Trump no es la única causa de la evidente decadencia estadounidense, pero sí es un catalizador poderoso de sus profundas fracturas internas.
Por ANTONIO JIMÉNEZ CASTAÑEDA
lanuevaprensa.com 09 Septiembre, 2025
La historia dirá si fue el síntoma final de la caída de esa democrática. El poder estadounidense ya no se da por garantizado, y su futuro dependerá, quizá, de las decisiones que tome su propio pueblo —si se lo permiten—en los próximos años.
Washington D.C., 9 de septiembre de 2025. — A medida que Estados Unidos se aproxima a una nueva encrucijada electoral, la figura de Donald Trump vuelve a polarizar el debate nacional e internacional. Para algunos, su retórica agresiva, nacionalista y disruptiva representa un intento de restaurar el poder estadounidense. Para otros, simboliza una fuerza corrosiva que acelera el declive de una superpotencia global.
El interrogante ya no es si Trump puede ganar nuevamente la presidencia, sino hasta qué punto su influencia ha erosionado las bases institucionales, diplomáticas y democráticas del país más poderoso del siglo XX.
Un liderazgo ambivalente y volátil
Desde su primer mandato (2017-2021), Trump ha sido un presidente atípico. Su estilo confrontativo, su desprecio por normas institucionales y su tendencia a gobernar a golpe de red social (cuando todavía tenía acceso a ellas), rompieron con décadas de diplomacia moderada, liderazgo multilateral y respeto por el orden liberal internacional.
En política exterior, se retiró de acuerdos clave como el Acuerdo de París sobre el cambio climático o el acuerdo nuclear con Irán, y puso en jaque a la OTAN con amenazas de desvinculación. En política interna, desacreditó procesos electorales, alentó teorías conspirativas como el fraude en 2020 y terminó su mandato con un hecho sin precedentes: el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021, considerado por muchos como un intento fallido de autogolpe.
Hoy, en medio de una nueva campaña, Trump mantiene el mismo discurso incendiario: ataques a jueces, promesas de “vengarse” de sus opositores y un abierto desprecio por los equilibrios del poder.
Síntomas de una potencia en retroceso
Diversos analistas, tanto en EE.UU. como en el extranjero, han comenzado a hablar abiertamente de una decadencia norteamericana en curso. Aunque el país sigue siendo la principal potencia militar, tecnológica y cultural del mundo, las grietas internas se profundizan:Polarización extrema:
- La sociedad estadounidense está cada vez más dividida ideológicamente, y la política se ha vuelto un juego de suma cero. Trump ha acelerado esa fractura.
- Desconfianza institucional: La fe en el sistema judicial, los medios y las elecciones ha caído drásticamente entre votantes republicanos.
- Declive diplomático: La reputación global de EE.UU. se ha deteriorado. Aliados tradicionales lo ven como un socio poco confiable.
- Crisis democrática: Organismos como Freedom House han bajado la calificación democrática del país, que ahora se considera una democracia "en retroceso".
¿Qué significa esta decadencia para el mundo?
El liderazgo estadounidense ha sido, durante décadas, un pilar del orden global. Su decadencia no sólo afecta a los estadounidenses, sino que abre espacios de poder que otras potencias —como China o Rusia— ya están ocupando. Un Estados Unidos introspectivo, aislacionista y gobernado por impulsos personales, deja vacíos en temas como el cambio climático, la seguridad colectiva o los derechos humanos.
¿Hasta dónde puede llegar la decadencia?
El escenario más pesimista contempla un deterioro irreversible de la democracia liberal estadounidense, con episodios de violencia política, caos institucional o incluso crisis constitucionales. Si Trump gana en 2026 (o antes si logra volver mediante una vía legal o de facto), podría desmantelar más aún los pesos y contrapesos del sistema, judicializar la política a su favor y usar el aparato estatal como herramienta de persecución.
Sin embargo, también hay un contrapeso institucional: el sistema estadounidense, aunque debilitado, ha demostrado capacidad de resistencia. Los tribunales, los medios independientes, los movimientos sociales y los votantes aún juegan un rol activo.
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