El hallazgo de un ADN sorprendentemente bien conservado arroja nueva luz sobre las verdaderas raíces del Antiguo Egipto, revelando una historia genética mucho más compleja
de lo que se creía.
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Por Lucas Handley
es.gizmodo.com 26 de julio de 2025
Durante décadas, los arqueólogos han debatido sobre el verdadero origen del pueblo egipcio. Las hipótesis se acumulaban, pero faltaban pruebas directas. Hoy, un simple diente hallado en una tumba milenaria ha abierto una puerta inesperada hacia el pasado. Gracias a una investigación genética sin precedentes, la historia de Egipto vuelve a escribirse desde sus cimientos, y un humilde alfarero podría ser la clave que lo cambie todo.
Un ADN antiguo que cambia el relato
Todo comenzó con el análisis genético de un potero egipcio que vivió hace aproximadamente 4.600 años, durante los primeros pasos del Antiguo Imperio. Gracias a su diente, recuperado en la necrópolis de Nuwayrat, a más de 260 kilómetros al sur de El Cairo, los científicos lograron por primera vez secuenciar el genoma completo de un individuo perteneciente a esta remota etapa de la civilización egipcia.

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El cuerpo del artesano no había sido momificado, lo que resultó ser una ventaja. Los métodos tradicionales de embalsamamiento ,con aceites, resinas y natron, degradan el ADN con el paso del tiempo. En cambio, este entierro más rudimentario permitió conservar su material genético en mejores condiciones.
Aunque las momias han sido objeto de múltiples análisis, la mayoría provenía de períodos más recientes o contaba con fragmentos de ADN muy deteriorados. Este nuevo hallazgo marca un hito: es la primera vez que se reconstruye un genoma tan completo de un egipcio del Antiguo Imperio.
Un legado genético más diverso de lo que se pensaba
Los resultados, publicados en Nature, confirmaron una intuición sostenida por los arqueólogos desde los años 70: el Antiguo Egipto no fue una civilización aislada ni homogénea. Este potero de Nuwayrat poseía un 80% de ADN norteafricano, pero el 20% restante provenía del actual Medio Oriente, en particular de la antigua Mesopotamia (regiones que hoy corresponden a Irak y Siria).
Esta mezcla genética valida lo que los egiptólogos ya habían intuido a partir de objetos descubiertos en excavaciones anteriores: cerámicas importadas, técnicas funerarias similares, estilos artísticos influenciados por culturas extranjeras. Todo ello apuntaba a intercambios culturales constantes entre Egipto y otras regiones como el Levante (Líbano, Israel, Palestina y Jordania) y Mesopotamia.
Lo novedoso es que ahora esta evidencia se sostiene también desde el plano biológico. Por primera vez, se puede hablar con pruebas en mano de un mestizaje genético en tiempos tan remotos, algo que había sido imposible de demostrar hasta ahora.
Un hombre común con un legado extraordinario
El protagonista de este descubrimiento no fue un noble ni un faraón, sino un alfarero. Su tumba, adornada con un gran vaso funerario, sugiere que fue valorado dentro de su comunidad, quizás por su habilidad o posición. Vivió en tiempos de consolidación política, bajo la III dinastía, cuando la figura del faraón comenzaba a adquirir estatus divino y se levantaban los primeros monumentos en piedra que darían fama al Antiguo Egipto.

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Su existencia ocurrió justo cuando la civilización egipcia comenzaba a definirse. Por eso, su ADN representa un testimonio silencioso, pero invaluable, de los orígenes múltiples que contribuyeron a formar el Egipto que hoy conocemos.
Los autores del estudio, no obstante, hacen un llamado a la cautela: no se pueden sacar conclusiones absolutas a partir de un solo individuo. Este hallazgo debe ser el primero de muchos, y se requieren más estudios genéticos para comprender en profundidad cuán frecuente era este mestizaje en la población general.
Un nuevo capítulo en la historia egipcia
La historia de Egipto, tal como la aprendimos, podría estar incompleta. La imagen romántica de una civilización egipcia pura, encerrada entre sus desiertos, empieza a desvanecerse. Este descubrimiento obliga a replantear las narrativas establecidas, y sugiere que el Antiguo Egipto fue desde el principio un cruce de culturas, saberes y linajes.
El hombre de Nuwayrat, sin pretenderlo, nos entrega una lección poderosa: incluso los pueblos más grandiosos son, en esencia, el resultado de la mezcla. Y a veces, basta una sola pieza (un diente olvidado durante milenios) para reescribir toda una historia.
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[Fuente: Presse-citron] en:
