Foto: Tribuna Latina
Pedro Rivera Ramos
“Al capital le horroriza la falta de beneficio.
Cuando presiente un beneficio razonable, se envalentona.
Al 20% se entusiasma.
Al 50% es temerario.
Al 100% arrasa todas las leyes humanas y al 300% no se detiene ante
ningún crimen”.
Carlos Marx
El libre comercio, principal falacia que acompaña al evangelio neoliberal, sigue siendo invocado para insistir en hacerles creer a todos los mortales, que sólo a través de él las naciones pueden alcanzar progresos en sus niveles de desarrollo económico y social. Nada más apartado de la realidad.
El libre comercio, tal como es concebido por los representantes de los grandes países industrializados, por los círculos dominantes en la OMC y por las empresas transnacionales que someten al mundo, no tiene, como se ha demostrado tantas veces, nada de libre y muy poco de comercio. Ha sido sí, la mejor excusa para imponerles a los países, principalmente a los del llamado Tercer Mundo, tratativas librecambistas dirigidas al control de sus recursos naturales, a la apertura salvaje de sus mercados, a la flexibilización o eliminación de sus normas sanitarias, a la eliminación de aranceles y a la quiebra de la producción nacional; es en fin, un formidable instrumento de dominación política y económica.
Es precisamente como consecuencia directa de la liberalización comercial y de la mercantilización de todos los órdenes de la vida social que traen consigo los principales acuerdos de la Organización Mundial del Comercio (GATS, ADPIC, AsA) y que los distintos gobiernos panameños han acogido con la docilidad acostumbrada, se produjo en agosto del 2006 un envenenamiento masivo con una sustancia industrial conocida dietilenglicol, que apareció suministrada a varios miles de pacientes panameños, a través de un jarabe expectorante líquido sin azúcar que era producido en los laboratorios de la Caja del Seguro Social. Lo que debieron ser 9 mil litros de glicerina pura con calidad U.S.P., terminó siendo, en total desprecio por la vida humana, dietilenglicol, un producto usado básicamente para la fabricación de pinturas y envases plásticos. Así, un medicamento reservado para salvar vidas, se transformó por la avaricia, el libre comercio y las fallas inadmisibles en los controles y el sistema de salud pública, en un poderoso veneno para arrebatarlas o lesionarlas de por vida.
Ahora casi dos centenares de víctimas, varios miles de afectados y sus familiares, aguardan sin mucho éxito, que el Estado asuma plenamente la responsabilidad que le corresponde y se apreste con la urgencia debida, a realizar las reparaciones y compensaciones que hagan falta. El Síndrome de Insuficiencia Renal Aguda (SIRA) no fue una enfermedad producida por agentes patogénicos naturales, fue el resultado de un agente tóxico que llega a los tejidos de seres humanos, por la incompetencia evidente del Estado en sus controles sanitarios y por la flexibilización en sus normas comerciales y de importación. Eso explica la participación de dos empresas chinas (CNSC Fortune Way Company y Taixing Glycerin Factory), una española (Rasfer Internacional) y una panameña (MEDICOM); la recepción de dietilenglicol por glicerina; la alteración de la caducidad del producto y de su procedencia verdadera.
El envenenamiento masivo con dietilenglicol ocurrido en Panamá en el 2006, no fue un suceso novedoso ni único ocurrido en el mundo con esta sustancia, como podría suponerse. Ya en otros países, años atrás, se habían reportado algunos casos de envenenamiento por este químico de uso industrial. Aquí mismo se encontró meses después, esta sustancia entre los componentes de un dentífrico de origen chino conocido como Mr. Cool, hallazgo que se repitió en Nicaragua en el 2007 con esta marca y otras dos con igual origen (Excel y Dentamin).
Lo más sorprendente de esto es que al menos la pasta dental Mr. Cool con un contenido de 3% de dietilenglicol, se encontraba en esos momentos en el mercado estadounidense, autorizada por la Agencia de Control de Alimentos y Medicamentos (FDA) de ese país. Por ello, así como nada de esto está separado de las consecuencias nefastas que se derivan del llamado libre comercio, tampoco podemos hacer abstracción alguna del gran negocio de los medicamentos adulterados o falsificados que se verifica en el mundo y las principales motivaciones que guían hoy a la poderosa industria farmacéutica.
Casi cuatro años han pasado desde que se iniciara la gran tragedia con el dietilenglicol y aún familiares y sobrevivientes siguen obligados a tocar puertas y realizar demostraciones callejeras, como única fórmula a su alcance, para recordarnos a todos su doloroso vía crucis y la ausencia de una merecida y pronta justicia.