Trump cruzó otra barrera de atrocidades contra el pueblo palestino. Propuso su expulsión masiva de Gaza para crear un balneario en la costa de esa franja. Expuso con increíble descaro y sin ningún filtro un espantoso plan genocida.
Claudio Katz1
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El magnate busca forzar ese nuevo destierro para ampliar las fronteras del colonialismo israelí y confesó abiertamente lo que sus colegas disimulan. En lugar de encubrir el aniquilamiento de los palestinos con absurdas exaltaciones al ¨derecho de Israel a defenderse ¨, convocó a deportar a los gazatíes y anunció que aportaría marines para efectivizar esa limpieza.
La dirigencia sionista también imagina un plan B de migración compulsiva a varios países africanos, si el vecindario árabe rechaza a los desterrados. Amenaza con más violencia (¨retrotraer a Gaza a la Edad Media¨) si se resiste esa expulsión. Para anticipar su proyecto ya establecieron los primeros centros de vacaciones en la costa de la Franja. Allí premian a los soldados que cumplen con su cuota diaria de asesinatos.
DISPUTAR CON LA RUTA DE LA SEDA
Trump pretende reforzar el rol de Israel como apéndice de Estados Unidos y convalida sin ningún disimulo el mayor crimen de la historia reciente. En Gaza se han perpetrado 61.000 asesinatos, con mecanismos programados de hambruna, enfermedades y bombardeos de hospitales. Toda la zona se ha convertido en un cementerio de niños, ancianos y mujeres indefensas.
El magnate celebra con Netanyahu ese holocausto, que se consuma con las últimas innovaciones de la Inteligencia Artificial. Las plataformas Lavender y Nimbus manejan datos y entrenamientos suficientes, para ejecutar con toda precisión la limpieza étnica en curso (Barreda Sureda, 2023).
Trump consolida el sostén bipartidario del establishment yanqui a la acción terrorista del Estado de Israel. La definición de esa práctica -como atrocidades masivas e indiscriminadas contra segmentos de la población civil- se ajusta con total nitidez al sionismo. Han atravesado un límite tras otro, naturalizando últimamente una política de asesinatos selectivos que no respeta ninguna frontera. Esa sangría ha convertido a Israel en el gran estandarte de la ultraderecha mundial y en el símbolo de las desgracias que encarna el trumpismo.
Pero el potentado concibe un plan más complejo para toda la región. En su primera gestión auspició el traslado de la embajada estadounidense a Jerusalén, pero promovió también los acuerdos de Abraham, para ampliar el número de gobiernos árabes que reconocen a Israel.
Trump buscó sumar especialmente a Arabia Saudita, al grupo de países que mantienen relaciones diplomáticas con el opresor de los palestinos (Egipto, Jordania, Emiratos, Sudan, Marruecos, Baréin). Su objetivo era afianzar la permanencia de Riad como soporte petrolero del dólar y socio privilegiado de las empresas norteamericanas.
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1Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
Ese mismo proyecto adoptó en los últimos años un perfil más ambicioso, con el plan de un Corredor Económico que enlace a Europa, Medio Oriente y la India. Ese entramado incluiría una red ferroviaria de alta velocidad, para conectar el Mediterráneo con el Mar Rojo y el Océano Índico, junto a conducto marítimo que complementaría (o rivalizaría) con el Canal de Suez. Esa gigantesca red permitiría ordenar, además, la explotación de las reservas marítimas de gas natural de la región (Al Zurai; Al Hafi, 2024).
El plan está concebido para neutralizar la Ruta de la Seda, que China apuntala con los socios reclutados en la zona. Trump promociona enfáticamente su iniciativa, para disputar primacía con el competidor asiático en Medio Oriente.
Ese proyecto requiere vaciar a Gaza de palestinos y repoblar la franja costera con colonos israelíes. Esos invasores ya ocuparon y abandonar la zona en el 2005. El presidente yanqui no improvisa, por lo tanto, sus llamados a masacrar gazatíes y desparramar sobrevivientes por dónde sea. Tiene un plan económico criminal que Netanyahu implementa con matanzas cotidianas.
POCOS SOCIOS PARA OTRA NAKBA
Trump intenta recrear los acuerdos que Arabia Saudita congeló por el impacto de la masacre palestina en el mundo árabe. Ese enfriamiento también obedeció a los negocios que acrecienta ese reinado con China. El aventurero monarca Mohamed Bin Salmán emitió varios guiños a Xi Jin Ping y recibió enormes inversiones regionales de la Ruta de la Seda. También coquetea con el ingreso a los BRICS y aprobó la mediación china, para lograr la exitosa distensión de las relaciones con Irán.
Esa autonomía geopolítica de Arabia Saudita se expande junto a un manejo más específico de la renta petrolera. El jeque de la península intenta disputar supremacía con sus rivales de la zona (Turquía, Irán, Egipto) y por eso se embarcó en la guerra de Yemen, interviene en varios países de África, adiestra y financia yihadistas afines en Irak o Siria y actúa en la política interior del Líbano. Biden intentó someter al monarca a las órdenes de Washington, pero no logró el esperado acatamiento.
Trump tantea ahora la misma subordinación, ofreciendo una lucrativa asociación al proyecto del Corredor Económico euroasiático. Pero necesita ante todo que Arabia Saudita permanezca como soporte del dólar, reciclando la renta petrolera en los mercados financieros de Occidente. Cualquier coqueteo de la monarquía con la desdolarización que discuten los BRICS, sería fatal para el resurgimiento económico estadounidense.
Fiel a su estilo bravucón, Trump exige una traición explícita de Bin Salmán a los palestinos. Pretende transformar la disimulada hostilidad del monarca hacia ese pueblo, en una entrega semejante a la consumada por los gobiernos de Egipto y el reinado de Jordania. Pero esa ambición choca con la renovada centralidad de la causa palestina en el propio universo saudita.
El operativo de Hamas que humilló a Israel en octubre del 2023, estuvo directamente dirigido a frustrar el establecimiento de relaciones diplomáticas de esa monarquía con Israel. Al cabo de un año de terribles matanzas, el anhelo palestino ha recuperado centralidad en el mundo árabe y suscitó incluso, el impactante protagonismo de Yemen en la guerra contra el sionismo.
Luego de resistir exitosamente durante casi diez años los bombardeos de las tropas sauditas, los yemenitas sorprendieron a todos sus vecinos. Han demostrado una inesperada capacidad bélica para atacar objetivos israelíes, inmovilizar la flota norteamericana y detener el transporte del Mar Rojo. No resulta sencillo recrear en este contexto los acuerdos de Abraham.
La concreción de esos convenios choca, además, con los fallidos bélicos de Israel. Al cabo de un año de incontables masacres, los sionistas no han podido doblegar la heroica resistencia de los palestinos. Gaza ha sido demolida, pero no pudieron ocuparla. Esa meta de la invasión fracasó y la reciente tregua para intercambiar prisioneros confirmó esas limitaciones.
Netanyahu no respeta la pausa bélica conseguida por Hamas y utiliza el respiro en Gaza para multiplicar matanzas en Cisjordania. Pero debió aceptar los términos de la liberación de los rehenes que exigieron los palestinos, en un escenario de crecientes bajas, gastos militares insostenibles, protestas cotidianas contra su gobierno y una lluvia de cuestionamientos a la utilidad de su operativo. En un gesto de llamativo realismo el propio Trump forzó la tregua que Netanyahu resistía.
Esas limitaciones son más visibles en el frente norte. Israel descargó su habitual sangría de bombardeos sin ningún resultado en el Líbano. Varios miles de muertos y una cuarta parte de la población desplazada de sus hogares, no alcanzaron para derrotar a Hezbolah. Como ya ocurrió en 1978, 1982, 1993, 1996, 2000 y 2006, los sionistas no lograron ocupar el sur del país. Ni siquiera el asesinato del gran líder antiimperialista Nasrallah redujo la resistencia de la milicia libanesa.
La firmeza general de la lucha palestina es el principal obstáculo al proyecto criminal de vaciar Gaza de sus pobladores. Trump y Netanyahu desconsideran a las organizaciones que comandan esa batalla, olvidando que Hamas, Hezbolah, la disidencia de Fatah o el FPLP no son bandoleros yihadistas al servicio del mejor postor. Encabezan la indomable decisión de un pueblo, que se levanta una y otra vez de los indescriptibles sufrimientos que afronta.
Esa entereza interpone una gran barrera a la repetición de la catástrofe que implicó la expulsión masiva de 1948 y la despiadada colonización desde 1967. Por esas traumáticas experiencias, los palestinos saben que el abandono de Gaza implicaría un desarraigo eterno con trágica supervivencia en los campos de refugiados.
MUCHOS ACTORES CON POCOS RÉDITOS
Trump es un ídolo de la ultraderecha israelí y un explícito vocero de ese lobby en Washington. Pero ese alineamiento choca con su meta de recomponer la primacía de la economía estadounidense. Obstruye la incorporación de aliados árabes al frente antichino y acrecienta la enceguecida atadura al belicismo israelí.
El Estado sionista ha quedado en manos de una coalición militarista, embarcada en inmanejables aventuras para imponer la supremacía judía. Cuenta con una base social fascista especializada en pogroms contra los palestinos y desata guerras permanentes contra todos los vecinos. La sobre expansión bélica del país, explica la actual tentación de Netanyahu de librar batallas simultáneas en varias fronteras, con la mira puesta en un desenlace final con Irán (Pappe, 2023)
Pero la pulseada de aranceles e inversiones que guía el mercantilismo de Trump, no es compatible con el incendio del mundo árabe que motoriza el sionismo. Particularmente peligrosa es la confrontación con Teherán, que impactaría dramáticamente sobre el mercado petrolero priorizado por el magnate. Es inimaginable un acuerdo Abraham II en un escenario que agravaría, además, la desestabilización de Egipto y Jordania.
