La civilización industrial dejará de ser viable entre 2020 y 2035
Hoy experimentamos la etapa del colapso y parece que tenemos una responsabilidad social distinta debido a la crisis de la idea de progreso. Ante la situación algunos filósofos giran hacia otros horizontes, reconocen praxis comunitarias como el buen vivir andino, el ecologismo y el feminismo como posibilidades de esperanza
Alberto Antonio Berón*
Wilber Ortega Aldaya, detalle En el sueño del Señor, acrílico sobre lienzo, 130 x 90 cm (Cortesía del autor)
Este artículo contribuye a la discusión pública de un tema como el decrecimiento, liderado en Colombia por el nuevo gobierno, en especial la ministra de minas y energía Irene Vélez y que, por su importancia, merece ser abordado por parte de un pensar que tenga aspiraciones críticas.
Para Guillermo Castaño Arcila,
maestro de la ecología social,
quien tempranamente captó
lo prioritario y profundo en la relación
con la naturaleza
Hace 25 años el centro de los conflictos ideológicos giraba entorno a la manera que Estado y sociedad contribuirían a resolver las desigualdades sociales. El crecimiento económico y el acceso al consumo se convirtieron en la opción fundamental para la resolución de los problemas de violencia, hambre, falta de oportunidades derivadas de una economía que parecía no beneficiar de la misma manera a los seres humanos. Hoy nos encontramos ante un escenario distinto, pues el crecimiento para estos afecta al resto de especies vivas, en especial a la naturaleza como un todo; es un daño que salta a nuestros ojos y que exige una transformación radical a corto plazo de una existencia terrestre, que se percibe cada vez más frágil y amenazante (1). ¿De dónde vendrá la transformación? ¿Del Estado, el mercado, de cada uno de nosotros? Estas interrogaciones al parecer ingenuas se formulan en el punto de quiebre entre el viejo antropocentrismo moderno y un presente incierto.
El libro de Casal Lodeiro “La izquierda ante el colapso de la civilización industrial. Apuntes para un debate urgente” (2) sitúa en discusión el papel de las izquierdas políticas frente a un progreso civilizatorio cuyo costo es la destrucción del resto de seres vivos. El carácter histórico de esa discusión se desarrolla en una línea temporal de cuatro momentos como son capitalismo joven (1800-1920), capitalismo maduro (1920-1980), capitalismo senil (1980-2000) y, finalmente, el colapso.
En la interpretación de Lodeiro la sociedad industrial conjugó la energía propia de los humanos, así como la fuerza incorporada a la invención de los motores a través de recursos como el vapor, el carbón, el hierro, el petróleo. El debate acerca del colapso remite al agotamiento de esos recursos, a la imposibilidad que tiene la actual sociedad capitalista de detener su carrera, así como a la necesidad por parte de los movimientos sociales y las organizaciones de izquierda de comprometerse con acciones en torno al decrecimiento como freno al desarrollo ilimitado. Decrecer o extinguirnos según el autor, alude a la puesta en cuestión de la noción misma de progreso que ha direccionado la cultura occidental por más de 200 años.
En este sentido economistas como Adam Smith, Ricardo y el mismo Marx pertenecen a esa temporalidad situada entre los siglo XVIII-XIX; sus reflexiones emergieron en un periodo de crecimiento y progreso, caracterizado por el hallazgo y uso de energías fósiles, con las cuales se alcanzó a escala mundial la entronización de un capitalismo planetario. Hoy experimentamos la etapa del colapso y parece que tenemos una responsabilidad social distinta debido a la crisis de la idea de progreso. Ante la situación algunos filósofos giran hacia otros horizontes, reconocen praxis comunitarias como el buen vivir andino, el ecologismo y el feminismo como posibilidades de esperanza. El buen vivir será parte de lo acá abordado.
Cuando el apocalipsis toca a la puerta
Consideremos un mundo que pasa del papel moneda a otras formas de valor de cambio; donde los viajes en avión y el uso de autos privados sean regulados; un mundo que nos apremie a desplazarnos en transporte público y en bicicleta; siendo los productores locales los que nos proveen de ropa y alimentos. Todo esto acontece en ciudades despobladas con dificultades al acceso tanto de los servicios de agua como de energía, lo que ha generado el retorno a la máquina de escribir y los manuscritos. No espere el lector que esté haciendo referencia a un orden socioeconómico comunista o una distopía; se trata del mundo del de-crecionismo, término donde convergen análisis económicos, ambientales, activismos políticos y un llamado a cambiar de manera radical la relación con el entorno, pues el desastre irreversible se torna inminente.
