Un descenso al espantoso planeta de la ciencia ficción reaccionaria.
PEDRO PERUCCA
Casi desde sus mismos inicios como género, la ciencia ficción tendió a generar un vínculo particular con una estructura de sentimientos progresista o de izquierda. Su apuesta constante por la «desnaturalización» de las diversas realidades históricas y su énfasis en los impactos transformadores de las nuevas tecnologías, así como sus especulaciones en torno a otras formas posibles de organización social, de familia, de inteligencia y hasta de vida (incluyendo formas inorgánicas de la misma), lograron sintonizar con lectores predispuestos a un cierto pensamiento crítico.
Aunque siempre existieron ficciones conservadoras o reaccionarias en el género, el arribo del siglo veintiuno y de la revolución comunicacional que implicaron las redes sociales contribuyeron a multiplicar las reinterpretaciones de algunos clásicos por parte de las nuevas derechas e incluso la producción de obras de «anticipación» que operan como vehículos para concepciones militaristas, xenófobas, ultranacionalistas, racistas y misóginas. Bienvenidos y bienvenidas al submundo de la ciencia ficción de derecha.
En su señero ensayo de 1967, El sentido de la ciencia ficción, Pablo Capanna presenta algunas hipótesis en torno a la sintonía de la ciencia ficción con las mentalidades «abiertas» de sus consumidores. Allí recuerda que uno de los primeros clubes de aficionados de los Estados Unidos, durante el boom del género en su época pulp de los años 30 y 40, fue presidida por un afroamericano del barrio de Harlem, una total rareza en un país que aún segregaba explícita y brutalmente a las personas de color, hecho que confirmaría que «nunca existieron prejuicios raciales dentro del género, pues éstos serían inconcebibles entre quienes están discutiendo las posibilidades de comunicarse con las arañas inteligentes de Andrómeda, lo que hace que las diferencias entre variedades de la especie humana sean sentidas como intrascendentes». En este sentido, remarca que «por sus características peculiares», la ciencia ficción tiende «a crear una mentalidad más adaptada que otras a los cambios tecnológicos y sociales, no propensa a dejarse llevar por fáciles entusiasmos, pero tampoco carente de ese optimismo de base que está presente en toda actitud creadora […], capaz de tomar distancia frente a lo aparentemente obvio, con ese desapasionamiento tan útil que da la actitud científica sabiamente empleada».
Pero en el mundillo conspiranoico, de claras afinidades con las nuevas derechas o movimientos de «derecha alternativa» (Alt-right, como se los conoce en Estados Unidos), ese «distanciamiento» respecto de lo «aparentemente obvio» culminó en certezas casi psicóticas capaces de negar los más básicos consensos científicos. Además del terraplanismo y el antivacunismo que sufrimos casi cotidianamente, podríamos enumerar infinitos negacionismos que rechazan la llegada a la Luna (todo se habría montado en un estudio de grabación), la existencia de los pájaros (serían en verdad artefactos mecánicos de supervisión y control), el cambio climático, los mares, la nieve, los terremotos y casi cualquier otro fenómeno imaginable.
En ese contexto, no resulta extraño que el fandom de la ciencia ficción (compuesto desde siempre en su mayoría por hombres blancos) también presente un ala claramente reaccionaria capaz de resignificar en sus particulares términos incluso productos culturales en general leídos desde la izquierda. Así, el planteo que Morpheus le hace a Neo en la película Matrix (1999) («Si te tomas la pastilla azul, se acaba la historia. Despertarás en tu cama y creerás lo que quieras creerte. Si te tomas la roja, te quedarás en el País de las Maravillas y yo te enseñaré hasta dónde llega la madriguera del conejo») es entendido por estos sectores como un llamado a «despertar» a una realidad estructurada por conspiraciones. Así se acuñó el neologismo redpilling (tomar la pastilla roja), para implicar una posición «librepensadora», no dispuesta a dejarse engañar por políticos, corporaciones, reptilianos, illuminatis y otras figuras más o menos fantásticas que se cree que operan como un poder detrás del poder.
