Para la mayoría de los politólogos europeos, e incluso para algunos estadounidenses que aún defienden el consenso liberal, Occidente atraviesa una reconfiguración de las relaciones internacionales tan trascendental como las de 1989, 1945 o 1919, un punto de inflexión que marcará a toda una generación.
Por Xavier Villar
4 de marzo de 2025
Como en aquellos momentos históricos, el declive del orden internacional liberal surgido en la década de 1990 genera tanto expectativas como incertidumbre, mientras las certezas del pasado, con sus luces y sombras, comienzan a desmoronarse.
El golpe definitivo a este orden, según estos mismos expertos, vino cuando Estados Unidos, que en los años 90 y 2000 se erigía en su principal garante, comenzó a desmantelarlo pieza por pieza. De hecho, según la revista Foreign Policy, bajo el liderazgo de Donald Trump, el país se ha convertido en la mayor potencia revisionista del mundo. Hasta hace poco, el término “revisionista” se aplicaba en Occidente a China y Rusia, en referencia a su intento de alterar el statu quo global. Sin embargo, en los últimos meses, también se ha comenzado a asociar con Estados Unidos, cuya deriva política es cada vez más iliberal.
Estas tendencias se reflejan, según Foreign Policy, en los principios que definen el nuevo orden político emergente: una economía internacional dominada por un enfoque transaccional de suma cero, donde las ganancias de unos implican pérdidas para otros, y una política de poder inspirada en la lógica de Tucídides, en la que “los fuertes hacen lo que pueden y los débiles sufren lo que deben”.
Este reajuste del orden liberal occidental está teniendo un impacto directo en Asia Occidental y, en particular, en Irán. Según analistas iraníes como Mohsen Baharvand, Europa se encuentra en una posición ambigua: por un lado, busca alternativas que le permitan reducir su dependencia de Estados Unidos, pero por otro, continúa enviando señales de alianza a Washington.
En este contexto, Baharvand sostiene que Europa podría recurrir al mecanismo de “snapback” (reimposición de sanciones) como una forma de alinearse con la estrategia estadounidense. Es decir, convertir el “caso Irán” en un eje central de su relación con EE.UU., utilizando la reactivación de las sanciones y otros asuntos vinculados a Teherán como una vía para reforzar su vínculo con Washington.
La Unión Europea podría optar por una postura más independiente en su relación con Irán, alejándose de la línea de Estados Unidos. El desacuerdo en torno a la guerra en Ucrania y la creciente injerencia de Washington en los asuntos internos europeos podrían llevar a Bruselas a desmarcarse de la estrategia estadounidense en Oriente Próximo.
Sin embargo, este escenario se enfrenta a un obstáculo estructural: Europa sigue interpretando la política exterior bajo los mismos esquemas heredados de la Guerra Fría, con EE.UU. como eje del orden internacional y la UE como su socio secundario. En consecuencia, los europeos continúan creyendo que no pueden actuar en el tablero global —e Irán no es una excepción— sin el liderazgo de Washington.
Los analistas iraníes comparten esta visión. Sostienen que Europa carece de la capacidad para definir una política independiente hacia Irán, independientemente de su grado de alineación o fractura con EE.UU. Las declaraciones de la jefa de la diplomacia europea, Kaja Kallas, parecen confirmar esta percepción. La semana pasada, antes de la visita de Volodímir Zelenski a la Casa Blanca, Kallas señaló: “Miren al mundo: Irán, Rusia, China y Corea del Norte cooperan entre sí. Para hacer frente a este eje, necesitamos unidad”.
Preguntada sobre la postura de la UE hacia Teherán, la diplomática estonia admitió que la discusión se había pospuesto: “Queríamos hablar sobre Irán, pero debido a la ausencia de algunos ministros de Exteriores, la reunión quedó aplazada hasta marzo”. Sus palabras reflejan la incertidumbre de Bruselas, atrapada entre la presión de Washington y la necesidad de redefinir su estrategia en un contexto de crecientes tensiones con su aliado tradicional.
Pese a estas dudas, las oportunidades que Irán ofrece a la UE son evidentes. Su posición geográfica, que lo convierte en un puente entre Europa, Asia y África, le otorga un papel estratégico en la reconfiguración del orden global. En un escenario de crisis y disputas comerciales, Teherán representa un nodo clave para que Europa refuerce sus lazos con Asia y Oriente Medio sin depender de Estados Unidos.
Para consolidarse como una potencia global, la UE necesita una red de relaciones propia e independiente de otras potencias. En este sentido, la ubicación de Irán le proporciona un acceso terrestre directo a las economías emergentes del este de Asia. Además, el contexto actual es inédito: nunca antes la brecha entre Washington y Bruselas había sido tan profunda, lo que abre un margen de maniobra sin precedentes para la política exterior iraní.
En este nuevo tablero, Teherán enfrenta dos escenarios aún inciertos. Por un lado, la posibilidad de que, pese a sus desencuentros, Europa y Estados Unidos mantengan una alianza estratégica en lo relativo a Irán. Por otro, la oportunidad de que la crisis entre ambas potencias le permita forjar con la UE una relación más pragmática y beneficiosa que la pasividad o la confrontación.
En las capitales europeas, la alarma es palpable. Varios responsables políticos y analistas han comenzado a plantear la posibilidad del fin de la OTAN y, en términos más amplios, del fin de Occidente tal y como lo conocemos. La incertidumbre se intensifica ante las decisiones de Washington: ¿Será que Estados Unidos busca socavar la supervivencia de Ucrania como nación soberana? ¿Está Donald Trump llevando a cabo una “inversión de Kissinger” al tratar de seducir al presidente ruso Vladimir Putin para que abandone su alianza con Xi Jinping y forme una inesperada colaboración con Washington? Un abismo de desconfianza transatlántica se abre entre ambos lados del Atlántico.
Ante este panorama, Europa se enfrenta a una nueva realidad: el respaldo militar y estratégico de la OTAN y de Estados Unidos ya no es una garantía incuestionable. Lo que antes era una sólida arquitectura de seguridad comienza a desmoronarse, dejando paso a una estructura debilitada y expuesta a una erosión progresiva. En este escenario, la única opción viable para la Unión Europea será adaptarse al cambio, buscando nuevas alianzas y redefiniendo su papel en un mundo en plena reconfiguración.
______________
Fuente: