Esta no es una suma de tragedias individuales, sino el reflejo de un sistema enfermo, un fenómeno social estructural.
Revolución Obrera
diciembre 20, 2025
Continuación del tema abordado por el compañero Iván en Más allá del instinto: La conciencia de la necesidad como umbral dialéctico entre el animal y el humano
La afirmación de que la singularidad humana reside en la conciencia de la necesidad—la capacidad de comprender las leyes objetivas y actuar para transformar la realidad—plantea una paradoja devastadora para nuestra época. Si esta es nuestra fortaleza distintiva, ¿por qué la sociedad contemporánea, técnicamente avanzada como ninguna, sufre una epidemia de angustia, ansiedad y depresión sin precedentes? La respuesta podría estar en la contradicción entre mente y cuerpo, entre conciencia y necesidad, pero desde luego no desde alguno de los dos aspectos por separado. Esta crisis se puede ver como la manifestación patológica de una alienación profunda de la necesidad objetiva. Vivimos en un sistema que, de manera sistemática, nos impide ejercer nuestra humanidad esencial, convirtiendo nuestra potencial libertad en la fuente misma de nuestro malestar. Las cifras son el reflejo numérico de esta contradicción: casi 1 000 millones de personas en el mundo viven con un trastorno mental, siendo la ansiedad y la depresión los más comunes, y en Estados Unidos, más de uno de cada cinco adultos experimenta una enfermedad mental.
Esta no es una suma de tragedias individuales, sino el reflejo de un sistema enfermo, un fenómeno social estructural.
El capitalismo en su fase imperialista tiene como derrotero la creación artificial de necesidades. A través de la publicidad, las redes sociales y la cultura del consumo intensificada por las herramientas de esta era tecnológica. La IA, al analizar patrones masivos de comportamiento, permite a los mercachifles contemporáneos refinar hasta lo obsceno la comercialización de «chatarra» o de bienes materiales de escaso valor de uso, pero alto valor de cambio. Todo esto genera un universo de deseos ilusorios, junto con la validación a través de likes, éxito medido en posesiones—desconectado por completo de las leyes objetivas de la realización humana, que son la participación activa en las tres grandes luchas de acuerdo con el camarada Mao: lucha por la producción, lucha de clases y la experimentación científica. El ser humano, cuya naturaleza es transformar el mundo conscientemente, queda atrapado en una rueda de deseos prefabricados e insaciables. La ansiedad es el síntoma de vivir en un mundo cuyas “leyes” son irracionales e inhumanas. Esta contradicción se ceba especialmente con los jóvenes, el eslabón más sensible a la presión de estas falsas necesidades. Los jóvenes adultos muestran las tasas más altas de enfermedad mental, con un 36.2 % afectado en Estados Unidos, muy por encima de otros grupos. Un estudio de la ONU confirma que la clásica curva de felicidad a lo largo de la vida ha desaparecido, reemplazada por una crisis de bienestar juvenil vinculada al aislamiento, el crecimiento de las redes sociales y el ciberacoso. El sistema, pues, enferma primero a quienes deberían encarnar su futuro.
Esta conciencia enferma en un mundo invertido tiene su raíz material más palpable en la destrucción del proletariado a través del trabajo alienado. Según el materialismo dialéctico, nos realizamos a través del trabajo planificado y social. Sin embargo, bajo el capitalismo, este trabajo es para la mayoría una actividad externa e impuesta, cuyo producto y propósito escapan al control del trabajador. No es sorprendente, entonces, que uno de cada dos trabajadores afirme que su empleo afecta negativamente su salud mental. Cuando no podemos vernos reflejados en el mundo que creamos, cuando nuestro esfuerzo no contribuye a un proyecto colectivo discernible, la conciencia se vuelve contra sí misma. La pregunta «¿para qué?» resuena en el vacío. La depresión, desde esta óptica, no es solo un desbalance químico; es la sombra psíquica de la impotencia histórica de una clase desposeída de su capacidad de dirigir conscientemente su destino. Si la libertad es la conciencia de la necesidad, y el sistema nos impide actuar conforme a ella, la llamada «libertad» del libre albedrío en el capitalismo, elegir entre marcas de zapatos, es una ilusión. La única elección real es entre someterse a las leyes ciegas del mercado y sufrir sus consecuencias psíquicas, o tomar conciencia de la necesidad histórica de superarlo.
Frente al colapso psíquico que genera, el sistema no es pasivo. Su respuesta predominante es la medicalización del problema, la industria farmacéutica aparece frotándose las manos y aquí es de amplio conocimiento su papel en el sistema de salud estadounidense, por mencionar un ejemplo. La depresión y la ansiedad son tratadas como fallas individuales y desequilibrios neuroquímicos desconectados de las condiciones materiales. Se prescribe un fármaco para ajustar al individuo al sistema. Esta es la antítesis de la «conciencia de la necesidad» y está funcionando literalmente como el nuevo opio del pueblo: un paliativo que adormece el dolor, pero perpetúa la enfermedad.
En cuanto a la brecha de tratamientos, es abismal y marcada por las diferencias de clase, mientras en países imperialistas, el 70 % de las personas con psicosis reciben tratamiento, en los países oprimidos, la cifra se desploma al 12 %. Incluso en el corazón del capitalismo imperialista, el 42 % de los adultos estadounidenses con una condición diagnosticable reportaron en 2023 no poder pagar el tratamiento, revelando que la «salud mental» se ha convertido en otro lujo de clase inaccesible para muchos, no en una solución estructural.
Paradójicamente, esta exclusión forzada del circuito médico-industrial, en los países oprimidos, puede operar como una barrera contra la medicalización o iatrogenia masiva, revelando que el margen impuesto por el imperialismo genera, una resistencia no intencionada a la patologización capitalista de la vida. Sin embargo, para la conciencia de clase, esta contradicción no ofrece consuelo. El dolor de un obrero en cualquier lugar del mundo, abandonado a su angustia sin apoyo genuino, resuena como una derrota colectiva. La solidaridad internacionalista no se conforma con esta privación, pero tampoco clama por replicar los modelos biomédicos que anestesian y despolitizan el asunto.
Por ello, una verdadera solución no puede ser individual; debe ser colectiva y revolucionaria. La creación artificial de necesidades destruye al proletariado y con ello al humano en general al alejarlo de su esencia: ser un agente transformador consciente. Solo al seguir la necesidad real, la necesidad histórica actual que es la destrucción del capitalismo, se puede ser feliz. En este sentido, la felicidad es la lucha. No como un eslogan, sino como una realidad material. La lucha colectiva restaura la relación dialéctica entre la conciencia y la necesidad. Quien comprende las leyes del sistema y se organiza para transformar la realidad, por difícil que sea, ejerce su papel histórico plenamente, encuentra un propósito que trasciende al individuo, se reintegra a una sociedad y convierte su angustia privada en energía política transformadora. La terapia definitiva no está en los tratamientos aislados del individuo ni en la pastilla; está en el círculo de estudio, en la asamblea, en la huelga, en la construcción del partido, en todos los campos de la lucha revolucionaria. La verdadera salud mental emerge cuando dejamos de ser objetos pasivos de una historia que nos enferma y nos convertimos, masivamente, en proletarios conscientes que luchan por el reino de la libertad. Este es el único camino para sanar, no al individuo aislado, sino a la humanidad en su conjunto.
____________________________
Datos para Dimensionar la Crisis: La Epidemia en Cifras
Iván
________________
Fuente:



