La confianza en la sociedad se ha visto quebrantada.
Susceptibles a los “contagios de opinión” (Davies) vamos perdiendo nuestra autonomía bajo el imperio de la política de las emociones y del sentimiento
La carga ideológica es grande, se diría monstruosa. Nos abrimos a una época de discursos fáciles, donde la desfachatez es viable y aceptada
Autor/a: Carlos Fajardo Fajardo
9 noviembre, 2024
En la actualidad no sólo vivimos “el olvido del ser”, como lo llamó Heidegger, sino una preocupante crisis de todo pacto comunitario, en la que, tanto la sociedad-red digitalizada, como las ultraderechas y neofascismos de última hora, están influyendo emocionalmente en los sujetos, desterrando al ser social.
“El olvido del ser” lo llamó Martín Heidegger, pero hoy más que nunca vivimos en un “destierro del ser”, un cierto exilio de la condición humanista, un ostracismo donde el ser humano está proscrito, sin más, de su existencia. Este “olvido del ser”, pensado por Heidegger como resultado del sinsentido o pérdida del sentido del ser bajo el dominio de la técnica moderna, se vuelve más visible en esta época de redes y tecnologías digitales, en la que tales esferas han ocupado y tomado el lugar del ser, lo que podríamos interpretar como el olvido del mismo ser humano, convertido éste en utensilio de la técnica y de la razón instrumental.
Al mismo tiempo, según Heidegger, el olvido del ser es también olvido del habla (Logos), pues ésta ha sido reducida a mero instrumento, a pura funcionalidad. Más que utensilio, el habla, para este filósofo alemán, es la casa del ser. “El habla es la casa del ser y en su morada habita el hombre”. En su obra Introducción a la Metafísica, Heidegger afirma que se trata es de “restablecer de nuevo la expresividad genuina del lenguaje y de las palabras, pues las palabras y el lenguaje no son estuches que sirvan para empacar las cosas y ser intercambiadas luego por vía oral o la vía escrita. En la palabra, en el lenguaje primero están siendo las cosas, se van haciendo. Por ello, el uso impropio del lenguaje por medio de habladurías, palabras huecas y frases sin sentido, hace que pierda su verdadera relación con las cosas”. Por consecuencia, al otorgarle todo el poder a la instrumentalización tecnológica, el ser humano no sólo está olvidado, sino desterrado.
Dicho “destierro del ser” se está operando en una comunidad transformada en sociedad-red o “red digital”. En ella la subjetividad se transforma. Emergen nuevos componentes y roles de poder y de organizaciones institucionales e individuales, como también nuevos regímenes de opinión, con una enorme carga de fake news, impactando en las determinaciones políticas. La carga ideológica es grande, se diría monstruosa. Nos abrimos a una época de discursos fáciles, donde la desfachatez es viable y aceptada. Por consiguiente, el humanismo sobrevive en una especie de paréntesis sufriendo los desajustes económicos neoliberales, las desigualdades, el desempleo, las privatizaciones, el consumismo, el cambio climático, las migraciones en masa. Todo esto nos conduce a una sensibilidad que transforma al individuo en un empresario de su apariencia a través del uso de los dispositivos digitales. Bajo estas condiciones, el destierro del ser se ha ido acrecentando: teleadictos, iconoadictos, digitoadictos, infoadictos, caldos de cultivo para las transformaciones de las subjetividades.
Así, por ejemplo, con la interfaz táctil, que facilitó el Smartphone, entramos a otra dimensión corporal de poder. Nos sentimos poderosos, autónomos, sin serlo. Desde dicho dispositivo personal creemos dominar el mundo gracias a la multiplicidad de sus aplicaciones. Todo parece estar a nuestro alcance y servicio, dando una sensación de dominio y de ordenamiento. Una orden virtual, en ese simulacro de poder, se cumple en lo digital como también en la realidad fáctica: domicilios, pago de pasajes y de transportes, boletos para el cine y los espectáculos, infinidad de servicios están a nuestro alcance. Todo sucede cuando nos conectamos a twitter –ahora X–, a WhatsApp, Instagram, Tik Tok, a Google, Apple, Facebook, Amazon, Uber, siendo controlados y vigilados más que controladores autónomos, dado a que allí se acumulan nuestros deseos, gustos, movimientos, ubicaciones, pensamientos, deseos y emociones. Es la adición a los dispositivos lo que está aumentando dichas formas de control digital a través de sus rastreadores. Creemos que los que los controlamos cuando emitimos órdenes sobre dichas aplicaciones. Al decir de William Davies, “si hemos caído en la trampa de las redes digitales, a través de las aplicaciones y las plataformas, ello se debe a la promesa de una coordinación más eficiente: no es que vayamos a conocer mejor el mundo, sino que éste nos obedecerá más” (1).. Aislados, absorbidos por las pantallas, hemos asumido una posición corporal ante ellas, la cual no permite mirar al entorno, convirtiéndonos en autistas antisociales, sin establecer alguna comunicación con los otros.
Esto nos ha convertido, según Éric Sadin, en tiranos mediáticos (2) y, peor aún, a desear la tiranía que impone la infomanía, la iconoadicción digital, lo que ha moldeado y formateado nuestra vida actual. Las selfies, por ejemplo, nos enviaron a observar más nuestros simulacros e idolatrías ante el Smartphone, lo que en realidad se revierte en tiranía mediática, autocomplaciente, posando estáticos y sonrientes ante un “sí mismo”. Rápidas, fugaces, efímeras, urgentes. De ese modo operan las selfies. Lo que se pierde aquí es el aura de la fotografía, su fuerza y garantía de conservar la memoria, ya que estos registros fotográficos se archivan en el cuarto de San Alejo digital del dispositivo y escasamente se vuelven a observar, perdiéndose la actividad de la contemplación y su re-conocimiento.
Desde hace algunos años el mundo está al alcance de un clic. Incluso podemos convertirnos en preceptores digitales de disciplina que evaluamos, calificamos y criticamos a los ciudadanos por medio de nuestro “poder” táctil. La tiranía se manifiesta en esta descalificación del Otro tan sólo al dar ese clic. De esta manera, siguiendo la lógica de la competencia y del emprendimiento neoliberal, transformamos a nuestro semejante en un objeto intercambiable, en pura mercancía. El clic y las yemas de los dedos se han convertido en mecanismos de poder individual. Con ellos entablamos relaciones digitales. El micropoder que se ejerce es supremo, somete al que lo practica y, en gran medida, éste se cree amo de la realidad. Más aún, ahora podemos “barrer” las aplicaciones, los nombres, los perfiles con la yema de los dedos, lo que, simbólicamente, nos convierte en censores digitales que incluyen o excluyen, según los gustos que poseemos (Éric Sadin). El imaginario autoritario es patético, el hechizo de ejercerlo es seductor y perverso. Por este motivo, una cierta emocracia digital se gerencia desde estos artefactos y dispositivos que han ido modificando las conductas y sensibilidades. Como simulacro, espejismo, superficialidad y vanidad, la conexión digital ha generado el distanciamiento de la presencia física de los otros. Privatización mercantil de la individualidad y privacidad consumidora ensimismada de la subjetividad. Esos son los efectos en las emociones de la sociedad digitalizada (3).
Solitarios y aislados, consumimos nuestra angustia personal, donde el nihilismo y la desconfianza hacia la comunidad se hacen evidentes. La confianza en la sociedad se ha visto quebrantada. La preocupante aceleración de insolidaridad va en creciente. Los individuos se sienten con el derecho de construir sus propios relatos, de elevar a verdad sus discursos en detrimento de los “muchos”. Es la crisis de todo pacto comunitario, el destierro del ser social. Algunos de estos síntomas son las humillaciones y acosos por Internet, los jóvenes caminando con sus capuchas neomedievales, aislados de los transeúntes, mostrando una actitud hostil, rencorosa y de odio hacia la ciudad que transitan; así como el ejercer justicia por mano propia vengándose de todas las ofensas recibidas; los asesinatos en serie, el terror colectivo; la violencia callejera en los encuentros con los peatones; la competencia constante por lograr la posibilidad de ganancia a cualquier precio. Estas y otras acciones están generando una ruptura sistemática entre la subjetividad desorientada autoritaria y las lógicas de integración; es la puesta en escena de una supuesta libertad individual encerrada, dogmática, sobre estimulada y negada a ser consciente de la alteridad y la importancia de respeto hacia las diferencias.