La civilización industrial dejará de ser viable entre 2020 y 2035 señala el autor, basado en diversos informes. Evidencia de lo cual es el agotamiento de la energía fósil, materializada en el petróleo, el gas natural y el carbón, detonando la irreversible desaparición de un Estado del Bienestar y del mismo Estado. De lo anterior proviene el llamado al decrecimiento inmediato, direccionado a gobiernos, corporaciones, sociedades y comunidades en general: una alta voz cuyo mensaje es detener el crecimiento en términos de progreso material capitalista, en razón del inminente derrumbe de la civilización, a cuenta del daño producido en la biosfera. Según el autor este propósito hace parte de las tareas urgentes de la izquierda contemporánea, que consiste en decrecer o perecer, adaptando una idea de Rosa Luxemburgo. Esa salida no podrá realizarse en los marcos del capitalismo sino del ecosocialismo o de una ecología social como apunta el filósofo Michael Löwy refiriéndose a la llamada crisis ecológica: “no es un problema entre muchos otros, es la cuestión política, económica, social y moral más importante del siglo XXI”. (3)
El pensar moderno movido por combustible fósil
Para los pensadores sociales las aspiraciones de progreso forman parte de una búsqueda expedita para hacer del ser humano el rey de la modernidad. En filósofos como Kant, Hegel, Marx, Bakunin, Kropotkin emergen en sus escritos nuevos actores, visibles en paralelo con la Revolución Francesa, la Comuna de París, el mutualismo cooperativo, motivando escritos como “Sobre la paz perpetua”, “Fenomenología del espíritu”, “El capital”, “Estatismo y Anarquía”, que se publican en plena juventud del capitalismo moderno. Se trata de grupos plebeyos, clases trabajadoras, lumpen proletaria, etcétera.
Con posterioridad, se gestan durante el siglo XX planteamientos de filósofos políticos como Bakunin, influido por el nacimiento de las organizaciones de izquierda, trabajadores de carácter político sindical, gestando de esta forma transformaciones que deberían socializarse para estar al servicio de la humanidad emancipada (4) en general, bajo las formas de cooperación y ayuda mutua de los trabajadores. Ejemplo de lo anterior son la Revolución anarcosindicalista española, la Revolución rusa, el levantamiento espartaquista alemán, el nacimiento de la República de China, la guerra del Vietnam, la Revolución cubana, El mayo del 68 y la Primavera de Praga, así como la llegada a la presidencia de Salvador Allende y su gobierno de Unidad Popular, pasando por el sandinismo, el zapatismo y el chavismo.
En el marco de tiempo de un capitalismo maduro, sus defensores proponen otros factores aportantes al fortalecimiento de la idea de progreso como que el crecimiento económico y financiero es ilimitado; el egoísmo estimula el avance económico; los sujetos humanos necesitan entre ellos de la competencia para probar quien es mejor; el libre mercado estimula la justicia social y es objeto de cuantificación; el mundo se entiende como una máquina; los recursos naturales son medios de producción; el dinero contribuye a la creación de riqueza y conlleva a la felicidad.
Al periodo de esplendor en que se vivió este capitalismo se le conoce como el Welfare state, implementado en Europa y los Estados Unidos con el propósito de neutralizar los aires de ruptura con el capitalismo potenciados por la Revolución de los soviets, superar la gran depresión de los años treinta, así como la devastación moral y económica dejada por la II Guerra Mundial. Estas experiencias condujeron a que se replantearan y fortalecieran las políticas económicas a favor de millones de ciudadanos que accedieron al consumo masivo gracias en parte al uso del petróleo; de esta manera circularon bienes como los automóviles, el turismo a gran escala, los viajes aéreos y se posibilitó la ampliación de cobertura de la salud, educación y vivienda para los ciudadanos.
