Debemos rechazar tanto a la vieja potencia decadente como a las aspirantes a sustituirla. Se trata de guerras entre imperios y clases dominantes en las cuales nuestros intereses están ausentes.
Raúl Zibechi
https://cdni.russiatoday.com
En vez de lamentarnos o alegrarnos por la deriva de la guerra en Ucrania, en favor o en contra de uno u otro bando, creo que deberíamos comprender cómo los cambios en el orden mundial están afectando a los pueblos y a los movimientos populares. La geopolítica debe sernos de utilidad para definir los modos de actuar de los de abajo ante las tormentas en curso.
Un reciente artículo de José Luis Fiori, investigador brasileño en el Instituto de Estudios Estratégicos sobre Petróleo, Gas y Biocombustibles, destaca en un artículo en IHU Unisinos que el mundo está transitando desde un unilateralismo casi absoluto hacia un multilateralismo oligárquico agresivo, en un periodo en el cual el mundo vivirá por un tiempo sin una potencia hegemónica (https://bit.ly/3PwEctf).
Esta afirmación me parece tan ajustada como importante. Durante unas décadas viviremos en un mundo donde ninguna potencia podrá definir de forma unilateral las reglas y, por tanto, entramos en un periodo de caos y descomposición del sistema-mundo. Las reglas las impondrán muy a menudo las bandas o manadas armadas de asesinos paraestatales.
Un periodo relativamente breve, en términos históricos, de convulsiones profundas y gigantescas tormentas como ya lo ha analizado el zapatismo. Algo así ha sucedido durante las guerras de independencia, transición entre las hegemonías española y británica, o en la primera mitad del siglo XX, con dos guerras mundiales y múltiples revoluciones en el tercer mundo, que jalonaron el ascenso de Estados Unidos.
Aunque ahora las cosas no serán idénticas (por la suma de crisis climática, las armas nucleares, el ascenso de potencias no occidentales y la crisis del capitalismo, entre otras), la historia puede servirnos de espejo e inspiración, porque los sectores populares del mundo fueron brutalmente agredidos y no pudieron hacer prevalecer sus propios proyectos, cuando los tuvieron.
A partir de constatar que estamos ingresando en un mundo sin potencia hegemónica, quisiera exponer algunas ideas sobre el papel que podemos jugar los de abajo en esta convulsionada etapa.
El primer punto es que debemos rechazar tanto a la vieja potencia decadente como a las aspirantes a sustituirla. Se trata de guerras entre imperios y clases dominantes en las cuales nuestros intereses están ausentes. En las guerras de independencia latinoamericanas los pueblos originarios, negros y mestizos se jugaron la vida para que los criollos se hicieran con el poder.
Para ellos nada cambió. Peor aún, en muchos casos las nuevas repúblicas fueron más brutales que los virreinatos, como demuestra el caso del pueblo mapuche que sufrió despojo y genocidio en la mal llamada Pacificación de la Araucanía.
El segundo es que resulta imprescindible abrir espacios propios de los pueblos, poner en marcha proyectos de larga duración que no beneficien ni a las viejas élites ni a las nuevas emergentes. Si no pudiéramos enarbolar proyectos propios, seremos absorbidos por las clases dominantes que utilizarán la propaganda mediática para sumarnos a alguno de sus proyectos de dominación, como sucede en estos momentos ante la invasión de Ucrania.
El tercero es que nadie nos va a defender y muchos nos están asesinando o intentando domesticar. La existencia de múltiples violencias ejercidas por todo tipo de cuadrillas armadas –desde el narcotráfico hasta los paramilitares y las fuerzas estatales– son producto de un sistema en descomposición, del mismo modo que los feminicidios muestran un patriarcado herido y decadente, más brutal por tanto.
Por lo pronto, debemos crear los modos de autodefensa de los pueblos y sectores sociales que decidan defenderse, utilizando las formas que cada quien considere adecuados. Aunque podemos elegir la resistencia no violenta y pacífica, cuando se trata de defender la vida deberíamos ser flexibles a la hora de elegir las maneras.
Por último, en un mundo caótico atravesado por múltiples violencias, donde se suceden hambrunas, guerras y catástrofes de todo tipo (los incendios de este verano boreal son una pequeña muestra de lo que vendrá), podemos sobrevivir si creamos arcas autónomas colectivas capaces de navegar en las tormentas.
No son pocos los pueblos que ya están recorriendo este camino. Desde los pueblos originarios y barrios agrupados en el Concejo Indígena de Gobierno en México, hasta decenas de pueblos amazónicos, mapuche en Chile y Argentina, nasa y misak, en Colombia, entre otros. Como siempre sucedió en la historia, es en las periferias donde nace lo nuevo, donde nos enseñan modos que podemos replicar sin imitar.
Para recorrer el camino de las autonomías de abajo, debemos dejar de mirar hacia arriba, de entusiasmarnos con los circos electorales, con los candidatos del sistema y aún con las constituyentes, porque nos restan energías para la tarea más importante, que puede pavimentar nuestra sobrevivencia colectiva: la construcción de múltiples y diversas autonomías integrales.
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