Por ende, esta soledad en línea es propicia para los neofascismos de última hora, neofascismos excluyentes, xenófobos, racistas, islafóbicos, clasistas, homofóbicos, donde el odio reina y perdura. Es una resignificación del fascismo que actualiza los nacionalismos radicales, chovinistas, contra lo comunitario, en contravía de los derechos humanos y con finalidades religiosas, tales como la defensa de la fe cristiana y a favor del mercado y de la rentabilidad capitalista neoliberal. El autoritarismo antidemocrático, con matriz neonazi, ha permeado en las clases medias, en los desempleados, en los trabajadores y, sobre todo, en una juventud influenciada tanto por las elites hegemónicas mediáticas, como por los dispositivos y redes digitales. En palabras de Xavier Franzé y Guillermo Fernández Vásquez, las derechas se han adaptado a unas democracias que perdieron el componente antifascista, pues “ahora una extrema derecha que, aunque diversa, busca una suerte de revancha histórica retrospectiva contra la izquierda y la antes hegemónica democracia social. Ahora todo es ‘comunismo’ y por tanto debe ser destruido. En efecto, menos impuestos, más mercado, reafirmación de los modos de vida tradicionales (nacionalismos, machismo, anti-ecologismo) y más ‘meritocracia’ casan en tanto arrinconan la filosofía del Estado de Bienestar” (4). Sus repercusiones se observan en Francia, país en el que, desde el 7 de octubre de 2023, día del ataque del grupo Hamás a Israel, tomó cuerpo oficial la persecución a la libertad de expresión por parte de estos neofascismos. Por esa razón, se ha acrecentado “la prohibición de manifestaciones, la cancelación de conferencias públicas, la desprogramación de artistas e intelectuales, las sanciones contra humoristas, la proscripción de eslóganes coreados durante décadas y la suspensión de subvenciones públicas a universidades consideradas demasiado indulgentes con los estudiantes que expresan su solidaridad con Palestina”(5).
Igualmente, el exterminio al pueblo palestino en Gaza, perpetuado por el Estado sionista, racista, colonial, supremacista de Israel, con apoyo y displicencia de los Estados Unidos, la Unión Europea, de algunos países tolerantes y cómplices de tan atroz mortandad y de los medios hegemónicos, es uno de los registros más altos de este fascismo global. El genocidio en Gaza sintetiza uno de los síntomas del destierro del ser: desterrados por ser palestinos y pobres; desterrados por oponerse al poderoso, por ser diferentes; desterrados por levantarse y exigir el derecho a una patria soberana y libre donde se pueda vivir, amar, soñar, luchar y enterrar en paz a los suyos. Israel y Occidente, con esta perversa y bárbara acción, han clavado la daga de la ignominia a la civilización, abriendo una herida más en lo poco que de humanismo democrático va quedando en los estrados mundiales. A su vez, con la Inteligencia Artificial “probablemente las máquinas empiecen a jugar un rol creciente en la toma de decisiones de política pública, pero no podremos librarnos de decidir qué idea de bien común respaldamos y qué meta preferimos priorizar […]. Y podemos imaginar que el problema aumentará enormemente en los años venideros ahora que, además, se podrán crear videos falsos en los que una persona, con su cara y con su voz, diga de manera sumamente realista cosas que jamás ha dicho. En el mundo de las IA generativas, las noticias falsas pueden ser mucho más sutiles y peligrosas” (6).
En esta era de las muchedumbres formadas y seducidas por redes y dispositivos tecnológicos, la emocracia se expresa en una serie de sensaciones bajo el imperio de los contagios digitales, desplegados con una velocidad asombrosa, creando una especie de pandemia cibercultural, donde predominan, perversamente, las ideologías emocionales del miedo, del rumor, del resentimiento, del odio y del rechazo a las diferencias. Las fuentes de información, sean hechos comprobados, verdaderos o no, comienzan a perder importancia. Lo que interesa es su impacto emocional en la “multitud” y que se esfume el sentido dubitativo y el juicio crítico individual. Para William Davies, “la captura digital de nuestro comportamiento y nuestra comunicación, sumada a los rápidos avances en ‘inteligencia emocional artificial’ (o ‘computación afectiva’), está favoreciendo una creciente precisión científica en el estudio de movimiento de las emociones y las opiniones a través de las masas […]. A la multitud realmente no le importa lo que se dice, sino meramente lo que eso le hace sentir” (7). Dicha “captura” emocional influye en el comportamiento de los sujetos, hasta el punto que estos pueden apoyar tanto al statu quo como a los movimientos de la ultraderecha nacionalistas y fascistas, lo que ya se ha comprobado en los resultados de las elecciones en varios países.