Igualmente, las formas tradicionales y comunitarias de la existencia fueron orientándose hacia un individualismo altamente competitivo. Para acceder al éxito personal o corporativo se utilizaron energías mortíferas contra los seres vivos y se llegó a considerar que sus efectos eran los costos colaterales para avanzar en un progreso indefinido. No obstante, el declive de ese mundo inicia prácticamente a finales de los años 70 con la gran crisis en el acceso al petróleo y con el avance de un nuevo fantasma: la conciencia de que el progreso no era infinito, que las fuerzas productivas desplegadas en la modernidad dejaban un daño dramático en el planeta y su entorno. En ese momento cobran mayor relevancia las propuestas ecologistas, ambientalistas, que muestran como el afán de poseer y controlar la riqueza se traslada a la biosfera, arrastrando consigo oportunidades para las generaciones futuras.
Ante un capitalismo senil
El capitalismo senil o en profunda decadencia puede entenderse como la fase en la que se evidencia la imposibilidad de dar respuestas a las demandas de acumulación a escala planetaria que tiene el presente, sin destruir los recursos vitales no renovables. Tanto en la versión capitalista del bienestar como en la versión socialista, el uso de los recursos fósiles será el centro de los cambios en la transformación de la vida de las naciones. Estamos en un tiempo en donde el ideario del progreso material parece llegar a su límite ante la perspectiva de unos recursos finitos y un entorno natural resentido, afectado por el avance de los seres humanos. Las víctimas del progreso, son quienes pagan con su vida la expansión de unas prácticas de modernización arrasadoras. La máquina de la productividad material se aceita con los recursos existentes en los territorios. La ciudad y el mundo rural están sufriendo un proceso de cancerización que destruye la coexistencia entre sociedad y naturaleza, creando una sociedad enferma e insostenible ecológicamente
Como plantea Lodeiro, estamos comenzando a verificar que esa transformación ya está sucediendo, desembocando quizás en un sistema neofeudal o ecofascista (5) que persiste en controlar los recursos para la “salvación” de las minorías de unas naciones, justificando la eliminación de otras minorías– “sin fortuna”. Las llamadas “democracias” actuales no pueden sostenerse cuando falla la energía, el crecimiento y el pacto social que dicho desarrollo ha permitido entre la clase capitalista y el resto de la sociedad, y sólo cabe derivar hacia auténticas democracias (socialistas, anarquistas, o ambas cosas) o hacia auténticas dictaduras.
Para los decrecionistas es inviable que toda la humanidad pueda alcanzar el modelo del consumo occidental. El nivel de producción y consumo se logró agotando los recursos naturales, rompiendo los equilibrios ecológicos de la tierra. El desarrollo sostenible es un mantra cosmético. Por el contrario, debería procurarse un equilibrio entre los seres humanos y la naturaleza, para esto se cuenta con un margen de tiempo reducido. Por lo anterior se requiere una modificación en los hábitos y modos de vida, estimulando más que la compra y la acumulación, una propensión por el alquiler y reforma de las viviendas; la creación de huertos urbanos, comunitarios y ecológicos; promover la compactación de las semanas de trabajo; recuperar el transporte en trenes, así como los autobuses de empresas para el desplazamiento de los trabajadores; favorecer la producción de bienes para toda la vida; mantener y potenciar la enseñanza en todos los ciclos en el medio rural, promover los productos locales frente a los importados, todo ello y mucho más bajo premisas de cooperación, solidaridad y acción común.
El buen vivir como freno de mano a la locomotora del progreso
En las regiones de América, denominada por las organizaciones indígenas como “Abya Yala” se ha gestado un pensar comunitario llamado el “buen vivir” que orienta su mensaje a la “convivencia armoniosa del género humano con su entorno natural, el mundo espiritual y las futuras generaciones”. Para esta praxis filosófica, las intenciones económicas o políticas que impliquen destruir las bases para la vida de futuras generaciones, que priorice los bienes de lujo por sobre los bienes de primera necesidad y los valores éticos y espirituales, no es sostenible ni sustentable. La visión de un buen vivir, considera que “el verdadero “progreso” no consiste en un incremento cuantitativo de bienes de consumo y de la producción, ni en el aumento de las ganancias de una empresa, sino en el nivel de distribución justa y equitativa de la riqueza existente” (6).
