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LO QUE ENCUBRE EL CENTRO POLÍTICO Y EL CENTRO "DEMOCRÁTICO" DE URIBE COMO UTOPÍA DE DERECHA

DEBATE
1. El Centro: una utopía de derecha
2. Lo que encubre el centro político y el centro democrático de Uribe

El centro es solo expresión de una utopía que es de derecha por excelencia: la de la política sin política, una polarización contra la polarización y un cambio contra el cambio.
Uribe sabe muy bien que el hecho de definirse como representante del centro político brinda una legitimidad ilimitada e infinita a sus actos así sean regresivos e incluso radicalmente violentos

DOSSIER:
1. El Centro: una utopía de derecha

Andrés Felipe Parra Ayala

Ni gigante dormido, ni sinónimo del bien común; el centro es solo expresión de una utopía que es de derecha por excelencia: la de la política sin política, una polarización contra la polarización y un cambio contra el cambio. Su grandilocuencia y sensatez son en su verdadera naturaleza solo una vergonzosa paradoja.

Fuente de la imagen: https://i.pinimg.com/originals/b7/ec/e7/b7ece74d48bc8a768ae1dcaa9ecc01b8.jpg

El centro se ha convertido en el partido político del statu quo. Aunque nadie sabe a ciencia cierta de qué se trata, el mundo de los medios, de los intelectuales y analistas de masas reclaman con angustia y esperan ansiosamente la emergencia y el despertar de un gigante dormido: el centro. Tanto así que hasta los políticos que tradicional y habitualmente pertenecen a la derecha (Iván Duque y Germán Vargas Lleras, por ejemplo), han reclamado para sí el centro en entrevistas y declaraciones.

En este escenario no es difícil ver que el discurso de centro en Colombia responde más a una estrategia de marketing electoral que a una categoría bien definida en el seno de un análisis político serio. Porque incluso, en términos más generales, el intento de definir algo así como el centro político está sumido en aporías lógicas insuperables.

La definición más habitual del centro lo identifica como aquella posición política que se aleja de los extremos. La supuesta virtud del centro político se deriva de la idea de que los extremos son viciosos y que lo mejor para una sociedad es lograr un balance. Por ejemplo, el remedio contra la obesidad no es la anorexia ni la bulimia, sino la dieta sana y balanceada, dictada por un nutricionista competente. La idea de que todos los extremos son viciosos es intuitivamente convincente (incluso ignorando el hecho de que en medicina no existe una sola dieta balanceada, sino múltiples dietas de acuerdo con fines y situaciones diversas; por ejemplo, un deportista de alto rendimiento no debe ingerir la misma cantidad de proteínas que un paciente renal). Pero el argumento de que todos los extremos son viciosos es, de hecho, defectuoso en política.

Tomemos, por ejemplo, la consigna repetida hasta la saciedad por algunos periodistas autoproclamados de “centro” como Daniel Coronel y Daniel Samper: si los petristas y uribistas me atacan es porque tengo razón. Esa frase es la expresión más acabada de la argumentación del centro en el contexto colombiano. Sin embargo, su grado de verdad, coherencia y rigurosidad es nulo, pues parte de la premisa de que se puede determinar la veracidad de una afirmación en virtud de quiénes se oponen a ella. Eso no es más que una vulgar argumentación ad hominem disfrazada de sensatez ideológica. Pero el problema de fondo, que explica por qué el argumento centrista es defectuoso, es que calificar a una opción política de “extremista” es ya tomar una posición política que no es neutral. Hay que preguntarse entonces si la posición desde la cual un programa o un candidato son calificados de extremistas es o no una posición de centro.

Me temo que en el caso colombiano esa posición desde la cual se califican candidatos y medidas como “extremas” (sobre todo hablando de los candidatos de izquierda) es una posición de derecha. Ningún candidato de izquierda (ni si quiera la Farc) tiene en su programa una estatización completa de la economía ni la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, si es que acaso ese es el criterio para definir a una medida de izquierda como “extrema”. Incluso las medidas de Gustavo Petro serían tildadas de tímidas por cualquier socialdemócrata del siglo XX, pues en su programa se excluye la nacionalización de empresas de los sectores estratégicos de la economía colombiana y su propuesta frente al sistema de seguridad social no excluye del todo al sector privado.

Todo esto desemboca en un imperativo metódico de cualquier análisis político, ausente en los grandes analistas de nuestro país y, dicho sea de paso, en aquellos political chart test que pretenden identificar el grado de ideologización de un individuo: los criterios por los cuales algo o alguien es tachado de extremista hacen parte de la disputa política y no están nunca por encima de ella. Sin tener en cuenta eso, cualquier análisis político o cualquier llamado al “centro”, la “cordura” y la “sensatez” raya en la simple y llana propaganda.

Hay otro intento de definir al centro político como aquella tendencia que propugna por una política realista, gerencial, de eficiencia administrativa, sin sobresaltos y sin ningún sesgo pasional. Desde este punto de vista el centro se opondría al “populismo” en su definición habitual, es decir, se opone al acto de hacer promesas inviables y no-factibles (sin “sustento técnico”). No hay duda de que detrás de esta forma de argumentación se halla la premisa de que todos los problemas políticos de la sociedad tienen una solución técnica. Esta idea se liga de forma precisa con la comprensión generalizada de la economía como aquella ciencia que distribuye recursos escasos de forma más eficiente. Dado que se puede determinar a través de métodos matemáticos la distribución más eficiente de los recursos, sería posible dar una solución técnica a los problemas políticos y económicos de una sociedad.

No obstante, este discurso extendido de la gerencia y de las buenas prácticas de la eficiencia administrativa olvida que la eficiencia es un concepto condicionado por los fines a los que ella debe servir. Y la determinación de estos fines tiene lugar por fuera de la esfera de la eficiencia y del campo conceptual de la economía entendida de forma estrecha como una disciplina técnico-matemática. Precisamente por su neutralidad y porque puede potencialmente abarcar un sinfín de prácticas (se puede hablar la eficiencia en la producción de carne de cerdo y de la eficiencia de los métodos de asesinatos en masa aplicados en Auschwitz, entendiendo exactamente lo mismo por “eficiencia”), un discurso político concentrado exclusivamente en la eficiencia puede volverse vacío o peligroso. La peligrosa vaguedad del discurso técnico y gerencial de la política radica justamente en que ignora la pregunta de si es justo o conveniente tratar ciertos asuntos y prácticas humanas desde el punto de vista de la eficiencia. La respuesta a esta pregunta no puede ser técnica, pues es de hecho el presupuesto para que el discurso “técnico” tenga sentido y pueda ser aplicado.

Por ejemplo, en el año 2002, cuando el expresidente Álvaro Uribe ganó las elecciones con la tesis de la derrota militar de las Farc, casi nadie (o nadie) señalaba que se trataba de una propuesta sin “sustento técnico”, al suponer un aumento desmedido del gasto militar. Frente a un cuestionamiento de este tipo, la reacción natural de la sociedad en esa época habría sido la de decir que combatir al terrorismo es un deber moral y que por ello las consideraciones económicas sobre los costos son irrelevantes. El que una sociedad reaccione de este modo frente a los problemas de seguridad, pero considere los avances en equidad social solo desde el punto de vista de sus costos monetarios, refleja una posición política de derechas, no una preocupación por la responsabilidad fiscal.

Estas apreciaciones también desembocan en otro imperativo metódico del análisis y la discusión política: la esfera de la economía está atravesada por decisiones políticas irreductibles a consideraciones técnicas y la aplicación del concepto de eficiencia es necesariamente selectiva. Y los criterios para seleccionar una medida como un imperativo moral independientemente de sus costos o como una medida que debe ser vista como un gasto superfluo e innecesario son criterios políticos.

Ni gigante dormido, ni sinónimo del bien común; el centro es solo expresión de una utopía que es de derecha por excelencia: la de la política sin política, una polarización contra la polarización y un cambio contra el cambio. Su grandilocuencia y sensatez son en su verdadera naturaleza solo una vergonzosa paradoja.

2. Lo que encubre el centro político y el centro democrático de Uribe


Christian Fajardo

Unos son ingenuos porque creen que realmente están en el centro (fajardistas, mockusianos). Otros son hábiles porque el centro es el lugar en el que fabrican un mundo de uribistas y no-uribistas.

Fuente de a imagen: https://www.behance.net/gallery/62193621/Austrias-shift-to-the-right-For-Strawanzerin

En los tiempos de hoy circula una especie de mantra según el cual el hecho de analizar la política en términos de izquierda o derecha es simplista y caduco. Sin embargo, desde mi punto de vista, la verdadera simplicidad está en la propensión a creer que es posible concebir una política de centro, es decir, una política sin posiciones, sin elección de valores, sin decisiones mediadas por convicciones. Pero ¿por qué creo que la verdadera simplicidad está del lado de quienes se reconocen a sí mismos en el centro, es decir, más allá de la izquierda y de la derecha, más allá del bien y del mal?

