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INDIA Y LA DISPUTA POR LA HEGEMONÍA

NUEVA DELHI EN LA GEOPOLÍTICA MUNDIAL

La disputa por la hegemonía
Por Martine Bulard*

Más por pragmatismo que por ideología, India decidió subirse al tren estadounidense para erigirse como superpotencia mundial. Pero este posicionamiento estratégico no bastará por sí mismo para cambiar el tablero internacional, si antes no logra hacer frente a otro enemigo: la exclusión social.


Inclinando suavemente la cabeza, como suelen hacer los indios cuando hablan, Amit Raynah, joven estudiante de una de las más prestigiosas universidades del país, la Jawaharlal Nehru University (JNU) de Nueva Delhi, afirma sin dudar: “Un elefante puede correr muy rápido”. Ninguno de los estudiantes que lo rodean pone en duda su afirmación. Todos están seguros de que India, en un plazo más o menos breve, va a recuperar su lugar en el escenario mundial. ¿Hasta el punto de superar al dragón chino? Al respecto, los jóvenes no se muestran tan unánimes. Pero los sueños de potencia están en todas las mentes.

Hubo un tiempo, es cierto, en que la civilización india resplandecía en toda Asia, una época en la que India, al mismo nivel o casi que China, se situaba en la primera línea mundial, con el 22,6% de los ingresos del planeta (1). Era en 1700. Un siglo después, en 1820, el porcentaje se había reducido al 15,7%, la mitad respecto de su poderoso vecino, quien también acabaría decayendo. Hasta el punto de que en 1980, India (con el 3,4% del ingreso mundial) y China (con el 5%) quedarían marginadas. Desde entonces, esta última demostró que un país puede volver a despegar. Y Nueva Delhi, que quedó un tanto atrás, se propone revertir lo antes posible su retraso.

Para alcanzar este objetivo, India decidió tomar el tren estadounidense, más por pragmatismo que por ideología. En su oficina de Nueva Delhi, amoblada al estilo soviético de los sesenta, Navtej Singh Sarna, vocero del Ministerio de Relaciones Exteriores [en 2007], lo reconoce con palabras bien calculadas: “Estados Unidos es la superpotencia dominante, es lógico que debamos desarrollar buenas relaciones con ese país”. Se trataría de una especie de normalización, luego de décadas de un no-alineamiento mal aceptado por Washington y de una vida diplomática aletargada a la sombra de la URSS. En apoyo de esa tesis está el aumento de los intercambios comerciales indo-estadounidenses, que se acercaba al 12% en 2005-2006 [con un incremento del 1.023,2% en los últimos 22 años], mientras que el comercio con Rusia, que fuera su primer interlocutor en ese terreno, no registró ningún avance [hasta 2007] (2).

Acuerdo nuclear

En realidad, India pretende mucho más. Fascinada por la rapidez del despegue de su hermano-enemigo chino, que ostenta una economía extravertida, no oculta su voluntad de utilizar esos nuevos amores para obtener ventajas contantes y sonantes y atraer los capitales que necesita. En efecto, el monto de las inversiones extranjeras directas (IED) en China se elevó a unos 72.400 millones de dólares en 2006, mientras que sólo fueron de 6.600 millones en India. Claro que esas cifras están subestimadas, dado que no todos los movimientos de capitales están contabilizados. Y Nueva Delhi pone de relieve que recibe el 40% de las IED en tecnologías de la información que van a los países en vías de desarrollo, mientras que China sólo capta el 11%. No obstante, la diferencia entre ambos países sigue siendo abismal.

Así que el gobierno de Manmohan Singh concedió cada vez más ventajas de todo tipo, copiando las recetas chinas (zonas económicas especiales prácticamente libres de impuestos, suspensión de las protecciones administrativas, reducción de los derechos de aduana...). Y la fórmula da resultado. Además de las inversiones en servicios informáticos y en la industria automotriz (en noviembre de 2006 la firma Renault anunció la construcción de una planta de armado de vehículos), las grandes cadenas de distribución (Walmart, Tesco, Carrefour) ya anunciaron su llegada con bombos y platillos. Qué importa si los supermercados, que no existen todavía en India (3), pueden acabar con muchos comercios locales y transformar por completo el paisaje, que hasta ahora había escapado en gran medida a la urbanización uniformizada occidental. La “modernización” está en marcha, y a la cabeza de los inversores se encuentra Estados Unidos, seguido de la Isla Mauricio (un paraíso fiscal), el Reino Unido, Japón y Corea del Sur.

Pero más aun que las ambiciones económicas, son las preocupaciones políticas las que animan a las autoridades: India quiere ser reconocida como una superpotencia asiática y mundial. De allí la importancia del acuerdo nuclear firmado con Estados Unidos. Ese tratado, ratificado en el Congreso de ese país por los demócratas y los republicanos a fines de 2006, es efectivo desde comienzos de 2007, y cae justo antes de la visita de George W. Bush a Nueva Delhi [en marzo del mismo año]. Así, el embargo que afectaba a India desde sus pruebas nucleares salvajes de 1998, queda sin efecto, y ello a pesar de no haber firmado el Tratado de No Proliferación Nuclear y de negarse –en nombre de su independencia– a aceptar inspecciones internacionales sobre más de un tercio de sus instalaciones (exigencias que Estados Unidos y Occidente imponen a Pakistán, a Corea del Norte y a Irán).

A partir de ahora India podrá importar materiales sensibles para producir electricidad de origen nuclear, en un momento en que sus necesidades energéticas registran un vertiginoso aumento. Pero eso no es lo esencial, como explica uno de los diplomáticos indios más notables, Shashi Tharoor, secretario general adjunto de Naciones Unidas [en 2007] –y candidato derrotado en la sucesión de Kofi Annan–: “Más importante que el aprovisionamiento energético, lo que cuenta en ese tratado es el reconocimiento de India como indiscutible potencia nuclear. Estados Unidos y las potencias nucleares reconocen la excepción india”. Porque resulta evidente, que “India no es un país como los otros”, una fórmula que deviene un leitmotiv.

En 1947 esa particularidad hacía de India una “potencia moral” que irradiaba su influencia sobre los países del Tercer Mundo en vías de descolonización, y que se materializaba en la política de no-alineamiento. Actualmente tiene pretensiones de “potencia militar”, que Estados Unidos apuntala. Algunos indios llegaron a la conclusión de que ese vuelco podría hacer caer a Nueva Delhi en la “trampa de los alineamientos”. Lo cual mereció una respuesta bastante enérgica del primer ministro Manmohan Singh, quien lamentó “la falta de apreciación justa sobre la naturaleza del cambio que debemos operar en nuestras relaciones con el mundo, particularmente entre los responsables políticos. A menudo adoptamos una posición política basada en el pasado” (4).

El acuerdo nuclear con Washington abre a India la posibilidad de “desarrollar sus propios programas de materiales fisibles” como lamentan algunos senadores estadounidenses (5) pero tiene su contrapartida política. Estados Unidos anunció que se opondría al proyecto de gasoducto con Irán, que podría garantizar una parte no despreciable de las necesidades energéticas nacionales, y que tendría un alcance diplomático importante, obligando a India a negociar con su principal enemigo, Pakistán, por cuyo territorio pasaría el gasoducto. “Sería un poderoso incentivo para mantener la estabilidad entre India y Pakistán” (6) estimó Edward Luce, ex colaborador del equipo Clinton, actualmente comentarista de Financial Times. Por el momento, para evitar definirse, Singh utiliza como pretexto las exigencias de precio demasiado elevadas por parte de Irán. Pero un pedido de embargo en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas lo pondrá en una situación incómoda, todavía más que el voto en la Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA) junto a los estadounidenses, muy criticado por la izquierda.

Distensión con Pekín

India debe además contemporizar con su poderoso vecino, China. Queda por saber si estos dos gigantes emergentes llegarán a un acuerdo regional para influir sobre los temas asiáticos y mundiales, o si se lanzarán a una batalla por el primer lugar. Esta segunda hipótesis parece la más verosímil. Pero por ahora nada está dicho. En efecto, la partida no será entre dos, sino entre tres (con Estados Unidos) y quizás entre cuatro (con Japón).
Si los estadounidenses se arriesgaron a no aplicar al pie de la letra las reglas del Tratado de No Proliferación Nuclear, fue para propulsar a India como contrapeso de China, cuyo ascenso económico, militar y también diplomático amenaza su hegemonía en la región. Más aun en la medida en que algunos de sus pilares tradicionales parecen más frágiles, como Corea del Sur, que se negó a mostrarse combativa ante Corea del Norte. Estados Unidos tenía en India un interlocutor receptivo, pues Nueva Delhi desconfiaba de su vecino.

Sin embargo, con un formidable sentido de la historia, [en ese entonces] el primer ministro chino, Wen Jiabao, de visita en Nueva Delhi en abril de 2005, explicaba: “Durante los últimos 2.200 años o, digamos, durante el 99,9% de ese tiempo mantuvimos cooperaciones de amistad entre nuestros dos países” (7). Ese 0,1% de la contabilidad china tiene nombre: la guerra de 1962 (8) que sigue viva en la mente de los indios. La derrota, inesperada, marcó el fin de la era Nehru, y duele todavía como una herida.

Como ocurrió en el inicio de las relaciones sino-indias que, según el economista Amartya Sen, nacieron “con el comercio, y no con el budismo” (9) fue por medio de la economía y de los intercambios comerciales que ambos países reanudaron sus vínculos. El flujo mercantil, que había sido poco significativo hasta el año 2000 (3.000 millones de dólares), deberá llegar en 2006 a los 22.000 millones de dólares [en 2011 el comercio bilateral con China alcanzó los 73.900 millones de dólares]. China, que vende más de lo que compra, y que quiere aprovechar las sinergias entre ambas economías para compensar rápidamente su atraso tecnológico, milita en favor de un acuerdo de librecomercio, permanentemente postergado. India, con un Producto Interno Bruto (PIB) que representa un tercio del de su vecino, teme una invasión de productos chinos. Ante todo trata de consolidar su industria, antigua y relativamente débil, consciente de que su especialización en los call centers, en la subcontratación de servicios para empresas anglosajonas de todo el mundo y en informática, no alcanza para asentar el desarrollo nacional. A pesar de ello, Nueva Delhi firmó 13 acuerdos de cooperación (sobre finanzas, agricultura, informática, energía...) en ocasión de la visita del [entonces] presidente chino Hu Jintao, del 20 al 23 de noviembre de 2006.

La distensión de las relaciones que se perfila podría alcanzar también el terreno energético, cuya demanda experimenta un fulgurante aumento. Por ahora se impone ampliamente la competencia para asegurarse las fuentes de aprovisionamiento, terreno en el que Pekín ya lleva bastante ventaja, particularmente en África. No obstante, a fines de 2005 la China National Petroleum Corporation (CNPC) y la India’s Oil and Natural Gas Corporation (ONGC) se pusieron de acuerdo para invertir en la explotación de reservas petrolíferas sirias. El mismo año, los ministros de Petróleo de ambos países habían planeado crear una especie de cartel de compradores para influir sobre los precios, iniciativa novedosa que jamás llegó a concretarse, pues entre tanto el ministro indio de ese entonces fue destituido. Sin embargo, el comunicado conjunto emitido al fin de la última visita de Hu, precisa que es necesario “estimular la colaboración entre las empresas de ambos países, incluyendo la exploración y la explotación conjuntas de los recursos energéticos en terceros países” (10). La declaración cobra todo su sentido con la información de que Estados Unidos protestó enérgicamente ante India por sus inversiones en Siria.

Ese comunicado sino-indio insiste también en la necesidad de “fomentar la cooperación en el terreno de la energía nuclear, respetando los compromisos internacionales de cada uno”. Los términos son vagos, al contrario de los utilizados en el acuerdo que Hu firmaría pocos días después con Pakistán. Pero es la primera vez que ese tipo de referencias a la energía nuclear aparece en un documento oficial (11). En el fondo, Pekín toma nota del acuerdo indo-estadounidense, a la vez que procura evitar que Nueva Delhi se convierta en interlocutor privilegiado de Washington.

