Colombia . Balance económico del año
Autor/a: Héctor-León Moncayo S.
Las cifras del Dane 2023 registran un descenso en las exportaciones, fácilmente explicable. El problema está en que no se vislumbra una estrategia verdaderamente alternativa de cambio para el comercio exterior.
¡Desaceleración! Exclaman los comentaristas refiriéndose al balance económico del año que acaba de terminar. Y con tono mucho más fúnebre susurran “desplome” o “derrumbe” a propósito de las exportaciones. Pero más allá de las secretas satisfacciones de los rastreros oposicionistas, vale la pena más bien detenerse en las implicaciones reales de los resultados. A la fecha, la información sobre comercio exterior que nos ofrece el Dane llega apenas hasta noviembre, pero es suficiente para extraer algunas conclusiones sobre su dinámica durante el pasado año. Especialmente en lo que se refiere a la estructura y tendencias las cuales parecen confirmarse.
Según la información más reciente, las exportaciones colombianas del mes de noviembre que sumaron 4.151,8 millones de dólares, fueron inferiores a las del mismo mes del año anterior en 9 por ciento (Ver: Tabla Nº 1), repitiendo así el comportamiento mensual observado desde enero, o sea, un valor relativamente estable pero siempre inferior al obtenido un año antes. En el mes de octubre habían estado también por debajo, aunque de forma menos acentuada: sólo en uno y medio por ciento. Así, para la comparación de los acumulados enero-noviembre (2022-2023) la caída se calcula en 13.7 por ciento. Esto puede interpretarse, a primera vista, como un retorno a la “normalidad” después del notable desempeño de las ventas externas durante 2022, atribuible en lo fundamental al componente de combustibles, gracias a los altos precios del petróleo y del carbón. De todas maneras, si las reducciones continúan siendo progresivamente menos acentuadas puede preverse una reducción anual definitiva mucho menor. Hasta octubre iba en 14.2 por ciento, mientras que en septiembre era de 15.4.
La necesaria contextualización
En síntesis, es claro que la dinámica exportadora del país se redujo apreciablemente durante el año que acaba de terminar. Es lo mismo que sucedió en casi toda la región latinoamericana, en estrecha relación con la caída de los precios de los productos básicos. Y guarda coherencia con lo ocurrido en el mundo para el cual se habla, por lo menos, de desaceleración, asociada con la contracción del producto mundial y las guerras. En términos generales el relato explicativo que gana forma al respecto, alude a la terminación de la recuperación o “rebote” que había seguido al confinamiento de la pandemia, y lo que es lo mismo, al paso de una política monetaria expansiva a una contraccionista. Esto en lo que se refiere al comercio de bienes porque, en contraste, el llamado comercio de servicios sí registra importantes incrementos.
En el caso de Colombia hay algunas particularidades pues el exitoso desempeño, incluso en términos de crecimiento económico, observado en 2022, fue en verdad excepcional. En rigor, debe decirse que el “salto” comienza en la segunda mitad de 2021 y pierde impulso al final del 22. Según los cálculos preliminares la variación anual del pib fue de 11 por ciento en 2021, lo cual es obvio si se tiene en cuenta la línea de base que es la depresión de 2020, y de 7.3 por ciento en 2022. Ya para entonces el Banco de la República había comenzado a aplicar su política de elevación de las tasas de interés. Las estimaciones no dan más de uno por ciento de crecimiento para 2023.
Ahora bien, las exportaciones, ciertamente, se beneficiaron en ese entonces de la paralela reanimación económica del mercado mundial. En comparación con el 2020 se observa un incremento de alrededor de 32 por ciento en 2021, pero ese valor es apenas un poco más de cuatro por ciento con respecto al de 2019. De ahí que se resalte el incremento anual de 38 por ciento en el 2022. En otras palabras, al parecer la dinámica exportadora, que tiene su propia explicación, sí puede calificarse de excepcional. Habría que examinar además si efectivamente el crecimiento económico se debió aquí a un “empujón del lado de la demanda agregada”, lo cual no es el objeto de este artículo, y cuál sería el papel que jugaron en ella las exportaciones.
Por ello, mientras en el conjunto de Latinoamérica se espera, a manera de consolación, que el receso, dada la disminución de importaciones, contribuya a minimizar el déficit comercial, aquí no pueden abrigarse muchas esperanzas. En 2022, pese al boom de las exportaciones, el déficit comercial que, por cierto, viene en aumento desde 2017, fue bastante elevado debido al incremento aún mayor de las importaciones: alcanzó 14.331 millones de dólares, y no mejoró mucho la balanza comercial pues ni siquiera fue mil millones menos que el año anterior1. Nos encontramos de nuevo con la inelasticidad o mejor, la rigidez hacia la baja de las importaciones. Ahora, con la reducción del ingreso por exportaciones se necesitaría una disminución no sólo cuantitativa sino cualitativamente importante de los egresos. Es cierto que hasta octubre del año que acaba de terminar el valor acumulado de las importaciones era inferior en un poco más de veinte por ciento al del mismo período de 2022, pero es también, casi en la misma proporción, superior al de 2019, un año antes de la pandemia.