Vamos por partes. Entendamos, en primer lugar, qué quiere decir un ‘centrista’ cuando busca que no lo encasillen en una posición política de derecha o de izquierda. Podemos tomar el ejemplo de la coalición Colombia. Sin embargo, como creo que su discurso roza en la ingenuidad y ya ha sido brillantemente criticado por Tufano y Ganitsky1, pensemos en quienes saben muy bien lo que hacen cuando se reconocen en el ‘centro político’. En otras palabras, pensemos en un caso verdaderamente límite de una presunta política ‘de centro’. Me refiero, evidentemente al centro del centro democrático de Álvaro Uribe Vélez.

El caso del uribismo es curioso, pues aun cuando los medios de comunicación se han venido refiriendo a su posición política como de derecha, Uribe (y Duque) se han negado a decir que representan a la extrema derecha. De hecho, cuando el uribista Fernando Londoño, en la segunda convención del centro democrático, instó a los uribistas a que se reconocieran como derechistas, Uribe al otro día salió apagando el fuego que atizó su radical alfil al decir que, en realidad, son de centro, de ‘centro democrático’. Este gesto, sin duda alguna, era un anticipo de la decisión del monarca del Ubérrimo de escoger a Duque como su sucesor o, mejor aún, como el peón que está dispuesto a ofrecer la posibilidad de eternizar al uribismo en el poder (o al menos eso cree Uribe).

Reitero. Creo que Uribe no es ingenuo, como sí lo son López y Fajardo2. Lo digo porque Uribe sabe muy bien que el hecho de definirse como representante del centro político brinda una legitimidad ilimitada e infinita a sus actos así sean regresivos e incluso radicalmente violentos para el sentido común de cualquier ser humano que habite este planeta. Me explico: Uribe sabe muy bien que, si hace que los demás lo vean en el centro político, sus hazañas3se justifican completamente en contra de cualquier evidencia. La magia de esta presunta política de centro consiste precisamente en justificar, en contra de toda evidencia empírica y del sentido común, que la guerra librada por paramilitares y militares en contra de la población civil a través de ejecuciones extrajudiciales y masacres está más que justificada; que la seguridad es el más alto valor para garantizar el emprendimiento de los emprendedores y la inversión de los que tienen dinero; o, incluso, que la unificación de las altas cortes en una sola puede llegar a solucionar los problemas de la administración de justicia y control constitucional en Colombia. Este tipo de justificaciones no necesitan argumentarse o, mejor dicho, el fundamento de cualquiera de estas justificaciones no es más que la auctoritas de la voz del monarca del Ubérrimo. Todo esto nos lleva a decir que el centro es quizá la figura contemporánea de la trascendencia, de la posibilidad de pensar una política más allá de lo humano porque quienes son sus representantes no tienen que vérselas con la política, con las ‘ideologías políticas’. El centro es precisamente la realización de un sueño de una sociedad sin política, sin fracturas, sin desacuerdos garantizada por un Dios terrenal4 que es, en este caso, la figura de Álvaro Uribe Vélez (o así quizá lo ven los uribistas).

Ahora bien, pensemos en la eficacia del centro democrático. Esta consiste en oponer, de una forma simplificadora, dos partes de la sociedad. Por un lado, encontramos a los que creen en que la voz de Uribe es ley y, por el otro, están los condenados de la tierra que no merecen el reconocimiento del Dios terrenal; por un lado, están los que creen que Uribe acierta en sus decisiones porque es Uribe y, por el otro lado, están quienes fracasarán porque sus actos no son reconocidos por el líder absoluto del centro democrático.

Ahora bien, desde mi perspectiva, esta eficacia es inmensamente peligrosa y nos pone en una situación límite que hay que evitar. El centro democrático del uribismo logra dividir la sociedad entre humanos y pseudo-humanos, dejando a un lado toda posibilidad de diálogo entre una persona de bien y una persona de dudosa procedencia. El centro democrático es así el emblema de una sociedad liderada por un partido que cree que puede erradicar el mal y los problemas del país definitivamente. Sin embargo, los centristas democráticos descuidan que el gesto de erradicar el mal es en sí mismo violento y produce, además, formas de violencia extremas. La peligrosidad del uribismo radica precisamente en que estas formas de violencia extremas no se reconocen como violencias, pues Uribe ha bendecido las medidas extrajudiciales y de excepción que han quebrantado los derechos fundamentales de cientos de miles de colombianos. No importa cuántas excepciones a las reglas, como tampoco importan cuántas catástrofes ambientales tengan lugar. El centro del uribismo, como cualquier política de centro, está llamado a auto justificarse de forma ilimitada por ser de centro.