Es así como se debería renunciar a la ideología del “crecimiento”, a la especulación bursátil y el capital improductivo ficticio como bases para un “buen vivir”, pero esto no es fácil. Implica un decrecimiento (“recesión”) de la economía en gran parte del mundo, un estancamiento en otra, y también paradójicamente, la posibilidad de un leve crecimiento en las partes más pobres del planeta. A pesar de que el modelo del llamado “capitalismo salvaje” y de un desarrollo tipo occidental parezca fenecer en los centros del capital especulativo, este mismo modelo prosigue hechizando y atrapando de manera irrefrenable a amplios sectores sociales, entre ellos sectores populares urbanos y rurales, a los jóvenes de zonas apartadas o de barrios periféricos, a los pueblos indígenas. Es frecuente que quienes han sido beneficiados con las migajas del bienestar prediquen la renuncia entre aquellos que tienen la ilusión de un transporte privado o de migrar a otra región que consideran más próspera. Esto no es solamente un reflejo de la alienación cultural y civilizatoria, también refleja aspiraciones legítimas por mejorar sus condiciones de vida.
Estamos ante un inmenso reto. Exigir a los pueblos del llamado sur global que cambien su “chip” y dejen de anhelar los símbolos que exhibe la sociedad del espectáculo implica una voluntad a gran escala, lo cual no pasa solo por la voluntad de unos activistas e intelectuales o un dictado de gobiernos pretendidamente progresistas. Se trataría en el sentido nietzscheano de una transvaloración, o en el benjaminiano de una detención mayúscula, una conciencia a gran escala del peligro inminente que nos asecha como especie y como seres vivos, una “transformación civilizatoria mayor” de la cual dan ejemplo diversas comunidades cristianas de base y pueblos ancestrales.
El llamado “buen vivir” debe ampliar su perímetro de conciencia. Más allá de las culturas indígenas supuestas guardianas de la naturaleza, de la conciencia ambiental de quienes han tenido privilegios de progreso y por decisión acuden a frenar sus prácticas acumulativas, se encuentran los contingentes mayoritarios de quienes han vivido la pobreza en todas sus dimensiones, que experimentan una profunda rabia o impotencia; ¿les puede importar a ellos la conciencia del inminente colapso del planeta si ha sido el desastre lo que más han conocido?
Walter Benjamin, un pensador que padeció los efectos del nazismo por causa de su condición judía, supo plantear en sus escritos algo que posteriormente otros estudiosos de la destrucción de la biosfera han apuntado acerca de la necesidad de parar: “Dice Marx que las revoluciones son la locomotora de la historia universal. Pero tal vez se trate de algo completamente distinto. Tal vez sean las revoluciones el gesto por el que el género humano que viaja en ese tren echa mano del freno de emergencia” (7). La invocación de Walter Benjamin a echar freno de mano resulta provocadora, desnuda la glorificación ególatra de un viaje sin estación de llegada, que realiza un selecto grupo de privilegiados del progreso; a su vez devela las ilusiones por tomar ese mismo tren, añorado sin poderlo alcanzar, por parte de varias generaciones de seres humanos en los siglos XX y XXI.
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Danowski, D.; Viveros (2019). ¿Hay mundo por venir? Ensayo sobre los miedos y los fines. Buenos Aires: Caja Negra.
Lodeiro, M. C. (2016). La izquierda ante el colapso de la civilización industrial. Madrid: laovejaroja .
Löwy, M. (4 de enero de 2023). Sinpermiso. Obtenido de sinpermiso: https://sinpermiso.info/textos/eco-decalogo
Sánchez, R. (2022). Un principio esperanza. Bogotá: Tirant humanidades.
Estermann, J. (2012). “Una crítica filosófica del modelo capitalista desde el allim kawsay/suma qumaña andino”. Polis, Revista de la Universidad Bolivariana, 163.
Taibo, C. (2017). Colapso. Capitalismo terminal, transición ecosocial, ecofascismo. Buenos Aires: Terramar, ediciones.
Benjamin, W. (2005). Libro de los pasajes. Madrid: Akal.
*Profesor Universidad Tecnológica de Pereira
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