Algo similar ocurre con la obra mayor de George Orwell, 1984, cuya alerta respecto de los peligros de un Estado autocrático es resignificada por las nuevas derechas para denunciar a una especie de actual «Gran Hermano» al servicio del «progresismo», que busca imponer por la fuerza un temido «nuevo orden mundial» que se caracterizaría por la dictadura de la corrección política, peligrosos discursos de género y un brutal control ideológico frente al que todo un sector de hombres caucásicos enojados se autopercibe como una minoría en peligro a la que se le coartan cada vez más derechos de expresión.
Un viaje en la máquina del tiempo
Más allá de la hipótesis de Capanna, sabemos que en la larga historia de la ciencia ficción —sobre todo si incluimos a algunos precursores, su etapa de expansión pulp de los años 30 y su posterior consolidación en la llamada «edad de oro»— se pueden encontrar textos con planteos racistas (tal vez el caso de H. P. Lovecraft sea el más famoso), militaristas y antidemocráticos (Tropas del espacio, de Robert Heinlein, es arquetípica, aunque su versión cinematográfica de 1997 invierta su balance ideológico para volverla una parodia/denuncia de la hipertrofia castrense), ultraindividualistas y reaccionarios (como La raza futura, del político conservador Edward Bulwer-Lytton, un descarado alegato antitecnológico y antiigualitario de 1871, o La rebelión de Atlas, novela de Ayn Rand de 1957, hoy recuperada y revalorizada por la nueva ola ultraneoliberal que se autodefine como «libertaria»).
Por supuesto, no faltarán los sesgos misóginos, ya que casi todo el género lo era por default, al menos hasta la irrupción de Ursula Le Guin y la posterior revolución de la ciencia ficción feminista, ya en épocas de la llamada Nueva Ola. Una cierta crítica moderna no se ha privado de destacar los rasgos racistas y reaccionarios de clásicos como Duna, de Frank Herbert (un autor claramente alineado con el libertarianismo estadounidense e integrante de la Asociación del Rifle), un texto que sin embargo goza de gran popularidad entre la izquierda por su subtexto ecologista.
Las perspectivas conservadoras o directamente reaccionarias suelen ser más abundantes en la comarca de la fantasía, vecina de la ciencia ficción, con el máximo ejemplo de J. R. R. Tolkien en obras como El Hobbit o El señor de los anillos que, como han señalado infinidad de críticos, se encuentran plagados de estereotipos racistas, lo mismo que muchas novelas de fantasía heroica o de «espada y brujería» (subgénero inaugurado por las icónicas novelas de Conan el bárbaro, de Robert Howard, un integrante del «Círculo de Lovecraft»), donde suelen ser tópicos comunes las castas medievales, los guerreros plenos de testosterona y los magos al servicio del poder. También el ultracristiano y conservador C. S. Lewis ha aportado lo suyo en este plano.
En la ciencia ficción, más allá de los sesgos machistas ya mencionados, podemos encontrar una enorme cantidad de obras que tematizan críticamente los totalitarismos o las utopías reaccionarias. Uno de los subgéneros que abordó con más claridad el problema fue el distópico, desde la fundadora Nosotros (1921), de Evgeny Zamiatin —que en 1921 anticipó aspectos del totalitarismo estalinista— hasta Un mundo feliz, de Aldous Huxley (que alertó sobre los peligros de la eugenesia y el control social por medio de la farmacología); pasando por Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, en la que un Estado totalitario prohíbe la lectura, y la ya mencionada 1984 como clásicos indiscutidos.
Las utopías reaccionarias del hombre blanco resentido
Si bien el fenómeno de la ciencia ficción reaccionaria se presenta en su forma más pura en los Estados Unidos, especialmente tras la presidencia de Donald Trump y el crecimiento de grupos como QAnon, podemos encontrar expresiones en países europeos, donde los grupos de ultraderecha también se multiplican.