Todo esto nos obliga a decir que la verdadera simplicidad está en el lado de quienes dicen que hoy la política debe tener al centro como horizonte. Ahora bien, en contra de esta simplificación, el viejo esquema de la derecha y de la izquierda puede llegar a ser útil porque complejiza el mundo de la política y nos permite recordar que somos seres humanos y no entidades puras que pueden trascender la historia. Precisemos. Mientras que para el centro hay una única comprensión de mundo, para el viejo esquema en la política hay una lucha por comprensiones de mundo. Con esto quiero decir simplemente que para el viejo esquema la política es una modalidad de la existencia humana en la que se disputan concepciones de mundo. Sin embargo, esta disputa está directamente relacionada con la manera en la que está organizada una sociedad. De ahí que si alguien simpatiza con una comprensión de mundo que cree ciegamente en la valorización del capital, tendrá que casarse con una relación específica de mando y obediencia en una sociedad. Esto lo digo porque quienes mandan en el mundo de la valorización del capital, por poner un ejemplo, son las multinacionales. En el caso de Colombia serían las multinacionales que quieren poner en circulación los minerales e hidrocarburos que se encuentran atrapados en las montañas y en el subsuelo. Según mi apreciación, estos tipos de comprensiones de mundo son de derecha. No porque sean conservadoras, sino porque eso asegura que los pocos que tienen mucho manden sobre los muchos que tienen poco (o prácticamente nada).

En cambio, una política de izquierdas (que pueden ser muchas también) es aquella que pone en cuestión la presunta razonabilidad de un mundo en el que los muchos obedecen a los pocos por el hecho fáctico de no tener nada, es decir, una política de izquierdas hace una serie de preguntas que, para muchos, pueden parecer absurdas: ¿Hasta qué punto resulta justa una sociedad en la que los muchos por no tener nada deban obedecer a los pocos que tienen mucho? ¿Por qué debemos defender un sistema económico que está a favor los intereses de multimillonarios y que causa el exterminio de la vida orgánica en la tierra? ¿Por qué tenemos que masacrar animales en medio de algarabía y fiestas? Para un espíritu de derecha estas preguntas son irracionales, porque, para él, todo aquel que gobierna debe tener algo que lo acredite como gobernante. Y en un mundo capitalista el mejor título de gobierno es el capital, no meramente el dinero (Pablo Escobar, el ñoño Elías y todo ese cartel de corruptos creyeron que la mera posesión de dinero los iba a acreditar como gobernantes). Podemos agregar: de acuerdo con esto, que el fajardismo es de derecha. Lo digo porque puede haber ciertamente un mundo sin corrupción, unas cuentas claras y unas instituciones sin robos por parte de funcionarios públicos. Fajardo puede incluso descubrir una fórmula matemática que acabe con la corrupción. Pero esto no asegura que los muchos que no tienen nada puedan poner en cuestión el gobierno de los pocos que lo tienen todo.

En un mundo tan gobernado por organismos financieros como el nuestro y en una sociedad tan terriblemente desigual como la colombiana, resulta cada vez más comprensible porqué los políticos de derecha encubren su posición política. Unos son ingenuos porque creen que realmente están en el centro (fajardistas, mockusianos). Otros son hábiles porque el centro es el lugar en el que fabrican un mundo de uribistas y no-uribistas.
___
  1. La columna de Sara Tufano está en el siguiente enlace: http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/sara-tufano/el-centro-politico-no-existe-193178. La de Simón Ganitsky está en este otro: https://www.elespectador.com/opinion/fajardo-y-la-educacion-sentimental-columna-744577 
  2. La superioridad moral de Sergio Fajardo y Clauda López los hace ser ingenuos. Creen que luchar en contra de la corrupción y odiar las posiciones políticas van a ofrecer la herramienta para tener una país más justo y llevadero
  3. Por supuesto, estoy hablando eufemísticamente cuando me refiero a las ‘hazañas` del uribismo 
  4. Tomo la metáfora que ofrece Thomas Hobbes en El Leviatán. Recordemos que el pensador inglés decía que el Estado es un cuerpo de cuerpos que trasciende lo humano. De ahí que la figura teológico-política de la que se sirve para ilustrar ese carácter trascendente e ilimitado del Estado sea la de Dios terrenal.

Fuentes: http://palabrasalmargen.com/edicion-126/el-centro-una-utopia-de-derecha/
http://palabrasalmargen.com/edicion-126/lo-que-encubre-el-centro-politico-y-el-centro-democratico-de-uribe/

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