Lo que los mayores medios de
información no están contando sobre EEUU
VICENÇ
NAVARRO*
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Se están produciendo grandes
cambios en EEUU que apenas han sido dados a conocer en España por parte de los
mayores medios de información que, en su intento de informar a los españoles
sobre la situación política en aquel país, se centran en presentar (y
predominantemente ridiculizar) la figura del presidente Trump, comentando sus
extravagancias y falsedades. Tal atención a la figura de Trump crea una
percepción errónea de que el mayor problema que tiene EEUU es su presidente,
ignorando que el problema real, apenas citado por los medios, es que la mayoría
de la clase trabajadora de raza blanca (que es la mayoría de la clase
trabajadora en EEUU) vota a Trump y, muy probablemente, continuará votándolo en
el futuro (es interesante señalar, por las razones que citaré más
adelante, que parece haber un redescubrimiento en aquel país de la
clase trabajadora, a la que se había dado por desaparecida u olvidada,
siendo sustituida por las clases medias.) Y es también interesante señalar que,
aun cuando Trump ha sido votado por amplios sectores de la burguesía y la clase
media, el hecho es que, sin el apoyo de la clase trabajadora de raza blanca, no
habría sido elegido presidente de EEUU. En realidad, es incluso
probable que sea reelegido de nuevo en 2020, y ello a pesar de que la mayoría
de ciudadanos desaprueban su gestión. El sistema electoral de EEUU
(que favorece a las fuerzas conservadoras), la enorme lealtad de sus votantes
(el 82% de aquellos que lo votaron, volverían a hacerlo), y el desánimo y el
rechazo de la clase trabajadora y de amplios sectores de las clases medias
hacia el Partido Demócrata (que en su día se llamaba el Partido del Pueblo -the
People’s Party-, considerado, con una enorme generosidad, como el partido de
izquierdas frente al partido de derechas, el Partido Republicano) son factores
a favor de su reelección.
¿Por qué la clase trabajadora está
votando a la ultraderecha? Por la misma razón que en Europa también lo hace
Tal como también ha ocurrido en
Europa, el movimiento hacia la ultraderecha de votantes de la clase
trabajadora se debe, en gran parte, al abandono por parte de los partidos de
centroizquierda o izquierda de las políticas “labor friendly”, es decir, de las
políticas públicas redistributivas que los habían caracterizado (y que
habían favorecido al mundo del trabajo). Tal abandono ha ido acompañado de la
adopción de políticas públicas de sensibilidad neoliberal que han incluido
medidas que han debilitado mucho el mundo del trabajo, tales como las reformas
laborales regresivas que han causado un gran aumento de las desigualdades
(alcanzando niveles que nunca se habían conocido en los últimos cuarenta años y
que han causado un claro deterioro de la calidad de vida y el bienestar de la
clase trabajadora y demás componentes de las clases populares). Tales
políticas neoliberales fueron iniciadas por el presidente Reagan en EEUU y por
la Sra. Thatcher en el Reino Unido, habiendo sido continuadas más tarde incluso
por partidos gobernantes que se definían de centroizquierda o izquierda, como
en los gobiernos de Clinton y Obama en EEUU, y Blair, Schröder y Zapatero en
Europa.
De estas observaciones se deduce
que el foco principal de la atención mediática debería ser el comportamiento de
estos partidos gobernantes, intentando entender por qué sus bases electorales
los han abandonado. Si hicieran esto, verían que los datos muestran claramente
que fueron estas políticas neoliberales las que crearon una enorme crisis
social que ha afectado sobre todo a las clases populares. Y es esta
realidad la que el establishment político-mediático en EEUU ignora, enfatizando
en su lugar las excelencias del modelo económico liberal de aquel país,
mostrando su continuo crecimiento económico como mejor prueba de ello.
Otros indicadores que también utilizan para mostrar la excelencia del modelo
liberal estadounidense es la evolución de los indicadores tradicionales de
eficiencia económica, tales como la tasa de desempleo, sin tener en cuenta que
la gran mayoría de empleo nuevo es precario y temporal.
