La nueva situación, cada vez más peligrosa, se debe a la evolución de la visión de Washington sobre el valor estratégico de Taiwán para la posición dominante de Estados Unidos en el Pacífico ante el desafío del surgimiento de China como gran potencia
El mensaje implícito de ambos lados: es posible una guerra nuclear. Y aunque, a diferencia de los comentarios de Putin, los medios estadounidenses no han señalado cómo podría desencadenar tal conflagración el litigio de Taiwán, el potencial es demasiado preocupante
MICHAEL T. KLARE
Gracias a la reciente amenaza implícita de Vladimir Putin de usar armas nucleares si Estados Unidos y sus aliados de la OTAN continúan armando a Ucrania, “esto no es un farol” afirmó Putin el 21 de septiembre, los peligros resultantes del conflicto ruso-ucraniano vuelven a aparecer en las portadas. Y es muy posible, a medida que las armas estadounidenses cada vez más poderosas se derraman sobre Ucrania y las fuerzas rusas sufren nuevas derrotas, que el presidente ruso crea que la fase de amenazas ha terminado y que solo el uso de un arma nuclear [¿táctica?] convencerá a las potencias occidentales de dar marcha atrás. Si este es el caso, la guerra en Ucrania podría resultar histórica en el peor sentido posible: el primer conflicto desde la Segunda Guerra Mundial que desembocaría en una catástrofe nuclear.
Pero, ¡cuidado! Ucrania no es el único lugar del planeta donde podría estallar una conflagración nuclear en un futuro próximo. Es triste decirlo, pero alrededor de la isla de Taiwán, donde las fuerzas estadounidenses y chinas están realizando maniobras militares cada vez más agresivas, también existe un riesgo creciente de que tales acciones de ambos lados puedan conducir a una escalada nuclear.
Aunque ni los líderes de Estados Unidos ni los líderes chinos hayan amenazado explícitamente con usar tales armas, los dos protagonistas han subrayado los posibles riesgos extremos. Cuando Joe Biden habló por teléfono por última vez con Xi Jinping el 29 de julio de 2022, el presidente chino le advirtió de que no autorizara a la presidenta demócrata de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, a visitar la isla (lo que, sin embargo, hizo cuatro días después) o alentar más aún a las “fuerzas independentistas taiwanesas” en la isla. “Los que juegan con fuego perecerán en el fuego”, habría certificado al presidente estadounidense. Una advertencia ambigua, por supuesto, pero que sin embargo dejaba entrever la posibilidad de usar armas nucleares.
Como para subrayar este punto, el 4 de septiembre, al día siguiente de la reunión de Nancy Pelosi con altos funcionarios taiwaneses en Taipéi, China disparó 11 misiles balísticos Dongfeng-15 (DF-15) en las aguas que rodean esta isla. Muchos observadores occidentales creen que estos disparos pretendían demostrar la capacidad de Pekín para atacar cualquier barco estadounidense que pudiera ayudar a Taiwán en caso de bloqueo o invasión de la isla por parte de China. Se supone que el DF-15, con un alcance de 965 km, es capaz de transportar no solo una carga convencional, sino también una carga nuclear.
En los días siguientes, China también envió bombarderos de largo alcance H-6 con capacidad nuclear más allá de la línea media del estrecho de Taiwán, una frontera informal precedentemente respetada entre China y esta isla. Peor aún, los medios estatales mostraron imágenes de misiles balísticos hipersónicos Dongfeng-17 (DF-17), también considerados capaces de transportar armas nucleares, siendo colocados frente a Taiwán.
Washington no desplegó abiertamente armas de capacidad nuclear de manera tan flagrante cerca del territorio chino, pero envió portaaviones y cruceros lanzamisiles a la región, señalando así su capacidad para lanzar ataques en el continente si estallara una guerra. Por ejemplo, mientras Nancy Pelosi estaba en Taiwán, la Armada desplegó el portaaviones USS Ronald Reagan acompañado por el destructor USS Higgins [buque polivalente equipado con el sistema de combate Aegis que incluye misiles antibuque y antiaéreos] y su flota de barcos de escolta en las aguas circundantes. Los responsables militares de ambos países saben demasiado bien que si estos barcos atacaran el territorio chino, los DF-15 y DF-17 les atacarían y, si estuvieran armados con ojivas nucleares, probablemente provocarían una respuesta nuclear de Estados Unidos.
El mensaje implícito de ambos lados: es posible una guerra nuclear. Y aunque, a diferencia de los comentarios de Putin, los medios estadounidenses no han señalado cómo podría desencadenar tal conflagración el litigio de Taiwán, el potencial es demasiado preocupante.
La “China una y unida” y “la ambigüedad estratégica”
En realidad, el riesgo de guerra nuclear a propósito de Taiwán no es nada nuevo. Durante las crisis del estrecho de Taiwán de 1954-1955 y 1958, Estados Unidos amenazó con atacar a una China que entonces no era [una potencia] nuclear con tales armas si no dejaba de bombardear las islas de Kinmen (Quemoy) y Mazu (Matsu), controladas por Taiwán y ubicadas frente a la costa de este territorio. En aquel momento, Washington no tenía relaciones oficiales con el régimen comunista del continente y reconocía la República de China (ROC), como se llamaba entonces Taiwán [en referencia a la Constitución de 1947], como el gobierno de toda China. Finalmente, sin embargo, los líderes estadounidenses consideraron preferible [el giro comenzó a realizarse con el presidente Nixon y Henry Kissinger en 1971] reconocer la República Popular China (RPC) en lugar de la ROC y el riesgo de conflicto nuclear disminuyó considerablemente, hasta hace poco.
La nueva situación, cada vez más peligrosa, se debe a la evolución de la visión de Washington sobre el valor estratégico de Taiwán para la posición dominante de Estados Unidos en el Pacífico ante el desafío del surgimiento de China como gran potencia. Cuando Estados Unidos reconoció oficialmente a la República Popular China en 1978, rompió sus relaciones oficiales diplomáticas y militares con la ROC, mientras “reconocieron la posición china de que solo hay una China y Taiwán es parte de China”. De hecho, esta posición, conocida como la política de la “China una y unida”, ha permitido mantener relaciones pacíficas entre los dos países (y la autonomía de Taiwán) desde entonces, permitiendo a los líderes chinos considerar que la isla algún día se uniría al continente.
La seguridad y la autonomía de Taiwán también han sido preservadas a lo largo de los años por otro elemento clave de la política de Estados Unidos, conocido como ambigüedad estratégica. Tiene su origen en la Taiwan Relations Act de 1979, una medida adoptada tras la decisión de Estados Unidos de reconocer a la República Popular China como el gobierno legal de toda China. En virtud de esta ley, todavía en vigor, Estados Unidos está autorizado a proporcionar a Taiwán armas defensivas, manteniendo solo vínculos semioficiales con sus líderes. También establece que Washington consideraría cualquier intento chino de cambiar el estatus de Taiwán por medios violentos como una cuestión muy preocupante, pero sin indicar explícitamente que Estados Unidos ayudaría a Taiwán si esto llegara a ocurrir. Esta ambigüedad oficial ayudó a mantener la paz, en parte al no ofrecer a los líderes de Taiwán ninguna garantía de que Washington los apoyaría si declararan la independencia y China los invadiera, al tiempo que no daba a los líderes de la República Popular ninguna garantía de que Washington permanecería al margen si lo hicieran.
Desde 1980, las administraciones demócratas y republicanas han confiado en esta “ambigüedad estratégica” y en la política de una sola China para gestionar sus relaciones pacíficas con la República Popular China. A lo largo de los años, ha habido períodos de creciente tensión entre Washington y Pekín, con el estatus de Taiwán constituyendo un factor de tensión permanente, pero nunca una ruptura fundamental de las relaciones. Esto es lo que permitió a Taiwán convertirse casi en un Estado moderno y próspero, evitando involucrarse en un enfrentamiento entre grandes potencias (en parte porque no contaba lo suficiente en la reflexión estratégica de Estados Unidos).
De 1980 a 2001, los altos responsables de la política exterior de Estados Unidos se centraron en gran medida en la derrota de la Unión Soviética, la gestión del fin de la Guerra Fría y la expansión de las oportunidades económicas mundiales. Luego, del 11 de septiembre de 2001 a 2018, su atención fue redirigida a la guerra mundial contra el terrorismo. Sin embargo, durante los primeros años de la administración Trump, los altos responsables militares comenzaron a redirigir su atención de la guerra contra el terrorismo a lo que llamaron la “competencia entre grandes potencias”, argumentando que el enfrentamiento con enemigos “cercanos”, China y Rusia, debería ser el tema dominante de la planificación militar. Solo entonces Taiwán adquirió un significado diferente.
La nueva perspectiva estratégica del Pentágono fue anunciada por primera vez en la Estrategia de Defensa Nacional de febrero de 2018 de la siguiente manera: “El desafío central para la prosperidad y la seguridad de Estados Unidos es la reaparición de una competencia estratégica a largo plazo” con China y Rusia. [Sí, el subrayado está en el original.] China, en particular, ha sido identificada como una amenaza vital para el mantenimiento del dominio mundial de Washington. “Mientras China continúe su ascenso económico y militar”, indicaba el documento, “continuará persiguiendo un programa de modernización militar que apunta a la hegemonía regional indo-pacífica a corto plazo y a hacer retroceder a los Estados Unidos para alcanzar la preeminencia mundial en el futuro.” Así que ha comenzado una era preocupante de la “nueva Guerra Fría”.
La importancia estratégica de Taiwán aumenta
Para evitar que China materialice este escenario, el más temido de todos, la “hegemonía regional indo-pacífica”, los líderes del Pentágono han diseñado una estrategia con varias facetas: combinando un refuerzo de la presencia militar en la región con vínculos más estrechos y cada vez más militarizados con los aliados de Estados Unidos en la región. Como indica la Estrategia de Defensa Nacional de 2018, “reforzaremos nuestras alianzas y asociaciones en la región indo-pacífica para crear una arquitectura de seguridad en red capaz de disuadir las agresiones, mantener la estabilidad y garantizar el libre acceso a los territorios comunes”. Inicialmente, esta “arquitectura de seguridad en red” solo debía involucrar a aliados de larga data como Australia, Japón, Corea del Sur y Filipinas. Sin embargo, muy pronto Taiwán fue considerado como un elemento crucial de esta arquitectura.
Para entender lo que esto significa, imaginad un mapa del Pacífico occidental. Mientras Washington buscaba contener a China, se basó en una cadena de aliados insulares y peninsulares que se extendían desde Corea del Sur y Japón hasta Filipinas y Australia. Las islas más meridionales de Japón, incluida Okinawa, donde se encuentran importantes bases militares de Estados Unidos (y un vigoroso movimiento local anti-base), se extienden hasta el Mar de Filipinas [situado entre Filipinas, Taiwán, Japón, las Islas Marianas, Palaos y el noreste de Indonesia]. Sin embargo, queda una amplia brecha entre ellas y Luzon, la isla más grande de Filipinas y la más al norte. En medio de este pasillo está... sí, lo habéis adivinado, Taiwán.
Según los más altos responsables militares y de política exterior de Estados Unidos, para que estos últimos consigan evitar que China se convierta en una gran potencia regional, tendrían que bloquear las fuerzas navales de este país en lo que han comenzado a llamar “la primera cadena de islas”, el rosario de territorios que se extiende desde Japón hasta Filipinas e Indonesia. Para que China sea una potencia, según ellos, la Armada de este país debería poder enviar sus barcos más allá de esta línea de islas y penetrar profundamente en el Pacífico. Por lo tanto, nadie se sorprenderá al saber que el fortalecimiento de las defensas de Estados Unidos a lo largo de esta misma cadena se ha convertido en una prioridad absoluta del Pentágono. En este contexto, Taiwán ha acabado por ser considerado, de forma bastante preocupante, como una pieza esencial del rompecabezas estratégico.
El pasado mes de diciembre, el secretario adjunto de Defensa para Asuntos de Seguridad Indo-Pacífico, Ely Ratner, resumió la nueva forma en que el Pentágono ve el papel geopolítico de Taiwán cuando se presentó ante la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado. “Taiwán, dijo, se encuentra en una encrucijada crítica de la primera cadena de islas, que sirve a una red de aliados y socios de Estados Unidos, una red esencial para la seguridad de la región e indispensable para la defensa de los intereses vitales de Estados Unidos en el Indo-Pacífico.”
Esta nueva percepción de la importancia “crítica” de Taiwán ha llevado a los altos responsables de Washington a reconsiderar los fundamentos de su política, en particular su compromiso con la política de “una sola China” y la “ambigüedad estratégica”. Si bien continúa afirmando que la política de una sola China sigue siendo la política de la Casa Blanca, el presidente Biden ha insistido repetidamente y sin ambigüedades en que Estados Unidos tiene la obligación de defender a Taiwán en caso de ataque. Cuando se le preguntó recientemente en la emisión Sixty Minutes (18 de septiembre de 2022) si “las fuerzas estadounidenses... defenderían a Taiwán en caso de una invasión china”, Joe Biden respondió sin dudarlo: “Sí”.” La administración también ha reforzado sus vínculos diplomáticos con la isla y le ha prometido miles de millones de dólares para armas y otras formas de asistencia militar. En esencia, estas medidas constituyen un abandono, de facto, de la política de “Una China” y su sustitución por una política de “Una China, un Taiwán”.
No es de extrañar que las autoridades chinas hayan reaccionado a estos comentarios y a las medidas que los acompañan con creciente preocupación e ira. Vistos desde Pekín, representan el repudio total de múltiples declaraciones que reconocen los vínculos indivisibles de Taiwán con el continente, así como una posible amenaza militar de primer orden si esta isla se convirtiera en un aliado oficial de Estados Unidos. Para el presidente Xi y sus allegados, esta situación es simplemente intolerable.
“Los repetidos intentos de las autoridades taiwanesas de buscar el apoyo de Estados Unidos a su programa de independencia, así como la intención de algunos estadounidenses de usar Taiwán para contener a China, son profundamente preocupantes”, dijo el presidente Xi a Biden durante su conversación telefónica el 16 de noviembre de 2021. “Tales pasos son extremadamente peligrosos, al igual que jugar con fuego. Quienquiera que juegue con fuego acabará quemándose”.
Desde entonces, los responsables chinos no han dejado de endurecer su retórica, agitando la guerra en términos cada vez más explícitos. “Si las autoridades taiwanesas, animadas por Estados Unidos, continúan emprendiendo el camino hacia la independencia”, declaró típicamente Qin Gang, embajador de China en los Estados Unidos, en National Public Radio (NPR) en enero de 2022, “lo más probable es que esto lleve a China y Estados Unidos, los dos grandes países, a un conflicto militar.”
Para demostrar su compromiso, China comenzó a realizar regularmente ejercicios aéreos y navales en el espacio aéreo y marítimo que rodea a Taiwán. Estas maniobras generalmente implican el despliegue de cinco o seis buques de guerra y una docena de aviones de combate, así como demostraciones de potencia de fuego cada vez mayores, con el objetivo obvio de intimidar a los líderes taiwaneses. El 5 de agosto, por ejemplo, los chinos desplegaron 13 buques de guerra y 68 aviones de combate en las zonas que rodean Taiwán y, dos días después, 14 barcos y 66 aviones.
Cada vez, en respuesta, los taiwaneses despegan sus propios aviones y despliegan barcos de defensa costera. Por lo tanto, a medida que las maniobras de China aumentan en tamaño y frecuencia, el riesgo de enfrentamiento accidental o involuntario es cada vez más probable. El despliegue cada vez más frecuente de buques de guerra de Estados Unidos en aguas vecinas no hace sino contribuir a esta mezcla explosiva. Cada vez que un barco de Estados Unidos es enviado al estrecho de Taiwán, lo que ahora ocurre casi una vez al mes, China refuerza sus propias defensas aéreas y marítimas, lo que conlleva un riesgo comparable de colisión involuntaria.
Este fue el caso, por ejemplo, cuando los cruceros lanzamisiles USS Antietam y USS Chancellorsville cruzaron este estrecho el 28 de agosto. Según Zhao Lijian, portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores, el ejército chino “ha supervisado la seguridad y la vigilancia del tránsito de los buques de guerra estadounidenses a lo largo de su viaje y ha controlado todos los movimientos de los buques de guerra estadounidenses”.
¿No hay barreras a la escalada?
Si no fuera por la guerra que parece interminable en Ucrania, los peligros de todo esto serían mucho más visibles y se considerarían mucho más dignos de interés mediático. Desafortunadamente, en la actualidad, no hay indicios de que Pekín o Washington estén dispuestos a reducir sus provocativas maniobras militares alrededor de Taiwán. Esto significa que un enfrentamiento accidental o involuntario podría ocurrir en cualquier momento, o incluso desencadenar un conflicto a gran escala.
Así que imaginad lo que podría significar la decisión de Taiwán de declarar su plena independencia o la de la administración Biden de abandonar la política de una “única China”. China sin duda respondería de manera agresiva, tal vez por un bloqueo naval de la isla o incluso por una invasión a gran escala. Dada la creciente falta de interés de los principales protagonistas por un compromiso, una salida violenta parece cada vez más probable.
Si este conflicto estalla, podría ser difícil contener las hostilidades a un nivel convencional. Después de todo, ambas partes desconfían de otra guerra de desgaste como la que se está desarrollando en Ucrania y, en cambio, han configurado sus fuerzas militares para combates rápidos, de gran potencia de fuego, destinados a lograr rápidamente una victoria decisiva. Para Pekín, esto podría significar el lanzamiento de cientos de misiles balísticos sobre barcos y bases aéreas estadounidenses en la región, con el objetivo de eliminar cualquier capacidad de Estados Unidos para atacar su territorio. Para Washington, esto podría significar el lanzamiento de misiles contra los principales puertos, bases aéreas, estaciones de radar y centros de mando de China. En ambos casos, los resultados podrían resultar catastróficos. Para Estados Unidos, la pérdida de sus portaaviones y otros buques de guerra; para China, la pérdida de su capacidad incluso para llevar a cabo la guerra. ¿Los líderes del campo perdedor aceptarían tal situación sin recurrir a las armas nucleares? Nadie puede decirlo con certeza, pero la tentación de la escalada sería sin duda grande.
Desgraciadamente, en el momento actual, no se están llevando a cabo negociaciones entre Estados Unidos y China para resolver la cuestión de Taiwán, para evitar enfrentamientos involuntarios en el Estrecho de Taiwán o para reducir el riesgo de escalada nuclear. De hecho, China ha cortado públicamente cualquier discusión sobre cuestiones bilaterales, desde los asuntos militares hasta el cambio climático, tras la visita de Nancy Pelosi a Taiwán. Por lo tanto, es esencial, a pesar del acento puesto actualmente en los riesgos de escalada en Ucrania, reconocer que no es menos importante evitar una guerra por Taiwán, sobre todo porque tal conflicto podría resultar aún más destructivo. Por eso es tan importante que Washington y Pekín dejen de lado sus disputas lo suficientemente pronto como para iniciar conversaciones para prevenir tal catástrofe. (Artículo publicado en el sitio web de Tom Dispatch, 11/10/2022; traducción al francés de la redacción A l'Encontre)
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Michael T. Klare es profesor emérito de estudios sobre paz y seguridad mundial en Hampshire College e investigador invitado senior en la Asociación de Control de Armas. Es autor de 15 libros, el último de los cuales es All Hell Breaking Loose: The Pentagon's Perspective on Climate Change. Es uno de los fundadores del Committee for a Sane U.S.-China Policy.
Traducción: Faustino Eguberri para viento sur
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