Trump es indiferente al derrumbe de la cohesión interna de Israel, que acompaña a la generalizada deshumanización de esa sociedad. Tampoco le preocupa la conversión de ese país en un Estado Paria, con un presidente sometido a órdenes de arresto de la Corte Penal Internacional. Pero esa sucesión de erosiones convierte a Tel Aviv en un apéndice frágil de Washington, cuyo indiscriminado sostén entraña crecientes adversidades.
Israel genera escenarios caóticos que afianzan su primacía regional, sin aportar beneficios al mandante norteamericano. Lo ocurrido en Siria es el ejemplo más reciente de esa secuencia. Al cabo de una dramática guerra civil de 13 años, con 500.000 civiles muertos y 12 millones de desplazados, el gobierno de Assad se desplomó frente a las milicias yihadistas entrenadas por Turquía, financiadas por Arabia Saudita y protegidas por Israel.
Como Estados Unidos quería desembarazarse de un aliado de Irán, protector de los palestinos y apadrinado por Rusia, celebró la traición del alto mando sirio, que entregó el país sin disparar un solo tiro. Con ese desenlace el afamado terrorista Al Jolani, fue súbitamente convertido por los medios occidentales en un adalid de la democracia (Cook, 2024).
Al igual que lo ocurrido con Gadafi y Hussein, la caída de Assad no implicó tan solo el fin de un gobierno. Generó el colapso de un Estado y la desintegración de un país. Ese desplome modifica las relaciones de fuerza de toda la región, que ha perdido un Estado laico de gran relevancia, un ejército bien entrenado y una población de cierto nivel educativo. Siria ha quedado balcanizada en seis porciones, que los clanes locales disputan en connivencia con sus respectivos patrones internacionales (Ali, 2024).
Israel ya duplicó el número de colonos, para ampliar la anexión de los territorios que gestionará con el modelo apropiador de Cisjordania o con el esquema demoledor de Gaza. Turquía es el principal ganador de la partida y reforzará su pretensión neootomana de recuperar el dominio del país. Intentará aplastar las milicias kurdas, concertar con Qatar la construcción de gasoductos y utilizar a los refugiados sirios como moneda de cambio de cualquier tratativa. Los sauditas buscarán réditos de su financiación del yihadismo y Rusia negociará la continuidad de sus estratégicas bases militares en la costa del Mediterráneo.
En ese diversificado contexto, Estados Unidos ha quedado relegado al lugar de un jugador adicional. Mantiene cierta presencia militar con el pretexto de proteger a los kurdos, contener al yihadismo y administrar las riquezas petroleras. Pero ese papel dista mucho de la total preponderancia que ejercía en el pasado.
Es cierto que tiene la última palabra en las acciones relevantes de Israel, incide en cada paso de los sauditas y negocia alternativas con el ambiguo gobierno de Turquía. Pero ninguno de los acontecimientos que definió el giro político de Siria fue manejado por Washington. Esa pérdida de gravitación explica los escasos beneficios que obtuvo Estados Unidos de todo lo ocurrido.
Trump se propone revertir ese desplazamiento, pero la recuperación de la centralidad estadounidense no depende de sus bravuconadas verbales. Ejercer el mando implica imponer la agenda y reafirmar la autoridad sobre los rivales regionales, para que Israel, Turquía y Arabia Saudita se amolden a los dictados de la Casa Blanca. También requiere que los yihadistas acaten las órdenes del Pentágono. Esas metas no se vislumbran por ahora en ningún horizonte.
18-2-2025
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Referencias
Ali Tariq (2024) Los Caminos a Damasco https://www.laizquierdadiario.com/Los-caminos-a-Damasco Cook, Jonathan (2024). Damasco, quien decida el destino de Siria | 21/12 https://rebelion.org/sera-israel-no-los-libertadores-de-damasco-quien-decida-el-destino-de-siria/ Barreda Sureda, Javier (2023). No es una masacre indiscriminada, sino calculada 15/12
Pappe, Ilan (2023). Usar el lenguaje correcto: el genocidio gradual del pueblo palestino continúa 11-4-https://www.resumenlatinoamericano.org/2023/04/11/palestina-usar-el-lenguaje-correcto-el-genocidio-gradual-del-pueblo-palestino-continua/
Al Zurai, Salman; Al Hafi, Mohammed (2024). Muelle flotante de Gaza símbolo de futuros planes coloniales 04/07 https://vientosur.info/el-muelle-flotante-de-gaza-simbolo-de-futuros-planes-coloniales/
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