A la consternación por este trágico vuelco en la vida política de Italia debe anteponerse la reflexión
Foto: LAPRESSE / ROBERTO MONALDO (AP) |
La victoria anunciada del partido ultraderechista Hermanos de Italia en las elecciones realizadas el domingo marca una grave recaída del gobierno de ese país mediterráneo en las posturas conservadoras que ya habían detentado el poder político con Silvio Berlusconi a la cabeza.
Esta vez la involución llega caracterizada por las simpatías fascistas de Giorgia Meloni, máxima dirigente de ese partido y virtual primera ministra.
Meloni comenzó su vida política en el Movimiento Social Italiano, grupo neofascista fundado por admiradores de Benito Mussolini; es abiertamente contraria a los derechos reproductivos, declaradamente islamofóbica, homofóbica, antinmigrante y defensora del lema Dios, patria y familia, lineamientos que comparte su partido, el más votado en los comicios y queda como primera fuerza parlamentaria, con 118 de los 400 escaños.
Se da por descontado que este resultado le permitirá encabezar una coalición con la Liga (ultraderecha, 64 diputados) y Forza Italia (derecha, 47 representantes) para sumar 229 votos. El Senado tendrá una composición parecida.
De manera significativa, la victoria de Meloni y de su partido fue saludada por el partido neofranquista español Vox, la chovinista francesa Marine Le Pen, un hijo de Jair Bolsonaro, el opositor venezolano Juan Guaidó, además de los ultraderechistas que gobiernan Polonia, uno de cuyos ministros se felicitó porque el resultado electoral italiano muestra que la derecha es cada vez más fuerte y con triunfos como ese derrotaremos a los comunistas, al izquierdismo y a la comunidad LGBT+ y a todos los que están arruinando nuestra civilización.
A la consternación por este trágico vuelco en la vida política de Italia debe anteponerse la reflexión. Cierto es que la victoria de la ultraderecha fascistoide en esa nación tiene explicaciones coyunturales, como la tremenda crisis desatada por el frenazo económico debido a las medidas contra la pandemia de covid-19, la inflación y la pérdida de empleos resultantes, agudizadas por la guerra en Ucrania, el incremento incontrolado de los precios energéticos y la incertidumbre y la desorientación generalizadas que se han apoderado del Viejo Continente en la circunstancia actual.
Sin embargo, las causas profundas de este revés civilizatorio deben buscarse en la doble crisis de los modelos de democracia representativa que imperan en Europa –el cual muestra crecientes signos de disfuncionalidad– y del paradigma neoliberal que durante décadas se ha traducido en mayor desigualdad, castigo a los salarios y premio a las ganancias, devastación del tejido social, liquidación del sector público y gobiernos al servicio de los grandes capitales.
Por desgracia, la caída en las ultraderechas y los neofascismos es un riesgo que se encuentra presente en Francia, España e incluso en naciones escandinavas, y se ha materializado ya en países de Europa del este como la referida Polonia.
Cabe esperar que las sociedades y los grupos gobernantes de la Unión Europea se miren en el espejo italiano y realicen las correcciones necesarias, tanto en lo institucional como en lo económico y lo social, para conjurar ese peligro.
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