En el plano de la recuperación de utopías reaccionarias del siglo XX se destaca la segunda vida que cobró gracias a las redes sociales un texto como Los diarios de Turner, una novela publicada con pseudónimo en 1978 por William Luther Pierce, entonces dirigente de un grupo neonazi, que relata una violenta revolución en los Estados Unidos que llega a derrocar al gobierno federal y que en el camino avanza en una guerra santa contra todos los grupos «no blancos», incluyendo afroamericanos, judíos, políticos y otros «actores liberales». El texto fue descrito como «explícitamente racista y antisemita» y definido como «la Biblia de la derecha racista», llegando a inspirar concretamente numerosos crímenes de odio y actos de terrorismo, incluyendo el asesinato de Alan Berg en 1984 o el atentado de Oklahoma City de 1995, entre por lo menos 40 ataques para los que sirvió de inspiración explícita. La ocupación del Capitolio de enero del año pasado fue definida en salas de chat del activismo de derecha en sitios como 4chan, Telegram o Stormfront como el «Día de la cuerda», un ahorcamiento masivo relatado en el libro.
Otro de los textos recuperados por las nuevas derechas, en este caso europeas, es El desembarco (Le Camp des Saints, su título original), publicada en 1973 por Jean Raspail, un escritor e investigador francés que incluso fue honrado en 1983 como Officier de la Legión de Honor. El desembarco, que predice el colapso de la civilización occidental por el masivo arribo de migrantes del Tercer Mundo, volvió a la lista de los best sellers en 2011 y se estima que lleva más de medio millón de ejemplares vendidos desde 2006. Su autor continuó defendiendo sus puntos de vista racistas y xenófobos en otras obras de ficción y artículos periodísticos. En 2004, la Liga Internacional contra el Racismo y el Antisemitismo lo demandó por «incitación al odio racial», lo que no fue obstáculo para que siga siendo traducido a la mayoría de los idiomas del mundo o para una candidatura a la Academia Francesa en el año 2000.
El libro de Raspaill tiene numerosas ediciones en inglés —su actual editora es The Social Contract Press, una empresa dirigida por Jhon Tanton, fundador de la Federation for American Immigration Reform (FAIR), denunciada reiteradamente como «grupo de odio»—. Es que el alerta contra el presunto «genocidio blanco» tiene un importante eco en EE. UU., en parte gracias a las campañas antimigrantes del sitio ultraderechista Daily Stormer, de Andrew Anglin, que hace unos años horrorizó a los hombres blancos del país con un alerta contra la «caravana migrante» que presuntamente se dirigía al país desde Sudamérica (en realidad, una manifestación periódica de Pueblo sin Fronteras), incluso logrando que Trump y su vice, Mike Pence, se sumaran a la denuncia contra la inexistente «caravana». También se sabe que el exasesor trumpista e impulsor de medios derechistas Steve Bannon es «fanático» del libro y suele usar referencias al mismo. Podemos citar aquí también a Sumisión, la más reciente novela de Michel Houellebecq, que imagina una Francia en la que el ficticio partido Fraternidad Musulmana triunfa en las presidenciales de 2022, venciendo a Marine Le Pen en la segunda vuelta gracias al voto del resto de las fuerzas políticas que buscan impedir la victoria de la ultraderecha (eso sí: hay que reconocerle que anticipó con total claridad uno de los dos protagonistas del balotaje).
