El término que mejor se ajusta a lo que estamos viviendo es el de incertidumbre. En Colombia y en el mundo. Cuando ya se pensaba que la pandemia había sido controlada, de repente resurge con más fuerza que antes.
Indiferente a los desafíos de la encrucijada y a la crítica situación económica que se le plantea, el gobierno de Duque va a apostar al estancamiento rentable. Nada de reactivación y menos de crecimiento...
por Héctor-León Moncayo S.
El ejercicio de previsión tendrá siempre mucho de especulativo, pero suele ser útil como orientación para el camino que se emprende. Y aunque acabamos de experimentar una profunda ruptura que vuelve poco significativo el análisis de tendencias, existen seguramente procesos subyacentes que vale la pena poner en evidencia. He aquí una primera aproximación.
El término que mejor se ajusta a lo que estamos viviendo es el de incertidumbre. En Colombia y en el mundo. Cuando ya se pensaba que la pandemia había sido controlada, de repente resurge con más fuerza que antes. Todas las apuestas, como se ha visto, se han centrado en la vacunación masiva; sin embargo, se sabe que ésta será lenta y complicada. Los impactos, cada vez mayores, en particular sobre los sistemas de atención en salud, llevarán a periódicos confinamientos, cuando menos, selectivos.
En este proceder, el gobierno de Francia, por ejemplo, ha decidido mantener el estado de emergencia hasta junio y anuncia que es muy posible su prolongación hasta diciembre. Esto quiere decir que la economía –capitalista– reanudará su marcha pero a trompicones. Con sus dos grandes ganadores, por supuesto: quienes manejan la internet, el negocio de las “aplicaciones” y la fabricación de dispositivos, por una parte, y el capital financiero especulativo, por otra. En la política convencional, es claro que muy pocos de sus actores se atreverán a ofrecer alternativas, como no sea la fuerza que habrán de emplear para controlar las explosiones masivas de desesperación. En el ámbito cultural continuará por un buen tiempo la ilusión del nuevo “mundo virtual” como reemplazo individualista de la real vida social, pero poco a poco se desgastará su atractivo y llegará a su agotamiento.
Visto de esta manera podría decirse que esta civilización –burguesa– está llegando a su fin o por lo menos que es una muestra más de su irrefrenable decadencia. Y, en efecto, tenemos a la vista no sólo la crisis repetitiva de la acumulación capitalista como base de la economía sino también la catástrofe ecológica, ya inocultable. Pero también es fácil decir que es una cuestión simple de avance en la biología y la medicina y que en cosa de cinco años este momento será apenas un mal recuerdo. En todo caso, para lo que aquí nos interesa lo cierto es que, para pensar en el futuro, hoy es menos fecundo que nunca el ejercicio de identificar tendencias. Y ya estarán muchos esperando un inesperado “cisne negro”. Pero nunca será bueno cruzarse de brazos. Es mejor estar preparados para cualquiera de los posibles “cisnes” que podamos imaginar. Como dice justamente el autor de la popular parábola: “Esta idea según la cual para tomar una decisión tenemos que centrarnos en las consecuencias (que podemos conocer) más que en la probabilidad (que no podemos conocer) es la idea fundamental de la incertidumbre”1.
Una furtiva encrucijada
Colombia no se encuentra por fuera de este espacio angustioso de incertidumbre, pese a los esfuerzos gubernamentales destinados a ofrecer certezas y seguridades, con la ayuda de algunos médicos y no pocos economistas, para tranquilidad de “los mercados” y de la ingenua ciudadanía. Buena parte de los desastres que hemos padecido, se explican precisamente por estos mensajes manipuladores, el principal de los cuales se refiere a las bondades de la “reapertura de la economía” y la consecuente “reactivación” en el 2021. Esta falaz reactivación, según sus propagandistas, se apoyaría en la continuidad de la supuesta tendencia creciente que traía la economía en el 2019.
Como podemos verificar, aquí una mentira se justifica con otra. Es obvio que, después del desplome del año pasado, cualquier cifra positiva puede presentarse como “recuperación”. Pero tampoco las cifras oficiales ayudan a la mentira. Corrigiendo sus propias estimaciones anteriores, el gobierno, a esta altura, calcula la contracción del PIB en -6.8 por ciento, de modo que el crecimiento previsto para el año que empieza, esto es, 5.0 por ciento, ni siquiera significaría regresar al nivel de 2019. Y eso sin contar el impacto de las nuevas medidas que ya se comenzaron a tomar. Pero, además, tampoco es cierto que durante la administración Duque el país hubiera retornado a su “sendero de crecimiento”2. Todo lo contrario. Este insistente discurso de la tranquilizadora continuidad se apoya, pues, en la invocación de la pandemia, hábilmente aprovechada para evitar referirse al empantanamiento que se estaba soportando.
En efecto, al igual que otros países de la región, Colombia enfrenta el agotamiento de un modelo o patrón de acumulación de capital basado desde comienzos del siglo en la exportación de materias primas, es decir, la clásica representación de una periferia que basa su crecimiento en recursos naturales y mano de obra no calificada, en lugar de incrementos de productividad3. Aquí, para mayor desgracia, se trata de hidrocarburos, no propiamente abundantes en el territorio y con una utilización mundial en declive histórico. Lo peor sin embargo, consiste en que las clases dominantes se niegan a reconocer el impasse. Una nueva combinación de fuerzas sociales y políticas, en la forma de nueva hegemonía, sería indispensable para superar la crisis. Y esto a corto plazo, sin mencionar lo atinente a otras crisis estructurales como la ambiental, la de la extrema desigualdad social, y la del pensamiento neoliberal en economía.
Esta situación describe la principal contradicción política del momento de cuya resolución depende el rumbo del próximo futuro. De una parte, la evidente encrucijada histórica ya descrita, que empieza por ser económica pero conlleva enormes connotaciones sociales, culturales y políticas, la cual obliga a tomar decisiones fundamentales de transformación. De otra, el persistente temor al cambio que existe en nuestra cultura política. Buscando el amparo y la seguridad que ofrece lo ya conocido, la ciudadanía termina casi siempre respaldando el status quo u optando por el camino intermedio, la moderación, el ilusorio centro. De ahí nuestra inveterada afición por la moda, por la novelería; como un remedo –inofensivo– del cambio. Aun entre la juventud y especialmente a través de la compulsión del consumo.
Es así como se confunde, por ejemplo, el reverenciado progreso tecnológico con lo que no es más que un resultado de técnicas de mercadeo. La resolución de esta contradicción puede llegar a tener ahora una expresión político electoral. Estamos ad portas de una situación que muy pocas veces se ve, sobre todo en Colombia. Parecida a las ocurridas en 1930, 1950, 1970 y 1990. Aunque el fondo de la contradicción es social y ese es el determinante de su resolución, es indudable que marcará el sentido de los debates y las confrontaciones venideras en el ámbito político.
El autoritarismo en la economía
Si algo puede preverse en Colombia es la política económica. Y más en la actualidad, con la comprobable deriva autoritaria que ha tomado este gobierno. No se trata sólo de la acción paraestatal que se expresa en los múltiples asesinatos, con desangre diario, sino de las imposiciones legales, presidenciales, al amparo de la emergencia, o legislativas, al amparo de la aplastante mayoría oficial en el Congreso. Ha llegado incluso a la transgresión de los límites formales de la democracia, en un país que suele preocuparse en extremo de guardar las apariencias, con el desconocimiento de las decisiones judiciales y la burla frente a las tímidas manifestaciones de crítica de la opinión mediática, en un alarde de poder y soberbia4. Así pues, es fácil prever que se impondrá la siguiente etapa de la política vulgarmente neoliberal en ejercicio continuo; nueva etapa que ya anunciada, y justificado de manera hipócrita con la emergencia del coronavirus5.
Aunque esta política se basa en una macabra espiral de endeudamiento, es evidente que ahora sí, en este año, se presentará la nueva reforma llamada fiscal. Desde el año pasado se había contratado una misión de “expertos” que, como es lógico, no hará más que validar con un aire científico las demandas de los grupos empresariales, ya suficientemente sustentadas por los “tanques de pensamiento” como Fedesarrollo o los activistas “teóricos” como la Anif6. Increíble es la capacidad de manipulación. En el propósito de disminuir el gasto (léase subsidios y transferencias sociales), buscando en simultáneo el aumento de los impuestos, uno de los ejes será el tema de las exenciones, recogiendo aparentemente una de las denuncias que tradicionalmente se han efectuado a nuestro régimen tributario.
El sofisma es el siguiente: en lugar de apuntar a las innumerables y descaradas exenciones de que gozan muchas grandes empresas, supuestamente para impulsar el “desarrollo sectorial”, el ministro Carrasquilla insiste sin descanso, secundado por la flor de los economistas oficiales, que la mayoría y las más gravosas exenciones son las otorgadas a través del IVA. Supone, obviamente, que deberían gravarse todos los bienes y servicios con el 19 por ciento. O más.
Para suscitar el escándalo, denuncia que, del total de exoneraciones, que ascendían en 2019 a 8.7 por ciento del PIB, la mayor parte, un 7.7, correspondía a las del IVA. Es decir, ¡61.2 billones de pesos!7. Una bonita jugada para disfrazar su despiadada filosofía según la cual no debería haber bienes y servicios básicos, de subsistencia. Al fin y al cabo los neoliberales tienen claro, desde hace tiempo, que el impuesto más jugoso y expedito es el indirecto que grava el consumo. Y para quedar bien siempre será posible echar mano de la “caridad”: ¡devolver a los más pobres lo pagado por el IVA!
