleva por nombre las iniciales de Mohammed bin Zayed Al Nahyan, gobernante de Abu Dabi), una zona de fabricación inteligente Elon Musk y la Riviera Trump de Gaza, a la que se añadirían islas artificiales. Centros de datos, gigafábricas de vehículos eléctricos, un puerto de aguas profundas, oleoductos y gasoductos: están presentes todos los elementos propios de la acumulación del siglo XXI. En cuanto a la tierra, no sólo son efímeros los derechos de propiedad de los palestinos, sino que el plan, al calcular los costos y beneficios relativos de las viviendas temporales en la Franja (financiadas a crédito y con terrenos públicos como garantía) y el reasentamiento «voluntario», arguye con razones directamente económicas en favor de la depuración étnica, en apoyo de lo cual señala que se ahorrarían 500 millones de dólares por cada 1 % de la población reasentada, lo que «aumentaría el valor de Gaza». También se nos dice que el Fondo Fiduciario conservaría entre el 30 % y el 40 % de la propiedad de las tierras de Gaza. A la luz del escolasticidio, no deja de ser revelador que entre las disposiciones relativas a la impartición de enseñanza en Gaza en ningún caso se contemple el restablecimiento de la educación superior y que, de hecho, toda la enseñanza secundaria se designe como enseñanza «profesional». (Esto último quizás esté relacionado con el hecho de que se prevé que la zona industrial EV emplee mano de obra «cualificada (de bajo costo)»).

En esa panoplia de planes —cuyas intenciones, ideología, circulación y personal se solapan— asistimos a la espantosa cristalización de las relaciones de destrucción que gobiernan el actual momento. Frente a las secuelas del genocidio, lo justifican e integran retroactivamente como condición indispensable para una nueva ronda de integración imperial regional, acumulación y desarrollo. En el futuro perfecto que subyace a la temporalidad especulativa de los planes, el genocidio habrá sido el preludio necesario para un luminoso futuro de expansión inmobiliaria especulativa, integración logístico-extractiva y hegemonía regional: el genocidio, por tanto, habrá roto la espiral de «desdesarrollo» de Gaza para hacer posible una «Nueva Gaza» de desarrollo hipercapitalista. También habrá desmentido la advertencia, expresada por el exdiplomático estadounidense Josh Paul, de que «no se puede construir ninguna riviera sobre los huesos de los muertos».

En los nuevos planes para Gaza se supedita el cese del genocidio al politicidio: el sojuzgamiento total de los palestinos, quienes en el mejor de los casos servirían de mano de obra servil o fuerzas de seguridad de la burguesía compradora en una estrategia imperialista de acumulación regional

Por el contrario, para Trump, Blair, Netanyahu y sus multimillonarios patrocinadores, en Gaza no se puede sino construir una riviera sobre los huesos de los muertos. Lo que revelan los planes, entre líneas, es una variante de la racialización de la guerra en pleno siglo XXI como proceso de devaluación e inversión (el plan del GREAT no deja lugar para dudas en lo que atañe a las cifras: de los cero dólares producidos por la «fase de demolición» a la futura valoración de más de 300 000 millones de dólares). Observar el genocidio a través del prisma de los planes nos revela la propia lógica exterminadora propia del capital, en la que una guerra de exterminio se delata a sí misma como lo que Éric Alliez y Maurizio Lazzarato llaman «guerra de acumulación», ya que la destrucción —de seres humanos, de sus relaciones e instituciones, de su cultura y su tierra, de sus ciudades, su espacio y su naturaleza— se evidencia retroactivamente como lo que Marx, en El capital, Vol. I, llamara «invernadero» de la acumulación.

