La vida se debe defender confrontando la muerte, y para ello recurriendo a todos los medios, mecanismos y espacios a la mano
¿Ante la derrota de la humanidad?
Estamos ante un sueño nunca superado ni derrotado. Vivimos en reforzamiento de uno de los mayores sueños de Occidente, el mismo que ha propiciado la hasta ahora incontenible crisis ambiental que tiene en el precipicio al planeta y con él a todas las especies vivas que lo habitan. Estamos ante la persistencia del sueño de la razón, presente desde el origen mismo de la actual civilización, el mismo que llevó al ser humano a convencerse de ser superior entre todos los seres vivos y, por tanto, rey y amo de la naturaleza, la que sería sometida a sus ambiciones, necesidades y mandatos.
La preeminencia y la persistencia de este sueño, aunque presente en todo el modelo de desarrollo imperante, y que por su larga perduración le parece lo más normal a la mayoría de la población, ahora, con el salto del covid-19 a los cuerpos humanos, rasga las telas que lo ocultan por ratos y se instala ante los ojos de la humanidad. Son un salto y una evidencia que, de manera paradójica, no lleva a que la humanidad como un todo entre en reflexión, y busque el porqué de este salto y por la manera de 1. Superarlo, y, 2. Actuar para que no vuelva a suceder.
Contrario a ello, lo que hace la clase dominante alrededor del globo, en proceder suicida, es centrar sus acciones en los efectos de la crisis y no en sus causas. En el decir popular, “buscan la fiebre en las sábanas”.
Es así como deciden, ellos, amos y señores en el planeta y sobre la naturaleza, que vencerán el covid-19 con una vacuna. Al fin y al cabo, “su saber científico y técnico les permite controlar a los demás seres vivos que pueblan este mismo territorio”. Y si su saber científico les permite contar con tal vacuna, mientras la tienen en punto, que muera el que tenga que morir y que la producción no pare ni decaiga. El fetichismo mercantil merece un altar: que la vida espere.
Y así proceden Trump, Bolsonaro, pero también las restantes cabezas de gobierno en todo el mundo, incluido Duque. La única diferencia entre los primeros y el resto es que aquellos hablan y defienden el imperio de la razón sin medias tintas y sin vergüenza de lo que son y representan, mientras los restantes tratan de disimular tanta desvergüenza.
Los primeros, como los segundos, están convencidos de que la razón, ahora resumida en una ciencia que les permite explorar el universo, les facilitará seguir como si nada estuviera sucediendo y nada cuestionara su visión y su comprensión de la vida en general. Se trata de un actuar, contrariamente a lo que piensan, irracional y que controvierte el proceder del cuerpo científico en general, sometido ante el afán de las multinacionales de todo orden y en particular por el afán de las farmacéuticas por crear el remedio contra el covid-19, de una manera que transforma a los miembros de la humanidad en ratones de laboratorio para demostrar la eficacia de su líquido vital, y así perfeccionarlo.
Es, pues, un proceder, con silencio de estudiosos y científicos, que permite que la sociedad global prosiga por el camino de su autodestrucción. Finalmente, piensan unos y otros: “Podremos controlar todo efecto negativo de nuestro modelo de desarrollo”. Es así como el aumento de la temperatura sobre el planeta tendrá su remedio, como también la ruptura de la capa de ozono, la contaminación de todo tipo, la disminución de los recursos hídricos potables y cualquier otro mal que afecte a la humanidad.
Así, con una ciencia y un cuerpo científico dominado y controlado por el capital, lo que fue y es sueño –mejorar la calidad de vida de toda la especie– se traduce en pesadilla. Es un sueño que no tiene mucho de novedoso, ya que, como lo recuerdan obras como Frankenstein, el sueño (¿la pesadilla?) de la razón implica el total control de la vida, aunque sus productos rompan los protocolos de seguridad de los laboratorios, salgan de ellos y penetren los organismos humanos, como ahora mismo sucede. O simplemente los productos generados en esos laboratorios, en vez de mejorar la calidad de vida de los humanos y el estadio de la naturaleza como conjunto, terminen por afectar a unas y otro al eliminar o reducir de manera notable, por ejemplo, la diversidad en las especies vegetales, poblando inmensas zonas rurales de una sola variedad agrícola, sometiendo a la agricultura, por demás, a manipulaciones biogenéticas que amenazan al mismo tiempo con colonizar diversidad de cultivos, al tiempo que robarle a la humanidad el saber colectivo, reunido y acumulado en la amplia variedad de especies vegetales que alguna vez poblaron el planeta. La imposición de las semillas terminator es el producto más denunciado de este proceder.
Imperio de la razón, antropocentrismo puro y duro, y con ello el culto al saber científico (el mismo que siempre despreció y descalificó los modelos de vida y las lógicas de los pueblos originarios) que le lleva a sentenciar a investigadores científicos: “Está muy extendido entre los científicos el cientificismo, según el cual lo más importante del hombre es la ciencia, y los demás aspectos humanos son secundarios, de menor peso, es decir, que todo gira alrededor de la ciencia como los planetas alrededor del Sol”.
Silencio incomprensible
Que así actúen los defensores y los promotores del reino de la razón es apenas obvio, pero es incomprensible que, en medio de tal desafuero, no actúen por vía contraria quienes dicen propugnar por otro modelo civilizatorio, en la base del cual resida la plena convivencia con la naturaleza.
Incomprensible e incoherente. Es un actuar que les ha dejado todo el terreno de la opinión pública a sus contradictores. Resalta en ello cómo durante este año de pandemia, teniendo a la mano todas las evidencias para demostrar lo antinatural e insostenible del modelo de vida imperante, estos sectores no hayan potenciado el necesario debate público que evidencie que el problema no es la vacuna en sí misma –pues ella ataca el efecto pero no la causa de la actual crisis– ni algo que se le asemeje; por el contrario, se trata precisamente de transformar el modelo de vida y de producción imperante, cuestionado por la crisis sistémica que sobrelleva la humanidad desde años atrás pero que ahora recibe una nueva evidencia, innegable, temida, pues ha hecho entrar en pánico a la sociedad como una totalidad.
La transformación del modelo de vida y producción dominante no podrá ser concretada sino por la vía de una inmensa y global insurgencia de la sociedad; sin falta, de todos aquellos que sienten y son parte de la inmensa mayoría, los de abajo, arrinconados y negados en sus derechos por la ínfima minoría que determina y se lucra del (mal) destino de la humanidad. Los mismos que ahora, en medio de la crisis de salud pública que sacude a la sociedad global, también resultan más afectados, en todos los planos; y, claro, de su clase proviene la mayoría de quienes pierden la vida por efecto del virus.
En pos de tal giro, nada mejor que esta misma coyuntura. Partiendo de la evidencia, identificando sus factores causales, resaltando la irracional ruta emprendida por la humanidad desde siglos atrás, con prolongación hasta el presente, recalcando en males de todo tipo que sufre el planeta, producto del proceder de quienes someten a la naturaleza a sus mezquinos y limitados intereses, por medio de ello y otros recursos a que pueda acudirse, concitar la acción de resistencia, coordinación e insurgencia global, como debe ser, para no permitir una reconstrucción de este mismo sistema dominante, que ha demostrado la capacidad que tiene de reconstruirse allí donde ha sido derrotado; reconstrucción que se logra como producto del control de los canales y las dinámicas sobre las que la vida humana se prolonga.
De ahí el reto: sin romper por todas partes esos canales y dinámicas, el capital parecerá desaparecer pero se regenerará. Es una pesadilla, como la que proyectan algunas películas de ficción por medio de androides que son enviados a nuestro planeta con misiones particulares. Por momentos, los llamados de esos sectores, con mirada cortoplacista pero sin nada de mediano y largo plazo, se centra también en lo evidente y necesario de hacer inmediatamente para que las mayorías no vivan en peores condiciones; por ejemplo, redistribuyendo con programas especiales la renta nacional, pero se niegan a emplazar a la dirigencia nacional y global, enrostrarles el no futuro de su modelo de vida, desplegando por el país y por todo el mundo un mensaje educativo, agitador y movilizador que atice la necesaria insurgencia de la humanidad.
Hay que defender la vida. Pero la manera de hacerlo no es guardándonos en la casa, lo cual pueden hacerlo por largos períodos quienes tienen ingresos fijos, no las mayorías sociales, negadas precisamente de esa seguridad. La vida se debe defender confrontando la muerte, y para ello recurriendo a todos los medios, mecanismos y espacios a la mano, los ya conocidos y los nuevos a que dé paso la actual crisis que abate a la humanidad.
En medio de ello, como soporte de la acción de ruptura con el actual sistema, es necesario acudir a la elaboración resumida y su difusión, del modelo de vida necesario y posible; no es permisible postergar este reto por más tiempo; la comunicación y la coordinación con otros por todo el país y el planeta tampoco. La denuncia de la sinrazón del imperio de la razón, también. El diseño de otro modelo de ciencia, no sometido al capital, claro que sí. Airear otros modelos de comprensión de la vida, como la vivenciada por los pueblos originarios, de todo tipo y coordinada, también debe encontrar espacio.
El reto es inmediato. Se han perdido meses preciosos. No proceder por esta vía es permitir que se consuma la derrota de la humanidad, sepultada por el sueño de la razón, antropocentrista, y su materialización en una civilización moribunda como la occidental.
________________
Fuente:
Periódico desdeabajo Nº275, enero 20 - febrero 20 de 2021