El nuevo sistema tributario se aplicará, naturalmente, en el 2022, pero el debate se tomará todo el año en curso. Desde luego, como se acostumbra aquí, y ya se vio en la discusión del presupuesto público el año pasado –que se redujo a las atropelladas sesiones del Congreso sin que la mayoría de los delicados temas (incluyendo las trampas a la “emergencia”) trascendiera a la opinión pública– la ingenua ciudadanía terminará aceptando semejante atentado que, para irrisión, contendrá igualmente nuevos impuestos para la clase media y más exenciones para los anaranjados favoritos del gobierno. A menos, claro está, que la movilización social logre frenar esta empresa criminal.
Las contradicciones de los movimientos sociales
Indiferente a los desafíos de la encrucijada y a la crítica situación económica que se le plantea, el gobierno de Duque va a apostar al estancamiento rentable. Nada de reactivación y menos de crecimiento, pero bien puede servir la media marcha sin perspectivas, con tal de que garantice pingües ganancias para los grandes y mezquinos grupos económicos.
Esa es sin embargo, la contradicción. Es cierto que el modelo de acumulación se apoya en la exportación petrolera, pero el funcionamiento de la economía, que incluye la generación de empleo y la distribución de ingresos, ha dependido en lo fundamental de las economías urbanas de aglomeración que sustentan el trabajo independiente y la microempresa, es decir el “rebusque”. Pues bien, es esta base complementaria la destruida por el manejo dado a la pandemia. Y no se vislumbra una posibilidad cercana de reconstrucción. Para utilizar una metáfora automotriz: no se cuenta con un “motor de arranque”. Esa enorme masa de trabajadores sin empleo ni ingreso, al borde de la simple sobrevivencia, amenazan con su desesperación las posibilidades de la táctica del estancamiento rentable.
Un año es quizá muy poco tiempo para que este descontento se exprese en un colosal estallido social. Pero no debe descartarse. Ya se vieron antecedentes significativos, “ensayos”, en noviembre de 2019 y en septiembre del año pasado. No obstante, los interrogantes tienen que ver más con la identificación del rumbo que puede tomar ese enorme conjunto social, estrechamente ligado con la comprensión de su naturaleza poblacional. Para algunos intelectuales el “espectro” suele reducirse a la imagen de los vendedores ambulantes, pero es mucho más amplio y heterogéneo desde todos los puntos de vista. La figura del primer asesinado en septiembre lo ilustra: joven, con familia, trabajador independiente y estudiante universitario al mismo tiempo. En este conjunto, en efecto, desde el punto de vista de la ubicación social o del estrato según ingresos se encuentra una amplia variedad de condiciones. El rumbo es por lo tanto indefinido. No hay procesos organizativos sectoriales ni mucho menos de todo el conjunto. Es la primera contradicción: entre los procesos de intermitente ebullición y la ausencia de condensaciones políticas. La clave de su resolución está en las relaciones que este conjunto pueda establecer con otros procesos y movimientos.
La ausencia de política es, por otra parte, el terreno de la mayoría de las contradicciones en los movimientos sociales, más o menos organizados. Se levanta sobre un preocupante rasgo estructural que viene de tiempo atrás: el “reivindicacionismo” que les impide razonar en términos de propósitos globales, de iniciativas de alianza social y de propuestas transformadoras en el ámbito institucional. Trata de validarse como un rechazo de la política, erróneamente identificada con la politiquería electoral, es decir como garantía de pureza. En algunos casos puede identificarse con el corporativismo pero en general afecta a todos, salvo el movimiento indígena que, por su naturaleza, se permite exhibir una concepción del mundo. Lo más cercano a la política, particularmente en las resistencias socioambientales, ha sido la juridización y búsqueda de soluciones judiciales.
La anterior condición estructural se levanta como obstáculo frente a las exigencias de la actual encrucijada. No es posible responder cabalmente a cada una de las reivindicaciones sociales si no se plantea una alternativa de conjunto que confronte la disyuntiva histórica que estamos viviendo. Sin esa alternativa de conjunto tampoco será posible edificar un genuino proceso de unidad. O sea el secreto de cualquier posibilidad de éxito. En este año, sin duda, se pondrá a prueba la capacidad de los movimientos sociales de superar este déficit estructural.
