Más allá de la vocación por el diálogo demostrado por los gobiernos de la región, Estados Unidos y el Reino Unido operan a partir de su propia agenda.
Por Daniel Kersffeld
Londres envió el buque HMS Trent a Guyana.
En los últimos meses se reactivó un añejo conflicto territorial entre Venezuela y Guyana en torno a la región del Esequibo. Caracas reclama ese territorio como propio ya que pertenecía a la Capitanía General de Venezuela, en tiempos del Imperio español y, una vez concretada la independencia del país en 1811, continuó bajo su control.
La situación comenzó a cambiar en 1814 cuando Reino Unido le compró a Países Bajos las tierras que se convertirían en la Guayana Británica, cuyas fronteras con Venezuela no estaban bien definidas. El gobierno venezolano denunció que Reino Unido estaba invadiendo su territorio y, presionado por Estados Unidos, llevó el asunto a un tribunal externo en 1899. Finalmente, el Laudo Arbitral de París falló a favor de Londres.
Cuatro décadas después, Venezuela encontró evidencia de alteraciones cartográficas durante el proceso judicial y reactivó su reclamo. Tras la independencia de Guyana en 1966 y la firma de un acuerdo el mismo año, el asunto quedó pendiente, y comenzó a reactivarse cuando en 2015 se encontraron yacimientos de petróleo en el Esequibo, un recurso natural cuya abundancia corroborarían las sucesivas exploraciones subterráneas y mar adentro.
Además, la existencia de importantes minas y socavones de oro, diamantes, manganeso y bauxita convertiría a esta región en el centro de una disputa geopolítica que excede a los gobiernos de Venezuela y de Guyana. Hoy son las principales potencias occidentales las que, como en el pasado, continúan siendo las principales beneficiarias de la riqueza del Esequibo.
La corporación que más ganancias está obteniendo en la actualidad es ExxonMobil. En poco más de cuatro años, la empresa estadounidense produce alrededor de 600 mil barriles de petróleo por día después de perforar con éxito más de 40 pozos mar adentro, en un territorio en litigio.
Junto con ExxonMobil se encuentra operando más de una decena de empresas entre las que se destacan otras estadounidenses como Anadarko Petroleum, las canadienses CGX, Eco (Atlantic) Oil & Gas y Frontera Energies, la española Repsol, la francesa Total Energies, la británica Tullow, la china CNOOC y Qatar Petroleum. Por otro lado, y a partir de la compra de Hess Corporation, la estadounidense Chevron también se aseguró una amplia presencia en Guyana.
Gracias al apoyo de las grandes potencias, y de ser uno de los países más pobres del continente, en pocos años Guyana se está transformando en una de las naciones de mayor crecimiento en todo el mundo. Se calcula que sólo en 2023 la economía guyanesa creció más de un 30% y que en los próximos cinco años su PBI podría aumentar un 120%. De ahí que este pequeño país, de menos de un millón de habitantes, empieza a ser conocido como la “Kuwait del Caribe”.
Recientemente, el gobierno venezolano de Nicolás Maduro expresó su rechazo a la concesión de nuevos registros de explotación otorgados por su par guyanés, Irfaan Ali. En tanto que una consulta popular ratificó el interés estratégico de esta región para Caracas.
La amenaza de choques armados en la frontera fue seguida por un constructivo diálogo entre ambos mandatarios el 14 de diciembre en la isla de San Vicente y las Granadinas, hoy a cargo de la conducción de la CELAC. En esta mediación participaron también los gobiernos de Brasil y del Comunidad del Caribe y se planteó el compromiso por asegurar la paz para toda la región.
Sin embargo, dos las principales potencias de la OTAN, Estados Unidos y el Reino Unido, cada uno con sus propios intereses geopolíticos y económicos, respaldaron inmediatamente a Guyana, tanto en términos políticos como, sobre todo, militares. Por el número de soldados, pero también por sus acuerdos con Rusia, Venezuela está considerada como una doble amenaza regional.
Para Estados Unidos, el conflicto atraviesa directamente a sus principales empresas petroleras y se presenta como una nueva oportunidad para reafirmar su predominio a través del Comando Sur. El respaldo al presidente Irfaan Ali fue completo desde un primer momento tanto desde el gobierno como así también desde la Secretaría General de la OEA.
Antony Blinken, secretario de Estado, le aseguró al gobernante de Guyana, el “apoyo incondicional” de la Casa Blanca en tanto se comprometía con obtener una “salida pacífica” para el conflicto con Venezuela.
Pero el Comando Sur anunció el inicio de ejercicios militares con la Fuerza de Defensa de Guyana, en principio, para reforzar la cooperación en materia de seguridad entre los dos Estados. Si bien los medios guyaneses se refirieron a operaciones de “carácter rutinario”, los sobrevuelos conjuntos no pasaron desapercibidos y causaron un temprano alerta en buena parte de la región.
Por su parte, el Reino Unido hizo valer su condición de metrópoli del Commonwealth frente a Guyana. En este sentido, tanto el ministro de Asuntos Exteriores, David Cameron, como el Ministro para las Américas, David Rutley, expresaron su apoyo a la ex colonia.
El claro respaldo de Londres fue fortalecido por el viaje de Rutley a Georgetown. En compañía de Ali, el ministro británico defendió la soberanía guyanesa y dejó en claro el firme respaldo del Reino Unido a la integridad territorial de su anterior posesión.
Más allá del intento de los gobiernos de Venezuela y Guyana por enfriar las tensiones, no pasó demasiado tiempo antes de que Londres pasara de las palabras a los hechos. Londres envió un barco militar para vigilar el territorio marítimo circundante a Guyana. El HMS Trent está armado con un cañón y ametralladoras, un contingente de Royal Marines, y puede desplegar helicópteros Merlin.
El barco suele tener su base en el mar Mediterráneo y es usado para realizar ejercicios antiterroristas y contra la piratería. El HMS Trent anclaría frente a la costa de Georgetown y, desde Londres, aseguran que sólo realizaría entrenamientos y actividades conjuntas con la marina guyanesa. De todos modos, el acto de provocación ya está consumado.
Como en un juego de espejos, desde Washington y Londres se comienza a forjar una narrativa en la que Venezuela estaría desenvolviendo una guerra de conquista contra Guyana, su vecino más débil, como ocurre en Rusia respecto a Ucrania. Obviamente, nada se menciona sobre los múltiples intereses de las potencias de la OTAN en los recursos estratégicos del Esequibo, como tampoco se señaló su participación en los prolegómenos y en el conflicto que hoy existe contra Moscú.
Más allá de la vocación por el diálogo demostrado por los gobiernos de la región, Estados Unidos y el Reino Unido operan a partir de su propia agenda. Se acercan tiempos difíciles para América Latina, en medio de crecientes presiones externas, pero también por la aparición de mandatarios cuyo sincero interés en la unidad y por la paz generan amplias dudas.
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