La falsedad del éxito del modelo
económico neoliberal en EEUU
La tasa de desempleo en EEUU más
divulgada en los mayores medios de información es, en teoría, muy baja (3,6% en
mayo de 2019), y es la que el presidente Trump utiliza constantemente. También
es la que los grandes medios de información españoles reproducen. Pero esta
cifra es de escaso valor para conocer el estado del mercado de trabajo
estadounidense. Una tasa más realista es la publicada por la Agencia de
Estadísticas Laborales (US Bureau of Labor Statistics, cuadro A-15, en “The
employment situation – May 2019”) del gobierno federal, que utiliza la cifra de
7,1%, siendo mucho mayor para las personas con una educación inferior
a la secundaria (que incluye la mayoría de la clase trabajadora no cualificada)
y que es del 16% entre blancos y del 28% entre afroamericanos. Pero, además de
la elevada tasa de desempleo, hay también una muy alta precariedad en el
empleo, así como un proceso de uberización del mismo (es
decir, la externalización de la relación laboral, pasando de ser empleado de
una empresa a un autónomo, perdiendo así el trabajador toda capacidad de
negociar los salarios y derechos laborales). Como consecuencia de estos hechos,
ha habido un descenso de los salarios durante el período definido como
“exitoso”. Para los trabajadores no cualificados, el salario por hora ha
descendido desde 1973 un 17%.
Las consecuencias de estos cambios
en unas cifras vitales para la población se muestran con toda claridad. Lo que
los medios de información no dicen es que han aumentado de una manera muy
notable las enfermedades y muertes por desesperación (“diseases of despair”)
entre estos trabajadores no cualificados, incluyendo epidemias de consumo de
opiáceos (habiendo crecido 17 veces el número de muertes por adicción a las
drogas), epidemias de alcoholismo (causando tantos muertos en un año como el
número de soldados muertos en las guerras de Corea y Vietnam), y así un largo
etcétera.
El deterioro de la calidad de vida
de las clases populares
Este deterioro, sin ser tan
acentuado ahora como a principios del siglo XX, en los años 30 (durante la Gran
Depresión), ha creado una enorme crisis de legitimidad del sistema liberal
económico y de su establishment político-mediático. Y es esta crisis la que no
se está analizando en los grandes medios y sobre la que no se está informando,
lo cual es grave, porque sin entenderlo no se puede explicar el auge de la
ultraderecha –representada por Trump– (que ha aparecido también en Europa por
causas semejantes). Esta ultraderecha tiene características comunes con
el fascismo, tales como un nacionalismo extremo y autoritario, una demonización
y represión de las minorías y de los inmigrantes, una homofobia y machismo muy
extremos, una narrativa antiestablishment que considera que el Estado está
captado por las minorías raciales, un desprecio por el sistema parlamentario y
por las instituciones representativas, un deseo de control de los medios de
comunicación con intolerancia a la crítica, unas promesas de recuperar un
pasado idealizado con eslóganes que contienen enormes promesas de imposible
ejecución, un culto al líder al que se considera dotado de cualidades
sobrehumanas, así como un canto a la fuerza, al orden y a la seguridad, con un
ejercicio de la fuerza y la violencia sin frenos.Su gran agresividad, sin
embargo, no aparece en forma de intervenciones militares (ya que son
conscientes de los desastres que supusieron intervenciones previas de este
tipo), sino en forma de bloqueos económicos como han sido los casos de Irán y
Venezuela (que han provocado más muertos que los que hubiera habido en caso de
conflicto armado). No hay duda de que el desarrollo y continuidad de tales
políticas podrían llevar a un desastre.
Existe una diferencia, sin embargo,
entre la ultraderecha gobernante en EEUU y el fascismo europeo en cuanto a sus
políticas económicas. El
fascismo conocido en Europa (y que era la defensa de la estructura del poder
capitalista frente a la amenaza del socialismo y del comunismo) no era
anti-Estado. Tenía un barniz social, con el cual intentaba llegar a la clase
trabajadora. Así, el nacionalsocialismo era un intento de derivar a la derecha
el enfado popular hacia el sistema capitalista. No así la ultraderecha
actual en EEUU, que es profundamente anti-Estado, teniendo características del
libertarismo. Vox ejemplifica en España el trumpismo, a
diferencia de la ultraderecha francesa, por ejemplo, liderada por el partido de
Le Pen.
Las limitaciones políticas de
carácter identitario de lo “políticamente correcto”
Frente a esta amenaza, la
estrategia de la izquierda estadounidense, a través del Partido Demócrata, fue
enfatizar las políticas antidiscriminatorias de género y de raza, encaminadas a
la integración de las mujeres y minorías en el establishment político-mediático
del país. Se seguía una estrategia basada en lo “políticamente
correcto”, es decir, con unas prácticas y un lenguaje antidiscriminatorio
focalizados en políticas públicas de afirmación identitaria (repito,
fundamentadas en el género y la raza).