Si bien el genocidio no estuvo directamente impulsado por una estrategia capitalista de acumulación, estos planes lo reinscriben como parte integral de semejante estrategia. Lo que Raphael Lemkin describiera como el ataque sincronizado contra diferentes aspectos de la vida de la población cautiva se transforma en este caso en condición necesaria de los megaproyectos, los nuevos corredores logísticos y las infraestructuras para minerales de tierras raras, los hidrocarburos fósiles y las cadenas de materias primas, pero también de los enormes conjuntos tecnológicos de violencia concentrada (ahora «impulsados por la IA») que son necesarios para garantizar esos patrones de circulación y acumulación. En estos planes —que recuerdan, repiten y recombinan las lógicas coloniales y raciales en un marco sobredeterminado por el capital de última generación (IA, VE, etc.)— se echan a ver los rasgos distintivos de la lógica genocida que define la llamada acumulación primitiva, en cuanto lógica recursiva de la violencia capitalista. Como ha argumentado Harry Harootunian en The Unspoken as Heritage, sus excelentes memorias marxistas sobre el genocidio armenio, la historia real del capitalismo repite una y otra vez «una fórmula en que se conjugan la masacre genocida y el robo masivo, sancionada por la acumulación y dirigida por alguna forma de autoridad política, ya sea un Estado emergente o un imperio en decadencia… Asesinato en masa es sinónimo de adquisiciones en masa.» Desde ese punto de vista, el genocidio es «un instrumento necesario para llevar a cabo el proceso de acumulación primitiva del capitalismo», que, mediante la «aplicación sistemática de la apropiación, el despojo y el robo en masa… invierte lo cotidiano en su negativo, un infierno viviente de necropolítica». [iv]

Las transiciones previstas en estos planes para Gaza supeditan el cese del genocidio al politicidio; se basan en el sojuzgamiento total de los palestinos, quienes en el mejor de los casos servirían de mano de obra servil o fuerzas de seguridad de la burguesía compradora en una estrategia imperialista de acumulación regional que asigna nuevas funciones a todos los dispositivos del colonialismo a fin de fomentar las ficciones especulativas autoritarias de los multimillonarios contemporáneos y sus consejeros tecnocráticos. Las secuelas del genocidio se revelan como lo que son —la extensión indefinida de su lógica—, pero también como su subsunción en cuanto aspecto particular de una visión imperialista más amplia. El asesinato en masa se convierte —para el capital tecnológico autoritario y sus megaproyectos— en mediador efímero.

Estos planes son el fiel diagrama de un futuro que es la antítesis de la justicia, la igualdad o la liberación, tanto para los palestinos como para los pueblos de todo el mundo; un futuro en que el genocidio no será un crimen inconmensurable, sino el prólogo de la prosperidad y un factor de acumulación, en que hablar del «valor de Gaza» será referirse bajo otro nombre a la destrucción de Palestina. Sólo si nos empeñamos en la expropiación y la destitución de los déspotas del capital —MBS, MBZ, Musk, Ellison, Rowan, Trump, Blair y compañía— podremos impedir que nuevas rondas de acumulación exterminadora proyecten su sombra sobre la tierra. Esos déspotas se están conjurando para hacernos prescindibles. Nosotros deberíamos conjurarnos para hacerlos prescindibles a ellos.

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Notas

[i] Cornelio Tácito, Agrícola, Germania, Diálogo sobre los oradores (Introducciones, traducción y notas de J. M. Requejo), Gredos, Madrid, 1981, p. 81. (Se ha modificado la traducción. [N. del T.])

[ii] Mahmoud Darwish, “Silence for Gaza” (1973)

[iii] Tomo prestada la fórmula del crítico literario marxista venezolano Ludovico Silva.

[iv] Harry Harootunian, The Unspoken as Heritage: The Armenian Genocide and Its Unaccounted Lives, Duke University Press, Durham, NC, 2019, pp. 87, 88, 96.

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Traducción al español, a cargo de Rolando Prats, de “Accelerating colonialism: Planning against Palestine». Fue presentado por el autor, el 13 de octubre de 2025, en el Congreso Internacional «Nuevas _Derechas y Utopías (Neo)Reaccionarias» (UNAM, 13-15 de octubre de 2025), en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México. Se publica simultáneamente en inglés en Protean y Communis.

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Los Estados no pueden abordar y aplicar unilateral y arbitrariamente su legislación nacional contra…

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