LA SOLUCIÓN FINAL, DE HITLER A TRUMP

Por Pascual Amézquita

PhD en Economía, profesor universitario, Edición #101, Febrero 2025

El anuncio de Trump de que “Estados Unidos tomará el control de la Franja de Gaza” para realizar la limpieza y reconstrucción del arrasamiento perpetrado por las hordas israelíes —respaldo inequívoco a la limpieza étnica—, trae a la memoria horribles momentos de la historia.

En marzo de 1938 Hitler ordenó la anexión de Austria, argumentando que era parte del lebensraum (“espacio vital”) indispensable para el crecimiento germano. El manotazo se conoce como anschluss (anexión). El mundo no dijo nada y, patéticamente, muy pocos austriacos se opusieron.

En los meses siguientes vino el forcejeo por ocupar una porción de Checoeslovaquia, los Sudetes, con argumentos igualmente falsos. Chamberlain, entonces primer ministro británico, promovió apaciguar a Hitler dándole lo pedido a cambio de la firma del Acuerdo de Múnich en septiembre de 1938 que establecía respetar el resto de Checoeslovaquia, pero en marzo de 1939 ocupó todo el país. De nuevo la respuesta europea fue llamar al apaciguamiento, ante lo cual Hitler siguió tomando provincias de otros países hasta que ocupó una porción de Polonia el 1 de septiembre de 1939 lo que, al fin, convenció a los europeos de que era necesario enfrentar al nazi. Se dice que si se hubiese detenido a Hitler cuando anexó a Austria, no hubiera habido Segunda Guerra Mundial.

Hoy el mundo mira entre atónito y acobardado las ofensivas de Trump. Desde su primer mandato había anunciado que anexionaría a Groenlandia, amenaza que de nuevo lanza, acompañada de una similar contra Canadá y Panamá. A diferencia de lo ocurrido en Austria, hoy los países intimados inmediatamente manifestaron su rechazo. Pero ante el silencio de las potencias europeas luego vino una arremetida no menos descabellada: en asocio con el gobierno genocida de Israel, expulsar a los palestinos de su territorio para convertirlo en un paraíso turístico.

Los Chamberlain de hoy llaman a la calma aduciendo que Trump es un negociante y que juega duro pero que al final cede, de manera que realmente no hay peligro de que ejecute las agresiones, que lo que se debe hacer es apaciguar a los sectores más extremistas de Estados Unidos.

Sin embargo, las medidas internas y externas tomadas por Trump −quien ya empieza a autodenominarse rey−, no dejan campo para abogar por el apaciguamiento. Al igual de lo que hiciera Hitler en los primeros meses de su gobierno en 1933, Trump está consolidando su fuerza de choque a través de la inhumana expulsión de inmigrantes cogidos como carne de cañón, el despido de miles de funcionarios que no están con sus políticas, incluidos agentes de la CIA y del FBI y los fiscales y jueces que acogotaron a los terroristas que se tomaron la Casa Blanca en enero de 2021. Está cooptando o desconociendo a los otros poderes del país como lo muestra el hecho de que haga flagrantes intentos de violar la Constitución, de que congele gastos ya aprobados por el Congreso y de que violente normas como darle el control del presupuesto (el Tesoro) a Musk, quien no es parte del gobierno sino un asesor. Ya desde su primer mandato puso casi la mayoría de los jueces de la Corte Suprema de Justicia. Estas imposiciones sobre las ramas del poder público saltándose todos los procedimientos −muchas veces aduciendo datos falsos−, configuran un golpe de Estado incruento, según afirma el representante demócrata Jamie Raskin.

Trump le suma una despiadada persecución contra la colectividad LGBTIQ+ y una creciente hostilidad contra los hispanoparlantes y los asiáticos, nueva cara de las minorías que Hitler arrojó a sus secuaces para calmar su sed de sangre, a nombre de la limpieza étnica. Hasta la esposa del vicepresidente Vince, de origen indio, ha sido objeto de ataques, sin que él se haya pronunciado.

En el campo externo, despistados analistas dijeron que se iniciaba una etapa aislacionista en la Casa Blanca. Pero las primeras medidas de Trump fueron sentar en la platea al argentino Milei y al salvadoreño Bukele el día de la posesión, reimponer el feroz embargo contra Cuba y recibir al genocida Netanyahu −para notificarle al mundo que tomarán la Franja de Gaza− y dar su respaldo a los blancos sudafricanos, los afrikáneres, promotores del apartheid que derrotó Mandela.