Entre la excepción y la regla
La explicación puramente estadística de los resultados anuales comparativos que se presentaron es sencilla. Como se dijo, tiene que ver, tanto en un sentido (2023) como en el otro (2022), con el comportamiento del rubro “Combustibles y productos de las industrias extractivas”. En el 2022 su variación positiva de 61.4 por ciento explica con 29.5 puntos porcentuales el extraordinario incremento del total que como se dijo fue de 38 por ciento. Nos estamos refiriendo principalmente al petróleo y al carbón y vale la pena subrayar que éste contribuyó más pues aunque su valor es menor tuvo un incremento de 117.4 por ciento. A su vez, en la comparación del acumulado enero-noviembre entre ese año y el 2023, la disminución de 19.3 por ciento en este rubro explica en 11 puntos porcentuales la caída de 13.7 por ciento en el total exportado.
Y aquí el comportamiento de los precios, importa mucho más que la evolución de las cantidades. El fenómeno del precio del petróleo es bien conocido en sus altibajos: luego de la caída entre el 2013 y el 2015, una alentadora recuperación para caer de nuevo durante la pandemia. Se inicia entonces un ascenso casi ininterrumpido hasta mediados de 2022 cuando volvió a superar los 120 dólares por barril como punto máximo. Pero las exportaciones, en cantidades, sólo se incrementaron, entre 2021 y 2022, en un insignificante 0,3 por ciento. Acto seguido, el año 2023 se caracteriza por menores precios, aunque no tan bajos, y por cierta estabilidad (alrededor de 80 dólares).
En cuanto al precio del carbón, en el 2022 encontramos un ascenso sorprendente pues su precio venía deprimido desde 2018; aumento al cual ha seguido un descenso, éste sí vertiginoso, desde enero de 2023 hasta hoy. En este caso las exportaciones de 2022 en toneladas superaron las del año anterior en un 2 por ciento. Según se ha comentado en diversos medios, especialmente en el carbón pero también en el petróleo fue evidente la influencia de la guerra en Ucrania.
La sencillez de esta explicación es altamente reveladora de la naturaleza del problema que enfrenta el sector externo colombiano. Como se verá, la participación de este rubro en el total exportado, en la historia reciente, oscila entre el 40 y el 60 por ciento sin que existan reales alternativas para mantener un constante e importante ingreso de divisas. Con el agravante de que no se trata siquiera de una significativa y audaz penetración en el mercado mundial sino de ventajas transitorias derivadas de las alzas de precios. Es decir, la clásica dependencia de una materia prima o un grupo de productos básicos –commodities – con poca elaboración y sometidos a los vaivenes de los mercados internacionales especulativos.
La regla es la estructura
Un análisis histórico, a grandes rasgos, de las exportaciones colombianas nos muestra un sugestivo panorama de extrema sencillez. Desde principios de los años cincuenta, cuando el café representaba alrededor del 90 por ciento del total, hasta 2019, para tomar como referencia la pandemia (en realidad hasta hoy), es claro el predominio de las que llamamos exportaciones tradicionales. Sólo durante algunos cortos períodos pareció registrarse un cierto dinamismo de las otras. Aunque a veces puede ser un simple efecto aritmético de la reducción en el valor de las tradicionales. Lo más notable, sin embargo, es el viraje radical, si se quiere histórico, que encontramos en éstas el cual puede ubicarse más o menos en 1985. Es a partir de entonces cuando se desploma bruscamente el café, hasta llegar hoy a su mínima expresión y comienza la expansión de las exportaciones de bienes minero-energéticos que nos ha traído a la ilusoria bonanza contemporánea.
La definición de “tradicionales” es, desde luego, puramente convencional. Antiguamente se incluía, por ejemplo, el oro no monetario (¿tradición colonial?) que hoy, aun siendo importante, suele clasificarse en “otros”. Y en alguna época el banano (¿República bananera?). Actualmente las presentaciones limitan el grupo a: café, carbón, petróleo y ferroníquel. Pero es claro lo que se quiere dar a entender: no sólo el peso histórico sino su significado y función. Y es inevitable la alusión a aquello de país “monoexportador”2. Es por eso igualmente que la denominación del resto como “no tradicionales” o como “exportaciones menores”, además de ser también indefinida permite mezclar y confundir las ocasionales, las que constituyen objetivo de política, las de grandes expectativas y las transitoriamente exitosas. Y las que curiosamente tienen cierta “tradición” como el banano, las flores, la carne y los bovinos, el tabaco, el aceite y otros productos industriales. Otra manera de cerrar los ojos frente a la existencia de un auténtico problema
A finales de 2022, en la Asamblea de Anif, el entonces Ministro de Hacienda JA Ocampo, no dudaba en reconocer que el alto déficit en cuenta corriente reflejaba la “necesidad de una diversificación exportadora y de una política de desarrollo productivo ambiciosa”3. Claro está que, en su amable estilo diplomático, comenzaba por resaltar que ya veníamos por buen camino pues las exportaciones no tradicionales, según él, mostraban un buen dinamismo, especialmente las manufactureras y agropecuarias “que se encuentran en niveles históricamente altos”.
La revisión de los datos del período más reciente no parece confirmar el optimismo (ver tabla No. 2). Y es bueno comenzar en el 2015 cuando se registró una impresionante caída de casi 50 por ciento en el valor exportado de combustibles. Aun así su participación se mantuvo alta –54 por ciento– dada la reducción simultánea en los otros grupos. El desplome continuó al año siguiente, prácticamente en los mismos términos. La recuperación vino en los dos años posteriores (2017 y 2018) pero entonces los combustibles vuelven a ocupar su lugar de preeminencia. Lo mismo ocurre, por supuesto en menor escala, con el café y el ferroníquel. En el año 2019 vuelven a caer las exportaciones lo cual obliga a juzgar con mayor preocupación las reducciones durante la pandemia. En todo caso, el buen desempeño (siendo generosos) de las “otras” exportaciones debe tomarse con beneficio de inventario pues, o bien no son tan “no tradicionales” como las flores, el banano, el azúcar, el oro y el aceite de palma, o las denominaciones genéricas (manufacturas según material, productos químicos, equipo de transporte) impiden ubicar consolidación de bienes específicos con valores significativos en el mercado externo. Y todo esto es válido también para los tres últimos años.
Un cambio de rumbo es indispensable
Así las cosas, no será atrevido afirmar que con lo ocurrido durante el 2023, simplemente se está volviendo a la dinámica inercial. Lo importante, sin embargo, es identificar y analizar el problema y poner en marcha las políticas económicas que apunten a solucionarlo. En la citada presentación el exministro Ocampo expresaba su convicción de que se habrían de fortalecer las dinámicas de diversificación exportadora con las políticas de reindustrialización y transición energética de este gobierno. Incluso llamaba a “revertir la desindustrialización, a través de la profundización de instrumentos vigentes” y a la “adopción de una política ambiciosa que promueva las exportaciones no tradicionales”
Pero esto no parece ahora muy claro y definido en este gobierno. El Ministerio de Comercio, Industria y Turismo, para resaltar los logros en materia de exportaciones, particularmente notables en 2022, reemplaza la especificación de “no tradicionales” por la de “exportaciones no minero energéticas NME)” lo cual le permite contabilizar como logros innovadores las exportaciones de café, flores, banano, y hasta el aceite de palma que considera “industrial”. Lamentablemente, con esta operación lo que hace es desplazar la atención desde el objetivo de la diversificación, que por lo menos en el Ministro Ocampo se mantenía, a la contribución de nuestro país a la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero.
No se ve pues una política contundente de transformación productiva (industrial) encaminada a promover nuevas exportaciones. Da la impresión que, entre las muchas cosas que el gobierno del “cambio” ya no hizo o no va a poder hacer, se encuentra también el requerido primer paso en el cambio de rumbo del modelo económico. Sin duda muchos de los jóvenes tecnócratas (economistas) que hoy se encuentran en el gobierno, los gremios y la academia consideran que aquello de la “teoría de la dependencia” es apenas una obsoleta ideología mamerta. No obstante, es en todo el mundo, especialmente ahora cuando la encarnizada competencia internacional reemplazó a la idílica promesa de la globalización, uno de los temas de más recurrente y profunda discusión.
La Cepal repite –sin comprometerse con un Cómo– la recomendación que se viene haciendo desde hace más de sesenta años: “Sin embargo, sigue pendiente el gran desafío de avanzar en la diversificación y agregación de conocimiento de las exportaciones regionales de bienes y servicios, con vistas a lograr una inserción más dinámica y sostenible en el comercio mundial”4.
Héctor-León Moncayo S.
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1 www.dane.gov.co
2 Como si se quisiera exorcizar el fantasma de la dependencia se ha querido abandonar en las clasificaciones la referencia a los “tradicionales”. El Dane en todos sus boletines técnicos de comercio exterior advierte: “Teniendo en cuenta el cambio en la estructura y la dinámica de las exportaciones colombianas, el Comité Interinstitucional de Estadísticas de Comercio Exterior de Bienes, acordó eliminar, a partir de los resultados del mes de enero de 2012, la agregación de las exportaciones en tradicionales y no tradicionales, e implementar en su lugar la de grupos de productos definidos por la Organización Mundial de Comercio (OMC), basada en la Clasificación Uniforme del Comercio Internacional (CUCI Rev. 3)”
3 Intervención de J.A Ocampo Asamblea de Anif, noviembre 25 de 2022. Presentación en Power Point.
4 Cepal “Perspectivas del Comercio Internacional de América Latina y el Caribe. 2023”. Santiago, 2023Tags:Colombiadependenciaeconomíagobierno
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Fuente original:
Periódico desdeabajo Nº309, enero 18 - febrero 18 de 2024
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