Sus verdaderos “dueños” no son individuos específicos, sino más bien las grandes corporaciones que dominan la industria del cine
Por Fernando Buen Abad
2 Marzo
Foto: Alma Plus TV
En 2023, los ingresos mundiales del negocio fílmico ascendieron 33.200 millones de dólares, según algunas fuentes, eso representa un incremento del 29,4% respecto al año anterior. Pero esa cifra aún está por debajo de los niveles pre-pandémicos, que rondaban los 41.000 millones de dólares en 2019. Entre la producción y la distribución generaron alrededor de 92.500 millones de dólares, con posiblemente un tercio proveniente de la venta de entradas. Tienen un patrimonio neto que no siempre es de conocimiento público, pero si es notorio que toda esa masa de dinero se dedica básicamente a glorificar el capitalismo, al individualismo a la supremacía del negocio militar estadounidense, a su arte de matar, enjuiciar y esclavizar presentándolos como modelos universales de progreso y desarrollo que debemos agradecerles y heredarlos a nuestra prole.
Millonadas invertidas en estereotipos culturales y raciales, representaciones degradantes de culturas no occidentales. Sus Premios Óscar, organizados por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, son considerados el máximo galardón, y fue entregado por primera vez el 16 de mayo de 1929 como símbolo de “excelencia artística” según ellos y algunas veces no sin razones. Pero detrás de la pompa y el glamour, los Óscar representan un mercado cultural que debe ser analizado desde una perspectiva multifactorial, crítica y comparativa, para desentrañar las dinámicas de poder, porque no es una ceremonia desinteresada o autónoma, sino que está condicionado por los medios, los modos y las relaciones de producción de sentido capitalistas. Es una “industria” que participa de la Batalla Cultural desplegada por el statu quo para, al mismo tiempo de transformar la cultura en una mercancía, es un arma de guerra ideológica.
No se premia solo a las películas, y sus especificidades formales y conceptuales, también las convierte en fetiches de un mercado monopolizado que genera ganancias inventando su éxito comercial promovido por los estudios más poderosos. Esto limita la diversidad de voces y perspectivas porque privilegian fundamentalmente producciones que se ajustan a los intereses del capital convertidos en aparatos ideológicos para enmascarar las relaciones conflictivas de clase. Su selección y premiación refuerza los valores y narrativas de la ideología más tóxica, aunque a veces parezca autocrítica. Glorifican el individualismo, la meritocracia y el “sueño americano”, con apologías de la violencia que oculta las estructuras reales de explotación y desigualdad. Perpetúan el supremacismo social con “entretenimiento”.
También se maquillan de “diversidad” para seguir martillando los relatos por la lógica de las ganancias en las relaciones sociales, también enmascaradas por las relaciones entre objetos. Sus Óscar son otra forma de fetichismo cultural, donde el valor artístico de una película es reducido a su capacidad de generar ganancias y aturdimiento. Reina también la banalidad de las “estrellas”, los vestuarios y los discursos de aceptación, en lugar de en el contenido político o social de las películas. Esto convierte el evento en una celebración del capitalismo y el consumismo y casi nunca en reflexión crítica sobre el arte y la sociedad. Con todas sus amarguras y contradicciones reales.
En su papel para la reproducción de la ideología dominante, los Premios Óscar contienen, cientos de contradicciones de origen, contienen todos los temas de la crisis crónica del capitalismo, pero sus contradicciones críticas quedan absorbidas por la lógica de la industria cultural que es un fenómeno complejo, cínico y cretino, que refleja las contradicciones de la sociedad capitalista para que nada cambie. Por un lado, celebran el arte y la creatividad, por otro, refuerzan las estructuras de poder y desigualdad propias del sistema. Es esencial criticar y desnaturalizar estos premios, reconociendo su papel en la reproducción de la ideología dominante y la mercantilización del arte. Su ceremonia representa un gasto muy considerable para los pueblos que financian su síndrome de Estocolmo farandulero. En 2021, el costo total del evento fue de aproximadamente 33 millones de euros. Además, las películas nominadas suelen experimentar un aumento notable en sus ingresos de taquilla y ventas posteriores, debido al prestigio y la visibilidad que otorgan las nominaciones y los premios. Este reconocimiento puede prolongar la vida comercial de una película y aumentar su rentabilidad. Virtualmente, ni un centavo retorna a sus consumidores, sólo alienación.
¿Quiénes son los dueños de los Premios Óscar? Formalmente, son organizados y administrados por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, (Academy of Motion Picture Arts and Sciences, AMPAS), que es una organización “sin fines de lucro”. Está compuesta por más de 10,000 miembros, divididos en distintas ramas que representan las diferentes disciplinas del cine, como actores, directores, guionistas, productores, técnicos y otros profesionales de la industria. Sus verdaderos “dueños” no son individuos específicos, sino más bien las grandes corporaciones que dominan la industria del cine. Estudios como Disney, Warner Bros, Universal, Paramount, Sony Pictures y Netflix que producen muchas de las películas nominadas y ganadoras.
Sus Óscar tienden a premiar películas que reflejan los valores y perspectivas de la élite cultural y económica de Estados Unidos. Esto incluye la predominancia de historias centradas en personajes blancos, heterosexuales y de clase media o alta. Guerras, invasiones y saqueos. Aunque ha habido avances recientes en términos de diversidad, convierten el arte en una mercancía, donde el valor de una película se mide por su éxito comercial y su capacidad para generar ganancias. Los Óscar se convierten en una celebración del consumismo y el glamour, reforzando la idea de que el éxito y la felicidad se miden sólo en términos monetarios.
Sus narrativas refuerzan prejuicios raciales y culturales que perpetúan la discriminación, la xenofobia y el colonialismo cultural. Abunda la Promoción de la violencia y la militarización que ha naturalizado un proceso de deshumanización usado como herramienta bélica comerciada muy rentablemente por los monopolios fílmicos asociados con la industria bélica. El Pentágono y la CIA que glorifican las intervenciones militares estadounidenses, como Top Gun o American Sniper, ponen en evidencia cómo no solo se refuerza la aceptación de la guerra como un “medio legítimo”, sino como glorificación de la violencia anestesia a las audiencias frente a las consecuencias humanas macabras de los conflictos armados militar y cinematográfica y comercialmente. Aunque, es verdad, alguna vez han aparecido excepciones honrosas.
*Fernando Buen Abad
Autor de esta publicación
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*Intelectual y escritor mexicano. Licenciado en Ciencias de la Comunicación, Master en Filosofía Política y Doctor en Filosofía.
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