En este forcejeo tuvo lugar al acto de dignidad de Gustavo Petro al oponerse a que los colombianos expulsados de Estados Unidos fueran tratados como delincuentes, asalto que ganó Colombia, así la prensa derechista propale lo contrario: poco a poco países e instituciones han venido reclamando un trato humano a los deportados como el que obtuvo Petro para los connacionales. Otra medida que merece destacarse es el evidente acuerdo que debió darse con Venezuela pues un delegado de Trump se reunió con el presidente Maduro −a quien no reconoce como tal la Casa Blanca−, y cuando todo el mundo esperaba un recrudecimiento del bloqueo petrolero, nada se dijo sobre nuevas medidas.

Otro flanco es la amenaza con aranceles. El aplazamiento por un mes de su imposición contra Canadá y México, pero su inmediata aplicación a China puede verse como carnada lanzada al mundo para hacer suponer que solo se trata de bloquear a la economía oriental. Bajo esta óptica los Chamberlain creen que la factura la pagará China a través de aranceles prohibitivos o simples bloqueos al comercio de alta tecnología. Es una especie de pequeño acuerdo de Múnich.

 

La nuez del asunto es que Trump representa los intereses de un amplio sector de la élite gringa que ha perdido ganancias por el auge de China, foco real de la pelea, y hasta por Europa. Los aranceles contra Canadá y México pretenden evitar que las firmas asiáticas establecidas en estos países hagan negocios usando el Tratado de Libre Comercio suscrito entre los norteamericanos en 1995 y ya renegociado por Trump en su primer mandato.

Así que en pos de mejorar la situación económica de los oligarcas que lo pusieron en la presidencia y de ir despejando el camino para los siguientes atropellos, se está repitiendo otra parte de la historia. Hitler abandonó la Sociedad de las Naciones (antecesora de la ONU) para evitar que sus atropellos fueran discutidos en ese recinto. Pues bien, Trump ordenó sacar a su país de varias instituciones multilaterales como el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, el Acuerdo de París y la Organización Mundial de la Salud. Sigue denostando y sancionando a las organizaciones de La Haya que juzgan a los genocidas (Estados Unidos no es parte de esos organismos), no ha movido un dedo para recomponer el tribunal de apelación de la Organización Mundial del Comercio (paralizado por la negativa de Washington de nombrar unos jueces), y ordenó recortar o congelar los fondos de su país a varios otros organismos mundiales. Para paralizar la Usaid dio doce razones, once de las cuales son mentiras, anotó The Washington Post.

En fin, no hay tal aislamiento de la Casa Blanca. En el campo internacional Trump está quitando cualquier obstáculo que pueda oponerse o siquiera cuestionar sus desmanes en el planeta en busca de nuevas fuentes de ganancia. La negociación que está promoviendo en la guerra por Ucrania es bien diciente: Sellará la paz con Rusia aceptando que Ucrania no entrará a la Otan y a cambio este país entregará la mitad de sus preciados recursos mineros a la voracidad de los empresarios gringos.

En sus desmanes Trump cuenta con silencio cómplice, adentro y afuera. En su país el partido Demócrata está desaparecido de la escena −solo unos pocos congresistas ha cuestionado los atropellos− lo mismo que la organización sindical AFL-CIO. Unos pocos académicos como Krugman y Sachs o empresarios como Bill Gates han protestado. Aun así, se logró la manifestación que se hizo por un grupo a lo largo del país conocido como “50-50-1” (ver información en https://www.fiftyfifty.one/). En el campo internacional la presidenta de la Unión Europea expresó un tímido descuerdo con Trump en la reunión de Davos de enero pasado, quedando como voz opositora el secretario general de la ONU, si bien la arremetida de Trump contra Palestina le valió el rechazo de varios países aliados de todos los continentes. Finalmente, en atroz coincidencia, en Múnich, sin consideración a las más mínimas normas de la diplomacia, el vicepresidente Vince regañó a los europeos y se reunió con la portavoz de la derecha alemana mientras rechazó un encuentro con el primer ministro de este país.