Tales intervenciones, sin embargo,
aunque importantes, han sido insuficientes. Su falta de atención hacia la discriminación
de clase (es decir, hacia la discriminación contra las clases populares) ha
sido su gran punto flaco. El fracaso de esta estrategia, en el caso
del mayor movimiento feminista en EEUU (NOW), se ve claramente en que la
mayoría de mujeres de clase trabajadora (la mayoría de mujeres) no votaron a la
candidata feminista, Hillary Clinton, sino a Trump. El supuesto de que
el movimiento feminista estaba hablando en nombre y en defensa de todas las
mujeres no convenció a muchas mujeres, incluyendo la mayoría de mujeres de la
clase trabajadora, que no votaron por la candidata de NOW, sino por Trump, que
se presentó como el candidato antiestablishment neoliberal, centrado –según él-
en el Estado federal.
La discriminación olvidada: la
discriminación de clase
Las mujeres, como los hombres,
pertenecen a distintas clases sociales, cada una de las cuales sufre distintas
formas de discriminación, sosteniendo intereses distintos e incluso opuestos. Y
la realidad es que parte de las dirigentes del movimiento feminista son mujeres
de clase media alta ilustrada (es decir, con titulación universitaria) cuyas
propuestas y cuyo discurso no atrae a las mujeres de clase trabajadora, o no
las atrae con suficiente fuerza para superar su identidad de clase. Como
cualquier ser humano, las mujeres tienen varias identidades, una de ellas la de
ser mujer. Pero tiene también otras identidades, como la de la clase social a
la cual pertenecen. Y esta última define también cómo se expresa la identidad
como mujer. La mujer liberal burguesa (de clase alta) por ejemplo,
tiene una visión de “ser mujer” distinta a la visión de la mujer trabajadora. Y
esta realidad queda ocultada, sin embargo, cuando las primeras se presentan
como representantes de todas las mujeres. Lo que ha ocurrido en las últimas
elecciones presidenciales en EEUU es un claro ejemplo de ello.
Los derechos políticos y sociales
están muy determinados por los derechos económicos
El discurso identitario se ha
centrado en EEUU principalmente en los derechos políticos y sociales (como por
ejemplo los derechos de representación, puestos de poder ocupados por las
personas discriminadas, sean estas mujeres o minorías), pero muy poco en los
derechos económicos.
Más concretamente, el discurso
identitario en EEUU se ha centrado en corregir la discriminación de las
minorías y de las mujeres, con propuestas para facilitar la integración de
dichas personas discriminadas en la estructura del poder actual, asumiendo
que tal integración ayudaría a todas las mujeres o miembros de las minorías. En
este sentido, la estrategia feminista se ha centrado en los temas identitarios,
facilitando la integración político-social de los sectores discriminados, con
un énfasis en el desarrollo de los derechos políticos y sociales de
representatividad, tanto en la esfera pública como en la privada. Sin embargo,
ha ofrecido una atención muy limitada a los derechos económicos (los derechos
que centran la atención de las clases populares -mujeres y hombres- tales como
el trabajo y los salarios dignos, el acceso a la sanidad, a la educación, a la
vivienda, a la jubilación digna, etc.). Al centrarse en combatir las
discriminaciones por raza o género, han olvidado la discriminación por clase,
facilitando así la imagen de que el objetivo de la estrategia del Partido Demócrata
era la supuesta captura del Estado federal por parte de las minorías y las
mujeres. Y así lo han percibido las clases discriminadas. El Partido
Demócrata, por ejemplo, ha dejado de estar liderado por hombres blancos, siendo
estos sustituidos ahora por mujeres y afroamericanos (la mayoría de clase media
ilustrada, es decir, con formación académica), que continúan imponiendo
políticas neoliberales como por ejemplo el estímulo de la movilidad de
capitales e inversiones -la odiada globalización- que ha dañado a las clases
populares. La Sra. Clinton, líder feminista, era la mejor promotora,
como ministra de Asuntos Exteriores del gobierno Obama, de la globalización del
capital estadounidense, lo que facilitó la desindustrialización de EEUU y dañó
a la clase trabajadora industrial, eje del apoyo a Trump.
El socialismo como ideología
transversal
Esta orientación exclusivamente
identitaria evitó la transversalidad que ofrecía el concepto de clase social,
lo cual habría permitido relacionar los distintos movimientos identitarios,
mostrando su relación e interdependencia. De ahí la novedad y atractivo
del socialismo: un proyecto basado en la universalización de los derechos
sociales y de los derechos económicos, que mejore la calidad de vida de las
clases populares (en su distinta y variada composición de género y raza) a
través de un proyecto de empoderamiento y emancipación que una las distintas
luchas para disminuir y erradicar la explotación con un hilo
conductor, utilizando las instituciones representativas y las movilizaciones
sociales para alcanzar su objetivo.
Y este es el proyecto que Bernie
Sanders anunció en la presentación de su candidatura en Washington D.C. Habló
del socialismo democrático como la continuación del New Deal iniciado
por el presidente más popular que haya tenido EEUU, el presidente Franklin D.
Roosevelt. Fue este el que habló de la necesidad de que el Estado federal
garantizara, junto a los derechos sociales y políticos (la libertad de
expresión, de asamblea y de religión, de participación en el proceso electoral,
de acceso a la información y de organización, entre otros) los derechos
económicos y sociales (como el derecho al trabajo digno y bien
remunerado, a los servicios sanitarios, a la salud, a la educación -desde
escuelas de infancia a la universidad-, a la vivienda digna y confortable, a un
medioambiente de calidad y a la jubilación -también digna y satisfactoria-,
entre otros).
La materialización de tales
derechos exigía un cambio sustancial de las políticas públicas que, como
había denunciado el presidente Roosevelt antes y Martin Luther King más tarde,
habían sido favorables a ofrecer todo tipo de ayudas públicas a las rentas del
capital y de las clases pudientes (el “socialismo para los ricos y para el
mundo empresarial”, corporate socialism). España se podría haber
añadido el socialismo bancario (por haber recibido la banca la ayuda pública
más importante que el Estado haya hecho, con 60.000 millones de euros).
El socialismo para los ricos y el
mundo empresarial
Lo que era necesario (según había
apuntado Roosevelt) era un cambio de 180º en el tipo de socialismo. El
socialismo democrático popular tenía que sustituir al “socialismo de las élites
financieras y económicas”, socialismo este último que había sido un desastre y estaba
(está) llevando a EEUU a la “barbarie”, forzando, como bien predijo Karl Marx,
a tener que escoger entre “barbarie o socialismo”. Y la realidad lo está
demostrando hoy también. Actualmente existe un gran rechazo hacia el
capitalismo salvaje (el socialismo de los ricos) que Trump representa. La gran
mayoría de los jóvenes y de las mujeres (los dos grupos con peores condiciones
económicas) preferirían vivir en un socialismo democrático que no el
capitalismo actual. En un país donde el 1% de la población estadounidense
posee el 92% de todas las acciones bancarias y en el que el director ejecutivo
de la compañía comercial más grande, Walmart (que tenía a la Sra. Clinton en su
dirección), gana más de mil veces más que uno de sus empleados medios, no es
sorprendente que las clases populares estén enfadadas. Y todo esto queda
ocultado con el énfasis en Trump. Lo que es prácticamente nuevo en EEUU es que
grupos que han sido víctimas del sistema, intenten romper con la monopolización
de su victimismo para coordinarse e incluso unirse en un proyecto común que
favorezca a todos los amplios sectores de la población que están explotados y
discriminados. Para entender el elemento de transversalidad en su estrategia
unitaria, hay que recuperar el concepto de poder de clase y el significado del
socialismo. Este hecho, que es lo más importante en EEUU, es lo que el
establishment político-mediático español quiere ocultar.
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Vicenç Navarro ha sido Catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Barcelona. Actualmente es Catedrático de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Pompeu Fabra (Barcelona, España).
Ha sido también profesor de Políticas Públicas en The Johns Hopkins University (Baltimore, EEUU) donde ha impartido docencia durante 48 años. Dirige el Programa en Políticas Públicas y Sociales patrocinado conjuntamente por la Universidad Pompeu Fabra y The Johns Hopkins University. Dirige también el Observatorio Social de España.
Es uno de los investigadores españoles más citados en la literatura científica internacional en ciencias sociales
Fuente: http://www.vnavarro.org/?p=15259
http://www.vnavarro.org/wp-content/uploads/2019/07/Lo-que-los-mayores-medios-de-informaci%C3%B3n-no-est%C3%A1n-contando-sobre-EEUU-vdef-N0028-10.07.19-Edit.pdf