JORGE MUÑOZ FERNÁNDEZ
El tiempo es fugaz, escaso, se desliza como el agua. Se agota y no hay represas, ni diques, ni mares, ni relojes que puedan contenerlo.
Resulta paradójico que siendo tan exiguo, a nadie le preocupa su derroche y desperdicio en propósitos insanos, tantas veces cargados de miserias morales y basuras políticas.
Inquieta ver como las personas caminan impacientes, nerviosas, preocupadas en buscar fórmulas que traten de atajarlo. Como si fueran víctimas que caminan inermes al cadalso aceptan que las horas dejen caer sobre sus hombros la guillotina gris de la obediencia.
El tiempo hierve, desaparece fácilmente, y no hay manera de colocarlo entre paréntesis para evadir el paso de anuarios y almanaques.
Cuando escuchamos que es necesario ahorrar las horas, y evitar que se malversen los segundos; cuando observamos que la gente pregunta con avidez la hora o una fecha lo suele hacer de manera encubierta para evitar que el tiempo la derribe y los días y calendarios terminen mancillando su piel y sus delirios, porque saben que el tiempo es volátil y fácilmente se evapora.
El tiempo dura poco y si nada hemos hecho para que el paisaje del bienestar alcance para todos muy pronto nos delata, y opta por dejar en los rostros cicatrices que dan pena mostrarse.
El tiempo no hace ruido, hace ruido la historia. El tiempo aparece cuando los espejos, después de mostraros radiante el rostro en las mañanas, nos advierten atisbos grises en las noches. Cuando la paz no tiene forma de paloma. Cuando cada día de secuestro en la selva se convierte en un siglo de vida. Cuando los árboles con sus puños en alto mueren desplomados por el hacha villana. Cuando en las cárceles las cruces diminutas suplantan el oficio del almanaque en las paredes.
Cuando los marineros trepados en las velas cantan "buen viento y buena mar" y de repente caen destrozados en cubierta por el monstruo Tifón. Cuando el negocio de la guerra se asienta en los libros de contabilidad y las muertes individuales o colectivas se registran en el Libro Mayor como una transacción empresarial que infla las operaciones repugnantes de los empresarios de la muerte.
Cuando los ojos de las madres de los desaparecidos se consuelan por instantes al encontrar facciones semejantes en las esquinas de las calles. Cuando no volvemos a sentir el aliento vital de las personas que hacen parte de nuestra existencia. Cuando los girasoles de Año Nuevo son emisarios de amor en la mesa esperanzada de los pobres.
El tiempo deja en los imaginario sociales revelaciones sombrías, realidades tajantes, testimonios opacos y explosiones de luz que, convertidos en historia, para infortunio de la humanidad, suele ser contada por los acróbatas de la leyenda en forma de historieta, o reseñada, de manera ingeniosa, como si fuera una frívola dama poseída por los hados de la fatalidad.
Tiempos históricos que merecen volver a contarse nuevamente, porque la historia de nuestro continente es una historia patriarcal, deformada, torcida y euro-céntrica; escrita desde la Fiesta del Estado, donde los soberanos del poder conceden credenciales a invitados especiales para ingresar al paraíso del bienestar y la fortuna; allí donde se borra la memoria de la gente sincera y se corona de reputación y gloria a los astutos; allí donde los dueños de la palabra disuelven las luchas de los "condenados de la tierra" y el relato oficial pertenece el reino feliz del incluido.
Historia contrahecha, destinada a conservar limpia la imagen de lo venerable y recusar la moral de los irreverentes, implantada para mirar paisajes sin sombras ni conflictos; que prescinde de las páginas de los temerarios; que rehúsa hablar con el vencido; que desprecia a los heterodoxos del conocimiento: los dispuestos a transformar el orden preestablecido de las cosas, cruzar la línea y trabajar por el advenimiento de la paz, la fraternidad y la justicia para todos.
jorgemunozfernandez@hotmail.com
Ilustración ediorE.O. de Uribestiario.com