Entre diferendos y cooperación

De todos modos, los progresos son tenues. Los diferendos fronterizos siguen en pie (Pekín reivindica una parte del Arunachal Pradesh, en el noreste de India, e India reclama el Aksai Chin, en el noroeste). La comisión encargada de solucionar esos puntos no avanza realmente. China admitió que el Sikkim, antiguo reino budista convertido en provincia india en 1975, era parte integrante de la Federación India. Por su parte –y la dimensión estratégica es muy superior– India reconoció en 2003 la soberanía de China sobre el Tibet, a pesar de que el Dalai Lama y entre 100.000 y 120.000 refugiados tibetanos siguen viviendo en su territorio. En julio de 2006 el paso montañoso de Nathu, en el Himalaya, fue reabierto, lo que reactivó un poco la célebre ruta de la seda, cerrada desde 1962. Pero falta mucho para alcanzar los niveles de comienzos del siglo XX, cuando más del 75% del comercio de mercancías entre ambos países transitaba por esa ruta. De todos modos, cabe esperar que los militares vayan dejando progresivamente su lugar a los comerciantes.
La desconfianza de India persiste debido al miedo a quedar sitiada por la potencia china. En el norte, Pakistán contó durante mucho tiempo con el apoyo incondicional de Pekín en su conflicto con Nueva Delhi por la cuestión de Cachemira (véase pág. 55). El financiamiento de la construcción de un puerto de aguas profundas en Gwadar (Baluchistán), aumentó esos temores, lo mismo que el financiamiento de equipamientos navales en Birmania, en el sudeste. Pekín afirma que sólo pretende obtener un acceso al mar que le permita asegurar las rutas marítimas de sus importaciones. Nueva Delhi no cree demasiado en esa versión, y habitualmente realiza maniobras militares conjuntas con las fuerzas de Estados Unidos, incluso en los confines de la frontera china, o en el Océano Índico, hasta el Estrecho de Malaca, ruta de paso de los grandes buques petroleros. También organiza operaciones con Japón, que se está dotando de una nueva concepción militar, más ofensiva.

India quiere mostrarse poderosa. La gran mayoría de las elites del país, abiertamente pro-estadounidenses, acepta el papel de muralla de contención frente a China que pretende endosarle Estados Unidos. En cambio, un sector del mundo de los negocios se muestra más reticente. “Lo que nos espera no es India contra China, sino China más India” (12) declaró recientemente Syamam Gupta, uno de los grandes industriales indios, director de Tata Sons. Por otro lado, esas reticencias también existen entre los dirigentes políticos, como el ex primer ministro Jairam Ramesh, miembro del Partido del Congreso, en el gobierno, que publicó un libro exitoso, con un título explícito: Chindia.

Evidentemente, nadie pretende construir relaciones sino-indias contra Estados Unidos. Y nadie puede olvidar que los dirigentes chinos apuestan a mantener relaciones muy estrechas con los estadounidenses, de los que dependen económicamente. No obstante, dar un contenido real a la declaración de intenciones sino-indias que propone “explorar una nueva arquitectura para una cooperación más estrecha en Asia”, se convirtió en una urgencia en una región donde los gastos militares aumentaron de manera exponencial en los últimos años. Tal es el caso de China (2º a nivel mundial), Japón (4º), e India (8º)...[Nueva Delhi hoy se encuentra en el séptimo lugar] Como afirma Siddharth Varadarajan, célebre comentarista de The Hindu: “Asia es demasiado importante para ser dirigida por una sola potencia; ni China, ni India, ni Japón pueden pensar en dirigir la región, ni solos ni en alianza con una potencia exterior”. Como numerosos intelectuales progresistas, Varadarajan preconiza una presencia india más activa en las organizaciones regionales.

La fiesta de los poderosos

Rusia, uno de los pivotes de la diplomacia india de antaño, parece haber desaparecido. Las declaraciones conjuntas son discretas, las relaciones bilaterales poco espectaculares. Pero los intercambios, que habían disminuido radicalmente a comienzos de la década de 1990, recobraron importancia, particularmente en el plano militar. Según la investigadora Anuradha M. Chenoy, profesora del Departamento de Estudios Internacionales de JNU, “India es el único país que tiene un programa de cooperación técnica y militar con Rusia”, que genera intercambios que rondaron los 6.500 millones de dólares en 2005. Rusia sigue siendo el primer vendedor de armas a India. El segundo es Israel, país con el que el antiguo gobierno nacionalista hindú estableció estrechas relaciones diplomáticas (13).

La búsqueda de petróleo y gas constituye también un fuerte incentivo para la cooperación. Así, el ex ministro de Petróleo Mani Shakar Aiyer, afirmó en octubre de 2004: “Durante el primer medio siglo de independencia de India, Rusia garantizó nuestra integridad territorial; en el segundo medio siglo está en condiciones de garantizar nuestra seguridad energética” (14). Sin duda, ése no es el punto de vista oficial, pero la firma ONGC participa en la explotación de los yacimientos petrolíferos de Sajalín I y II. Además, Rusia se comprometió a suministrar 60 toneladas de uranio. Moscú trata de volver a ser uno de los polos importantes en la vida política mundial. Y la energía es una de sus armas. “La superpotencia militar se transformó en superpotencia petrolera bajo el gobierno de Putin, cuya misión es colocar a Rusia en el lugar de una potencia que infunde respeto, a falta de infundir temor” afirma Yu Bin, del International Relations Center (15).

¿Se puede pensar en la formación de un triángulo “India-China-Rusia” en lugar de un triángulo “China-India-América del Norte”? (“triángulo CIA”, según la expresión de sus opositores). No parece ser el caso. Sin embargo, Nueva Delhi decidió participar como observador (igual que Pakistán e Irán) en la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) que comprende las repúblicas de Asia Central (Kazajstán, Kirguizistán, Tayikistán y Uzbekistán), además de China y Rusia. Estos últimos tratan de darle un mayor poder diplomático frente al aumento de la influencia estadounidense en la región.

Por ahora, India no parece estar en condiciones de adoptar iniciativas estratégicas espectaculares. Asunto que explica muy bien Sunil Khilnani, ex diplomático convertido en escritor: “Nos seduce la idea de que pronto seremos un invitado permanente en la perpetua fiesta de las grandes potencias, que tenemos que sacudirnos el polvo y ponernos nuevas ropas para ese festín”. Pero hay que decidir cuál será esa ropa. “Hoy India enfrenta opciones, y debe inventar una concepción y un ejercicio del poder más positivos” (16).

Actualmente, una parte de su energía está ocupada en solucionar los problemas de sus fronteras. Sin mucho apuro por establecer relaciones igualitarias con sus pequeños vecinos, Nueva Delhi contribuyó sin embargo a organizar la Asociación para la Cooperación Regional del Sur de Asia (SAARC) –en inglés, South Asian Association for Regional Cooperation– que reúne a Bangladesh, Bután, Maldivas, Nepal, Pakistán y Sri Lanka. Pero la cooperación económica sigue siendo marginal (menos del 10% del comercio) y la organización apenas sobrevive, sin lograr siquiera superar los conflictos.

Exclusión masiva

Naturalmente, las tensas relaciones entre India y Pakistán contribuyen a esa anomia. Más aun en la medida en que las conversaciones iniciadas en 2004 sobre Cachemira –dividida en dos: al norte Azad Cachemira (Cachemira libre), controlada por Pakistán, y al sur Jammu y Cachemira, bajo control indio– no parecen avanzar. La línea divisoria fue abierta en cinco puntos, los intercambios comerciales se reanudaron tímidamente, y los ministros de Relaciones Exteriores de ambos países volvieron a reunirse, en Nueva Delhi, a fines de octubre de 2006. Pero un diplomático especializado en el tema afirmaba en 2007: “Hay que comprometerse con el proceso de paz. Pero a Pervez Musharraf, que fue el instigador de la última guerra de Kargil (en 1999), le costará aparecer como un pacifista. Probablemente se pueda mantener el statu quo, lo que no sería poco”.

Sin ser tan conflictivas, las relaciones con los otros vecinos del primer círculo no están sin embargo normalizadas, aunque el acuerdo firmado en Nepal entre las fuerzas gubernamentales y los movimientos maoístas, a comienzos de noviembre de 2006, permite augurar un cambio en las relaciones. La incertidumbre en Bangladesh (véase pág. 59), el caos que reina en Sri Lanka, no dejan de tener consecuencias en el plano interno (17). Se estima que hay 20.000 refugiados bangladesíes del otro lado de la frontera, mientras que unos 10.000 tamiles vivirían en los campamentos del Estado de Tamil Nadu. Muchos de ellos subsisten en el mayor desamparo, sirviendo de caldo de cultivo a los movimientos más violentos, y dando lugar a las exacciones policiales más terribles.