Susceptibles a los “contagios de opinión” (Davies) vamos perdiendo nuestra autonomía bajo el imperio de la política de las emociones y del sentimiento. Por lo tanto, son las opiniones emocionales las que se imponen sobre las pruebas y las certezas. Este régimen de falsas noticias, rumores, conjeturas y opiniones emocionales influye en la cotidianidad en tiempo real. Es cuando, para Davies, “el liderazgo populista se vuelve más inquietante cuando se adueña de la angustia y la impotencia, y convierte esas emociones en odio […]. Las personas que buscan empatía pueden sentirse atraídas hacia diversas orientaciones políticas, y el nacionalismo es una de las más sugerentes. En los estudios se demuestran sistemáticamente que los simpatizantes de los partidos nacionalistas creen que su país está empeorando con el paso del tiempo y que las cosas estaban mejor en el pasado. El líder nacionalista representa la promesa de restablecer un orden anterior, incluyendo todas las formas de brutalidad […]. Es un rechazo del progreso en todas sus formas” (8). Como también es un rechazo a la paz y un llamado a la violencia.
Estas nuevas esferas tecnológicas están permeando todas las situaciones de nuestra vida (9). De allí que sea necesario generar una estrategia para contrarrestar sus impactos de poder, abordando el conocimiento de sus actuales componentes digitales. Ni abandono, ni ignorancia total de los mismos (10). Más allá de estas formulaciones, apropiación, conocimiento con sentido crítico, reconocimiento y asimilación –y no yuxtaposición– de los dispositivos, de las redes digitales y herramientas tecnológicas, con el fin de no ser simples usuarios de las mismas, sino creadores y deconstructores de sus usos y componentes tanto técnicos, como sociopolíticos, con el propósito de resistir y confrontar lo que hemos denominado el actual destierro del ser.
1. Davies William. 2019. Estados nerviosos. Cómo las emociones se han adueñado de la sociedad. Traducción Vanesa García Cazorla. Sexto piso: Madrid. p. 273.
2. Véase Éric Sadin La era del individuo tirano. El fin de un mundo común. Buenos Aires: Caja negra, 2020.
3. “En el documental El dilema de las redes, Trintan Harris sostiene que China utiliza activamente TikTok para impulsar agendas conflictivas y promover la polarización de Occidente. En China no se usa TiKTok, sino una plataforma similar desarrollada por la misma empresa llamada Douyin. Presentan muchas similitudes, pero también algunas diferencias importantes que, según Harris, están pensadas explícitamente para ‘estupidizar’ a la Juventus occidental y fortalecer a la china. Mientras aquí se viralizan videos de gatitos y bailes, allí los influencers son físicos y astrónomos. En China se sirven frutas y verduras y en Occidente, golosinas y papas fritas”. (Mariano Sigman y Santiago Bilinkis. “Entre la utopía y la distopía”. Le Monde diplomatique, edición Colombia, agosto 2024, p.14).
4. Le Monde diplomatique, edición Colombia, julio 2024, p.7.
5. Ibíd., p.30.
6. Mariano Sigman y Santiago Bilinkis. “Entre la utopía y la distopía”. Le Monde diplomatique, edición Colombia, agosto 2024, p.13.
7. Davies, op. Cit. 38, 39. 8. Ibíd., 182.
9. Véase Carlos Fajardo Fajardo “El leviatan Algorítmico”. https://www.desdeabajo.info/ actualidad/colombia/item/el-leviatan-algoritmico. html Le Monde diplomatique. Edición mayo 2024.
10. Para Carlos Maldonado, “una tarea pedagógica, pero también académica, científica y política, pasa por educar a la sociedad en estas tecnologías. De manera elemental: se trata, muy particularmente, de aprender a leer y a escribir código. La Unesco ha señalado que hoy por hoy la principal forma de analfabetismo es el tecnológico”. (Carlos Maldonado. “Una mirada a las revoluciones tecnológicas en curso”. Le Monde diplomatique, edición Colombia, Septiembre 2024, p.7). * Poeta y ensayista colombiano.
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