Sueños de hierro
En ese magma reaccionario no solo se leen y resignifican obras previas sino que también se producen numerosas ficciones de «anticipación» derechista, textos que pese a su bajísima calidad literaria logran gran circulación entre los grupos supremacistas como vehículos propagandísticos del odio muy accesibles en términos de dificultad literaria. Entre estos se destacan obras como Hold Back This Day (algo así como «Posterguemos ese día»), de Kendall Ward (2001), que imagina un mundo futuro en el que un autocrático «Gobierno mundial» impone a la fuerza el mestizaje para obtener «una sola raza» y autoriza una única religión. Frente a este escenario se alza un héroe caucásico, Jeff Huxton, uno de los últimos «blancos puros» que acaba uniéndose a la resistencia de «Nayra» (poco sutilmente, «aryan» escrito al revés), secuestrando una nave y escapando a una colonia blanca en el planeta Marte. Bedford: A World Vision (2002), de la escritora sureña Ellen Williams, retrata la lucha de Horace y Virginia Pruitt, una pareja de piadosos cristianos que se rebelan contra un gobierno de un futuro cercano que avala el aborto, la eutanasia y hasta la pedofilia en nombre de la «corrección política».
También podríamos mencionar obras como la pentalogía Last Jihad (La última Jihad, 2003), de Joel C. Rosenberg, donde un presidente estadounidense apegado a las Escrituras aprueba un ataque nuclear contra Bagdad para luego enfocarse en el combate contra la alianza ruso-iraní, o Prayers for the Assassin (2006), de Robert Ferrigno, que imagina un EE. UU. del año 2040 en guerra civil y dividido en cuatro tras ser devastado por ataques nucleares contra sus principales ciudades. Obviamente, la lucha principal es entre una nueva república islámica y la resistente comunidad cristiana del Cinturón Bíblico (los judíos han sido condenados al ostracismo, por ser responsables de la destrucción de Washington y Nueva York). La campaña promocional del libro incluyó el lanzamiento de una web con noticias falsas de los Estados Islámicos de América (Republic World News).
En el mismo camino, la historieta Liberality for All (Liberalidad para todos, autodefinida como «el primer comic conservador del mundo»), de Mike Mackey y Donny Lin, presenta a unos heroicos combatientes blancos en lucha contra las políticas ultraprogresistas del Gobierno de Chelsea Clinton y su vicepresidente Michael Moore, quienes llegan a aceptar a Osama Bin Laden como embajador. Delirios casi a la altura de las ficciones que Spinrad imaginó en 1972 para El sueño de hierro, una ucronía sobre un Adolf Hitler al que el triunfo como escritor aleja del camino político para concentrarse en volcar todas sus fantasías supremacistas y antisemitas en la literatura, especialmente en la novela de ciencia ficción El señor de la esvástica.
Para terminar con un ejemplo europeo (el neofascismo no es solo estadounidense), recordaremos que en 2001 el escritor y periodista Mario Farneti publicó la primera novela de la trilogía «Occidente», una ucronía que muestra una Italia de 1972 que celebra el cincuentenario del arribo al poder de Mussolini (la trilogía se completó en 2006). A diferencia de su compatriota Giampietro Stocco, que también propone ucronías como Nero italiano y Dea del Caos para reflexionar críticamente sobre las coyunturas históricas que pueden habilitar salidas totalitarias, el libro de Farneti ha sido fuertemente cuestionado por romantizar y celebrar el autoritarismo fascista.
La propuesta, por supuesto, no es abordar literalmente la lectura de estos textos sino considerarlos como partes de una profunda «batalla cultural» en curso, en la que las nuevas derechas refuerzan por todos los medios un habitus cada vez más violento y reaccionario para sus activistas, al tiempo que constituyen expresiones de una suerte de «inconsciente político» de una sociedad en un momento dado que, sin plena conciencia, vuelca en la literatura o el cine algunos de sus más profundos y verdaderos temores y esperanzas. Y es que, como alerta Wilhelm Reich desde su Psicología de masas del fascismo, en ciertas coyunturas históricas las grandes masas populares pueden «desear» los totalitarismos más brutales.
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PEDRO PERUCCA
Sociólogo, periodista, editor de revista «Sonámbula» e integrante de «Proyecto Synco», observatorio de ciencia ficción, tecnología y futuros.
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