De hecho, la miseria nutre el movimiento de los naxalitas (maoístas), particularmente en el oeste de Bengala, en Orissa y un poco más al norte, en el estado de Bihar, en la frontera con Nepal, donde las reivindicaciones independentistas cobran fuerza. “Se trata de nuestro principal problema de seguridad”, declaró Singh (véase pág. 39). Cierto que las fronteras son permeables, pero el Primer Ministro olvida las causas sociales de esas rupturas, en particular la devastación causada por la “modernización” del campo. En 2005 se suicidaron miles de campesinos, en general ingiriendo pesticidas, por no poder hacer frente a sus deudas. India exporta cereales, pero casi la mitad de los niños padecen de malnutrición. Cuatro personas de cada diez no saben leer ni escribir en India (una de cada diez en China). Según el índice de desarrollo humano, India se sitúa en el lugar 126 [136 en 2013], mientras que China ocupa el lugar Nº 81 [101 en 2013] .

El gobierno adoptó algunas medidas, a menudo distorsionadas a causa de la masiva corrupción, pero ni las autoridades ni las elites parecen preocuparse por el abismo que separa a la mayoría de la población (que en total alcanza 1.100 millones de personas) de los 60 a 70 millones de indios que han alcanzado un nivel de vida comparable a los parámetros occidentales. Shashi Tharoor es uno de los pocos que dicen que “hay que ocuparse de la otra India [...]. Debemos invertir en hardware (rutas, puertos y aeropuertos, efectivamente en lamentable estado) pero también en software, es decir, en los seres humanos, y darles lo que necesitan. Es una cuestión de civilización”. Por ahora, la exclusión masiva es el talón de Aquiles de un país presentado como “la democracia más grande del mundo”. 

1. Angus Maddison, “L’Economie chinoise, une perspective historique”, Estudios de la OCDE, París, 1998.
2. N. de la R.: pero aumentó un 24,5% en 2012 respecto al año anterior, superando los 11.000 millones de dólares.
3. N. de la R.: el gobierno de India anunció en 2012 que permitirá que las cadenas de supermercados extranjeras entren en su mercado minorista.
4. Discurso ante un think tank, el Indian Council for Research and International Economic Relations, noviembre de 2006.
5. Dafna Linzer, “India nuclear report never done”, The Wall Street Journal, Nueva York, 16-11-06.
6. Edward Luce, In spite of Gods, Little Brown, Londres, 2006.
7. Expresiones transcriptas por Jairam Ramesh, Making sense of Chindia, India Research Press, Nueva Delhi, 2005.
8. Entre octubre y noviembre de 1962 China e India, ya en desacuerdo sobre el Tibet, se enfrentaron en la frontera del Himalaya.
9. Amartya Sen, “Passage to China”, New York Review of Books, Vol. LI, 
N° 19, 2-12-04.
10. “Joint declaration by the Republic of India and the People’s Republic of China”, Oficina del Primer Ministro, Nueva Delhi, 21-11-06, pmindia.nic.in
11. Siddharth Varadarajan, “New Delhi, Beijing talk nuclear for the first time”, The Hindu, Nueva Delhi, 22-11-06.
12. Associated Press, 22-11-06.
13. El objetivo era hallar un proveedor de armas luego del desmoronamiento de la URSS, pero también afirmar un acercamiento ideológico con fuerte connotación anti-musulmana. Véase Nicolas Blarel, Inde et Israël: le rapprochement stratégique, L’Harmattan, París, 2006.
14. Expresiones transcriptas por Anuradha M. Chenoy, “India and Russia: allies in the international political system”, India’s Foreign Policy, 2007.
15. “Central Asia between competition and cooperation”, Foreign Policy in Focus, Washington, 4-12-06.
16. “The mirror asking”, Outlook, Nueva Delhi, 21-8-06.
17. N. de la R.: los Tigres de Liberación del Eelam Tamil se rindieron el 17 de mayo de 2009.

** Este artículo forma parte de la nueva colección de revistas del Dipló: EXPLORADOR

* Jefa de redacción adjunta de Le Monde diplomatique, París.

Traducción: Carlos Alberto Zito

http://www.eldiplo.org/notas-web/la-disputa-por-la-hegemonia/

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