¿Qué forma política podrá adquirir esta superación? Aquí encontramos otra contradicción. Se pudo apreciar en el desenlace del extraordinario movimiento del 21 de noviembre de 2019. Al lado de la dinámica, sostenida desde la convocatoria por parte de las organizaciones sindicales nacionales, que se condensaba en un pliego de exigencias fundamentalmente en contra del “paquetazo” laboral de Duque, se levantó otra dinámica, quizá más amplia, que reunía todo el repertorio de las reivindicaciones de la diversidad basadas en demandas de inclusión. En ambos casos hay una verbalización que se aproxima a los contenidos de la política. En el primero, una muy antigua, que viene del reformismo sindical; en el segundo, la racionalización tiene que ver con la acción de varias décadas de las Ong’s internacionales y nacionales que operaron como sucedáneos de los partidos. Lejos de complementarse, en la fase de descenso del movimiento, entraron en agria confrontación. A nivel simbólico el triunfo correspondió a la segunda dinámica gracias a la ventaja que le significaba asumirse como la expresión de los jóvenes en contra de los discursos acartonados de las burocracias sindicales.
La contradicción consiste en que las demandas de inclusión son incapaces de enfrentar el núcleo de las exigencias de cambio que plantea la actual encrucijada histórica, sobre todo porque erróneamente consideran lo socioeconómico como algo propio de lo sindical. La resolución de esta contradicción se encuentra precisamente en lo que parece ser la particularidad de la actual insubordinación social, esto es, la juventud.
En efecto, si bien es cierto que, en la misma tónica antes mencionada, algunos intelectuales la reducen a la juventud de clase media, escolarizada, principalmente universitaria, los hechos permiten constatar que hay también una juventud bastante activa que más bien hace parte de la clase trabajadora, empleada o desempleada. Son pues diferentes los procesos de acercamiento tanto a la formulación de reivindicaciones como a la politización. No es seguro, pero es posible que en este año, por diversos caminos se acerquen a lo que hemos llamado la condensación política. Con una singularidad que puede verse como una paradoja: mientras que entre los obreros y empleados la primera escala organizativa suele ser sindical, en el caso del amplio conjunto social ya referido, la organización, incluso para lo reivindicativo, tiene que ser con base territorial, directamente lo político. Partido o Movimiento, en todo caso movilización de ideas fuerza con ambiciones de futuro.
Se ha abierto, pues, un periodo de definiciones y redefiniciones, sociales y de cultura política, que llevarán seguramente a una batalla decisiva. Hemos dado a entender que estamos hablando del año en curso, pero no es exacto, probablemente se trate de un periodo mucho más largo. El sentido de las resoluciones nos dará el sentido del desenlace. Y las sorpresas pueden ser tanto positivas como negativas. No deja de ser inquietante la reciente observación de Daniel Samper: “Si el 2021 era nuestra esperanza frente al 2020, no quiero pensar cómo será el 2022. Ya Uribe advirtió que le tiene puesto el ojo. Presiento horrores”8.
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1 Taleb, Nassim, El Cisne Negro. El impacto de lo altamente improbable, Ediciones Paidós Ibérica S.A. Madrid, 2010, p. 406
2 Ver Moncayo S, Héctor-León, “El próximo sablazo”, periódico desdeabajo, julio 20 de 2020
3 Es una caracterización que comparten incluso organismos multilaterales, muy lejos del “Castrochavismo”, como la Cepal. Ver: Construir un nuevo futuro: una recuperación transformadora con igualdad y sostenibilidad, Santiago, Octubre de 2020.
4 Es posible prever su debilitamiento político pero esto sólo significa un mayor y desesperado recurso a la violencia. Su ridícula figura ha tenido hasta ahora dos grandes apoyos, la plutocracia criolla y el gobierno de los Estados Unidos. El segundo seguramente le quitará respaldo pero la oposición política tendrá que confiar mucho más en la movilización interna ya que, a pesar de lo impresentable de este gobierno, la diplomacia internacional no parece interesada en una condena explícita. Basta ver la exaltación de los “ingentes esfuerzos realizados por el gobierno” en la implementación del acuerdo de paz, expresado en el reciente informe de la Misión de Verificación de Naciones Unidas.
5 Moncayo, HL, Ibídem. Ver también: “El presupuesto del 2021: nada que ver con la emergencia del covid”, Le Monde diplomatique. Edición Colombia. Diciembre de 2020.
6 En el colmo de la euforia neoliberal, como quien sabe que el actual autoritarismo facilita hasta lo más extremo, el director de Fedesarrollo propone meter todas las reformas que ambicionan (tributaria, pensional, laboral y social) en un solo proyecto de ley. Ver Portafolio, primera plana y p. 5, enero 12 de 2021.
7 Ya están fabricando el clima favorable de opinión. Ver: “Año nuevo, tributaria nueva: las razones para la reforma que se avecina”, El Tiempo, 13 de diciembre de 2020, p. 12.
8 Samper, Daniel “La cepa colombiana del virus Trump”, columna en Los Danieles. 10 de enero de 2021.
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Fuente:
Periódico desdeabajo Nº275, enero 20 - febrero 20 de 2021